La comunidad del anillo (27 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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Hubo un repentino y profundo silencio y Frodo alcanzó a oír los latidos de su propio corazón. Al cabo de un rato largo y lento, le llegó claramente, pero de muy lejos, como a través de la tierra o unas gruesas paredes, una voz que respondía cantando.

El viejo Tom Bombadil es un sujeto sencillo,

de chaqueta azul brillante y zapatos amarillos.

Nadie lo ha atrapado nunca, Tom Bombadil es el amo:

sus canciones son más fuertes, y sus pasos son más rápidos.

Se oyó un ruido atronador, como de piedras que caen rodando y de pronto la luz entró a raudales, luz verdadera, la pura luz del día. Una abertura baja parecida a una puerta apareció en el extremo de la cámara, más allá de los pies de Frodo; y allí estaba la cabeza de Tom (con sombrero, pluma y el resto), recortada en la luz roja del sol que se alzaba detrás. La luz inundó el piso y las caras de los tres hobbits acostados junto a Frodo. No se movían aún, pero habían perdido aquel tinte enfermizo. Ahora sólo parecía que estuvieran sumidos en un sueño profundo.

Tom se agachó, se sacó el sombrero y entró en el recinto oscuro cantando:

¡Fuera, viejo Tumulario! ¡Desaparece a la luz!

¡Encógete como la niebla fría, llora como el viento

en las tierras estériles, más allá de los montes!

¡No regreses aquí! ¡Deja vacío el túmulo!

Perdido y olvidado, más sombrío que la sombra,

quédate donde las puertas están cerradas para siempre,

hasta los tiempos de un mundo mejor.

A estas palabras respondió un grito y una parte del extremo de la cámara se derrumbó con estrépito. Luego se oyó un largo chillido arrastrado que se perdió en una distancia inimaginable y en seguida silencio.

—¡Ven, amigo Frodo! —dijo Tom—. ¡Salgamos a la hierba limpia! Ayúdame a transportarlos.

Juntos llevaron afuera a Merry, Pippin y Sam. Frodo dejaba el túmulo por última vez cuando creyó ver una mano cortada que se retorcía aún como una araña herida sobre un montón de tierra. Tom entró de nuevo y se oyeron muchos pisoteos y golpes sordos. Cuando salió traía en los brazos una carga de tesoros: objetos de oro, plata, cobre y bronce, y numerosas perlas y cadenas y ornamentos enjoyados. Trepó al túmulo verde y dejó todo arriba a la luz del sol.

Allí se quedó, de pie, inmóvil, con el sombrero en la mano y los cabellos al viento, mirando a los tres hobbits que habían sido depositados de espaldas sobre la hierba, en el lado oeste del montículo. Alzando al fin la mano derecha dijo en una voz clara y perentoria:

¡Despertad ahora, mis felices muchachos! ¡Despertad y oíd mi llamada!

¡Que el calor de la vida vuelva a los corazones y a los miembros!

La puerta oscura no se cierra; la mano muerta se ha quebrado.

La noche huyó bajo la Noche, ¡y el Portal está abierto!

Para gran alegría de Frodo, los hobbits se movieron, extendieron los brazos, se frotaron los ojos y se levantaron de un salto. Miraron alrededor asombrados, primero a Frodo y luego a Tom, de pie sobre el túmulo, por encima de ellos y al fin se miraron a sí mismos, vestidos con tenues andrajos blancos, coronas y cinturones de oro pálido y adornos tintineantes.

—¿Qué es esto, por todos los misterios? — comenzó Merry sintiendo la diadema dorada que le había caído sobre un ojo. En seguida se detuvo y una sombra le cruzó la cara y cerró los ojos—. ¡Claro, ya recuerdo! —dijo—. Los hombres de Carn Dûm cayeron sobre nosotros de noche y nos derrotaron. ¡Ah, esa espada en el corazón! —Se llevó las manos al pecho.— ¡No! ¡No! —dijo, abriendo los ojos—. ¿Qué digo? He estado soñando. ¿De dónde vienes, Frodo?

—Me creí perdido —dijo Frodo—, pero no quiero hablar de eso. ¡Pensemos en lo que haremos ahora! ¡En marcha otra vez!

—¿Vestido así, señor? —dijo Sam—. ¿Dónde están mis ropas?

Tiró la diadema, el cinturón y los anillos al pasto y miró impaciente alrededor, como si esperara encontrar el manto, la chaqueta, los pantalones y las otras ropas hobbits allí cerca, al alcance de la mano.

—No encontraréis vuestras ropas —dijo Tom bajando de un salto desde el montículo, y riendo y bailando alrededor a la luz del sol. Uno hubiera pensado que nada horrible ni peligroso había ocurrido y en verdad el horror se les borró de los corazones tan pronto como miraron a Tom y le vieron los ojos que centelleaban, felices.

—¿Qué queréis decir? —preguntó Pippin mirándolo, entre perplejo y divertido—. ¿Por qué no?

Pero Tom movió la cabeza diciendo: —Habéis vuelto a encontramos a vosotros mismos, saliendo de las aguas profundas. Las ropas son una pequeña pérdida, cuando uno se salva de morir ahogado. ¡Alegraos, mis alegres amigos y dejad que la luz del sol os caliente los corazones y los miembros! ¡Libraos de esos andrajos fríos! ¡Corred desnudos por el pasto, mientras Tom va de caza!

Bajó a saltos la pendiente de la loma, silbando y llamando. Frodo lo siguió con la mirada y lo vio correr hacia el sur a lo largo de la verde hondonada que los separaba de la loma siguiente, silbando siempre y gritando:

¡Eh, ahora! ¡Ven, ahora! ¿Por dónde vas ahora?

¿Arriba, abajo, cerca, lejos, aquí, allí, o más allá?

¡Oreja-Fina, Nariz-Aguda, Cola-Viva y Rocino,

mi amigo Medias Blancas, mi Gordo Terronillo!

Así cantaba, corriendo, echando el sombrero al aire y recogiéndolo otra vez, hasta que desapareció detrás de una elevación del terreno; pero durante un tiempo los
¡eh, ahora! ¡ven, ahora!
les llegaron traídos por el viento, que soplaba del sur.

 

El aire era de nuevo muy caliente. Los hobbits corrieron un rato por la hierba, como Tom les había dicho. Luego se tendieron al sol con el deleite de quienes han pasado de pronto de un crudo invierno a un clima agradable, o de las gentes que luego de haber guardado cama mucho tiempo, despiertan una mañana descubriendo que se sienten inesperadamente bien y que el día está otra vez colmado de promesas.

Cuando Tom regresó se sentían ya fuertes (y hambrientos). Tom reapareció y lo primero que se vio fue el sombrero, sobre la cresta de la colina y detrás de él, y en fila obediente,
seis
poneys: los cinco de ellos y uno más. El último, obviamente, era el viejo Gordo Terronillo: más grande, fuerte, gordo (y viejo) que los poneys de los hobbits. Merry, a quien pertenecían los otros, no les había dado en verdad tales nombres, pero desde entonces respondieron siempre a los nombres que Tom les había asignado. Tom los llamó uno por uno y los poneys treparon la cuesta y esperaron en fila. Luego Tom se inclinó ante los hobbits.

—¡Aquí están vuestros poneys! —dijo—. Tienen más sentido (de algún modo) que vosotros mismos, hobbits vagabundos; más sentido del olfato. Pues husmean de lejos el peligro en que vosotros os metéis directamente; y si corren para salvarse, corren en la dirección correcta. Tenéis que perdonarlos, pues aunque fieles de corazón, no están hechos para enfrentar el terror de los Tumularios. ¡Mirad, aquí están de nuevo, la carga completa!

Merry, Sam y Pippin se vistieron con ropas de repuesto, que sacaron de los paquetes; y pronto sintieron demasiado calor, pues tuvieron que ponerse las cosas más gruesas y abrigadas, que habían traído para protegerse del invierno próximo.

—¿De dónde viene ese otro viejo animal, ese Gordo Terronillo? —preguntó Frodo.

—Es mío —dijo Tom—. Mi amigo cuadrúpedo; aunque lo monto poco y anda libre por las lomas y a veces se va lejos. Cuando vuestros poneys estaban en mi casa, conocieron allí a mi Terronillo; lo olfatearon en la noche y corrieron rápidos a buscarlo. Pensé que él los buscaría y que les sacaría todo el miedo, con palabras sabias. Pero ahora, mi bravo Terronillo, el viejo Tom va a montarte. ¡Eh! Irá con vosotros sólo para poneros en camino y necesita un poney. Pues no es fácil hablar con hobbits que van cabalgando, cuando uno tiene que trotar a pie junto a ellos.

Los hobbits se sintieron muy contentos oyendo esto, y le dieron las gracias a Tom muchas veces, pero él se rió y dijo que ellos tenían tanta habilidad para perderse que no se sentiría feliz hasta que los viera a salvo más allá de los límites de su dominio.

—Tengo cosas que hacer —les dijo—. Mis composiciones y mi canto, mis discursos y mis paseos y la vigilancia de mis tierras. Tom no puede estar siempre cerca para abrir puertas y hendiduras de sauces. Tom tiene que cuidar la casa y Baya de Oro espera.

 

Era todavía bastante temprano, entre las nueve y las diez de la mañana, y los hobbits empezaron a pensar en la comida. La última vez que habían probado alimento había sido el almuerzo del día anterior, junto a la piedra erecta. Desayunaron ahora el resto de las provisiones de Tom, destinadas a la cena, con agregados que Tom había traído consigo. No fue una comida abundante (considerando los hábitos de los hobbits y las circunstancias), pero se sintieron mucho mejor. Mientras comían, Tom subió al montículo y examinó los tesoros. Dispuso la mayor parte en una pila que brillaba y relumbraba sobre la hierba. Les pidió que los dejaran allí, "para cualquiera que los encontrara, pájaros, bestias, elfos y hombres y todas las criaturas bondadosas"; pues así se rompería el maleficio del túmulo y ningún Tumulario volvería a ese sitio. Eligió para sí mismo un broche adornado con piedras azules de muchos reflejos, como flores de lino o alas de mariposas azules. Lo miró largamente, como si le recordase algo, moviendo la cabeza, y al fin dijo:

—¡He aquí un hermoso juguete para Tom y su dama! Hermosa era quien lo llevó en el hombro, mucho tiempo atrás. Baya de Oro lo llevará ahora, ¡y no olvidaremos a la otra!

Para cada uno de los hobbits eligió una daga, larga y afilada como una brizna de hierba, de maravillosa orfebrería, tallada con figuras de serpientes doradas y rojas. Las dagas centellearon cuando las sacó de las vainas negras, de algún raro metal fuerte y liviano y con incrustaciones de piedras refulgentes. Ya fuese por alguna virtud de estas vainas o por el hechizo que pesaba en el túmulo, parecía que las hojas no hubiesen sido tocadas por el tiempo; sin manchas de herrumbre, afiladas, brillantes al sol.

—Los viejos puñales son bastante largos para los hobbits, y pueden llevarlos como espadas —dijo Tom—. Las hojas afiladas son convenientes si la gente de la Comarca camina hacia el este, el sur o lejos en la oscuridad y el peligro.

Luego les dijo que estas hojas habían sido forjadas mucho tiempo atrás por los hombres de Oesternesse; eran enemigos del Señor Oscuro, pero habían sido vencidos por el malvado rey de Carn Dûm en la Tierra de Angmar.

—Muy pocos los recuerdan —murmuró Tom—, pero algunos andan todavía por el mundo, hijos de reyes olvidados que marchan en soledad, protegiendo del mal a los incautos.

Los hobbits no entendieron estas palabras, pero mientras Tom hablaba tuvieron una visión, una vasta extensión de años que había quedado atrás, como una inmensa llanura sombría cruzada a grandes trancos por formas de hombres, altos y torvos, armados con espadas brillantes; y el último llevaba una estrella en la frente. Luego la visión se desvaneció y se encontraron de nuevo en el mundo soleado. Era hora de reiniciar la marcha. Se prepararon, empaquetando y cargando los poneys. Las nuevas armas las colgaron de los cinturones de cuero bajo las chaquetas, encontrándolas muy incómodas y preguntándose si servirían de algo. Ninguno de ellos había considerado hasta entonces la posibilidad de un combate, entre las aventuras que les estaban destinadas en esta huida.

 

Partieron al fin. Llevaron los poneys loma abajo, y pronto montaron y trotaron rápidamente a lo largo del valle. Dándose vuelta, vieron la cima del viejo túmulo sobre la loma y el reflejo del sol en el oro se alzaba como una llama amarilla. Luego bordearon una saliente de las Quebradas y ya no vieron más la loma.

Aunque Frodo miraba a un lado y a otro no vio en ninguna parte aquellas grandes piedras que se levantaban como una puerta, y poco tiempo después llegaban a la abertura del norte y la franqueaban rápidamente. El terreno descendía ahora. Era un buen viaje, con Tom Bombadil que trotaba alegremente al lado, o delante, montado en Gordo Terronillo, capaz de moverse con una rapidez que no se hubiera esperado de él, dado su volumen. Tom cantaba la mayor parte del tiempo, pero sobre todo cosas que no tenían sentido, o quizás en una lengua extranjera que los hobbits no conocían, una lengua antigua con palabras que eran casi todas de alegría y maravilla.

Avanzaban a paso firme, pero pronto advirtieron que el Camino estaba más lejos de lo que habían imaginado. Aun sin niebla, la siesta del mediodía les hubiera impedido llegar allí antes de la caída de la noche, el día anterior. La línea oscura que habían visto no era una línea de árboles, sino una línea de matorrales que crecían al borde de una fosa profunda con una pared escarpada del otro lado. Tom comentó que había sido la frontera de un reino, pero en tiempos muy lejanos. Pareció que le recordaba algo triste y no dijo mucho.

Bajaron a la fosa y subieron trabajosamente pasando por una abertura en la pared y luego Tom se volvió hacia el norte, pues habían estado desviándose un poco hacia el oeste. El terreno era abierto y bastante llano y apresuraron la marcha, aunque el sol ya estaba poniéndose cuando vieron delante una línea de árboles y supieron que habían llegado de vuelta al camino, luego de muchas inesperadas aventuras. Recorrieron al galope las últimas millas y se detuvieron a la sombra alargada de los árboles. Estaban en la cima de una pendiente y el camino, ahora borroso a la luz del atardecer, se alejaba zigzagueando allá abajo; corría casi del sudoeste al nordeste y a la derecha caía abruptamente hacia una ancha hondonada. Lo atravesaban numerosos surcos y aquí y allá había rastros de los últimos chaparrones: charcos y hoyos de agua.

Descendieron por la pendiente mirando arriba y abajo. No había nada que ver.

—¡Bueno, aquí estamos de vuelta al fin! — dijo Frodo —. ¡El atajo por el bosque nos demoró quizá dos días! Pero este atraso puede sernos útil. Quizá nos perdieron el rastro.

Los otros lo miraron. La sombra del miedo a los Jinetes Negros los alcanzó de pronto otra vez. Desde que entraran en el bosque casi no habían pensado otra cosa que en volver al camino; ahora que ya estaban en él, recordaban de nuevo el peligro que los perseguía y que muy probablemente estaría esperándolos en el camino mismo. Se volvieron inquietos hacia el sol poniente; el camino era pardo y estaba desierto.

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