La comunidad del anillo (22 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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—No —dijo Merry—, no la tengo. Ignoro del todo a qué altura del Tornasauce nos encontramos, ni quién pudo haber venido aquí con tanta frecuencia como para trazar una senda a lo largo del río. Pero no veo ni imagino otra salida.

No habiendo alternativa, partieron uno detrás de otro y Merry los llevó al sendero que había descubierto. Las hierbas y las cañas eran en todas partes lozanas y altas y en algunos lugares crecían muy por encima de la cabeza de los viajeros; pero una vez encontrado el sendero era fácil de seguir en sus vueltas y revueltas, siempre por terreno f irme, evitando ciénagas y pantanos. Aquí y allá atravesaba otros arroyos que venían de las tierras boscosas y altas y descendían por hondonadas hasta el Tornasauce y en estos puntos y puestos allí con cuidado, había unos troncos de árboles o unos manojos de ramas que iban de orilla a orilla y ayudaban a cruzar.

 

Los hobbits comenzaron a sentir mucho calor. Ejércitos de moscas de toda especie les zumbaban en las orejas y el sol de la tarde les quemaba las espaldas. Inesperadamente entraron en una tenue sombra; grandes ramas grises se extendían por encima del sendero. Cada paso adelante les costaba un poco más que el anterior. Parecía que una somnolencia furtiva les subía por las piernas desde el suelo y les caía dulcemente desde el aire sobre la cabeza y los ojos.

Frodo sintió que cabeceaba. Justo delante de él, Pippin cayó de rodillas. Frodo se detuvo.

—Es inútil —oyó que Merry decía—. Imposible dar otro paso sin antes descansar un poco. Necesitamos una siesta. Está fresco bajo los sauces. ¡Hay menos moscas!

El tono de estas palabras no le gustó a Frodo.

—¡Adelante! —gritó—. No podemos dormir todavía. Primero tenemos que salir del bosque.

Pero los otros estaban ya demasiado adormilados para preocuparse. Junto a ellos Sam bostezaba y parpadeaba con aire estúpido.

De pronto Frodo mismo se sintió dominado por la modorra. La cabeza se le bamboleaba. Apenas se oía un sonido en el aire. Las moscas habían dejado de zumbar. Sólo un leve susurro apenas audible, como si alguien cantara entre dientes una canción, parecía revolotear allá arriba, en las ramas. Frodo alzó pesadamente los ojos y vio un sauce enorme, viejo y blanquecino, que se inclinaba sobre él. El árbol parecía inmenso; las largas ramas apuntaban como brazos tendidos, con muchas manos de dedos largos y el tronco nudoso y retorcido se abría en anchas hendiduras que crujían débilmente con el movimiento de las ramas. Las hojas que se estremecían bajo el cielo brillante deslumbraron a Frodo; se tambaleó y cayó allí sobre las hierbas.

Merry y Pippin se arrastraron hacia adelante y se tendieron apoyándose de espaldas contra el tronco del sauce. Detrás de ellos las grandes hendiduras se abrieron para recibirlos y el árbol se balanceó y crujió. Miraron hacia arriba y vieron las hojas grises y amarillas que se movían apenas contra la luz y cantaban. Cerraron los ojos y les pareció que casi oían palabras, palabras frescas que hablaban del agua y del sueño. Se abandonaron a aquel sortilegio y cayeron en un sueño profundo al pie del enorme sauce gris.

Frodo luchó un rato contra el sueño que lo aplastaba; al fin se incorporó de nuevo trabajosamente. Tenía unas ganas irresistibles de agua fresca.

—Espérame, Sam —balbució—. Tengo que mojarme los pies un instante.

Medio dormido fue hacia el lado del árbol que daba al río, donde unas grandes raíces nudosas entraban en el agua, como dragones retorcidos que estiraban los cuellos para beber. Montó a horcajadas sobre una de las ramas, hundió los pies en el agua parda y fresca y se durmió en seguida, recostado contra el árbol.

 

Sam se sentó y se rascó la cabeza, bostezando como una caverna. Estaba preocupado. La tarde declinaba y esta somnolencia repentina le parecía inquietante. "Hay otra cosa aquí además del sol y el aire cálido", se susurró a sí mismo. "Este árbol enorme no me gusta nada. No le tengo confianza. ¡Escucha cómo canta invitando al sueño! ¡No me convencerá!"

Se puso de pie con mucho trabajo y fue tambaleándose a ver cómo estaban los poneys. Dos de ellos se habían alejado por el sendero; acababa de atraparlos y de traerlos junto a los otros cuando oyó dos ruidos: uno fuerte, el otro leve pero claro. Uno era el chapoteo de algo pesado que había caído al agua; el otro parecía el sonido de una cerradura en una puerta que se cierra despacio.

Sam se precipitó hacia la orilla. Frodo estaba en el agua, cerca del borde, bajo una enorme raíz que parecía mantenerlo sumergido, pero no se resistía. Sam lo tomó por la chaqueta y tironeó sacándolo de debajo de la raíz; luego lo arrastró como pudo hasta la orilla. Frodo se despertó casi inmediatamente, tosiendo y farfullando.

—¿Sabes tú, Sam —dijo al fin—, que ese árbol maldito me arrojó al agua? Lo sentí. ¡La raíz me envolvió el cuerpo y me hizo perder el equilibrio!

—Estaba usted soñando sin duda, señor Frodo —dijo Sam—. No debiera haberse sentado en un lugar semejante, si tenía ganas de dormir.

—¿Y los demás? —inquirió Frodo—. Me pregunto qué clase de sueños tendrán...

Fueron al otro lado del árbol y Sam entendió entonces por qué había creído oír el sonido de una cerradura. Pippin había desaparecido. La abertura junto a la cual se había acostado se había cerrado del todo y no se veía ni siquiera una grieta. Merry estaba atrapado; otra de las hendiduras del árbol se le había cerrado alrededor del cuerpo; tenía las piernas fuera, pero el resto estaba dentro de la abertura negra y los bordes lo apretaban como tenazas.

Frodo y Sam comenzaron por golpear el tronco en el lugar donde había estado Pippin. Luego lucharon frenéticamente tratando de separar las mandíbulas de la grieta que sujetaba al pobre Merry. Todo fue inútil.

—¡Qué cosa espantosa! — gritó Frodo —. ¿Por qué habremos venido a este bosque horrible? ¡Ojalá estuviéramos todos de vuelta en Cricava!

Pateó el árbol con todas sus fuerzas, sin prestar atención al dolor que sentía en el pie. Un estremecimiento apenas perceptible subió por el tronco hacia las ramas; las hojas se sacudieron y murmuraron, pero ahora con el sonido de una risa lejana y débil.

—¿No hemos traído un hacha en nuestro equipaje, señor Frodo? —preguntó Sam.

—Traje un hacha pequeña para cortar leña —dijo Frodo—. No nos serviría de mucho.

—¡Un momento! —gritó Sam, pues la mención de la leña le había dado una idea—. ¡Podríamos recurrir al fuego!

—Podríamos —dijo Frodo, titubeando—. Podríamos asar vivo a Pippin dentro del tronco.

—Podríamos también, para empezar, hacer daño al árbol o asustarlo —dijo Sam fieramente—. Si no los suelta lo echaré abajo, aunque sea a mordiscos.

Corrió hacia los poneys y pronto volvió con dos yesqueros y un hacha.

Juntaron rápidamente hierbas y hojas secas y trozos de corteza; luego apilaron ramas rotas y astillas. Amontonaron todo contra el tronco en el lado opuesto al de los prisioneros. Tan pronto como Sam consiguió encender la yesca, las hierbas secas comenzaron a arder y una columna de fuego y humo se alzó en el aire. Las ramitas crujieron. Unas lengüitas
de
fuego lamieron la corteza
seca y estriada del árbol
, chamuscándola. Un estremecimiento recorrió todo el sauce. Las hojas parecían sisear allá arriba con un sonido de dolor y rabia. Merry gritó y desde dentro del árbol llegó un aullido apagado de Pippin.

—¡Apáguenlo! ¡Apáguenlo! —gritó Merry—. ¡Me partirá en dos, si así no lo hacen! ¡Él lo dice!

—¿Quién? ¿Qué? —exclamó Frodo, corriendo al otro lado del árbol.

—¡Apáguenlo! ¡Apáguenlo! —suplicó Merry.

Las ramas del sauce comenzaron a balancearse con violencia. Se oyó un rumor como de viento que se alzaba y se extendía a las ramas de los otros árboles de alrededor, como si hubiesen arrojado una piedra a la quietud soñolienta del valle del río, desencadenando unas ondas coléricas que invadían todo el bosque. Sam pateó la pequeña hoguera y apagó las brasas.
Pero Frodo, sin tener
una
idea clara de por qué lo
hacía, o qué esperaba, corrió a lo largo del sendero gritando:

—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro! —Tenía la impresión de que apenas alcanzaba a oír el sonido agudo de su propia voz, como si el viento del sauce se la llevara en seguida ahogándola en un clamor de hojas. Se sintió desesperado, perdido y al borde mismo de la locura.

De pronto se detuvo. Había una respuesta, o al menos así lo creyó, pero parecía venir de detrás de él, del sendero que atravesaba el bosque. Se volvió y escuchó y pronto no tuvo ninguna duda; alguien cantaba una canción; una voz profunda y alegre cantaba descuidada y feliz, pero las palabras no tenían ningún sentido.

¡Hola, dol! ¡Feliz, dol! ¡Toca un don diló!

¡Toca un don! ¡Salta! ¡Sauce del fal lo!

¡Tom Bom, alegre Tom, Tom Bombadillo!

Mitad esperanzados, mitad temerosos de un nuevo peligro, Frodo y Sam se quedaron muy quietos. De pronto, luego de una larga tirada de palabras sin sentido (o así parecía), la voz se oyó fuerte y clara.

¡Hola, ven alegre dol, querida derry dol!

Ligeros son el viento y el alado estornino.

Allá abajo al pie de la colina, brillando al sol,

esperando a la puerta la luz de las estrellas,

está mi hermosa dama, hija de la dama del río,

delgada como vara de sauce, clara como el agua.

El viejo Tom Bombadil trayendo lirios de agua

vuelve saltando a casa. ¿Lo oyes cómo canta?

¡Hola, ven alegre dol, derry dol, alegre oh,

Baya de Oro, Baya de Oro, alegre baya amarilla.

Pobre viejo Hombre-Sauce, ¡retira tus raíces!

Tom tiene prisa ahora. La noche sucede al día.

Tom vuelve de nuevo trayendo lirios de agua.

¡Hola, ven derry dol! ¿Me oyes cómo canto?

Frodo y Sam parecían como hechizados. El viento echó una última bocanada. Las hojas colgaron de nuevo silenciosas en las ramas tiesas. La canción estalló otra vez y luego, de pronto, saltando y bailando a lo largo del sendero, por encima de las cañas, asomó un viejo y estropeado sombrero de copa alta y larga pluma azul sujeta a la cinta. Un nuevo brinco y un salto y un hombre apareció a la vista, o por lo menos algo semejante a un hombre; demasiado grande y pesado para ser un hobbit y no bastante alto como para pertenecer a la Gente Grande, aunque hacía bastante ruido, calzado con grandes botas amarillas, tranqueando entre las hierbas y los juncos como una vaca que baja a beber. Tenía una chaqueta azul y larga barba castaña; los ojos eran azules y brillantes y la cara roja como una manzana madura, pero plegada en cientos de arrugas de risa. En las manos, sobre una hoja grande, como en una bandeja, traía un montoncito de lirios de agua blancos.

—¡Socorro! —gritó Frodo y Sam corrió hacia el hombre adelantando las manos.

—¡Ho, ho! ¡Quietos! —gritó el personaje alzando una mano y los hobbits se detuvieron en seco como paralizados—. Bien, mis amiguitos, ¿a dónde vais, resoplando como fuelles? ¿Qué pasa aquí? ¿Sabéis quién soy? Soy Tom Bombadil. Decidme cuál es el problema. Tom tiene prisa. ¡No me aplastéis los lirios!

—Mis amigos están atrapados en el sauce —exclamó Frodo sin aliento. —¡Una hendidura está triturando al señor Merry! —gritó Sam.

—¿Cómo? —gritó Tom Bombadil dando un salto—. ¿El viejo Hombre-Sauce? Nada peor, ¿eh? Eso tiene fácil arreglo. Conozco la cancioneta que le hace falta. ¡Viejo y gríseo Hombre-Sauce! Le helaré la médula, si no se comporta bien. Le cantaré hasta sacarle afuera las raíces. Le cantaré un viento que le arrancará hojas y ramas. ¡Viejo Hombre-Sauce!

Depositando con cuidado los lirios de agua en el suelo, Tom Bombadil corrió hacia el árbol. Allí vio los pies de Merry que aún sobresalían. El resto ya había sido arrastrado al interior. Tom acercó la boca a la hendidura y se puso a cantar en voz baja. Los dos hobbits no alcanzaban a oír las palabras, pero la reanimación de Merry fue evidente. Las piernas patearon el aire. Tom se apartó de un salto y arrancando una rama que colgaba a un costado, azotó el flanco del sauce.

—¡Déjalo salir, viejo Hombre-Sauce! ¿Qué pretendes? No tendrías que estar despierto. ¡Come tierra! ¡Cava hondo! ¡Bebe agua! ¡Duerme! ¡Bombadil habla!

Tomó entonces los pies de Merry y lo sacó de la hendidura que se había ensanchado de pronto.

Se oyó el sonido de algo que se desgarra y la otra grieta se abrió también y Pippin saltó fuera, como si lo hubiesen pateado. En seguida, con un sonoro chasquido, las dos fisuras volvieron a cerrarse. Un estremecimiento recorrió el árbol de las raíces a la copa, y siguió un completo silencio.

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