La comunidad del anillo (12 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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—Pero... ¿por qué no destruirlo? Tendría que haber sido destruido hace tiempo, dijiste —volvió a exclamar Frodo—. Si me hubieses advertido, o me hubieses enviado un mensaje, yo lo hubiera destruido.

—¿De veras? ¿Cómo? ¿Lo intentaste alguna vez?

—No. Pero supongo que podría deshacerlo a martillazos o fundirlo.

—¡Prueba! —dijo Gandalf—. ¡Prueba ahora!

 

Frodo sacó de nuevo el Anillo y lo miró. Parecía liso y suave, sin ninguna marca visible. El oro era brillante y puro y Frodo admiró la hermosura y vivacidad del color y la perfección de la forma. Era admirable, una verdadera joya. Cuando lo sacó del bolsillo había pensado en arrojarlo lejos, a la parte más caliente del fuego. Comprobó que no podía, que tenía que vencer una enorme resistencia. Sopesó el Anillo en la mano, titubeando y tratando de recordar lo que Gandalf le había dicho y entonces, recurriendo a toda su voluntad, hizo un movimiento para arrojarlo a las llamas, y en seguida advirtió que había vuelto a guardarlo en el bolsillo. Gandalf rió torvamente. —¿Ves, Frodo? Tampoco tú puedes deshacerte de él ni dañarlo. Y yo no podría obligarte, sino por la fuerza, en cuyo caso te arruinaría la mente. Para acabar con el Anillo, de nada sirve la fuerza. No le harías daño aunque lo golpearas con un martillo pesado. Ni tus manos ni las mías podrían destruirlo.

"Tu pequeño fuego apenas podría fundir el oro común. Este Anillo ha pasado ya por ese fuego y ni siquiera se calentó. No hay forja en la Comarca que pueda cambiarlo en lo más mínimo; aun los hornos y yunques de los enanos no podrían hacerle nada. Se ha dicho que el fuego de los dragones podía fundir y consumir los Anillos de Poder, pero no hay ahora ningún dragón que tenga ese fuego: ni siquiera Ancalagon el Negro podría dañar el Anillo Unico, el Anillo Soberano, pues fue fabricado por el mismo Sauron.

"Hay un solo camino: encontrar las Grietas del Destino, en las profundidades de Orodruin, la Montaña de Fuego, y arrojar allí el Anillo. Esto siempre que quieras destruirlo de veras, e impedir que caiga en manos enemigas.

—¡Quiero destruirlo de veras! —exclamó Frodo —. O que lo destruyan. No estoy hecho para empresas peligrosas. Hubiese preferido no haberlo visto nunca. ¿Por qué vino a mí? ¿Por qué fui elegido?

—Preguntas que nadie puede responder —dijo Gandalf —. De lo que puedes estar seguro es de que no fue por ningún mérito que otros no tengan. Ni por poder ni por sabiduría, a lo menos. Pero has sido elegido y necesitarás de todos tus recursos: fuerza, ánimo, inteligencia.

—¡Tengo tan poco de esas cosas! Tú eres sabio y poderoso. ¿No quieres el Anillo?

—¡No, no! —exclamó Gandalf, incorporándose—. Mi poder sería entonces demasiado grande y terrible. Conmigo el Anillo adquiriría un poder todavía mayor y más mortal. —Los ojos de Gandalf relampaguearon y la cara se le iluminó como con un fuego interior. — ¡No me tientes! Pues no quiero convertirme en algo semejante al Señor Oscuro. Todo mi interés por el Anillo se basa en la misericordia, misericordia por los débiles y deseo de poder hacer el bien. ¡No me tientes! No me atrevo a tomarlo, ni siquiera para esconderlo y que nadie lo use. La tentación de recurrir al Anillo sería para mí demasiado fuerte. ¡Tal vez lo necesitara! Me acechan grandes peligros.

Gandalf fue hacia la ventana, descorrió las cortinas y abrió los postigos. El sol entró nuevamente en la habitación; Sam pasaba silbando por el sendero.

—Y ahora —dijo el mago volviéndose hacia Frodo—, la decisión depende de ti. Pero no olvides que puedes contar siempre conmigo. —Puso una mano sobre el hombro de Frodo.— Te ayudaré a soportar esta carga todo el tiempo que sea necesario. Pero tenemos que hacer algo rápido. El enemigo no se está quieto.

 

Hubo un largo silencio. Gandalf volvió a sentarse; fumaba la pipa como perdido en sus pensamientos. Parecía tener los ojos cerrados, pero observaba a Frodo con atención, entornando los párpados. Frodo miraba fijamente las enrojecidas ascuas del hogar, hasta que creyó estar hundiendo los ojos en unos pozos profundos y llameantes. Pensaba en las fabulosas Grietas del Destino y en el terror de la Montaña de Fuego.

—Bien —dijo Gandalf por último—. ¿En qué piensas? ¿Has tomado una decisión?

—No —respondió Frodo volviendo en sí desde las tinieblas, viendo por la ventana el jardín soleado, y sorprendiéndose de que no fuera todavía de noche—. O quizá sí. De acuerdo con lo que entendí de tus palabras supongo que he de conservar el Anillo, al menos por ahora, me haga lo que me haga.

—Cualquier cosa que te haga, será muy lentamente, si lo guardas con ese propósito —dijo Gandalf.

—Así lo espero —respondió Frodo—; pero también espero que encuentres un guardián mejor que yo y pronto. Por el momento parece que soy un peligro para mis vecinos. No puedo conservar el Anillo y quedarme aquí. Tengo que salir de Bolsón Cerrado, abandonar la Comarca, abandonarlo todo e irme. —Suspiró.— Me gustaría salvar la Comarca, si pudiera, aunque alguna vez pensé que los habitantes eran tan estúpidos que un terremoto o una invasión de dragones les vendría bien. No siento lo mismo ahora. Siento que mientras la Comarca continúe a salvo, en paz y tranquila, mis peregrinajes serán más soportables; sabré que en alguna parte hay suelo firme, aunque yo nunca vuelva a pisarlo.

"Por supuesto, muchas veces pensé en irme, pero lo imaginaba como una especie de vacaciones, como una serie de aventuras semejantes a las de Bilbo, o mejores, con un final feliz. Esto, en cambio, significa exiliarse, escapar de un peligro a otro y ellos siempre detrás, mordiéndome los talones. Supongo que he de partir solo si decido irme y salvar la Comarca, pero me siento pequeño, y desarraigado... y desesperado. El enemigo es tan fuerte y terrible.

No se lo dijo a Gandalf, pero mientras hablaba se le había encendido en el corazón el deseo de seguir a Bilbo y de encontrarlo tal vez. Era tan fuerte que se sobrepuso al temor; podría casi haber salido corriendo camino abajo, sin sombrero, como lo había hecho Bilbo tiempo atrás, en una mañana muy similar.

—Mi querido Frodo —exclamó Gandalf—, los hobbits son criaturas realmente sorprendentes, como ya he dicho. Puedes aprender todo lo que se refiere a sus costumbres y modos en un mes y después de cien años aún te sorprenderán. Además no esperaba obtener esa respuesta, ni siquiera de ti; pero Bilbo no se equivocó al elegir el heredero, aunque no pensó demasiado en la importancia que tendría esa elección. Temo que estés en lo cierto. El Anillo no podrá permanecer mucho tiempo oculto en la Comarca; y para tu propio bien, tanto como para el de los demás, convendría que te fueras y dejaras de llamarte Bolsón. Ese nombre no te daría ninguna seguridad fuera de la Comarca ni en las tierras vírgenes. Te daré un seudónimo para tu viaje: serás el señor Sotomonte.

"No creo que necesites partir solo. No si conoces a alguien de confianza que quisiera acompañarte y a quien pudieras exponer a peligros desconocidos. Pero si buscas compañía, ten cuidado en cómo eliges. Y ten aún más cuidado con lo que dices, hasta a tus amigos más íntimos. El enemigo tiene muchos espías y muchas maneras de enterarse.

De pronto Gandalf se detuvo, como si escuchara. Frodo notó que había mucho silencio, adentro y afuera. Gandalf se deslizó hacia un costado de la ventana; en seguida, como una flecha, saltó al antepecho y con un rápido movimiento extendió el largo brazo afuera y abajo. Se oyó un graznido y la mano de Gandalf reapareció sosteniendo por una oreja la ensortijada cabeza de Sam Gamyi.

—Bien, bien, ¡bendita sea mi barba! —exclamó Gandalf—. ¿No se trata de Sam Gamyi? ¿Qué hacías por aquí?

—El cielo bendiga al señor Gandalf —respondió Sam—. ¡Nada! Recortaba el césped bajo la ventana, ¿no ve usted? —Tomó las tijeras y las mostró como una prueba.

—No, no veo —dijo Gandalf ásperamente—. Hace rato que no oigo tus tijeras. ¿Cuánto tiempo estuviste fisgoneando?

—¿Fisgoneando, señor? Perdón, no lo entiendo. No entiendo de qué me habla. No hay nada de eso en Bolsón Cerrado.

Los ojos de Gandalf relampaguearon y las cejas se le erizaron como cerdas. —No seas tonto. ¿Que has oído y por qué has escuchado?

—¡Señor Frodo! —gritó Sam, temblando—. No le permita que me haga daño, señor. No le permita que me transforme en un monstruo. Mi viejo padre me rechazaría. ¡No quise hacer nada malo! ¡Se lo juro, señor!

—No te hará daño —respondió Frodo sofocando la risa, aunque asombrado y algo confundido—. Él sabe tan bien como yo que no tenías malas intenciones. Pero levántate y contesta en seguida.

—Bien, señor —dijo Sam, tembloroso—. Oí un montón de cosas incomprensibles sobre un enemigo, anillos, el señor Bilbo, señor, dragones, una montaña de fuego y... elfos, señor. Escuché porque no pude evitarlo, usted me entiende; pero ¡el señor me perdone!, adoro esas historias y creo en ellas, contra todo lo que Ted diga. ¡Elfos, señor! Me encantaría verlos. ¿Podría llevarme con usted a ver a los elfos, señor, cuando usted vaya?

De repente Gandalf se echó a reír. —¡Entra! —gritó, y sacando los brazos fuera levantó al asombrado Sam junto con la azada, las tijeras de podar y demás y lo metió por la ventana, depositándolo en el suelo—. Que te lleve a ver a los elfos, ¿eh? —dijo Gandalf, observando de cerca a Sam, mientras una sonrisa le bailaba en la cara—. ¿Entonces oíste que el señor Frodo se va?

—Lo oí, señor y por eso me atraganté y usted parece que me oyó. Traté de evitarlo, señor, pero no pude. ¡Estaba tan trastornado!

—No hay nada que hacer, Sam —respondió Frodo tristemente. Entendía de pronto que el dolor de abandonar la Comarca sería mucho mayor que el de despedirse de las comodidades de Bolsón Cerrado—. Tendré que irme, pero si tú me aprecias de verdad —y aquí observó a Sam fijamente—, guardarás absoluto secreto. ¿Entiendes? Si así no lo haces, o si repites una sola palabra de lo que aquí has oído, espero que Gandalf te transforme en un sapo y luego llene de culebras el jardín.

Sam se arrodilló temblando.

—Levántate, Sam —le ordenó Gandalf —. He estado pensando en algo mejor. Algo que te cierre la boca y te castigue por haber escuchado: irás con el señor Frodo.

—¿Yo, señor? —gritó Sam, saltando de alegría, como un perro al que invitan a un paseo —. ¿Yo veré a los elfos y todo? ¡Hurra! — gritó, y de pronto se echó a llorar.

3

Tres es compañía

—Tienes que irte en silencio, y pronto —dijo Gandalf.

Habían pasado dos o tres semanas y Frodo no daba señales de estar listo.

—Lo sé, pero es difícil hacerlas dos cosas —objetó—. Si desapareciese como Bilbo, la noticia se difundiría en seguida por toda la Comarca.

—No conviene que desaparezcas, por supuesto —dijo Gandalf —. He dicho pronto, no ahora. Si se te ocurre algún modo de dejar la Comarca sin despertar sospechas, creo que vale la pena esperar. Pero no lo postergues demasiado.

—¿Qué tal en el otoño o después de nuestro cumpleaños? —preguntó Frodo—. Creo que podré arreglar algo para entonces.

A decir verdad, se resistía a la idea de partir, ahora que se había decidido. Bolsón Cerrado le parecía una residencia agradable, mucho más que en el pasado reciente y quería saborear al máximo ese último verano en la Comarca. Sabía que cuando llegara el otoño una parte de su corazón aceptaría mejor la idea de un viaje, como le sucedía siempre en esa estación. Intimamente ya había decidido partir en su quincuagésimo cumpleaños; el centésimo vigesimoctavo de Bilbo. Le parecía un día apropiado para partir y seguir a Bilbo. Seguir a Bilbo era el objetivo principal y lo único que hacía soportable la idea de la partida. Pensaba lo menos posible en el Anillo y en el fin al que éste podría llevarlo. Pero no le dijo a Gandalf todo lo que pensaba. Lo que el mago adivinaba era siempre difícil de saber.

Gandalf miró a Frodo y sonrió:

—Muy bien —dijo—. Estoy de acuerdo con la fecha, pero no te retrases más. Ya empiezo a inquietarme. En el ínterin, ten cuidado, ¡no dejes escapar ni palabra sobre adónde piensas ir! Y cuida de que Sam Gamyi no hable. Si habla, lo transformaré de veras en un sapo.

—En cuanto adónde iré —dijo Frodo—, será muy difícil decirlo, pues ni yo lo sé todavía.

—¡No seas absurdo! —exclamó Gandalf—. ¡No te advierto que no dejes tu dirección en la oficina de correos! Pero abandonas la Comarca y eso no ha de saberse hasta que estés muy lejos de aquí. Tienes que ir, o al menos partir, hacia el sur, el norte, el este, o el oeste; y nadie ha de conocer el rumbo.

—He estado tan ocupado con la idea de dejar Bolsón Cerrado y con la despedida que ni siquiera he pensado en el rumbo —dijo Frodo—. Porque, ¿a dónde iré? ¿Qué me guiará? ¿Cuál será mi tarea? Bilbo fue en busca de un tesoro y volvió, pero yo voy a perderlo y no volveré, según veo.

—Pero no ves muy lejos —dijo Gandalf —, ni yo tampoco. Tu tarea puede ser encontrar las Grietas del Destino, pero quizás ese trabajo esté reservado a otros. No lo sé. De cualquier modo, aún no estás preparado para un camino tan largo.

—En efecto, no — dijo Frodo —; pero mientras tanto, ¿qué ruta tengo, que tomar?

—Hacia el peligro, de modo no demasiado directo ni demasiado imprudente —respondió el mago—. Si quieres mi consejo: ve a Rivendel. El viaje no será tan peligroso, aunque el camino es más difícil de lo que era hace un tiempo y será todavía peor cuando el año llegue a su fin,

—¡Rivendel! —dijo Frodo—. Muy bien, iré al este, hacia Rivendel. Llevaré a Sam a ver a los elfos, cosa que le encantará. —Hablaba superficialmente, pero de pronto el corazón le dio un vuelco con el deseo de ver la casa de Elrond el Medio Elfo y respirar el aire de aquel valle profundo donde mucha Hermosa Gente vivía todavía en paz.

 

Una tarde de verano, una asombrosa noticia llegó a
La Mata de Hiedra y El Dragón Verde.
Los gigantes y los otros portentos de los límites de la Comarca quedaron relegados a segundo lugar. Había asuntos más importantes. ¡El señor Frodo vendía Bolsón Cerrado! ¡Ya lo había vendido a los Sacovilla-Bolsón! "Por una bagatela", decían algunos. "A precio de ocasión", decían otros, "y así será, si la señora Lobelia es la compradora". (Otho había muerto algunos años antes, a la madura aunque decepcionante edad de ciento dos años.)

La razón por la que el señor Frodo vendía su hermosa cueva se discutía todavía más que el precio. Unos pocos sostenían la teoría, apoyada por las indirectas e insinuaciones del mismo señor Bolsón, de que el dinero se le estaba agotando a Frodo. Abandonaría Hobbiton y viviría en Los Gamos de manera sencilla, entre sus parientes, los Brandigamo, con lo obtenido en la venta de Bolsón Cerrado. "Lo más lejos que pueda de los Sacovilla-Bolsón", agregaban algunos. Estaban tan convencidos de las riquezas inmensas de los Bolsón de Bolsón Cerrado que a la mayoría todo esto le parecía increíble. Mucho más difícil que cualquier otra razón o sinrazón que la imaginación pudiera inventar. Para muchos era un plan sombrío, inconfesable, de Gandalf, quien si bien se mantenía muy tranquilo, y no salía durante el día, era sabido que se "escondía en Bolsón Cerrado". Pero como quiera que el cambio se acomodase o no a los planes del hechicero, algo era indudable: Frodo volvía a Los Gamos.

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