La comunidad del anillo (7 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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—¿Todo? —dijo Gandalf—. ¿También el Anillo? Dijiste que se lo dejarías.

—Bueno... sí, supongo que sí —tartamudeó Bilbo. —¿Dónde está?

—Ya que quieres saberlo, en un sobre —dijo Bilbo con impaciencia—. Allí, sobre la repisa de la chimenea. Bueno, ¡no! ¡Lo tengo aquí, en el bolsillo! —Titubeó y murmuró entre dientes— ¿No es una tontería ahora? Después de todo, sí, ¿por qué no? ¿Por qué no dejarlo aquí?

Gandalf volvió a mirar a Bilbo muy duramente, con un fulgor en los ojos. —Creo, Bilbo —dijo con calma—, que yo lo dejaría. ¿No es lo que deseas?

—Sí y no. Ahora que tocamos el tema, te diré que me disgusta separarme de él. Y no sé por qué habría de hacerlo. Pero ¿qué pretendes? —preguntó Bilbo y la voz le cambió de un modo extraño. Hablaba ahora en un tono áspero, suspicaz y molesto—. Tú estás siempre fastidiándome con el Anillo y nunca con las otras cosas que traje del viaje.

—Tuve que fastidiarte —dijo Gandalf—. Quería conocer la verdad. Era importante. Los anillos mágicos son... bueno, mágicos; raros y curiosos. Estaba profesionalmente interesado en tu Anillo, puedes decir, y todavía lo estoy. Me gustaría saber por dónde anda, si te marchas de nuevo. Y también pienso que lo has tenido bastante. Ya no lo necesitarás, Bilbo, a menos que yo me equivoque.

Bilbo enrojeció y un resplandor colérico le encendió la mirada. El rostro bondadoso se le endureció de pronto. — ¿Por qué no? — gritó —. ¿Y qué te importa saber lo que hago con mis propias cosas? Es mío. Yo lo encontré. El vino a mí.

—Sí, sí —dijo Gandalf—; no hay por qué enojarse.

—Si me enojo es por tu culpa. Te vuelvo a repetir que es mío. Mío. Mi tesoro. Sí, mi tesoro.

La cara del mago seguía grave y atenta y sólo una luz vacilante en los ojos profundos mostraba que estaba asombrado, y aun alarmado.

—Alguien lo llamó así —dijo—, y no fuiste tú.

—Pero yo lo llamo así ahora. ¿Por qué no? Aunque una vez Gollum haya dicho lo mismo. Ya no es de él, sino mío y repito que lo conservaré.

Gandalf se puso de pie. Habló con severidad.

—Serás un tonto si lo haces, Bilbo — dijo —. Cada palabra que dices lo muestra más claramente. Tiene demasiado poder sobre ti. ¡Déjalo! Entonces podrás irte y serás libre.

—Iré adonde quiera y haré lo que me dé la gana —continuó Bilbo con obstinación.

—¡Ya, ya, mi querido hobbit! —dijo Gandalf —. Durante toda tu larga vida hemos sido amigos y algo me debes. ¡Vamos! Haz lo que prometiste, déjalo.

—¡Bueno, si tú quieres mi Anillo, dilo! —gritó Bilbo—. Pero no lo tendrás. No entregaré mi tesoro, te lo advierto.

La mano del hobbit se movió con rapidez hacia la empuñadura de la pequeña espada.

Los ojos de Gandalf relampaguearon. —Pronto me llegará el momento de enojarme —dijo—. Atrévete a repetirlo y verás al descubierto a Gandalf el Gris.

Gandalf dio un paso hacia el hobbit y pareció agrandarse, amenazante, y su sombra llenó la habitación.

Bilbo retrocedió hacia la pared, respirando agitadamente, la mano apretada sobre el bolsillo. Se enfrentaron un momento, observándose mutuamente y el aire vibró en el cuarto. Los ojos de Gandalf se quedaron clavados en el hobbit. Bilbo aflojó poco a poco las manos y se echó a temblar.

—No me lo explico, Gandalf —dijo—. Nunca te había visto así antes. ¿Qué ocurre? Es mío, ¿no es verdad? Yo lo encontré y Gollum me habría matado si no lo hubiera tenido conmigo. No soy un ladrón, diga lo que diga.

—Nunca te llamé ladrón —respondió Gandalf—, y yo tampoco lo soy. No estoy tratando de robarte, sino de ayudarte. Sería bueno que confiaras en mí, como hasta ahora.

Se volvió, y la sombra se esfumó en el aire. Gandalf pareció achicarse hasta ser de nuevo un viejo gris, encorvado e inquieto.

Bilbo se restregó los ojos. —Lo lamento, pero me siento muy raro y sin embargo sería un alivio, en cierto modo, no tener que preocuparme más. Me ha obsesionado en los últimos tiempos. A veces me parecía un ojo que me miraba. Siempre tenía ganas de ponérmelo y desaparecer, ¿sabes?, y luego quería sacármelo, temiendo que fuera peligroso. Traté de guardarlo bajo llave, pero me di cuenta de que no podía descansar si no lo tenía en el bolsillo. No sé por qué. Y no me siento capaz de decidirme.

—Entonces confía en mí —dijo Gandalf —. Ya está todo resuelto. Vete y déjalo. Renuncia a tenerlo y dáselo a Frodo, a quien yo cuidaré.

Bilbo se quedó un momento tenso e indeciso. Al fin suspiró y dijo con esfuerzo: —Bien, lo haré. —Se encogió de hombros y sonrió tristemente. — Al fin y al cabo, para esto se hizo la fiesta: para regalar muchas cosas y en cierto modo para que no me costara tanto dejar también el Anillo. No fue cosa fácil al final, pero sería una lástima desperdiciar tantos preparativos. Arruinar la broma.

—En efecto —respondió Gandalf—. Suprimiría el único motivo que siempre le vi al asunto.

—Muy bien —dijo Bilbo—, se lo dejaré a Frodo con todo lo demás. —Tomó aliento. — Y ahora tengo que partir, o alguien me pescará. Ya he dicho adiós y no podría empezar otra vez. —Recogió la maleta y fue hacia la puerta.

—Todavía tienes el Anillo —dijo el mago.

—¡Sí, lo tengo! —gritó Bilbo—. Y mi testamento y todos los otros documentos también. Es mejor que los tomes tú y los entregues en mi nombre. Será lo más seguro.

—No, no me des el Anillo —dijo Gandalf—. Ponlo sobre la repisa de la chimenea. Estará seguro allí hasta que llegue Frodo; yo lo esperaré.

Bilbo sacó el sobre y justo en el momento en que lo colocaba junto al reloj, le tembló la mano y el paquete cayó al suelo. Antes que pudiera levantarlo, el mago se agachó, lo recogió y lo puso en su lugar. Un espasmo de rabia cruzó fugazmente otra vez por la cara del hobbit y casi en seguida se transformó en un gesto de alivio y en una risa.

—Bien, ya está —comentó—. Ahora sí, ¡me voy!

Pasaron al vestíbulo. Bilbo tomó su bastón favorito y silbó. Tres enanos vinieron de tres distintas habitaciones.

—¿Está todo listo? —preguntó Bilbo—. ¿Todo embalado y rotulado?

—Todo —contestaron.

—¡Entonces, en marcha! —Y caminó hacia la puerta del frente. Era una noche magnífica y se veía el cielo oscuro salpicado de estrellas. Bilbo miró, olfateando el aire.

—¡Qué alegría! ¡Qué alegría estar nuevamente en camino con los enanos! ¡Años y años estuve esperando este momento! ¡Adiós! —dijo mirando a su viejo hogar e inclinándose delante de la puerta—. ¡Adiós, Gandalf!

—Adiós por ahora, Bilbo. ¡Ten cuidado! Eres bastante viejo y quizá bastante sabio.

—¡Tener cuidado! No me importa. ¡No te preocupes por mí! Me siento más feliz que nunca, lo que es mucho decir. Pero la hora ha llegado. Al fin me voy.

En seguida, en voz baja, como para sí mismo, se puso a cantar en la oscuridad:

El camino sigue y sigue

desde la puerta.

El camino ha ido muy lejos,

y si es posible he de seguirlo

recorriéndole con pie decidido

hasta llegar a un camino más ancho

donde se encuentran senderos y cursos.

¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo.

Bilbo se detuvo en silencio, un momento. Luego, sin pronunciar una palabra, se alejó de las luces y voces de los campos y tiendas, y seguido por sus tres compañeros dio una vuelta al jardín y bajó trotando la larga pendiente. Saltó un cerco bajo y fue hacia los prados, internándose en la noche como un susurro de viento entre las briznas.

Gandalf se quedó un momento mirando cómo desaparecía en la oscuridad. —Adiós, mi querido Bilbo, hasta nuestro próximo encuentro —dijo dulcemente, y entró en la casa,

 

Frodo llegó poco después y encontró a Gandalf sentado en la penumbra y absorto en sus pensamientos.

—¿Se fue? —le preguntó.

—Sí —respondió Gandalf—, al fin se fue.

—Deseaba, es decir, esperaba hasta esta tarde que todo fuese una broma —dijo Frodo—. Pero el corazón me decía que era verdad. Siempre bromeaba sobre cosas serias. Lamento no haber venido antes para verlo partir.

—Bueno, creo que al fin prefirió irse sin alboroto —dijo Gandalf No te preocupes tanto. Se encontrará bien, ahora. Dejó un paquete para ti. ¡Ahí está!

Frodo tomó el sobre de la repisa, le echó una mirada, pero no lo abrió. —Creo que adentro encontrarás el testamento y todos los otros papeles —dijo el mago—. Tú eres ahora el amo de Bolsón Cerrado. Supongo que encontrarás también un Anillo de oro.

—¡El Anillo! —exclamó Frodo—. ¿Me ha dejado el Anillo? Me pregunto por qué. Bueno, quizá me sirva de algo.

—Sí y no —dijo Gandalf —. En tu lugar, yo no lo usaría. Pero guárdalo en secreto ¡y en sitio seguro! Bien, me voy a la cama.

 

Como amo de Bolsón Cerrado, Frodo sintió que era su penoso deber despedir a los huéspedes. Rumores sobre extraños acontecimientos se habían diseminado por el campo. Frodo nada dijo, pero
sin duda todo se aclararía por la mañana.
Alrededor de medianoche comenzaron a llegar los carruajes de la gente importante y así fueron desapareciendo, uno a uno, cargados con hobbits hartos pero insatisfechos. Al fin se llamó a los jardineros, que trasladaron en carretillas a quienes habían quedado rezagados.

La noche pasó lentamente. Salió el sol. Los hobbits se levantaron bastante tarde y la mañana prosiguió. Se solicitó el concurso de gente, que recibió orden de despejar los pabellones y quitar mesas, sillas, cucharas, cuchillos, botellas, platos, linternas, macetas de arbustos en flor, migajas, papeles, carteras, pañuelos y guantes olvidados, y alimentos no consumidos, que eran muy pocos. Luego llegó una serie de personas no solicitadas, los Bolsón, Boffin, Bolger, Tuk y otros huéspedes que vivían o andaban cerca. Hacia el mediodía, cuando hasta los más comilones ya estaban de regreso, había en Bolsón Cerrado una gran multitud, no invitada, pero no inesperada.

Frodo los esperaba en la escalera, sonriendo, aunque con aire fatigado y preocupado. Saludó a todos, pero no les pudo dar más explicaciones que en la víspera. Respondía a todas las preguntas del mismo modo:

—El señor Bilbo Bolsón se ha ido; creo que para siempre.

Invitó a algunos de los visitantes a entrar en la casa, pues Bilbo había dejado "mensajes" para ellos.

Dentro del vestíbulo había apilada una gran cantidad de paquetes, bultos y mueblecitos. Cada uno de ellos tenía una etiqueta. Había varias de este tipo:

Para Adelardo Tuk, de veras para
él, estaba escrito sobre una sombrilla. Adelardo se había llevado muchos paquetes sin etiqueta.

Para Dora Bolsón, en recuerdo de una larga correspondencia, con el cariño de Bilbo
, en una gran canasta de papeles. Dora era la hermana de Drogo y la sobreviviente más anciana, emparentado con Bilbo y Frodo; tenía noventa y nueve años y había escrito resmas de buenos consejos durante más de medio siglo.

Para Milo Madriguera, deseando que le sea útil, de B. B.
, en una pluma de oro y una botella de tinta. Milo nunca contestaba las cartas.

Para uso de Angélica, del tío Bilbo
, en un espejo convexo y redondo. Era una joven Bolsón que evidentemente se creía bonita.

Para la colección de Hugo Ciñatiesa, de un contribuyente
, en una biblioteca (vacía). Hugo solía pedir libros prestados y la mayoría de las veces no los devolvía.

Para Lobelia Sacovilla-Bolsón, como regalo
, en una caja de cucharas de plata. Bilbo creía que Lobelia se había apoderado de una buena cantidad de las cucharas de Bilbo mientras él estaba ausente, en el viaje anterior. Lobelia lo sabía muy bien. Entendió en seguida la ironía, pero aceptó las cucharas.

 

Esto es sólo una pequeña muestra del conjunto de regalos. Durante el curso de su larga vida, la residencia de Bilbo se había ido atestando de cosas. El desorden era bastante común en las cuevas de los hobbits y esto venía sobre todo de la costumbre de hacerse tantos regalos de cumpleaños. Por supuesto, los regalos no eran siempre nuevos; había uno o dos viejos
mathoms
de uso olvidado que habían circulado por todo el distrito, pero Bilbo tenía el hábito de obsequiar regalos nuevos y de guardar los que recibía. El viejo agujero estaba ahora desocupándose un poco.

Los regalos de despedida tenían todos la correspondiente etiqueta que el mismo Bilbo había escrito, y en varias aparecían agudezas o bromas. Pero, naturalmente, la mayoría de las cosas estaban destinadas a quienes las necesitaban y fueron recibidas con agrado. Tal fue el caso de los más pobres, especialmente los vecinos de Bolsón de Tirada. El Tío Gamyi recibió dos bolsas de patatas, una nueva azada, un chaleco de lana y una botella de ungüento para sus crujientes articulaciones. El viejo Rory Brandigamo, como recompensa por tanta hospitalidad, recibió una docena de botellas de Viejos Viñedos, un fuerte vino rojo de la Cuaderna del Sur, bastante anejo, pues había sido puesto a estacionar por el padre de Bilbo. Rory perdonó a Bilbo y luego de la primera botella lo proclamó un gran hobbit.

A Frodo le dejó muchísimas cosas y, por supuesto, los tesoros principales. También libros, cuadros y cantidad de muebles. No hubo rastros ni mención de joyas o dinero; no se regaló ni una cuenta de vidrio, ni una moneda.

 

Frodo tuvo una tarde difícil; el falso rumor de que todos los bienes de la casa estaban distribuyéndose gratis se propaló como un relámpago; pronto el lugar se llenó de gente que no tenía nada que hacer allí, pero a la que no se podía mantener alejada. Las etiquetas se rompieron y mezclaron, y estallaron disputas; algunos intentaron hacer trueques y negocios en el salón y otros trataron de huir con objetos de menor cuantía, que no les correspondían, o con todo lo que no era solicitado o no estaba vigilado. El camino hacia la puerta se encontraba bloqueado por carros de mano y carretillas.

Los Sacovilla-Bolsón llegaron en mitad de la conmoción. Frodo se había retirado por un momento, dejando a su amigo Merry Brandigamo al cuidado de las cosas. Cuando Otho requirió en voz alta la presencia de Frodo, Merry se inclinó cortésmente. —Está indispuesto —dijo—. Está descansando.

—Escondiéndose, querrás decir —respondió Lobelia—. De cualquier modo queremos verlo y lo exigimos. ¡Ve y díselo!

Merry los dejó en el salón por un tiempo y los Sacovilla-Bolsón descubrieron entonces las cucharas. Esto no les mejoró el humor. Por último fueron conducidos al escritorio. Frodo estaba sentado a una mesa frente a un montón de papeles. Parecía indispuesto (de ver a
los
Sacovilla-Bolsón, en todo caso). Se levantó jugueteando con algo que tenía en el bolsillo y les habló con mucha cortesía.

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