La comunidad del anillo (16 page)

Read La comunidad del anillo Online

Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
8.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Es una comida pobre —dijeron los elfos a los hobbits—, pues estamos acampando en los bosques, lejos de nuestras casas. Allá en nuestros hogares os hubiésemos tratado mejor.

—A mí me parece un banquete de cumpleaños —dijo Frodo.

Pippin apenas recordó después lo que había comido y bebido, pues se pasó la noche mirando la luz que irradiaban las caras de los elfos y escuchando aquellas voces tan variadas y hermosas; todo había sido como un sueño. Pero recordaba que había habido pan, más sabroso que una buena hogaza blanca para un muerto de hambre, y frutas tan dulces como bayas silvestres y más perfumadas que las frutas cultivadas de las huertas y había tomado una bebida fragante, fresca como una fuente clara, dorada como una tarde de verano.

Sam nunca pudo describir con palabras y ni siquiera volver a imaginar lo que había pensado y sentido aquella noche, aunque se le grabó en la memoria como uno de los episodios más importantes de su vida. Lo más que pudo decir fue: —Bien, señor, si pudiese cultivar esas manzanas, me consideraría entonces un jardinero. Pero lo que más profundamente me conmovió el corazón fueron las canciones, si usted me entiende.

Frodo comió, bebió y habló animadamente, pero prestó atención sobre todo a las palabras de los demás. Conocía algo de la lengua de los elfos y escuchaba ávidamente. De vez en cuando hablaba y agradecía en élfico. Los elfos sonreían y le decían riéndose: —¡Una joya entre los hobbits!

Al poco tiempo Pippin se durmió y lo alzaron y llevaron a una enramada bajo los árboles; allí durmió el resto de la noche en un lecho blando. Sam no quiso abandonar a su señor. Cuando Pippin se fue, se acercó y se acurrucó a los pies de Frodo y allí cabeceó un rato y al fin cerró los ojos. Frodo se quedó largo tiempo despierto, hablando con Gildor.

 

Hablaron de muchas cosas, viejas y nuevas y Frodo interrogó repetidamente a Gildor acerca de lo que ocurría en el ancho mundo, fuera de la Comarca. Las noticias eran en su mayoría tristes y ominosas: las tinieblas crecientes, las guerras de los hombres y la huida de los elfos. Al fin Frodo hizo la pregunta que más le tocaba el corazón:

—Dime, Gildor, ¿has visto a Bilbo después que se fue?

Gildor sonrió. —Sí —dijo—, dos veces. Se despidió de nosotros en este mismo sitio. Pero lo vi otra vez, lejos de aquí.

Gildor no quiso decir nada más acerca de Bilbo, y Frodo calló.

—No preguntas ni dices mucho de lo que a ti concierne, Frodo —dijo Gildor—. Pero sé ya un poco y puedo leer más en tu cara y en el pensamiento que dicta tus preguntas. Dejas la Comarca y todavía no sabes si encontrarás lo que buscas, si cumplirás tu cometido, o si un día volverás. ¿No es así?

—Así es —dijo Frodo—; pero pensaba que mi partida era un secreto que sólo Gandalf y mi fiel Sam conocían. —Miró a Sam que roncaba apaciblemente.

—En lo que toca a nosotros, el secreto no llegará al enemigo —dijo Gildor.

—¿El enemigo? —dijo Frodo—. ¿Entonces sabes por qué dejo la Comarca?

—No sé por qué te persigue el enemigo —respondió Gildor—, pero veo que es así... aunque me parezca muy extraño. Y te prevengo que el peligro está ahora delante y detrás de ti, y a cada lado.

—¿Te refieres a los Jinetes? Temí que fueran sirvientes del enemigo. ¿Quiénes son los Jinetes Negros?

—¿Gandalf no te ha dicho nada?

—Nada sobre tales criaturas.

—Entonces creo que no soy quien deba decirte más, pues el temor podría impedir tu viaje. Porque creo que has partido justo a tiempo, si todavía hay tiempo. Ahora tienes que apresurarte, no demorarte ni volver atrás, pues ya no hay protección para ti en la Comarca.

—No puedo imaginar una información más aterradora que tus insinuaciones y advertencias —exclamó Frodo—. Sabía que el peligro acechaba, por supuesto, pero no esperaba encontrarlo tan pronto, en nuestra propia Comarca. ¿Es que un hobbit no puede pasearse tranquilamente desde El Agua al Río?

—No es tu propia Comarca —dijo Gildor—. Otros moraron aquí antes que los hobbits existieran, y otros morarán cuando los hobbits ya no existan. Todo a vuestro alrededor se extiende el ancho mundo. Podéis encerraras, pero no lo mantendréis siempre afuera.

—Lo sé, y sin embargo nunca dejó de parecerme un sitio tan seguro y familiar. ¿Qué puedo hacer? Mi plan era abandonar la Comarca en secreto, camino de Rivendel, pero ya me siguen los pasos, aún antes de llegar a Los Gamos.

—Creo que tendrías que seguir ese plan —dijo Gildor—. No pienso que el camino sea muy difícil para tu coraje, pero si deseas consejos más claros tendrías que pedírselos a Gandalf. No conozco el motivo de tu huida y por eso mismo no sé de qué medios se valdrán tus perseguidores para atacarte. Gandalf lo sabrá, sin duda. Supongo que lo verás antes de dejar la Comarca.

—Así lo espero, pero esto es otra cosa que me inquieta. He esperado a Gandalf muchos días; tendría que haber llegado a Hobbiton hace dos noches cuando mucho, pero no apareció. Ahora me pregunto qué habrá ocurrido. ¿Crees necesario que lo espere?

Gildor guardó silencio un rato y al fin dijo:

—No me gustan estas noticias. El retraso de Gandalf no presagia nada bueno. Pero está dicho: "No te entremetas en asuntos de magos, pues son astutos y de cólera fácil." Te corresponde a ti decidir: sigue o espéralo.

—Y también se ha dicho —respondió Frodo—: "No pidas consejo a los elfos, pues te dirán al mismo tiempo que sí y que no."

—¿De veras? —rió Gildor—. Raras veces los elfos dan consejos indiscretos, pues un consejo es un regalo muy peligroso, aun del sabio al sabio, ya que todos los rumbos pueden terminar mal. ¿Qué pretendes? No me has dicho todo lo que a ti respecta; entonces, ¿cómo podría elegir mejor que tú? Pero si me pides consejo te lo daré por amistad. Pienso que debieras partir inmediatamente, sin dilación y si Gandalf no aparece antes de tu partida, permíteme también aconsejarte que no vayas solo. Lleva contigo amigos de confianza y de buena voluntad. Tendrías que agradecérmelo, pues no te doy este consejo de muy buena gana. Los elfos tienen sus propios trabajos y sus propias penas y no se entremeten en los asuntos de los hobbits o de cualquier otra criatura terrestre. Nuestros caminos rara vez se cruzan con los de ellos, por casualidad o a propósito; quizás este encuentro no sea del todo casual, pero el propósito no me parece claro y temo decir demasiado.

—Te estoy profundamente agradecido —dijo Frodo—. Pero me gustaría que me dijeras con claridad qué son los Jinetes Negros. Si sigo tu consejo, no he de ver a Gandalf durante mucho tiempo y tendría que conocer cuál es el peligro que me persigue.

—¿No es bastante saber que son siervos del enemigo? —respondió Gildor—. ¡Escapa de ellos! ¡No les hables! Son mortíferos. No me preguntes más. Mi corazón me anuncia que antes del fin, tú, Frodo, hijo de Drogo, sabrás más de estas cosas terribles que Gildor Inglorion. ¡Que Elbereth te proteja!

—¿Dónde encontraré coraje? —preguntó Frodo—. Es lo que más necesito.

—El coraje se encuentra en sitios insólitos —dijo Gildor—. Ten fe. ¡Duerme ahora! En la mañana nos habremos ido, pero te enviaremos nuestros mensajes a través de las tierras. Las Compañías Errantes sabrán de tu viaje y aquellos que tienen poder para el bien estarán atentos. ¡Te nombro amigo de los elfos y que las estrellas brillen para ti hasta el fin del camino! Pocas veces nos hemos sentido tan cómodos con gente extraña; es muy agradable oír palabras del idioma antiguo en labios de otros peregrinos del mundo.

Frodo sintió que el sueño se apoderaba de él, aún antes que Gildor terminara de hablar.

—Dormiré ahora —dijo y el elfo lo llevó junto a Pippin; y allí Frodo se echó sobre una cama y durmió sin sueños toda la noche.

4

Un atajo hacía los hongos

A la mañana siguiente Frodo despertó renovado. Estaba acostado bajo una enramada; las ramas de un árbol bajaban entrelazadas hasta el suelo. La cama era de helecho y musgo, suave, profunda y extrañamente fragante. El sol refulgía entre las hojas temblorosas, todavía verdes. Frodo se levantó de un salto y salió.

Sam estaba sentado en la hierba, cerca del linde del bosque. Pippin, de pie, estudiaba el cielo y el tiempo. No había señales de los elfos.

—Nos han dejado fruta, bebidas y pan —dijo Pippin—. Ven a desayunar. El pan es casi tan bueno como anoche. Yo no quería dejarte nada, pero Sam insistió.

Frodo se sentó junto a Sam y empezó a comer.

—¿Cuál es el plan de hoy? —preguntó Pippin.

—Caminar hacia Los Gamos tan rápido como sea posible —respondió Frodo, volviendo su atención a la comida.

—¿Crees que volveremos a ver a alguno de los Jinetes? —pregunté Pippin alegremente.

Al sol de la mañana, la posibilidad de encontrarse con todo un escuadrón de Jinetes no le parecía muy alarmante.

—Sí, quizá —respondió Frodo, no muy a gusto con el recuerdo—. Espero cruzar el río sin que nos vean.

—¿Descubriste algo sobre ellos por lo que te dijo Gildor? —No mucho, sólo insinuaciones y adivinanzas —dijo Frodo evasivamente.

—¿Le preguntaste por el olfateo?

—No lo discutimos —dijo Frodo, con la boca llena.

—Tendrías que haberlo hecho; estoy seguro de que es muy importante.

—Y yo estoy seguro de que Gildor se hubiera negado a explicármelo —dijo Frodo, bruscamente ahora—. ¡Déjame en paz! No tengo ganas de responder a una sarta de preguntas mientras estoy comiendo. Quiero pensar.

—¡Cielos! —exclamó Pippin—. ¿Durante el desayuno?

Se alejo hacia el borde del prado. La mañana brillante, traidoramente brillante, según Frodo, no había desvanecido el temor de que lo persiguieran, y pensaba ahora en las palabras de Gildor. Oyó la alegre voz de Pippin, que corría por la hierba, cantando.

"No, no podría", se dijo. "Una cosa es llevar a mis jóvenes amigos a recorrer la Comarca hasta sentirnos muertos de hambre y cansancio y añorar la comida y la cama, y otra cosa es llevarlos al exilio donde el hambre y el cansancio no tienen remedio. La herencia es sólo mía. Ni siquiera creo que deba llevar a Sam."

Miró a Sam Gamyi y descubrió que él estaba observándolo.

—Bien, Sam —le dijo—, ¿qué sucede? Abandonaré la Comarca tan pronto como pueda. He decidido no esperar ni siquiera un día en Cricava, si puedo evitarlo.

—¡Bien, señor!

—¿Todavía piensas venir conmigo?

—Sí.

—Será muy peligroso, Sam. Ya es peligroso. Quizá no volvamos, ninguno de nosotros.

—Si usted no vuelve, señor, es verdad que yo tampoco volveré —replicó Sam—.
¡No lo abandones!
, me dijeron.
¡Abandonarlo! Ni siquiera lo pienso. Iré con él, aunque suba a la luna; y si alguno de esos Jinetes Negros trata de detenerlo, tendrá que vérselas con Sam Gamyi
, dije. Ellos se echaron a reír.

—¿Quiénes son
ellos?
¿Y de qué hablas?

—Los elfos, señor. Tuvimos una conversación anoche. Parecían saber que usted se iba y no vi la necesidad de negarlo. ¡Maravilloso pueblo los elfos, señor! ¡Maravilloso!

—Así es —dijo Frodo—. ¿Te siguen gustando, ahora que los viste más de cerca?

—A decir verdad , parecen estar por encima de mis simpatías o antipatías —respondió Sam lentamente—. Lo que yo pienso no importa mucho. Son bastante diferentes de lo que yo esperaba; tan jóvenes y viejos, tan alegres y tristes, si puede decirse así.

Frodo lo miró bastante confundido, como esperando ver algún signo exterior del extraño cambio que se había producido en Sam. La voz no era la del Sam Gamyi que él creía conocer. No obstante, seguía siendo el de antes, Sam Gamyi, allí sentado, pero tenía una expresión pensativa, lo que en él era insólito.

—¿Sientes aún la necesidad de abandonar la Comarca, ahora que cumpliste tu deseo de ver a los elfos? —le preguntó.

—Sí, señor; no sé cómo decirlo, pero después de anoche me siento diferente. Me parece ver el futuro, en cierto modo. Sé que recorreremos un largo camino hacia la oscuridad; pero también sé que no puedo volverme. No es que quiera ver elfos ahora, o dragones, o montañas... lo que quiero no lo sé exactamente, pero tengo que hacer algo antes del fin, y está ahí adelante, no en la Comarca. Tengo que buscarlo señor, si usted me entiende.

—No del todo, pero entiendo que Gandalf me eligió un buen compañero. Estoy contento. Iremos juntos.

Frodo terminó de desayunar en silencio. Poniéndose de pie, miró en derredor y llamó a Pippin.

—¿Todo listo? Hay que partir en seguida. Dormimos hasta tarde y todavía nos falta un buen trecho.

—Tú dormiste hasta tarde, querrás decir —replicó Pippin—. Me levanté mucho antes que tú y lo único que esperábamos era que terminaras de comer y de pensar.

—Ya he terminado ambas cosas y alcanzaré Balsadera de Gamoburgo tan rápido como sea posible. No haremos ningún rodeo, es decir, no volveré al camino que dejamos anoche; cortaré a través del campo.

—Entonces volarás —dijo Pippin—. No podrás cortar camino a pie por estos campos.

—De cualquier modo el trayecto será más corto —respondió Frodo—. Balsadera está al sudeste de Casa del Bosque, pero el camino tuerce hacia la izquierda; puedes ver allí una parte que va hacia el norte. Bordea a Marjala por el extremo norte y se une a la calzada del puente en Cepeda. Se desvía muchas millas. Podríamos ahorrarnos un cuarto de camino si trazásemos una línea recta de aquí a Balsadera.

—Los atajos cortos traen retrasos largos
—arguyó Pippin—. El campo es escabroso por aquí y hay pantanos y toda clase de dificultades en Marjala. Conozco la región. Y si lo que te preocupa son los Jinetes Negros, no creo que sea mejor encontrarlos en un bosque o en el campo que en el camino.

—Es más difícil encontrar gente en bosques y campos —respondió Frodo—. Y si se supone que estás en el camino, es posible que te busquen allí y no fuera.

—Muy bien —dijo Pippin—, te seguiré por pantanos y zanjas. ¡Será muy duro! Había descontado que llegaríamos a
La Perca Dorada, en
Cepeda, antes de la caída del sol. La mejor cerveza de la Cuaderna del Este, o así era antes. Hace tiempo que no la pruebo.

—¡He aquí la razón! — dijo Frodo —. Los atajos cortos traen retrasos largos; pero las posadas los alargan todavía más. Te mantendremos alejado de
La Perca Dorada
, a toda costa. Tenemos que llegar a Balsadera antes que anochezca. ¿Qué te parece, Sam?

—Iré con usted, señor Frodo —dijo Sam, a pesar de sus dudas y de lamentar profundamente perder la mejor cerveza de la Cuaderna del Este.

Other books

Four Horses For Tishtry by Chelsea Quinn Yarbro
Rebeca by Daphne du Maurier
Angelic Pathways by Chantel Lysette
What of Terry Conniston? by Brian Garfield
Whispers by Whispers
Red Moon Rising by Peter Moore
The Agent by Brock E. Deskins
The Terror Factory by Trevor Aaronson
What Might Have Been by Dunn, Matt