La comunidad del anillo (13 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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—Sí, me mudaré este otoño —decía—. Merry Brandigamo me está buscando una pequeña pero hermosa cueva, o quizás una casita.

En realidad, Frodo había elegido y comprado con la ayuda de Merry una casita en Cricava más allá de Gamoburgo. Para todos, excepto Sam, Frodo simuló que se establecería allí permanentemente. La decisión de partir hacia el este le sugirió tal idea, pues Los Gamos se encontraba en el límite oriental de la Comarca y como había pasado allí la niñez, el regreso podía parecer verosímil.

Gandalf permaneció en la Comarca dos meses más. Luego, una tarde, a fines de junio, casi en seguida de que el plan de Frodo quedara establecido de modo definitivo, anunció que partía a la mañana siguiente.

—Sólo por un corto período, espero —dijo—. Iré más allá de la frontera sur para recoger algunas noticias, si es posible. He estado sin hacer nada demasiado tiempo.

Hablaba en un tono ligero, pero a Frodo le pareció que estaba preocupado. —¿Alguna novedad? —preguntó.

—No. Pero he oído algo que me inquieta y que es imprescindible investigar. Si creo necesario que partas inmediatamente, volveré en seguida, o al menos te enviaré un mensaje. Mientras tanto no te desvíes del plan, pero sé más cuidadoso que nunca, sobre todo con el Anillo. Permíteme que insista:
¡No lo uses!

Gandalf partió al amanecer.

—Volveré un día de éstos —dijo—. Como máximo estaré de vuelta para la fiesta de despedida. Después de todo, quizá necesites que te acompañe.

Al principio, Frodo estuvo muy preocupado y pensaba a menudo en lo que Gandalf podía haber oído; pero al fin se tranquilizó y cuando llegó el buen tiempo olvidó del todo el problema. Pocas veces se había visto en la Comarca un verano más hermoso y un otoño más opulento; los árboles estaban cargados con manzanas, la miel rebosaba en los panales y el grano estaba alto y henchido.

Muy entrado el otoño, la suerte de Gandalf comenzó a inquietar de nuevo a Frodo. Terminaba septiembre y no había noticias del mago. El cumpleaños y la mudanza se acercaban y no había aparecido ni había enviado ningún mensaje. Comenzó el ajetreo en Bolsón Cerrado. Algunos amigos de Frodo llegaron para ayudarlo a embalar: allí estaban Fredegar Bolger, Folco Boffin y los más íntimos: Pippin Tuk y Merry Brandigamo. Entre todos dieron vuelta a la casa.

El veinte de septiembre, dos vehículos cubiertos partieron cargados hacia Los Gamos, a través del Puente del Brandivino, llevando al nuevo hogar los enseres y muebles que Frodo no había vendido. Al día siguiente Frodo estaba realmente inquieto y clavaba los ojos afuera esperando a Gandalf. La mañana del jueves, día de su cumpleaños, amaneció tan clara y brillante como aquella otra, de hacía mucho tiempo, en ocasión de la fiesta de Bilbo. Gandalf no había aparecido aún. En la tarde Frodo dio su fiesta de despedida: una cena muy pequeña, para él y sus cuatro ayudantes, pero estaba preocupado y con poco ánimo para esas cosas. El pensamiento de que pronto tendría que separarse de sus jóvenes amigos le pesaba en el corazón. Se preguntaba cómo lo diría.

Los cuatro jóvenes hobbits estaban muy animados, sin embargo, y la reunión pronto se hizo muy alegre, a pesar de la ausencia de Gandalf. El comedor parecía vacío; tenía sólo una mesa y sillas; pero la comida era buena y el vino excelente. El vino de Frodo no se había incluido en la venta a los Sacovilla-Bolsón.

—Suceda lo que suceda con el resto de mis cosas, cuando los Sacovilla-Bolsón las tomen entre sus garras yo ya habré encontrado un buen destino para esto —dijo Frodo mientras vaciaba el vaso. Era la última gota de los viejos viñedos. Luego de haber cantado muchas canciones y hablado de muchas cosas que habían hecho juntos, brindaron por el cumpleaños de Bilbo y bebieron junto con Frodo a la salud de todos, como era costumbre de Frodo. Luego salieron a respirar un poco de aire, echaron una mirada a las estrellas y se fueron a dormir. Con esto terminó la fiesta de Frodo, y Gandalf no había llegado.

 

A la mañana siguiente continuaron atareados cargando otro carro con el resto del equipaje. Merry se ocupó de todo esto, y junto con el Gordo (Fredegar Bolger) marcharon hacia el nuevo domicilio de Frodo.

—Alguien tiene que ir allí, Frodo, y entibiar la casa antes que llegues — dijo Merry—. Te veré luego, pasado mañana, si no te quedas dormido en el camino.

Folco volvió a su casa después del almuerzo, pero Pippin se quedó atrás. Frodo estaba inquieto, ansioso, aguardando en vano a Gandalf. Decidió esperar hasta la caída de la noche. Luego, si Gandalf lo necesitaba urgentemente, podría ir a Cricava y hasta quizá llegara antes que él. Frodo iría a pie; el plan, por placer, tanto como por cualquier otra razón, era caminar cómodamente desde Hobbiton hasta Balsadera en Gamoburgo y echar una última mirada a la Comarca.

—Tengo que entrenarme un poco —dijo, mirándose en un espejo polvoriento del vestíbulo casi vacío. No hacía caminatas largas desde mucho tiempo atrás y la imagen, opinó, no daba una impresión de vigor.

Después del almuerzo, aparecieron los Sacovilla-Bolsón, Lobelia y su hijo Lotho, el
pelirrojo.
Frodo se sintió bastante molesto.

—¡Nuestra al fin! —exclamó Lobelia, al tiempo que entraba.

No era ni cortés ni estrictamente verdadero, pues la venta de Bolsón Cerrado no se realizó hasta la medianoche. Pero se podía perdonar a Lobelia; se había visto obligada a esperar setenta y siete años a que Bolsón Cerrado fuese suyo y ahora tenía cien años. De cualquier modo, había vuelto para cuidar que no faltase nada de lo que había comprado y quería las llaves. Llevó largo rato satisfacerla, pues había traído un inventario completo que verificó punto por punto. Al fin partió con Lotho, la llave de repuesto y la promesa de que podría recoger la otra llave en la casa de Gamyi, en Bolsón de Tirada. Resopló, mostrando claramente que suponía a los Gamyi capaces de meterse de noche en la cueva. Frodo ni siquiera le ofreció una taza de té.

Tomó su propio té en la cocina con Pippin y Sam Gamyi. Se había anunciado oficialmente que Sam iría a Los Gamos "a ayudar al señor Frodo y cuidar el jardincito". Un arreglo que el Tío apoyó, aunque no lo consoló de la perspectiva de tener a Lobelia como vecina.

—¡Nuestra última comida en Bolsón Cerrado! —exclamó Frodo, retirando la silla.

Dejaron a Lobelia el lavado de los platos. Pippin y Sam ataron los tres fardos y los apilaron en el vestíbulo; luego Pippin salió a dar una última vuelta por el jardín. Sam desapareció.

 

El sol se puso; Bolsón Cerrado parecía triste, melancólico, desmantelado. Frodo vagaba por las habitaciones familiares y vio la luz del crepúsculo que se borraba en las paredes y las sombras que trepaban por los rincones. Adentro oscureció lentamente. Salió de la habitación, descendió hacia la puerta que estaba en el extremo del sendero y anduvo un trecho por el camino de la colina. Tenía cierta esperanza de ver a Gandalf subiendo a grandes zancadas en el crepúsculo.

El cielo estaba claro y las estrellas brillaban cada vez más.

—Será una hermosa noche —dijo en voz alta—. Buen comienzo. Tengo ganas de echar a caminar. No puedo seguir esperando. Partiré y Gandalf tendrá que seguirme.

Volvió sobre sus pasos y se detuvo al oír voces que venían de Bolsón de Tirada. Una voz era sin duda la del Tío, la otra era extraña y en cierto modo desagradable. No pudo entender lo que decía, pero oyó las respuestas del Tío, que eran estridentes. El anciano parecía irritado.

—No, el señor Bolsón se ha ido esta mañana y Sam se fue con él. Al menos todo lo que tenía ha desaparecido. Sí, vendió y se fue, le digo. ¿Por qué? El porqué no es asunto suyo ni mío. ¿Hacia dónde? No es un secreto; se mudó a Gamoburgo o a algún otro lugar así, allá lejos. Sí, es un buen camino. Nunca he llegado tan lejos; es para la gente de Los Gamos. No, no puedo darle ningún mensaje. ¡Buenas noches!

Los pasos descendieron la colina. Frodo se preguntó vagamente por qué el hecho de que no hubiera subido lo había aliviado tanto. "Estoy harto de preguntas y de la curiosidad de la gente sobre mis asuntos", pensó. "¡Qué preguntones son todos ellos!" Tuvo la idea de alcanzar al Tío y averiguar quién había sido el interlocutor, pero pensándolo mejor (o peor) se volvió y fue rápidamente hacia Bolsón Cerrado.

Pippin esperaba sentado sobre su fardo en el vestíbulo. Frodo atravesó la puerta oscura y llamó: —¡Sam! ¡Sam! ¡Ya es hora!

—¡Voy, señor! —se oyó la respuesta desde adentro, seguida por el mismo Sam que salió secándose la boca.

Había estado despidiéndose del barril de cerveza, en la bodega. —¿Todo listo, Sam? —preguntó Frodo.

—Sí, señor, tardaré poco ya.

Frodo cerró la puerta con llave y se la dio a Sam.

—¡Corre con ella a tu casa, Sam! — le dijo —. Luego corta a través de Tirada y encuéntranos tan pronto como puedas en la entrada del sendero, más allá de la pradera. No cruzaremos la villa esta noche; hay demasiados oídos y ojos atisbándonos.

Sam partió a toda prisa.

—Bueno, al fin nos vamos —dijo Frodo.

Cargaron los bultos sobre los hombros, tomaron los bastones y doblaron hacia el oeste de Bolsón Cerrado.

—¡Adiós! —dijo Frodo mirando el hueco oscuro y vacío de las ventanas. Agitó la mano y luego se volvió; y (como siguiendo a Bilbo) corrió detrás de Peregrin, sendero abajo. Saltaron por la parte menos elevada del cerco y fueron hacia los campos, entrando en la oscuridad como un susurro en la hierba.

 

Al pie de la colina, por la ladera del oeste, llegaron a la entrada del estrecho sendero. Se detuvieron y ajustaron las correas de los bultos; en ese momento apareció Sam, trotando de prisa y resoplando; llevaba la carga al hombro y se había puesto en la cabeza un deformado saco de fieltro que llamaba sombrero. En las tinieblas se parecía mucho a un enano.

—Estoy seguro de que me han dado el bulto más pesado —dijo Frodo—. Siempre compadecí a los caracoles y a todo bicho que lleve la casa a cuestas.

—Yo podría cargar mucho más, señor, mi fardo es muy liviano —mintió Sam resueltamente.

—No, Sam —dijo Pippin—. Le hace bien. Sólo lleva lo que nos ordenó empacar. Ha estado flojo últimamente. Sentirá menos la carga cuando camine un rato y pierda un poco de su propio peso.

—¡Sean amables con un pobre y viejo hobbit! —rió Frodo—. Estaré tan delgado como una vara de sauce antes de llegar a Los Gamos. Pero hablaba tonterías. Sospecho que has cargado demasiado, Sam; echaré un vistazo la próxima vez que empaquemos. —Tomó de nuevo el bastón.— Bueno, a todos nos gusta caminar en la oscuridad —dijo—. Nos alejaremos unas millas antes de dormir.

Durante un rato siguieron el sendero hacia el oeste. Luego doblaron a la izquierda, volviendo sigilosamente a los campos. Continuaron en fila bordeando setos y malezas, mientras la noche los envolvía en sombras. Cubiertos con mantos oscuros, eran tan invisibles como si todos tuviesen anillos mágicos. Como eran hobbits, y trataban de andar en silencio, no hacían ningún ruido que alguien pudiera oír, ni aun otros hobbits. Hasta las criaturas salvajes de los campos y los bosques apenas se daban cuenta de que pasaban.

Momentos más tarde cruzaron El Agua, al oeste de Hobbiton, por un angosto puente de tablas. El arroyo no era allí más que una serpenteante cinta negra, bordeada por inclinados alisos. Se encontraban ahora en las Tierras de Tuk y continuaron hacia el sur para llegar, una milla O dos más lejos, al camino principal de Cavada Grande, que llevaba a Delagua y al Puente Brandivino. Torciendo al sudeste, comenzaron a trepar por el País de la Colina Verde, al sur de Hobbiton. Pudieron ver las luces de la villa parpadeando en el agradable Valle del Agua. La escena desapareció pronto entre los pliegues del suelo oscurecido y entonces vieron Delagua, a orillas del lago gris. Cuando la luz de la última granja quedó muy atrás, asomando entre los árboles, Frodo se volvió y agitó la mano en señal de despedida.

—Me pregunto si volveré a ver ese valle otra vez —dijo con calma.

Después de tres horas descansaron. La noche era clara, fresca y estrellada, pero unas nubes de bruma ascendían por las faldas de la loma desde los arroyos y las praderas profundas. Unos abedules de follaje escaso, que la brisa movía allá arriba, eran como una trama negra contra el cielo pálido. Devoraron una cena frugal (para los hobbits) y continuaron la marcha. Pronto encontraron un camino muy angosto, que ascendía y descendía y se perdía luego agrisándose en la oscuridad; era el camino a casa del Bosque y Balsadera de Gamoburgo. Subía desde el camino principal de Valle del Agua y zigzagueaba por las laderas de las Colinas Verdes hacia Bosque Cerrado, una región salvaje de la Cuaderna del Este.

Momentos después se hundían en una senda profunda, abierta entre árboles altos; las hojas secas susurraban en la noche. Al principio hablaban o entonaban una canción a media voz, pues estaban lejos ahora de oídos indiscretos. Luego continuaron en silencio y Pippin comenzó a rezagarse. Al fin, cuando empezaban a subir una cuesta se detuvo y se puso a bostezar.

—Tengo tanto sueño —dijo— que pronto me caeré en el camino. ¿Pensáis dormir de pie? Es casi medianoche.

—Creí que te gustaba caminar en la oscuridad —dijo Frodo—. Pero no corre tanta prisa; Merry nos espera pasado mañana, de modo que tenemos aún cerca de dos días. Nos detendremos en el primer lugar agradable.

—El viento sopla del oeste —dijo Sam—. Si vamos a la ladera opuesta encontraremos un lugar bastante resguardado y cómodo, señor. Más adelante hay un bosque seco de abetos, si mal no recuerdo.

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