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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (65 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Teg tenía una teoría acerca de la relación entre las habitaciones y sus ventanas… el número de ventanas, su situación, su tamaño, su altura con respecto al suelo, la relación entre el tamaño de la habitación y el tamaño de las ventanas, la altura de la habitación, ventanas con cortinas fijas o móviles, y todo eso interpretado a la manera Mentat contra el conocimiento de los usos para los que estaba destinada la habitación. Las habitaciones podían encajar con una especie de ley del más fuerte definida con una extrema sofisticación. Las utilizaciones de emergencia podían echar al traste esas distinciones, pero de otro modo podía confiarse con bastante seguridad en ellas.

La falta de ventanas en una habitación por encima del nivel del suelo traía consigo un mensaje particular. Si había seres humanos ocupando una tal habitación, eso no significaba necesariamente que la meta principal fuera el secreto. Había visto signos inconfundibles en emplazamientos escolares de que las clases sin ventanas eran a la vez un retiro del mundo exterior y una intensa declaración de desagrado hacia los niños.

Esta habitación, sin embargo, presentaba algo diferente: un secreto condicional, más la necesidad de mantener ocasionalmente una vigilancia sobre aquel mundo exterior.
Secreto protector cuando es necesario.
Su opinión quedó reforzada cuando cruzó la habitación y apartó a un lado una de las cortinas. Las ventanas estaban recubiertas de plaz triple blindado. ¡Bien! Mantener la vigilancia sobre aquel mundo exterior podía desencadenar un ataque. Esa era la opinión de quien había ordenado que la habitación fuera protegida de aquella manera.

Una vez más, Teg corrió hacia un lado la cortina. Miró a las brillantes esquinas. Reflectores prismáticos amplificaban allí la vista a lo largo de la pared adyacente hacia los dos lados y desde el suelo hasta el tejado.

¡Bien!

Su anterior visita no le había proporcionado tiempo para aquel atento examen, pero ahora efectuó algunas consideraciones más positivas. Una habitación interesante. Teg dejó caer la cortina justo a tiempo para ver a un hombre alto entrar por la abertura del tubo.

La doblada visión de Teg le proporcionó una firme predicción acerca del desconocido. Aquel hombre traía consigo un oculto peligro. El recién llegado era claramente militar… la forma en que se movía, su ojo rápido para los detalles que solamente un oficial entrenado y con experiencia podría observar. Y había algo más en su actitud que hizo que Teg se envarara. ¡Era un traidor! Un mercenario disponible para quien pagara más.

—Condenadamente horrible la forma en que os trataron —saludó el hombre a Teg. Su voz era la de un profundo barítono, con un inconsciente toque de poder personal en ella. Teg no había oído nunca antes su acento. ¡Era alguien de la Dispersión! Un Bashar o su equivalente, estimó Teg.

Sin embargo, no había ninguna indicación de un ataque inmediato.

Al ver que Teg no respondía, el hombre dijo:

—Oh, lo siento. Soy Muzzafar. Jafa Muzzafar, comandante regional de las fuerzas de Dur.

Teg nunca había oído hablar de las fuerzas de Dur.

Las preguntas se apiñaron en la mente de Teg, pero se las guardó para sí. Cualquier cosa que dijera podía traicionar debilidad.

¿Dónde estaba la gente con la que se había encontrado antes?
¿Por qué elegí este lugar?
La decisión había sido efectuada con una tal seguridad interior.

—Por favor, poneos cómodo —dijo Muzzafar, indicando un pequeño diván con una mesita baja frente a él—. Os aseguro que nada de lo que os ha ocurrido fue responsabilidad mía. Intenté detenerlo apenas supe de ello, pero vos… —ya habías abandonado la escena.

Teg oyó ahora el otro elemento en la voz de aquel Muzzafar: cautela, bordeando el miedo. Así que este hombre había oído o quizá visto la cabaña y el claro.

—Fue condenadamente listo por vuestra parte —dijo Muzzafar—. Mantener vuestras fuerzas de ataque a la espera hasta que vuestros captores estuvieron concentrados en intentar arrancaros información. ¿Llegaron a saber algo?

Teg agitó silenciosamente la cabeza de uno a otro lado. Se sentía al borde de iniciar una respuesta de ataque, pero seguía sin captar ninguna violencia inmediata allí. ¿Qué era lo que estaban haciendo aquellos Perdidos? Pero Muzzafar y su gente habían extraído unas conclusiones equivocadas de lo que había ocurrido en la habitación de la sonda–T. Aquello estaba claro.

—Por favor, sentaos —dijo Muzzafar.

Teg ocupó el lugar ofrecido en el diván.

Muzzafar se sentó en un mullido sillón frente a Teg, formando con él un ligero ángulo al otro lado de la mesilla. Había una agazapada sensación de alerta en él. Estaba preparado para la violencia.

Teg estudió al hombre con interés. Muzzafar no había revelado ningún auténtico rango… sólo comandante. Un tipo alto con un ancho y rojizo rostro y una gran nariz. Los ojos eran verdigrises y tenían el truco de enfocarse justo detrás del hombro derecho de Teg cuando alguno de los dos hablaba. Teg había conocido en una ocasión a un espía que hacía lo mismo.

—Bien, bien —dijo Muzzafar—. He leído y oído mucho de vos desde que llegué aquí.

Teg siguió estudiándolo en silencio. Muzzafar llevaba el pelo muy corto, y una cicatriz púrpura de unos tres milímetros de largo cruzaba el borde de su cuero cabelludo encima de su ojo izquierdo. Llevaba una chaqueta abierta, forrada, de color verde claro, y unos pantalones a juego… no exactamente un uniforme, pero había un sentido de limpieza en él que hablaba de una larga costumbre de escupir y frotar. Los zapatos lo atestiguaban. Teg pensó que probablemente podría ver su propio reflejo en sus superficies marrón claro si se acercaba lo suficiente.

—Nunca esperé conoceros personalmente, por supuesto —dijo Muzzafar—. Lo considero un gran honor.

—Sé muy poco acerca de vos, excepto que mandáis una fuerza de la Dispersión —dijo Teg.

—¡Hmmmmm! No es saber mucho, realmente.

Una vez más, los retortijones del hambre aferraron a Teg. Su mirada se posó en el botón al lado de la abertura del tubo, que, recordaba, llamaría a un sirviente. Aquel era un lugar donde los seres humanos realizaban el trabajo normalmente encomendado a los autómatas, una excusa para mantener una fuerza importante reunida y preparada.

Interpretando mal el interés de Teg en la abertura del tubo, Muzzafar dijo:

—Por favor, no penséis en marcharos. He mandado llamar a mi propio médico para que os eche una mirada. Estará aquí en cualquier momento. Os agradecería que permanecierais quieto hasta que llegue.

—Estaba simplemente pensando en ordenar algo de comida —dijo Teg.

—Os aconsejo que esperéis hasta que el doctor os haya echado una mirada. Los aturdidores dejan algunos efectos secundarios desagradables.

—Así que lo sabéis.

—Lo sé todo acerca del maldito fracaso. Vos y vuestro hombre Burzmali sois una fuerza a la que hay que tener en cuenta.

Antes de que Teg pudiera responder, la abertura del tubo dejó pasar a un hombre alto con un traje rojo de una pieza con una chaqueta, un hombre tan huesudo que sus ropas parecían agitarse y revolotear a su alrededor. El tatuaje diamantino de doctor Suk había sido quemado en su alta frente, pero la señal era anaranjada y no negra como de costumbre. Los ojos del doctor estaban ocultos por unas lentillas de color naranja brillante que ocultaban su auténtico color.

¿Un adicto de algún tipo?,
se preguntó Teg. No había ningún olor de los narcóticos familiares a su alrededor, ni siquiera melange. Había un olor acre, sin embargo, casi como de fruta.

—¡Ah, ahí estáis, Solitz! —dijo Muzzafar. Hizo un gesto hacia Teg—. Hacedle una buena exploración. Un aturdidor le golpeó ayer a última hora.

Solitz extrajo un reconocible analizador Suk, compacto y manejable con una sola mano. Su campo sonda producía un ligero zumbido.

—Así que sois un doctor Suk —dijo Teg, mirando significativamente la mancha anaranjada en su frente.

—Sí, Bashar. Mi adiestramiento y condicionamiento son los mejores en nuestra antigua tradición.

—Nunca vi la marca identificadora de ese color —dijo Teg.

El doctor pasó su analizador en torno a la cabeza de Teg.

—El color del tatuaje no representa ninguna diferencia, Bashar. Lo que está detrás de todo eso es lo que cuenta.

—Bajó el analizador hasta los hombros de Teg, luego hacia abajo a lo largo de su cuerpo.

Teg aguardó a que el zumbido se detuviera.

El doctor retrocedió y se dirigió a Muzzafar:

—Está completamente bien, Mariscal de Campo. Notablemente bien, considerando su edad, pero necesita desesperadamente alimentos.

—Sí… bien, estupendo entonces, Solitz. Ocupaos de eso. El Bashar es nuestro huésped.

—Ordenaré una comida de acuerdo con sus necesidades —dijo Solitz—. Comedla lentamente, Bashar. —Solitz dio una enérgica media vuelta que hizo chasquear su chaqueta y sus perneras. El tubo se lo tragó.

—¿Mariscal de Campo? —preguntó Teg.

—Una reminiscencia de los antiguos títulos en Dur —dijo Muzzafar.

—¿Dur? —aventuró Teg.

—¡Estúpido de mí! —Muzzafar extrajo una pequeña caja de un bolsillo lateral de su chaqueta y sacó un delgado cuadernillo. Teg reconoció un holostato similar al que había llevado consigo durante su largo servicio… imágenes del hogar y de la familia. Muzzafar colocó el holostato sobre la mesa entre ellos y pulsó el botón de control.

La imagen a todo color de una boscosa extensión de verde jungla cobró vida en miniatura encima de la mesa.

—Mi hogar —dijo Muzzafar—. La casa de árbol en el centro, ahí. —Uno de sus dedos señaló un lugar en la proyección—. La primera que me obedeció. La gente se rió de mí por elegir la primera de esta forma y aferrarme a ella.

Teg miró a la proyección, consciente de una profunda tristeza en la voz de Muzzafar. El árbol señalado era un cenceño agrupamiento de delgados tallos con brillantes bulbos azules colgando de sus extremos.

¿Casa de árbol?

—Más bien delgada, lo sé —dijo Muzzafar, retirando su dedo de la proyección—. No segura en absoluto. Tuve que defenderme unas cuantas veces en los primeros meses con ella. Pero he llegado a quererla. Y todas ellas responden a eso, ya sabe. ¡Es el mejor hogar en todos los valles profundos ahora, por la Roca Eterna de Dur!

Muzzafar contempló la desconcertada expresión de Teg.

—¡Maldita sea! Aquí no hay casas de árbol, por supuesto. Debéis perdonar mi aplastante ignorancia. Tenemos mucho que aprender los unos de los otros, creo.

—Lo habéis llamado hogar —dijo Teg.

—Oh, sí. Con la adecuada dirección, una vez aprenden a obedecer, por supuesto, las casas de árbol crecen por sí mismas hasta convertirse en magníficas residencias. Eso solamente toma cuatro o cinco estándares.

Estándares,
pensó Teg. Así que los Perdidos seguían utilizando el Año Standard.

La abertura del tubo silbó, y una mujer joven con un delantal azul penetró en la habitación arrastrando una bandeja sostenida por suspensores, que colocó cerca de la mesa frente a Teg. Sus ropas eran del tipo que Teg había visto durante su inspección original, pero el agradable rostro redondo que se volvió hacia él no le era familiar. Su cuero cabelludo había sido depilado, dejando a la vista una extensión de prominentes venas. Sus ojos eran de un color azul acuoso, y había algo furtivo en su actitud. Abrió la tapa de la bandeja, y los intensos olores de la comida llegaron al olfato de Teg.

Teg se sintió alertado, pero no captó ninguna amenaza inmediata. Podía verse a sí mismo comiendo aquellos alimentos sin ningún efecto nocivo.

La mujer joven colocó una hilera de platos sobre la mesa frente a él, y dispuso los cubiertos expertamente a un lado.

—No tengo rastreador, pero probaré antes la comida si queréis —dijo Muzzafar.

—No es necesario —dijo Teg. Sabía que aquello suscitaría preguntas, pero tenía la sensación de que sospecharían que era un Decidor de Verdad. La mirada de Teg se clavó en la comida. Sin ninguna decisión consciente, se inclinó hacia adelante y empezó a comer. Familiarizado con el hambre Mentat, se sorprendió ante sus propias reacciones. Utilizar el cerebro en modo Mentat consumía calorías en una proporción alarmante, pero aquella sensación que lo empujaba ahora era una nueva necesidad. Sentía su propia supervivencia controlando sus acciones. Aquel hambre iba más allá que cualquiera de sus anteriores experiencias. La sopa que había comido con una cierta precaución en la casa del hombre
arruinado
no había despertado una reacción tan exigente.

El doctor Suk eligió correctamente,
pensó Teg. Aquella comida había sido seleccionada directamente a partir del resumen del analizador.

La mujer joven siguió depositando más platos de bandejas solicitadas vía tubo.

Teg tuvo que levantarse a mitad de la comida y acudir al cuarto de baño contiguo, consciente allí de los ocultos com-ojos que lo mantenían bajo vigilancia. Supo por sus reacciones físicas que su sistema digestivo se había acelerado a un nuevo nivel de necesidad corporal. Cuando regresó a la mesa, se sentía tan hambriento como si no hubiera comido.

La mujer que le servía empezó a mostrar signos de sorpresa y luego de alarma. Sin embargo, siguió trayendo más comida a petición suya.

Muzzafar observaba con creciente desconcierto, pero no dijo nada.

Teg notó el reajuste corporal que le proporcionaba la comida, el exacto ajuste calórico que el doctor Suk había ordenado. Sin embargo, no había pensado obviamente en la cantidad. La muchacha obedecía a sus peticiones en una especie de shock sonámbulo.

Finalmente, Muzzafar dijo:

—Debo decir que nunca antes había visto a nadie comer tanto de una sola sentada. No puedo comprender cómo lo hacéis. Ni por qué.

Teg se echó hacia atrás en su asiento, satisfecho al fin, sabiendo que había suscitado cuestiones que no podrían ser respondidas sinceramente.

—Se trata de algo Mentat —mintió—. He pasado por unas circunstancias realmente extenuantes.

—Sorprendente —dijo Muzzafar. Se puso en pie.

Cuando Teg empezó a ponerse en pie también, Muzzafar le hizo un gesto de que siguiera sentado.

—No es necesario. Hemos preparado aposentos para vos en la habitación contigua. Será más seguro que no os mováis todavía de aquí.

La mujer joven se marchó con las bandejas vacías.

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