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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (60 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Teg se dio cuenta del sudor que brotaba por todos sus poros, pero no perdió tiempo preocupándose por ello.

¡Sabía cada uno de los movimientos que iban a hacer antes de que los hicieran! ¿Qué es lo que me ha ocurrido?

Proyección Mentat:
La agonía de la sonda me ha elevado a un nuevo nivel de habilidad.

Un intenso retortijón de hambre le hizo tomar consciencia del gasto de energía. Echó a un lado la sensación, dándose cuenta de que estaba volviendo a un tiempo normal de reacción. Tres sonidos apagados: cuerpos cayendo al suelo.

Teg examinó la consola de la sonda. Definitivamente no ixiana. Controles similares, sin embargo. Localizó el sistema de almacenaje de datos, lo borró.

¿Las luces de la habitación?

Los controles estaban al lado de la puerta que conducía al exterior. Apagó las luces, inspiró profundamente tres veces. Un brusco estallido de movimiento brotó a la noche.

Aquellos que lo habían traído hasta allí, envueltos en sus abultadas ropas para protegerse contra el frío del invierno, apenas tuvieron tiempo de volverse hacia el extraño sonido antes de que el torbellino los derribara.

Teg regresó a tiempo normal más rápidamente que antes. La luz de las estrellas señalaba un camino que conducía ladera abajo a través de una densa maleza. Resbaló y se deslizó por el barro de nieve removida durante un lapso de tiempo antes de encontrar la manera de equilibrarse, anticipando el terreno. Cada pie se posó entonces en donde sabía que debía posarse. Finalmente se encontró en un espacio despejado, con vistas al otro lado del valle.

Las luces de una ciudad, y un gran rectángulo negro de edificios cerca de su centro. Reconoció el lugar: Ysai. Los amos de las marionetas estaban allí.

¡Soy libre!

Capítulo XXXVI

Había un hombre que se sentaba cada día mirando a través de una estrecha abertura vertical allá donde un sólo tablero había sido arrancado de una alta verja de madera. Cada día, un asno salvaje del desierto pasaba por el otro lado de la verja cruzando la estrecha abertura… primero el morro, luego la cabeza, las piernas delanteras, el largo lomo marrón, las piernas traseras, y finalmente la cola. Un día, el hombre saltó en pie con la luz del descubrimiento en sus ojos, y gritó a todos los que podían oírle: «¡Es obvio! ¡El morro causa la cola!»

Historias de la Sabiduría Oculta, de la Historia Oral de Rakis

Varias veces desde su llegada a Rakis, Odrade se había descubierto prendida por el recuerdo de aquella antigua pintura que ocupaba un lugar tan prominente en la pared de las dependencias de Taraza en la Casa Capitular. Cuando el recuerdo llegaba a ella, sentía que le picoteaban las manos con el contacto del pincel. Su olfato se despertaba ante los olores inducidos de los aceites y los pigmentos. Sus emociones asaltaban la tela. Cada vez, Odrade emergía del recuerdo con nuevas dudas acerca de que Sheeana fuera su lienzo.

¿Quién de nosotras pinta a la otra?

Había ocurrido de nuevo esta mañana. Aún era oscuro fuera del ático del Alcázar rakiano donde ella tenía sus aposentos junto con Sheeana: una acólita entró suavemente para despertar a Odrade y decirle que Taraza llegaría dentro de poco. Odrade alzó la vista hacia el suavemente iluminado rostro de la morena acólita, e inmediatamente el recuerdo de aquella pintura flameó en su consciencia.

¿Quién de nosotras crea realmente a la otra?

—Deja a Sheeana que duerma un poco más —dijo Odrade antes de despedir a la acólita.

—¿Desayunaréis antes de la llegada de la Madre Superiora? —preguntó la acólita.

—Esperaremos para hacerle el honor a Taraza.

Levantándose, Odrade se aseó rápidamente y se puso su mejor atuendo negro. Luego se dirigió hacia la ventana oriental de la sala de descanso del ático y miró en dirección al espacio–puerto. Muchas luces móviles creaban allí un resplandor en el polvoriento aire. Activó todos los globos de la estancia para suavizar la vista exterior. Los globos se convirtieron en dorados estallidos de luz reflejándose en el grueso plaz blindado de las ventanas. La oscura superficie reflejó también una imprecisa silueta de sus propios rasgos, mostrando claramente las arrugas de la fatiga.

Sabía que vendría,
pensó Odrade.

Mientras estaba pensando esto, el sol rakiano apareció por encima del horizonte embrumado por el polvo como la pelota anaranjada que un niño hubiera lanzado hacia arriba. Inmediatamente, se produjo el brusco aumento de temperatura que tantos observadores de Rakis habían mencionado. Odrade se apartó de la ventana, y vio la puerta del pasillo abierta.

Taraza entró en medio de un susurro de ropas. Una mano cerró la puerta tras ella, dejando a las dos mujeres solas. La Madre Superiora avanzó hacia Odrade, la capucha echada sobre su cabeza, enmarcando su rostro como una cogulla. No era una visión tranquilizadora.

Reconociendo la turbación en Odrade, Taraza jugó con ella.

—Bien, Dar, creo que finalmente nos encontramos como unas desconocidas.

El efecto de las palabras de Taraza sobresaltó a Odrade. Interpretó correctamente la amenaza, pero el miedo la abandonó, como si fuera agua derramada de un jarro. Por primera vez en su vida, Odrade reconoció el momento preciso del cruce de la línea divisoria. Era una línea cuya existencia pensaba que muy pocas Hermanas sospechaban. Al cruzarla, se dio cuenta de que siempre había sabido que estaba allí: un lugar desde donde podía entrar en el vacío y flotar libre. Ya no era vulnerable. Podía ser asesinada, pero no podía ser derrotada.

—Ya no somos más Dar y Tar —dijo Odrade.

Taraza oyó el claro y desinhibido tono de la voz de Odrade, y lo interpretó como confianza.

—Quizá nunca fue Dar y Tar —dijo, con voz helada—. Veo que piensas que has sido extremadamente lista.

La batalla ha empezado,
pensó Odrade.
Pero no voy a quedarme en medio del camino esperando su ataque.

—Las alternativas a la alianza con los tleilaxu no podían ser aceptadas —dijo Odrade—. Especialmente cuando reconocí cuáles eran tus aspiraciones para nosotras.

Taraza se sintió de pronto cansada. Había sido un largo viaje pese a los saltos de la no–nave a través de los pliegues del espacio.

La carne siempre sabía cuándo era retorcida fuera de sus ritmos familiares. Eligió un mullido diván y se sentó, suspirando ante la lujosa comodidad.

Odrade reconoció la fatiga de la Madre Superiora y sintió una inmediata fantasía. De pronto fueron dos Reverendas Madres con problemas comunes.

Obviamente, Taraza captó aquello. Palmeó los almohadones a su lado y aguardó a que Odrade se sentara.

—Debemos preservar la Hermandad —dijo Taraza—. Eso es lo único importante.

—Por supuesto.

Taraza clavó su inquisitiva mirada en los familiares rasgos de Odrade.
Sí, Odrade también está cansada.

—Tú has estado aquí, tocando íntimamente a la gente y sus problemas —dijo Taraza—. Quiero… no, Dar, necesito tus puntos de vista.

—Los tleilaxu han aparentado una completa cooperación —dijo Odrade—, pero hay disimulo en ellos. He empezado a preguntarme a mí misma algunas cuestiones extremadamente turbadoras.

—¿Como cuáles?

—¿Y si los tanques axlotl no fueran… tanques?

—¿Qué quieres decir?

—Waff revela el tipo de comportamiento que una puede ver cuando una familia intenta ocultar un niño deforme o un tío loco. Te lo juro, se muestra azorado cuando empezamos a tocar el tema de los tanques.

—¿Pero qué es lo que podrían…?

—Madres sustitutas.

—Pero tendrían que… —Taraza guardó silencio, impresionada por las posibilidades que planteaba aquella cuestión.

—¿Quién ha visto nunca a una mujer tleilaxu? —preguntó Odrade.

La mente de Taraza estaba llena de objeciones.

—Pero el preciso control químico, la necesidad de limitar variables… —Echó hacia atrás su capucha y agitó su pelo para liberarlo—. Tienes razón: debemos cuestionarlo todo. Esto, sin embargo… es monstruoso.

—Sigue sin decir la verdad completa acerca de nuestro ghola.

—¿Qué es lo que dice?

—No más de lo que ya he informado: una variación en el Duncan Idaho original, y la inserción de todos los requerimientos prana–bindu que especificamos.

—Eso no explica por qué mataron o intentaron matar a nuestras anteriores adquisiciones.

—Jura por los sagrados votos de la Gran Creencia que actuaron con toda rectitud, porque los once gholas anteriores no vivían de acuerdo con las expectativas.

—¿Cómo podían saberlo ellos? ¿Ha sugerido que tienen espías entre…?

—Jura que no. Le he atacado sobre eso, y ha dicho que un ghola con éxito iba a crear con toda seguridad disturbios visibles entre nosotras.

—¿Qué disturbios visibles? ¿Qué es lo que…?

—No lo ha dicho nunca. Cada vez que hemos tocado el tema vuelve a su afirmación de que ellos han cumplido con sus obligaciones contractuales. ¿Dónde está el ghola, Tar?

—¿Qué…? Oh. En Gammu.

—He oído rumores de…

—Burzmali tiene la situación bien en la mano. —Taraza cerró apretadamente su boca, esperando que aquello fuera verdad. El informe más reciente no la llenaba de confianza.

—Obviamente estáis debatiendo si hay que matar o no al ghola —dijo Odrade.

—¡No solamente al ghola!

Odrade sonrió.

—Entonces es cierto que Bellonda desea que yo sea permanentemente eliminada.

—¿Cómo has sabido…?

—Las amistades pueden ser a veces una inversión muy valiosa, Tar.

—Estás caminando por un terreno peligroso, Reverenda Madre Odrade.

—Pero no tropiezo, Madre Superiora Taraza. Llevo tiempo pensando intensamente en las cosas que Waff ha revelado acerca de esas Honoradas Matres.

—Cuéntame algunos de tus pensamientos. —Había una implacable determinación en la voz de Taraza.

—No cometas errores al respecto —dijo Odrade—. Han superado las habilidades sexuales de nuestras Imprimadoras.

—¡Rameras!

—Sí, emplean sus habilidades de una forma en último término fatal para ellas mismas y para los demás. Han sido cegadas por su propio poder.

—¿Cuál es la extensión de tus largos e intensos pensamientos?

—Dime, Tar, ¿por qué atacaron y destruyeron nuestro Alcázar en Gammu?

—Obviamente iban detrás de nuestro ghola Idaho, para capturarlo o matarlo.

—¿Por qué debería ser eso tan importante para ellas?

—¿Qué estás intentando decir? —preguntó Taraza.

—¿Es posible que las
rameras
hayan estado actuando a partir de informaciones reveladas a ellas por los tleilaxu? Tar, ¿y si eso secreto que la gente de Waff ha introducido en nuestro ghola es algo que puede convertir al ghola en un equivalente a las Honoradas Matres?

Taraza se llevó una mano a la boca, y la dejó caer rápidamente cuando vio lo mucho que aquel gesto revelaba. Era demasiado tarde. No importaba. Seguían siendo dos Reverendas Madres juntas.

—Y le hemos ordenado a Lucilla que lo haga irresistible a la mayoría de las mujeres —dijo Odrade.

—¿Cuánto tiempo llevan los tleilaxu tratando con esas rameras? —preguntó Taraza.

Odrade se alzó de hombros.

—Una pregunta mejor es la siguiente: ¿Cuánto tiempo llevan tratando con sus propios Perdidos regresados de la Dispersión? Los tleilaxu hablan con los tleilaxu, y muchos secretos pueden ser revelados.

—Una brillante proyección por tu parte —dijo Taraza—. ¿Qué valor de probabilidades le concedes a ello?

—Lo sabes tan bien como yo. Explicaría muchas cosas.

Taraza habló amargamente:

—¿Qué es lo que piensas de nuestra alianza con los tleilaxu ahora?

—Más necesaria que nunca. Debemos hallarnos dentro. Debemos estar allá donde podamos influenciar a aquellos que están contendiendo.

—¡Abominación! —restalló Taraza.

—¿Qué?

—Este ghola es como un instrumento grabador con forma humana. Lo han plantado en medio de nosotras. Si los tleilaxu ponen sus manos sobre él, sabrán muchas cosas de nosotras.

—Eso seria torpe.

—¡Y típico de ellos!

—Admito que hay otras implicaciones en nuestra situación —dijo Odrade—. Pero tales argumentos lo único que hacen es decirme que no podemos atrevernos a matar al ghola hasta que lo hayamos examinado nosotras mismas.

—¡Eso podría ser demasiado tarde! ¡Maldita sea tu alianza, Dar! Les diste un dominio sobre nosotras… y a nosotras un dominio sobre ellos… y ninguno de los dos se atreve a soltarlo.

—¿No es esa la alianza perfecta?

Taraza suspiró.

—¿Cuándo deberemos concederles libre acceso a nuestras grabaciones genéticas?

—Pronto. Waff está presionando mucho al respecto.

—Entonces, ¿veremos sus tanques… axlotl?

—Esta es, por supuesto, la palanca que estoy utilizando. Ha dado ya su reluctante permiso.

—Profundo, cada vez más profundo, dentro de los bolsillos el uno del otro —gruñó Taraza.

Con un tono de total inocencia, Odrade dijo:

—Una perfecta alianza, como he apuntado.

—Maldita sea, maldita sea, maldita sea —murmuró Taraza—. ¡Y Teg ha despertado las memorias originales del ghola!

—¿Pero ha podido Lucilla…?

—¡No lo sé! —Taraza dirigió a Odrade una expresión hosca, y le relató los más recientes informes Gammu: Teg y su grupo localizados, el más escueto de los relatos acerca de ellos y nada acerca de Lucilla; los planes deberían desenvolverse por sí mismos.

Sus propias palabras produjeron un inesperado cuadro en la mente de Taraza. ¿Qué era aquel ghola? Siempre habían sabido que los Duncan Idaho no eran gholas ordinarios. Pero ahora, con nervios y capacidades musculares aumentados, más aquella cosa desconocida que los tleilaxu habían introducido… era como sujetar un palo ardiendo. Sabías que podías utilizar el palo para defenderte, para tu propia supervivencia, pero las llamas se estaban acercando a una terrible velocidad.

Odrade habló con tono meditabundo:

—¿Has intentado alguna vez imaginar lo que debe ser para un ghola despertar repentinamente en una carne renovada?

—¿Qué? ¿Qué estás…?

—Llegar a la convicción de que tu carne ha crecido a partir de las células de un cadáver —dijo Odrade—. Él recuerda su propia muerte.

—Los Idaho nunca fueron gente ordinaria —dijo Taraza.

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