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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (58 page)

BOOK: Herejes de Dune
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De tanto en tanto, a través de alguna obstrucción interpuesta, vio el parpadeo de una luz al frente. Por fin entraron en el área iluminada y se detuvieron. Vio un único globo a unos tres metros del suelo, atado a un poste y agitándose suavemente en la fría brisa. A su amarillenta luz captó una cabaña en el centro de un lodoso claro, y muchas huellas en la pisoteada nieve. Vio algunos matorrales y unos cuantos árboles dispersos a su alrededor. Nadie dijo nada, pero Teg captó un gesto con una mano señalando hacia la cabaña. Raras veces había visto una estructura más ruinosa. Parecía a punto de derrumbarse al más ligero toque. Apostó a que el techo estaba lleno de grietas.

Una vez más, el grupo se puso en movimiento, conduciéndolo hacia la cabaña. Estudió a su escolta a la débil luz… rostros embozados hasta los ojos con telas que oscurecían bocas y barbillas. Capuchas sobre sus cabezas. Las ropas eran abultadas y ocultaban los detalles corporales excepto las articulaciones generales de brazos y piernas.

El globo sujeto al palo se oscureció.

Se abrió una puerta en la cabaña, arrojando un brillante resplandor a través del claro. Su escolta lo empujó dentro y lo depositó allí. Oyó la puerta cerrarse detrás de ellos.

La luz era casi cegadora después de la oscuridad exterior. Teg parpadeó hasta que sus ojos se adaptaron al cambio. Con una extraña sensación de desplazamiento, miró a su alrededor. Había esperado que el interior de la cabaña se correspondiera con el exterior, pero se trataba de una limpia estancia casi desprovista de muebles… solamente tres sillas, una pequeña mesa y… Inspiró profundamente. ¡Una Sonda Ixiana! ¿Acaso no podían oler el shere en su aliento?

Si eran tan inconscientes, que utilizaran la sonda. Sería una agonía para él, pero no iban a obtener nada de su mente.

Algo cliqueteó detrás de él, y oyó movimientos. Tres personas aparecieron en su campo de visión, alineándose junto a los pies de la camilla. Lo miraron en silencio. Teg centró su atención en los tres. El de la izquierda llevaba un traje oscuro de una sola pieza con solapas abiertas. Masculino. Poseía el rostro de un inquisidor, alguien que no se sentiría conmovido por su agonía. Los Harkonnen habían importado a un montón de aquella gente en sus días. Tipos obcecados que podían crear el más intenso dolor sin siquiera variar su expresión.

El que estaba directamente a los pies de Teg llevaba unas abultadas ropas negras y grises parecidas a las de su escolta, pero la capucha había sido echada hacia atrás para revelar un rostro blando bajo un pelo gris cortado muy corto. El rostro no dejaba traslucir nada y sus ropas revelaban muy poco. No había forma de decir si era masculino o femenino. Teg grabó su rostro: amplia frente, barbilla cuadrada, grandes ojos verdes sobre una afilada nariz; su pequeña boca estaba fruncida en una mueca de desagrado.

El tercer miembro de aquel grupo atrajo durante más tiempo la atención de Teg: alto, llevando un elegante traje negro de una sola pieza con una severa chaqueta negra encima. Perfectamente a la medida. Caro. Sin adornos ni insignias Definitivamente masculino. El hombre mostraba una expresión aburrida, y aquello le dio a Teg una etiqueta para él. Un rostro estrecho y arrogante, ojos marrones, labios finos. ¡Aburrido, aburrido, aburrido! Todo aquello era una pérdida de su importante tiempo. Tenía asuntos vitales en otro lugar, de modo que aquellos otros dos, aquellos
inferiores
, tendrían que haberse ocupado de aquello.

Este,
pensó Teg,
es el observador oficial.

El aburrido había sido enviado por los dueños de aquel lugar para observar e informar de lo que viera. ¿Dónde estaba su maletín de registro de datos? Ahhh, sí, allí estaba, apoyado contra la pared, detrás de él. Esos maletines eran casi como un distintivo para este tipo de funcionarios. En su recorrido de inspección, Teg había visto a aquella gente caminando por las calles de Ysai y las demás ciudades de Gammu. Unos maletines pequeños y delgados. Cuanto más importante el funcionario, más pequeño el maletín. Este apenas contendría unas cuantas cintas de datos y un pequeño com–ojo. Nunca iría a ningún lado sin un ojo a través del cual comunicarse con sus superiores. Un maletín delgado: aquel era un funcionario importante.

Teg se preguntó qué diría el observador si Teg preguntaba: ¿Qué vas a decirles acerca de mi serenidad?

La respuesta estaba ya allí, en aquel hastiado rostro. Ni siquiera iba a responder. No estaba allí para responder. Cuando se marche, pensó Teg, lo hará caminando a largas zancadas. Su atención estará centrada en la distancia, donde sólo él sabe que lo aguardan los poderes. Hará resonar su maletín contra su pierna, para recordarse a sí mismo su importancia y para llamar la atención de los otros sobre su autoridad.

La figura con las abultadas ropas a los pies de Teg habló, una voz apremiante y definitivamente femenina en sus vibrantes tonos.

—¿Ves como se contiene y nos observa? El silencio no le quebrará. Os lo dije antes de que entráramos. Estás haciéndonos perder nuestro tiempo, y no tenemos mucho para malgastarlo con tales tonterías.

Teg la miró. Había algo vagamente familiar en su voz. Había un atisbo de aquella apremiante cualidad que se descubría en una Reverenda Madre. ¿Era posible aquello?

El tipo de Gammu con el rostro cuadrado asintió.

—Tenéis razón, Materly. Pero no soy yo quien da las órdenes aquí.

¿Materly?,
se preguntó Teg.
¿Nombre o título?

Los dos miraron al funcionario. Ese se volvió y se inclinó sobre su maletín de registro de datos. Extrajo de él un pequeño com–ojo, y se situó de modo que la pantalla quedara oculta a sus compañeros y a Teg. El ojo se iluminó con un resplandor verde, que arrojó una enfermiza luz sobre los rasgos del observador. Su sonrisa de suficiencia desapareció. Movió silenciosamente sus labios, formando las palabras solamente para quien estaba al otro lado del ojo.

Teg ocultó su habilidad de leer los labios. Cualquiera adiestrado por la Bene Gesserit podía leer los labios desde casi cualquier ángulo desde donde fueran visibles. Aquel hombre hablaba una versión del galach antiguo.

—Es el Bashar Teg, seguro —dijo—. He efectuado la identificación.

La luz verde danzó en el rostro del funcionario mientras éste miraba fijamente al ojo. Quienquiera que fuese que se comunicaba con él debía estar muy agitado, si aquella luz significaba algo.

De nuevo, los labios del funcionario se movieron silenciosamente:

—Ninguno de nosotros duda de que ha sido condicionado contra el dolor, y puedo oler el shere en él. Seguramente…

Guardó silencio mientras la luz verde danzaba de nuevo en su rostro.

—No presento ninguna excusa. —Sus labios modularon las palabras del galach antiguo con mucho cuidado—. Sabéis que haremos lo mejor que podamos, pero recomiendo que prosigamos con vigor todos los demás medios de interceptar al ghola.

La luz verde se apagó.

El funcionario sujetó el ojo a su cintura, se volvió hacia sus compañeros, y asintió una vez con la cabeza.

—La Sonda–T —dijo la mujer.

Suspendieron la sonda sobre la cabeza de Teg.

La ha llamado una Sonda–T,
pensó Teg. Alzó la vista hacia la especie de capucha que colocaron sobre él. No había ningún sello ixiano en ella.

Teg experimentó una extraña sensación de déjá–vu. Tuvo la impresión de que su cautiverio en aquel lugar había ocurrido ya muchas veces antes. No sólo el recuerdo de un incidente, sino un reconocimiento mucho más profundamente familiar: el apresamiento y los interrogadores, aquellos tres… la sonda. Se sintió como vacío. ¿Cómo podía conocer aquel momento? Nunca había empleado personalmente una sonda, pero había estudiado a fondo su utilización. La Bene Gesserit utilizaba a menudo el dolor, pero confiaba más en las Decidoras de Verdad. Más que eso aún, la Hermandad creía que un equipo como aquel podía ponerlas demasiado bajo la influencia de Ix. Era una admisión de debilidad, un signo de que no podían seguir adelante sin tales despreciados instrumentos. Teg había llegado a sospechar incluso que había algo en aquella actitud que se remontaba al Yihad Butleriano, la rebelión contra las máquinas que podían copiar la esencia de los pensamientos y las memorias humanos.

¡Déjà vu!

La lógica Mentat exigía de él:
¿Cómo conozco este momento? Sabía
que nunca antes había estado cautivo. Era un intercambio de papeles tan ridículo. ¿El gran Bashar Teg un cautivo? Casi podía echarse a reír. Pero aquella profunda sensación de familiaridad persistía.

Sus captores colocaron la capucha directamente sobre su cabeza y empezaron a soltar los contactos como medusas uno a uno, fijándolos a su cráneo. El funcionario observaba trabajar a sus compañeros, produciendo pequeños signos de impaciencia en un rostro por otro lado carente de emociones.

Teg dirigió alternativamente su atención a los tres rostros. ¿Cuál de ellos representaría el papel de «amigo»? Ahhh, sí: la llamada Materly. Fascinante. ¿Era algún tipo de Honorada Matre? Pero ninguno de los otros dos se dirigía a ella como cabría esperar de lo que Teg había oído de esas Perdidas que regresaban.

Eran gente de la Dispersión, sin embargo… excepto posiblemente el hombre del rostro cuadrado con el traje marrón de una sola pieza. Teg estudió con cuidado a la mujer: el pelo gris, la tranquila serenidad de aquellos ojos verdes muy separados, la barbilla ligeramente prominente con su sensación de solidez y confianza. Había sido bien elegida para «amiga». El rostro de Materly era un mapa de respetabilidad, algo en lo que uno podía confiar. Teg vio una reservada cualidad en ella, sin embargo. Era alguien que observaría también cuidadosamente para captar el momento preciso en el que debiera intervenir. Sí, en última instancia era una mujer adiestrada a la manera Bene Gesserit.

O adiestrada por las Honoradas Matres.

Terminaron de fijar los contactos a su cabeza. El hombre de Gammu situó la consola de la sonda en posición, allá donde los tres pudieran ver el display. La pantalla de la sonda quedaba oculta a los ojos de Teg.

La mujer quitó la mordaza a Teg, confirmando su juicio anterior. Ella sería la fuente de alivio. Paseó su lengua por toda su boca, restableciendo las sensaciones. Su rostro y pecho aún estaban un poco adormecidos por el aturdidor que lo había derribado. ¿Cuánto tiempo hacía de ello? Pero si tenía que creer en las silenciosas palabras del funcionario, Duncan había escapado.

El tipo de Gammu miró al observador.

—Puedes empezar, Yar —dijo el funcionario.

¿Yar?,
se dijo Teg.
Curioso nombre.
Casi tenía un sonido tleilaxu. Yar no era sin embargo un Danzarín Rostro… ni un Maestro tleilaxu. Demasiado grande para lo primero, y sin estigmas para lo segundo. Como alguien adiestrado por la Hermandad, Teg podía confiar en ello.

Yar accionó un control en la consola de la sonda.

Teg se oyó a sí mismo gruñir de dolor. Nada lo había preparado para tanto dolor. Debían haber graduado su diabólica máquina al máximo para la primera embestida. ¡Sin la menor duda! Sabían que era un Mentat. Un Mentat podía inhibirse de algunas exigencias de la carne. ¡Pero aquello era dolorosísimo! No podía escapar a ello. La agonía vibró por todo su cuerpo, amenazando con desmoronar su consciencia. ¿Podría el shere escudarlo contra aquello?

El dolor disminuyó gradualmente y desapareció, dejando tan sólo un estremecido recuerdo.

¡De nuevo!

Pensó repentinamente en que la agonía de la especia debía ser algo parecido a aquello para una Reverenda Madre. Seguro que el dolor no sería mayor. Luchó por permanecer en silencio, pero se oyó a sí mismo gruñir y gemir. Llamó en su ayuda a todas las habilidades que había aprendido en su vida, Mentat y Bene Gesserit, para impedirse pronunciar una palabra, suplicar o desmoronarse, prometerles decirles todo si detenían aquello.

Una vez más, la agonía retrocedió y luego atacó de nuevo.

—¡Ya basta! —Era la mujer. Teg rebuscó a tientas su nombre.
¿Materly?

Yar habló con voz ronca.

—Está cargado con shere, el suficiente como para que sus efectos duren un año como mínimo. —Hizo un gesto hacia la consola—. Vacío.

Teg respiró con jadeantes bocanadas. ¡La agonía! Siguió aumentando, pese a la petición de Materly.

—¡He dicho ya basta! —restalló Materly.

Cuánta sinceridad, pensó Teg. Sintió el dolor disminuir, retirándose como si cada nervio estuviera siendo extirpado de su cuerpo, arrancado como los hilos de la recordada agonía.

—Nos equivocamos con lo que estamos haciendo —dijo Materly—. Este hombre es…

—Es como cualquier otro hombre —dijo Yar—. ¿Debo conectar el contacto especial a su pene?

—¡No mientras yo esté aquí! —dijo Materly.

Teg se sintió casi arrastrado por su sinceridad. Los últimos hilos de la agonía habían abandonado su carne, y permanecía tendido allí con la sensación de que se hallaba separado de la superficie que le sostenía. La sensación de déjà vu permanecía. Estaba allí y no estaba allí. Había estado allí y no había estado.

—No va a gustarles si fracasamos —dijo Yar—. ¿Estáis preparada a enfrentaros a ellos con otro fracaso?

Materly agitó bruscamente la cabeza. Se inclinó para situar su rostro dentro del ángulo de visión de Teg, por entre los tentáculos de medusa de los contactos de la sonda.

—Bashar, lamento lo que tenemos que hacerte. Créeme. No es mi estilo. Por favor, encuentro todo esto repulsivo. Dinos lo que necesitamos saber y déjame que te devuelva la tranquilidad.

Teg le dirigió una sonrisa. ¡Era buena! Desvió su mirada hacia el atento funcionario.

—Dile a tus amos de mi parte: Es muy buena en esto.

La sangre oscureció el rostro del funcionario. Frunció el ceño.

—Dale el máximo, Yar. —Su voz era de tenor, con nada del profundo adiestramiento aparente en la voz de Materly.

—¡Por favor! —dijo Materly. Se enderezó, pero mantuvo su atención fija en los ojos de Teg.

Las maestras Bene Gesserit de Teg le habían enseñado esto:

«¡Vigila los ojos! Observa cómo cambian de foco. Cuando el foco se mueve hacia afuera, la consciencia se mueve hacia adentro.»

Enfocó deliberadamente su vista en la nariz de la mujer. No era un rostro feo. Más bien distintivo. Se preguntó qué figura podían esconder aquellas abultadas ropas.

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