Read Herejes de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (53 page)

BOOK: Herejes de Dune
8.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Odrade aguardó hasta que se hubieron sentado antes de reanudar su conversación.

—Necesitamos entre nosotros un grado de sinceridad que la diplomacia muy raramente proporciona. Hay demasiadas cosas en la balanza como para que nos dediquemos a fútiles evasivas.

Waff la miró de forma extraña. Dijo:

—Sabemos que hay disensión en vuestros altos consejos. Se nos han hecho sutiles insinuaciones. Es esta parte de…

—Soy leal a la Hermandad —dijo ella—. Incluso aquellas que se han acercado a vosotros no poseen otra lealtad más que esa.

—Este es otro truco de…

—¡No hay ningún truco!

—Con la Bene Gesserit siempre hay trucos —acusó él.

—¿Qué es lo que teméis de nosotras? Decidlo.

—Quizá hemos aprendido demasiado de vosotras como para permitirme que siga viviendo.

—¿No podría decir yo lo mismo de vos? —preguntó ella—. ¿Quién más sabe de nuestra secreta afinidad? ¡No es una mujer
powindah
la que os está hablando aquí!

Aventuró el nombre con una cierta ansiedad, pero el efecto no pudo ser más revelador. Waff se mostró visiblemente impresionado. Necesitó un minuto largo para recuperarse. Las dudas permanecieron, sin embargo, porque ella las había plantado profundamente en él.

—¿Qué prueban las palabras? —preguntó—. De todos modos podéis seguir tomando las cosas que habéis aprendido de mí y no dejarle a mí gente nada. Seguís manteniendo el látigo sobre nosotros.

—No llevo armas en
mis
mangas —dijo Odrade.

—¡Pero en vuestra mente hay un conocimiento que puede arruinarnos! —Miró a las Hermanas guardianas.

—Son parte de mi arsenal —admitió Odrade—. ¿Debo enviarlas fuera?

—Y en sus mentes todo lo que han oído aquí —dijo él. Volvió su cautelosa mirada a Odrade—. ¡Un buen sistema para transmitir todas vuestras memorias!

Odrade hizo que su voz adoptara los tonos más razonables.

—¿Qué ganaríamos poniendo al descubierto vuestro celo misionero antes de que estéis preparados para actuar? ¿De qué serviría ensombrecer vuestra reputación revelando dónde habéis situado a vuestros nuevos Danzarines Rostro? Oh, sí, sabemos lo de Ix y las Habladoras Pez. Una vez estudiamos a vuestros nuevos Danzarines Rostro, empezamos a buscar dónde estaban.

—¡Lo sabéis! —su voz tenía un tono peligroso.

—No veo otra manera de probar nuestra afinidad que revelar algo igualmente perjudicial sobre nosotras mismas —dijo Odrade.

Waff no dijo nada.

—Tenemos la intención de trasplantar los gusanos del Profeta a incontables planetas de la Dispersión —dijo Odrade—. ¿Qué diría y haría el sacerdocio rakiano si vos revelarais eso?

Las Hermanas guardianas la miraron con apenas oculto regocijo. Pensaban que estaba mintiendo.

—No tengo guardias
conmigo
—dijo Waff—. Cuando sólo una persona conoce algo peligroso, que fácil resulta hacer que esa persona guarde un silencio eterno.

Alzó sus vacías mangas.

Miró a las Hermanas guardianas.

—Muy bien —dijo Odrade. Miró también a las Hermanas, y les hizo un sutil signo con la mano para tranquilizarlas—. Aguardad fuera, por favor, Hermanas.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellas, Waff regresó a sus dudas.

—Mi gente no ha registrado estas habitaciones. ¿Qué es lo que sé de las gentes que pueden estar ocultas aquí para grabar nuestras palabras?

Odrade cambió al lenguaje del Islamiyat.

—Entonces quizá debamos hablar en otra lengua, una que solamente nosotros conozcamos.

Los ojos de Waff brillaron. En la misma lengua, dijo:

—¡Muy bien! Aceptaré eso. Y os pido que me digáis la auténtica causa de la disensión entre las… las Bene Gesserit. Odrade se permitió una sonrisa. Con el cambio de lenguaje, toda la personalidad de Waff, todos sus modales, habían cambiado. Estaba actuando exactamente como se esperaba. ¡Ninguna de sus dudas se había reforzado en
aquella
lengua!

Respondió con una idéntica seguridad:

—¡Las estúpidas temen que podamos llegar a crear otro Kwisatz Haderach! Eso es lo que argumentan unas cuantas de mis Hermanas.

—Ya no hay necesidad de ninguno —dijo Waff—. Aquel que podía estar en muchos lugares a la vez apareció, y ya ha desaparecido. Apareció únicamente para dar nacimiento al Profeta.

—Dios no enviarla un mensaje así dos veces —dijo ella.

Era el mismo tipo de cosa que Waff había oído a menudo en su lengua. Ya no consideraba extraño que una mujer pudiera pronunciar tales palabras. El lenguaje y las palabras familiares eran suficientes.

—¿Ha restablecido la muerte de Schwangyu la unidad entre vuestras Hermanas? —preguntó.

—Tenemos un enemigo común —dijo Odrade.

—¡Las Honoradas Matres!

—Fuisteis hábil matándolas y aprendiendo de ellas.

Waff se inclinó hacia adelante, completamente capturado por aquella lengua familiar y el fluir de la conversación.

—¡Gobiernan con el sexo! —exultó. Demasiado tarde, fue consciente de quién estaba sentado frente a él oyendo todo aquello.

—Conocemos ya tales técnicas —lo tranquilizó Odrade—. Será interesante comparar, pero hay obvias razones por las cuales nunca hemos intentado dominar ese poder en tan peligroso carruaje. ¡Esas rameras son lo bastante estúpidas como para cometer ese error!

—¿Error? —Waff estaba claramente desconcertado.

—¡Están sujetando las riendas con sus manos desnudas! —dijo ella—. A medida que el poder aumenta, su control de él debe aumentar también. ¡Todo se despedazará por su propio impulso!

—Poder, siempre poder —murmuró Waff. Otro pensamiento lo golpeó—. ¿Estáis diciendo que así fue como cayó el Profeta?

—Él sabía lo que estaba haciendo —dijo Odrade—. Milenios de forzada paz, seguidos por los Tiempos de Hambruna y la Dispersión. Un mensaje de resultados directos. ¡Recordad! El no destruyó a la Bene Tleilax ni a la Bene Gesserit.

—¿Para qué esperáis una alianza entre nuestros dos pueblos? —preguntó Waff.

—La esperanza es una cosa, la supervivencia otra —dijo ella.

—Siempre pragmatismo —dijo Waff—. ¿Y algunas entre vosotras teméis la posibilidad de restaurar al Profeta en Rakis, con todos sus poderes intactos?

—¿No dije yo eso? —El lenguaje del Islamiyat era particularmente poderoso en aquella forma interrogativa. Situaba el peso de las pruebas sobre Waff.

—Así que dudan de la mano de Dios en la creación de vuestro Kwisatz Haderach —dijo él—. ¿Dudan también del Profeta?

—Muy bien, digámoslo abiertamente —dijo Odrade, y adoptó el tono requerido de decepción—. Schwangyu y aquellas que la apoyaban se apartaron de la Gran Creencia. No experimentamos ninguna ira hacia nadie de la Bene Tleilax por haberla matado. Nos ahorraron el problema.

Waff aceptó aquello por completo. Dadas las circunstancias, era precisamente lo que podía esperarse. Sabía que habla revelado allí mucho de lo que mejor hubiera debido guardarse para sí mismo, pero seguía habiendo cosas que la Bene Gesserit no sabía. ¡Y las cosas que él había aprendido!

Odrade le hizo estremecer absolutamente cuando dijo:

—Waff, si creéis que vuestros descendientes de la Dispersión han regresado a vosotros sin cambios, entonces la estupidez se ha convertido en vuestro patrón de vida.

Guardó silencio.

—Tenéis todas las piezas en vuestras manos —dijo ella—. Vuestros descendientes pertenecen a las rameras de la Dispersión. ¡Y si pensáis que alguna de
ellas
va a cumplir con algún acuerdo, entonces vuestra estupidez va más allá de toda descripción!

Las reacciones de Waff le dijeron que lo tenía cogido. Las piezas estaban encajando con un clic en su lugar. Le había dicho al hombre la verdad allá donde era necesaria. Sus dudas estaban siendo re–enfocadas allá donde correspondían: contra la gente de la Dispersión. Y lo había hecho en su propia lengua.

Waff intentó hablar por encima del nudo que se habla formado en su garganta, y se vio obligado a masajearla antes de conseguir recuperar la voz.

—¿Qué podemos hacer?

—Es obvio. Los Perdidos tienen sus ojos puestos en vosotros simplemente como otra conquista más. Piensan en ello como en una operación más de asimilación. Sentido común.

—¡Pero son tantos!

—A menos que nos unamos en un plan común para derrotarles, nos masticarán y engullirán de la misma forma que un slig mastica y engulle su comida.

—¡No podemos someternos a la inmundicia powindah! ¡Dios no lo permitirá!

—¿Someter? ¿Quién sugiere que nos sometamos?

—Pero la Bene Gesserit siempre ha utilizado esa antigua excusa: «Si no puedes derrotarle, únete a él.»

Odrade sonrió hoscamente.

—¡Dios no permitirá que
vosotros
os sometáis! ¿Sugieres que Él permitiría que nosotras sí lo hiciéramos?

—Entonces, ¿cuál es vuestro plan? ¿Qué podéis hacer contra un tal número?

—Exactamente lo que vosotros planeáis hacer: convertirlos. Cuando vosotros digáis la palabra, la Hermandad abrazará abiertamente la auténtica fe.

Waff permaneció sentado en un sorprendido silencio. Así que ella sabía el núcleo del plan tleilaxu. ¿Sabía también cómo los tleilaxu pensaban llevarlo a cabo?

Odrade lo miró, abiertamente especulativa.
Agarra al animal por los testículos si es necesario
, pensó. ¿Pero y si la proyección de los analistas de la Hermandad estaba equivocada? En ese caso, toda aquella
negociación
sería una broma. Y había aquella mirada detrás de los ojos de Waff, aquella sugerencia de una más antigua sabiduría… mucho más antigua que su carne. Habló con más confianza de la que sentía:

—Lo que habéis conseguido con los gholas de vuestros tanques y habéis guardado en secreto sólo para vosotros es algo por lo que otros pagarían un gran precio.

Sus palabras eran lo suficientemente crípticas (¿Había otros escuchando?), pero Waff no dudó ni por un instante que la Bene Gesserit sabía incluso aquello.

—¿Exigiréis compartir también eso? —preguntó. Las palabras rasparon en su seca garganta.

—¡Todo! Lo compartiremos todo.

—¿Qué daréis a cambio de ello?

—Pedid.

—Todas vuestras grabaciones genéticas.

—Son vuestras.

—Madres procreadoras elegidas por nosotros.

—Nombradlas.

Waff jadeó. Aquello era mucho más de lo que la Madre Superiora había ofrecido. Era como una floración abriéndose en su consciencia. Ella tenía razón con respecto a las Honoradas Matres, naturalmente… y con respecto a los tleilaxu descendientes de la Dispersión. Él nunca había confiado completamente en ellos. ¡Nunca!

—Desearéis una fuente ilimitada de melange, por supuesto —dijo él.

—Por supuesto.

Se la quedó mirando, sin apenas creer la extensión de su buena suerte. Los tanques axlotl podían ofrecer la inmortalidad sólo a aquellos que abrazaban la Gran Creencia. Nadie se atrevía a atacar e intentar apoderarse de algo que sabían que los tleilaxu iban a destruir antes que perder. ¡Y ahora! Había conseguido los servicios de la más poderosa y duradera fuerza misionera conocida. Seguro que la mano de Dios era visible allí. Waff se sintió primero maravillado, luego inspirado. Habló con suavidad a Odrade.

—¿Y vos, Reverenda Madre, cómo llamáis a nuestro acuerdo?

—Noble finalidad —dijo ella—. Vos conocéis ya las palabras del Profeta del Sietch Tabr. ¿Dudáis de él?

—¡Nunca! Pero… pero hay algo más: ¿Qué os proponéis con ese ghola de Duncan Idaho y la muchacha, Sheeana?

—Los educaremos, por supuesto. Y sus descendientes hablarán por nosotros a todos aquellos descendientes del Profeta.

—¡En todos aquellos planetas donde los llevéis!

—En todos aquellos planetas —admitió ella.

Waff se reclinó en su asiento.
¡Te tengo, Reverenda Madre!
, pensó.
Nosotros gobernaremos en esta alianza, no vosotras. ,El ghola no es vuestro; es nuestro!

Odrade vio la sombra de sus reservas en los ojos de Waff, pero sabía que había aventurado tanto como se había atrevido. Más hubiera reavivado las dudas. Ocurriera lo que ocurriera, había embarcado a la Hermandad en aquel camino. Taraza ya no podría escapar de aquella alianza.

Waff encajó los hombros, un gesto curiosamente juvenil comparado con la madura inteligencia que emanaba de sus ojos.

—Ahhh, una cosa más —dijo, con cada fragmento de su condición de Maestro de Maestros hablando su propio lenguaje y ordenando a todos aquellos que lo oyeran—. ¿Ayudaréis también a difundir ese… ese Manifiesto Atreides?

—¿Por qué no? Yo lo escribí.

Waff saltó hacia adelante.

—¿Vos?

—¿Creéis que alguien con menores habilidades hubiera podido hacerlo?

El asintió, convencido sin ningún otro argumento. Aquello fue el combustible para un pensamiento que había penetrado en su mente, un punto final en su alianza: ¡Las poderosas mentes de las Reverendas Madres podían aconsejar a los tleilaxu a cada vuelta del camino! ¿Qué importaba que fueran superadas en número por aquellas rameras de la Dispersión? ¿Quién podría enfrentarse a una tal sabiduría y unas armas tan insuperables combinadas?

—El título del Manifiesto es válido también —dijo Odrade—. Soy una auténtica descendiente de los Atreides.

—¿Seréis vos una de nuestras procreadoras? —aventuró él.

—Ya casi he pasado la edad de procrear, pero estoy a vuestras órdenes.

Capítulo XXXIII

Recuerdo amigos de guerras que todos menos nosotros olvidaron.

Todos ellos destilados en cada herida que recibimos.

Esas heridas son todos los dolorosos lugares donde luchamos.

Batallas que han quedado atrás, que nunca buscamos.

¿Qué es lo que perdimos y qué es lo que ganamos?

Canciones de la Dispersión

Burzmali había basado sus planes en lo mejor que había aprendido de su Bashar, manteniendo su propio consejo acerca de múltiples opciones y posiciones de reserva. ¡Esa era una prerrogativa del comandante! Por necesidad, aprendió todo lo que pudo acerca del terreno.

En los tiempos del Viejo Imperio, e incluso bajo el reinado de Muad'dib, la región en torno al Alcázar de Gammu había sido una reserva boscosa, un terreno alto que se alzaba muy por encima de los oleosos residuos que tendían a cubrir las tierras de los Harkonnen. En aquella zona los Harkonnen habían cultivado alguna de la más fina pilingitam, una madera de alto y constante precio, siempre apreciada por los más ricos. Desde los tiempos más antiguos, la gente de gusto había preferido rodearse con maderas finas antes que con las materias artificiales producidas en masa conocidas por aquel entonces, como el polastine, el polaz y el pormabat (más tarde: tine, laz y bat). Como en los lejanos tiempos del Viejo Imperio, había habido una etiqueta peyorativa para los ricos medios y las Familias Mayores que surgía de su apreciación del valor de las maderas raras.

BOOK: Herejes de Dune
8.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Played by Barbara Freethy
BearyMerryChristmas by Tianna Xander
A Pimp's Notes by Giorgio Faletti
A Bride for Noah by Lori Copeland
Paper Money by Ken Follett
The Bastard's Tale by Margaret Frazer
Welcome to Last Chance by Cathleen Armstrong
The Revival by Chris Weitz