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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (55 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Burzmali había vuelto a su conversación con el hombre de los ojos verdes. Era una discusión acerca de cómo disfrazarse. Escuchó con una parte de su mente mientras estudiaba a los otros dos miembros de su escolta que permanecían en la estancia. Los otros tres habían desaparecido por un pasadizo cerca del armero, una abertura cubierta por una gruesa cortina de brillantes hebras plateadas. Duncan, vio, estaba observando sus respuestas con atención, la mano apoyada en la pequeña pistola láser en su cinto.

¿Gente de la Dispersión?,
se preguntó Lucilla.
¿Cuáles son sus lealtades?

Casualmente, cruzó hasta el lado de Duncan y, utilizando el lenguaje de contacto digital en su brazo, le transmitió sus sospechas. Ambos miraron a Burzmali.
¿Traición?

Lucilla volvió a su estudio de la estancia. ¿Estaban siendo observados por ojos invisibles?

Nueve globos iluminaban el espacio, creando sus propias islas peculiares de intensa iluminación. Se reunían concentrados cerca de donde Burzmali seguía hablando con el hombre de los ojos verdes. Parte de la luz procedía directamente de los flotantes globos, todos ellos sintonizados a un dorado intenso, y parte de ella era reflejada más suavemente por las algas. El resultado era una carencia de sombras intensas, incluso debajo de los muebles.

Los resplandecientes hilos plateados de la puerta interior se abrieron. Una vieja mujer entró en la estancia. Lucilla la miró con fijeza. La mujer tenía un arrugado rostro tan oscuro como el viejo palisandro. Sus rasgos quedaban enmarcados por un disperso pelo gris que caía casi hasta sus hombros. Llevaba una larga túnica negra adornada con hilos dorados formando un dibujo de dragones mitológicos. La mujer se detuvo detrás de un sofá y apoyó sus profundamente venosas manos en el respaldo.

Burzmali y su compañero interrumpieron su conversación. Lucilla miró de la vieja mujer a sus propias ropas. Excepto los dragones dorados, los atuendos eran similares en diseño, las capuchas echadas hacia atrás sobre sus hombros. Solamente en el corte lateral y en la forma en que se abrían por delante allá donde estaba el dibujo del dragón diferían ambas prendas.

Cuando la mujer no dijo nada, Lucilla miró a Burzmali pidiendo una explicación. Burzmali le devolvió la mirada, con una expresión de intensa concentración. La vieja mujer siguió estudiando silenciosamente a Lucilla.

La intensidad de su atención llenó de inquietud a Lucilla. Vio que Duncan también experimentaba lo mismo. Mantenía su mano sobre la pequeña pistola láser. El largo silencio mientras aquellos ojos la examinaban amplificó su inquietud. Había algo casi Bene Gesserit en la forma en que la vieja mujer permanecía allí, simplemente mirando.

Duncan rompió el silencio preguntándole a Burzmali:

—¿Quién es ella?

—Soy la que salvará vuestras pieles —dijo la vieja mujer. Tenía una voz frágil que crujía débilmente, pero el mismo extraño acento.

Las Otras Memorias de Lucilla emitieron una sugerente comparación para el atuendo de la vieja mujer:
Similar a lo que llevaban las antiguas playfems.

Lucilla casi agitó la cabeza. Aquella mujer era demasiado vieja para un papel así. Y la forma de los míticos dragones bordados en el tejido difería de aquella proporcionada por sus memorias. Lucilla volvió su atención al viejo rostro: ojos húmedos con el estigma de la edad. Una seca costra se había instalado en las arrugas allá donde cada párpado tocaba los lagrimales junto a su nariz. Demasiado vieja para ser una playfem.

La vieja mujer se dirigió a Burzmali:

—Creo que puede llevarlo perfectamente. —Empezó a desvestirse, despojándose de la túnica con el dragón. Dirigiéndose a Lucilla, dijo: Esto es para ti. Llévalo con respeto. Matamos para conseguírtelo.

—¿A quién matasteis? —preguntó Lucilla.

—¡A una postulante de las Honoradas Matres! —Había orgullo en el ronco tono de la vieja mujer.

—¿Por qué debo llevar yo esas ropas? —preguntó Lucilla.

—Cambiarás tu atuendo conmigo —dijo la vieja mujer.

—No sin una explicación.

Lucilla se negó a aceptar la túnica que se le tendía. Burzmali avanzó un paso.

—Podéis confiar en ella.

—Soy un amigo de vuestros amigos —dijo la vieja mujer. Agitó la túnica frente a Lucilla—. Vamos, tómala.

Lucilla se dirigió a Burzmali:

—Necesito saber vuestro plan.

—Ambos necesitamos saberlo —dijo Duncan—. ¿Con qué autoridad se nos pide que confiemos en esa gente?

—Con la de Teg —dijo Burzmali—. Y con la mía. —Miró a la vieja mujer—. Podéis decírselo, Sirafa. Tenemos tiempo.

—Llevarás esta ropa mientras acompañas a Burzmali a Ysai —dijo Sirafa.

Sirafa,
pensó Lucilla. El nombre sonaba casi como una Variante Lineal de la Bene Gesserit.

Sirafa estudió a Duncan.

—Sí, es todavía lo bastante pequeño. Será disfrazado y llevado separadamente.

—¡No! —dijo Lucilla—. ¡Se me ha ordenado protegerle!

—Estás actuando de forma estúpida —dijo Sirafa—. Estarán buscando a una mujer de tu apariencia acompañada por alguien con la apariencia de este joven. No buscarán a una playfem de la Honoradas Matres con su acompañante de una noche… ni a un Maestro tleilaxu con su séquito.

Lucilla se humedeció los labios con la lengua. Sirafa hablaba con la confiada seguridad de una Censora de la Casa.

Sirafa depositó la túnica con los dragones en el respaldo del sofá. Iba vestida ahora con una ajustada malla negra que no ocultaba nada de un cuerpo aún esbelto y ágil, con unas curvas acusadas. El cuerpo parecía mucho más joven que el rostro. Mientras Lucilla la miraba, Sirafa pasó las palmas de sus manos por su frente y mejillas, alisándolas hacia atrás. Las arrugas de la edad fueron difuminándose, y un rostro mucho más joven se reveló.

¿Un Danzarín Rostro?

Lucilla miró duramente a la mujer. No había ninguno de los otros estigmas de un Danzarín Rostro. Sin embargo…

—¡Quítate tu ropa! —ordenó Sirafa. Ahora su voz era más joven y mucho más autoritaria.

—Debéis hacerlo —suplicó Burzmali—. Sirafa ocupará vuestro lugar como otro señuelo. Es la única forma de conseguir salir de aquí.

—¿Salir de aquí a dónde? —preguntó Duncan.

—A una no–nave —dijo Burzmali.

—¿Y a dónde nos llevará? —quiso saber Lucilla.

—A la seguridad —dijo Burzmali—. Seremos cargados con shere pero no puedo decir más. Incluso el shere pierde sus efectos con el tiempo.

—¿Cómo voy a ser disfrazado yo como un tleilaxu? —preguntó Duncan.

—No me dais ninguna elección —dijo Lucilla. Saltó los cierres y dejó caer su túnica. Se quitó la pequeña pistola de su corpiño y la arrojó sobre el sofá. Su malla era de un color gris claro, y vio a Sirafa tomar nota de aquello y de los cuchillos en las fundas de sus pantorrillas.

—A veces llevamos ropa interior negra —dijo Lucilla mientras se ponía la túnica con los dragones. La tela parecía pesada, pero una vez puesta daba una sensación de ligereza. Se giró varias veces, comprobando la forma en que se ajustaba a su cuerpo casi como si hubiera sido hecha para ella. Había un punto áspero en el cuello. Alzó una mano y pasó un dedo por él.

—Ahí es donde golpeó el dardo —dijo Sirafa—. Actuamos rápido, pero el ácido quemó ligeramente la tela. No es visible a ojo desnudo.

—¿Es correcta la apariencia? preguntó Burzmali a Sirafa.

—Muy buena. Pero tendré que instruirla. No debe cometer errores o de otro modo os cogerán a los dos, ¡así! —Sirafa dio una palmada para dar énfasis a sus palabras.

¿Dónde he visto yo ese gesto?,
se preguntó Lucilla.

Duncan tocó la parte de atrás del brazo de Lucilla, y sus dedos hablaron secretamente:


¡Esa palmada! Una peculiaridad de Giedi Prime.

Las Otras Memorias le confirmaron aquello a Lucilla. ¿Pertenecía aquella mujer a alguna comunidad aislada conservando antiguas costumbres?

—El muchacho debe irse ahora —dijo Sirafa. Hizo un gesto hacia los dos miembros de la escolta que quedaban allí— Llevadlo al lugar.

—No me gusta esto —dijo Lucilla.

—¡No tenemos elección! —ladró Burzmali.

Lucilla no podía hacer más que admitir aquello. Estaba confiando en el juramento de lealtad de Burzmali a la Hermandad, lo sabía. Y Duncan no era un niño, se recordó. Sus reacciones prana–bindu habían sido condicionadas por el viejo Bashar y por ella misma. Había posibilidades en el ghola que muy poca gente fuera de la Bene Gesserit podía igualar. Observó en silencio mientras Duncan y los dos hombres se marchaban cruzando la brillante cortina.

Cuando hubieron desaparecido, Sirafa rodeó el sofá y se detuvo de pie frente a Lucilla, las manos en sus caderas. Sus miradas se cruzaron a un mismo nivel.

Burzmali carraspeó y señaló el montón de ropas en la mesa que había a su lado.

El rostro de Sirafa, especialmente sus ojos, poseía una cualidad notablemente apremiante. Sus ojos eran color verde claro, con un límpido blanco. No estaban enmascarados por lentillas ni ningún otro artificio.

—Tienes el aspecto correcto —dijo Sirafa—. Recuerda que eres un tipo especial de playfem y Burzmali es tu cliente. Ninguna persona normal interferirá con eso.

Lucilla captó una velada insinuación en aquello.

—¿Pero hay quienes pueden interferir?

—Hay embajadas de las grandes religiones en Gammu ahora —dijo Sirafa—. Algunas que nunca has conocido. Proceden de lo que vosotras llamáis la Dispersión.

—¿Y cómo lo llamáis vosotras?

—La Búsqueda. —Sirafa alzó una mano tranquilizadora—. ¡No temas! Tenemos un enemigo común.

—¿Las Honoradas Matres?

Sirafa volvió su cabeza hacia la izquierda y escupió al suelo.

—¡Mírame, Bene Gesserit! ¡Fui adiestrada únicamente para matarlas! ¡Esa es mi única función y finalidad!

Lucilla habló cuidadosamente:

—Por lo que sabemos, debes ser muy buena.

—En algunas cosas, quizá sea mejor que tú. ¡Ahora escucha! Eres una adepta sexual. ¿Comprendes?

—¿Por qué deberían interferir los sacerdotes?

—¿Les llamas sacerdotes? Bien… sí. No interferirán por ninguna razón que tú puedas imaginar. El sexo para el placer, el enemigo de la religión, ¿eh?

—No aceptar sustitutos al sagrado goce —dijo Lucilla.

—¡Tantrus te protege, mujer! Hay diferentes sacerdotes de La Búsqueda, a algunos de los cuales no les importa ofrecer un éxtasis inmediato en vez de una promesa futura.

Lucilla casi sonrió. ¿Pensaba aquella supuesta asesina de Honoradas Matres que podía dar consejos sobre religión a una Reverenda Madre?

—Hay gente aquí que va disfrazada como
sacerdotes
—dijo Sirafa—. Es muy peligrosa. Los más peligrosos de todos son aquellos que siguen a Tantrus y proclaman que el sexo es la exclusiva adoración de su dios.

—¿Cómo los reconoceré? —Lucilla había captado sinceridad en la voz de Sirafa, y una especie de presentimiento.

—Eso no debe preocuparte. Nunca debes actuar como si reconocieras tales distinciones. Tu primera preocupación es asegurarte tu paga. Tú creo que deberías pedir cincuenta Solari.

—No me has dicho por qué deberían interferir. —Lucilla miró a Burzmali. El hombre había recogido las ropas de sobre la mesa y estaba quitándose su atuendo de batalla. Volvió su atención a Sirafa.

—Algunos siguen una antigua convención que les garantiza el derecho de romper tu acuerdo con Burzmali. En realidad, algunos te estarán probando.

—Escuchad atentamente —dijo Burzmali—. Esto es importante.

—Burzmali irá vestido como un trabajador del campo —dijo Sirafa—. Ningún otro disfraz puede ocultar los bultos de sus armas. Tú te dirigirás a él como Skar, un nombre muy común aquí.

—¿Pero cómo debo enfrentarme a una interrupción de los sacerdotes?

Sirafa extrajo una pequeña bolsa de su corpiño y se la pasó a Lucilla, que la sopesó con una mano.

—Eso contiene doscientos ochenta y tres Solari. Si alguien identificándose a sí mismo como divino… ¿Recuerdas eso? ¿Divino?

—¿Cómo podría olvidarlo? —La voz de Lucilla era casi burlona, pero Sirafa no prestó atención.

—Si uno de ellos interfiere, tú devolverás cincuenta Solari a Burzmali con tus excusas. En esa bolsa está también tu identificación como playfem con el nombre de Pira. Déjame oírte pronunciar tu nombre.

—Pira.

—¡No! ¡El acento mucho más duro en la «a»!

—¡Pira!

—Eso es más pasable. Ahora escúchame con extrema atención. Tú y Burzmali estaréis en la calle a última hora. Es de esperar que hayas tenido antes otros clientes. Debe haber evidencias de ello. Por lo tanto, deberás… ahhh, entretener a Burzmali antes de que os marchéis de aquí. ¿Comprendes?

—¡Qué delicadeza! —dijo Lucilla.

Sirafa tomó aquello como un cumplido y sonrió, pero fue una expresión tensamente controlada. ¡Sus reacciones eran tan extrañas!

—Una cosa —dijo Lucilla—. Si debo
entretener
a un divino ¿cómo encontraré después a Burzmali?

—¡Skar!

—Sí. ¿Cómo encontraré a Skar?

—El aguardará cerca, vayas donde vayas. Skar te encontrará cuando vuelvas a salir.

—Muy bien. Si un
divino
interrumpe, le devolveré cien Solari a Skar y…

—¡Cincuenta!

—Creo que no, Sirafa. —Lucilla agitó lentamente su cabeza de uno a otro lado—. Después de ser
entretenido
por mí, el divino sabrá que cincuenta Solari es una suma demasiado pequeña.

Sirafa frunció los labios y miró a Burzmali, más allá de Lucilla.

—Me advertiste acerca de las de su clase, pero no supuse que…

Usando tan sólo un toque de la Voz, Lucilla dijo:

—¡No supongas
nada
a menos que proceda de mí!

Sirafa frunció el ceño. Obviamente estaba sorprendida por la Voz, pero su tono siguió siendo arrogante cuando prosiguió:

—¿Presumo que no necesitas ninguna explicación acerca de variantes sexuales?

—Una correcta suposición —dijo Lucilla.

—¿Y que no necesito decirte que tu atuendo te identifica como una adepta de quinto grado en la Orden de Hormu?

Ahora fue el turno de Lucilla de fruncir el ceño.

—¿Y qué ocurrirá si muestro habilidades más allá de ese quinto grado?

—Ahhh —dijo Sirafa—. ¿Seguirás atendiendo a mis palabras, entonces?

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