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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (26 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Una señal con la mano avisó a una acólita que aguardaba a un lado. Los dedos de Odrade aletearon en una silenciosa comunicación:
«encuentra a quien está escuchándonos atrás de ese ventilador»
. Hizo una inclinación con la cabeza hacia el ventilador encima de la pintura.
«Déjale que prosiga. Necesitamos saber a quién pasa su informe».

—¿Cómo fue que vinisteis y me salvasteis? —preguntó Sheeana.

La muchacha tenía una voz encantadora, pero necesitaba adiestramiento, pensó Odrade. Había una firmeza en ella, sin embargo, que podía ser modelada hasta convertirla en un poderoso instrumento.

—¡Respóndeme! —ordenó Sheeana.

El tono imperioso sobresaltó a Odrade, despertando su irritación, que se vio obligada a reprimir. ¡Aquello había que corregirlo inmediatamente!

—Cálmate, chiquilla —dijo Odrade. Pulsó su tono de mando en un preciso tenor, y vio que causaba efecto.

Sheeana la sorprendió de nuevo:

—Ese es otro tipo de Voz. Estás intentando calmarme. Kipuna me habló acerca de la Voz.

Odrade se volvió en redondo, mirando de frente a Sheeana, y bajó la vista directamente hacia los ojos de la muchacha. El anterior pesar había desaparecido, pero aún había irritación cuando habló de Kipuna.

—Estoy atareada preparando nuestra respuesta a ese ataque —dijo Odrade—. ¿Por qué me distraes? Creí que desearías que fueran castigados.

—¿Qué es lo que vais a hacerles? ¡Dímelo! ¿Qué les haréis? Una muchacha sorprendentemente vengativa, pensó Odrade. Eso debería ser refrenado. El odio era una emoción tan peligrosa como el amor. La capacidad para el odio era la capacidad para su opuesto.

—He enviado a la Cofradía, a Ix y a los tleilaxu el mensaje que siempre les enviamos cuando nos sentimos irritadas —dijo Odrade—. Sólo dos palabras: «Lo pagaréis».

—¿Cómo lo pagarán?

—Se está preparando un castigo Bene Gesserit adecuado. Van a sentir las consecuencias de su comportamiento.

—¿Pero
qué
les haréis?

—A su tiempo lo sabrás. Puede que sepas incluso cómo diseñamos nuestro castigo. Por ahora, no hay necesidad de que lo sepas.

Una hosca mirada apareció en el rostro de Sheeana.

—Ni siquiera estáis furiosas —dijo—. Sólo irritadas. Eso es lo que has dicho.

—¡Refrena tu impaciencia, chiquilla! Hay cosas que no comprendes.

La Reverenda Madre de la sala de comunicaciones regresó, miró una sola vez a Sheeana, y le dijo a Odrade:

—La Casa Capitular acusa recibo de vuestro informe. Aprueba vuestra respuesta.

Como fuera que la Reverenda Madre de comunicaciones seguía allí de pie. Odrade preguntó:

—¿Hay algo más?

Una breve mirada a Sheeana indicó las reservas de la mujer. Odrade alzó su mano derecha, la palma hacia adelante, la señal de comunicación silenciosa.

La Reverenda Madre respondió, sus dedos danzando con mal reprimida excitación:
«Mensaje de Taraza… los tleilaxu son el elemento crucial. Hay que hacerle pagar cara a la Cofradía su melange. Corta para ella todo el suministro rakiano. Hay que derribar juntos a la Cofradía y a Ix. Se extenderán demasiado a fin de enfrentarse a la aplastante competencia de la Dispersión. Ignora por ahora a las Habladoras Pez. Caerán con Ix. El Maestro de Maestros responde ante nosotras por los tleilaxu. Viene a Rakis. Atrápalo.»

Odrade sonrió débilmente, indicando que había captado todo el mensaje. Observó a la otra mujer abandonar la habitación. No sólo la Casa Capitular había dado su conformidad a las acciones emprendidas en Rakis, sino que había sido elaborado un castigo Bene Gesserit adecuado con una fascinante velocidad. Obviamente, Taraza y sus consejeras habían anticipado aquel momento.

Odrade se permitió un suspiro de alivio. El mensaje a la Casa Capitular había sido breve: un relato conciso del ataque, la lista de las bajas de la Hermandad, la identificación de los atacantes, y una nota confirmándole a Taraza que Odrade había transmitido ya la advertencia requerida a los culpables:

«Lo pagaréis.»

Sí, aquellos estúpidos atacantes sabían ahora que se habían metido en un buen lío. Aquello iba a crear miedo… una parte esencial del castigo.

Sheeana se agitó en su sillón. Su actitud indicaba que deseaba efectuar un nuevo enfoque al asunto.

—Uno de los de tu gente dijo que se trataba de Danzarines Rostro. —Hizo un gesto con la barbilla hacia el techo.

Qué enorme depósito de ignorancia era aquella muchacha, pensó Odrade. Aquel vacío tenía que ser llenado. ¡Danzarines Rostro! Odrade pensó en los cuerpos que había examinado. Los tleilaxu habían hecho entrar finalmente en acción a sus nuevos Danzarines Rostro. Eran una prueba para la Bene Gesserit, por supuesto. Esos nuevos eran extremadamente difíciles de detectar. Pero seguían desprendiendo el característico olor de sus feromonas únicas, sin embargo. Odrade había enviado ese dato en su mensaje a la Casa Capitular.

El problema ahora era mantener secreto el conocimiento de la Bene Gesserit. Odrade llamó a una mensajera acólita. Indicando al ventilador con un parpadeo de sus ojos, le habló silenciosamente con sus dedos:
«¡Mata a esos que estén escuchando!»

—Estás demasiado interesada en la Voz, niña —dijo Odrade dirigiéndose de nuevo a Sheeana—. El silencio es la herramienta más valiosa para la instrucción.

—¿Pero puedo aprender la Voz? Quiero aprenderla.

—Te estoy diciendo que guardes silencio y aprendas de tu silencio.

—¡Te ordeno que me enseñes la Voz!

Odrade pensó en los informes de Kipuna. Sheeana había establecido un efectivo control por la Voz sobre la mayor parte de aquellos que la rodeaban. La muchacha había aprendido aquello por sí misma. Un nivel de Voz inmediato para una audiencia limitada. Era una natural. Tuek y Cania y los demás se sentían asustados ante Sheeana. Las fantasías religiosas contribuían a ese miedo, por supuesto, pero el dominio de Sheeana del tono y ajuste de la Voz desplegaban una admirable selectividad inconsciente.

La respuesta más apropiada para Sheeana era obvia, y Odrade lo sabía. Honestidad. Era un señuelo más poderoso y servía para más de un propósito.

—Estoy aquí para enseñarte muchas cosas —dijo Odrade—, pero no puedo hacerlo bajo tus órdenes.

—¡Todo el mundo me obedece! —dijo Sheeana.

Apenas acaba de entrar en la pubertad y ya ha adquirido un nivel aristocrático,
pensó Odrade.
Dioses construidos por nosotras, ¿en qué va a convertirse?

Sheeana se levantó de su sillón y se puso en pie, mirando a Odrade con una expresión interrogativa. Los ojos de la muchacha llegaban al nivel de los hombros de Odrade. Sheeana iba a ser alta, una presencia dominante. Si sobrevivía.

—Tú respondes a algunas de mis preguntas pero no respondes a otras —dijo Sheeana—. Has dicho que estabais esperando mi llegada pero no quieres explicarte. ¿Por qué no me obedeces?

—Una pregunta estúpida, niña.

—¿Por qué sigues llamándome niña?

—¿Acaso no eres una niña?

—Ya menstrúo.

—Pero sigues siendo una niña.

—Los sacerdotes me obedecen.

—Te tienen miedo.

—¿Tú no?

—No. Yo no.

—¡Bien! Resulta cansado cuando la gente sólo te tiene miedo.

—Los sacerdotes piensan que tú procedes de Dios.

—¿Tú no piensas eso?

—¿Por qué debería? Nosotras… —Odrade se interrumpió cuando entró una acólita mensajera. Los dedos de la acólita danzaron en una silenciosa comunicación:
«Había cuatro sacerdotes escuchando. Han sido muertos. Todos eran secuaces de Tuek.»

Odrade despidió a la mensajera con un gesto.

—Ella habla con sus dedos —dijo Sheeana—. ¿Cómo lo hace?

—Haces demasiadas preguntas inoportunas, niña. Y no me has dicho por qué debería yo considerarte un instrumento de Dios.

—Shaitan me perdonó. Camino por el desierto y, cuando Shaitan viene, hablo con él.

—¿Por qué le llamas Shaitan en vez de Shai–Hulud?

—¡Todo el mundo me hace la misma pregunta estúpida!

—Entonces dame tu respuesta estúpida.

La expresión hosca regresó al rostro de Sheeana.

—Es debido a las circunstancias en que nos encontramos.

—¿Y cómo os encontrasteis?

Sheeana inclinó su cabeza hacia un lado y alzó la vista por un momento hacia los ojos de Odrade, luego:

—Es un secreto.

—¿Y sabes cómo guardar los secretos?

Sheeana se envaró y asintió, pero Odrade vio inseguridad en su movimiento. ¡La muchacha sabía cuándo estaba siendo conducida a una posición imposible de mantener!

—¡Excelente! —dijo Odrade—. El mantener los secretos es una de las enseñanzas más esenciales de una Reverenda Madre. Me alegra que no tengamos que preocuparnos por eso contigo.

—¡Pero yo lo quiero aprender todo!

Tanta petulancia en su voz. Tan poco control emocional.

—¡Tienes que enseñármelo todo! —insistió Sheeana.

Ahora es el momento de utilizar el látigo,
pensó Odrade. Sheeana había hablado y actuado lo suficiente como para que una acólita de quinto grado se creyera capaz de controlarla a partir de ahora.

Utilizando todo el poder de la Voz, Odrade dijo:

—¡No emplees ese tono conmigo, niña! ¡No si realmente quieres aprender algo!

Sheeana se puso rígida. Estuvo más de un minuto absorbiendo lo que le había ocurrido y luego relajándose. Finalmente sonrió, una expresión cálida y abierta.

—¡Oh, me alegra tanto que hayas venido! Todo esto era tan aburrido últimamente.

Capítulo XVIII

Nada supera la complejidad de la mente humana.

Leto II: grabaciones de Dar–es–Balat

La noche de Gammu, presagiándose a menudo muy rápidamente en aquellas latitudes, estaba aún a un par de horas de distancia. Una acumulación de nubes ensombrecía el Alcázar. Siguiendo órdenes de Lucilla, Duncan había vuelto al patio para una intensa sesión de prácticas autodirigidas.

Lucilla observó desde el parapeto desde donde lo había visto por primera vez.

Duncan se ejercitaba en los acrobáticos giros del combate óctuple Bene Gesserit, lanzando su cuerpo por el césped, rodando, saliendo disparado de un lado para otro, alzándose y dejándose caer de nuevo rápidamente.

Era una espléndida exhibición de controladas fintas aparentemente al azar, pensó Lucilla. No podía ver ningún esquema predecible en sus movimientos, y la velocidad era sorprendente. Duncan tenía ahora casi dieciséis años estándar y estaba alcanzando un completo potencial de sus talentos prana–bindu.

¡Los cuidadosamente controlados movimientos de sus ejercicios de adiestramiento revelaban tanto! Había respondido con toda rapidez cuando le había ordenado por primera vez aquellas sesiones vespertinas. El paso inicial de las instrucciones de Taraza había sido completado. El ghola la adoraba. No había ninguna duda al respecto. Era como una madre para él. Y todo se había conseguido sin debilitarle seriamente, pese a las ansiedades que había planteado Teg.

Mi sombra está en este ghola, pero no es ni un suplicante ni un dependiente seguidor,
se tranquilizó a sí misma.
Teg se preocupa sin ninguna razón.

Precisamente aquella mañana, le había dicho a Teg:

—Sea lo que sea lo que le dicten sus fuerzas, sigue expresándose libremente.

Teg debería verlo en este momento, pensó. Aquellos nuevos movimientos de práctica eran en gran parte creación del propio Duncan.

Lucilla reprimió un jadeo apreciativo ante un salto particularmente ágil, que llevó a Duncan casi hasta el centro del patio. El ghola estaba desarrollando un equilibrio nervio–muscular que, dándole un poco de tiempo, podía ser correspondido por un equilibrio psicológico al menos igual al de Teg. El impacto cultural de un logro así podía ser asombroso. Sólo era necesario contemplar a todos aquellos que habían dado su fidelidad instintiva a Teg y, a través de Teg, a la Hermandad.

Tenemos que darle las gracias al Tirano por gran parte de eso
, pensó.

Antes de Leto II, no se había producido ningún sistema de ajustes culturales lo bastante amplio y que hubiera durado el tiempo suficiente como para acercarse al equilibrio que la Bene Gesserit consideraba como ideal. Era este equilibrio —
«deslizarse por el filo de la hoja de una espada»
— lo que fascinaba a Lucilla. Era por eso por lo que se prestaba tan sin reservas a un proyecto cuyo designio total desconocía, pero que exigía de ella actuar de un modo que su instinto etiquetaba como repugnante.

¡Duncan es tan joven!

Lo que requería de ella a continuación la Hermandad le había sido deletreado explícitamente por Taraza:
La Imprimación Sexual
. Aquella misma mañana, Lucilla se había plantado desnuda delante de su espejo, adoptando las actitudes y movimientos de rostro y cuerpo que sabía debería utilizar para obedecer las órdenes de Taraza. En una respuesta artificial, Lucilla había visto su propio rostro adoptar la expresión de una prehistórica diosa del amor… opulencia de carnes y la promesa de una suavidad en la cual se sumergiría cualquier macho excitado.

En su educación, Lucilla había visto antiguas estatuas de los Primeros Tiempos, pequeñas figuras de piedra de hembras humanas con amplias caderas y colgantes pechos que aseguraban abundancia a los mamantes niños. Lucilla podía producir a voluntad una juvenil simulación de esas antiguas formas.

En el patio debajo de Lucilla, Duncan hizo una momentánea pausa y pareció pensar en sus siguientes movimientos. Finalmente, asintió para sí mismo, saltó hacia arriba y se retorció en el aire, cayendo como una gacela sobre una pierna, al tiempo que daba una patada hacia un lado y empezaba a girar con movimientos más propios de una danza que de un combate.

Lucilla frunció su boca en una tensa línea de resolución.

Imprimación Sexual.

El secreto del sexo no era en absoluto ningún secreto, pensó. Sus raíces iban unidas a la propia vida. Aquello explicaba, por supuesto, por qué su primera orden de seducción para la Hermandad había impreso un rostro masculino en su memoria. Las Amantes Procreadoras le habían dicho que esperara aquello y no se sintiera alarmada por ello. Pero Lucilla se había dado cuenta luego de que la Imprimación Sexual era una espada de doble filo. Podías aprender a deslizarte por el borde de la hoja, pero podías cortarte con él. A veces, cuando aquel rostro masculino de su primera orden de seducción regresaba sin ser solicitado a su mente, Lucilla se sentía confusa por él. El recuerdo aparecía tan frecuentemente en la cúspide de un momento íntimo, obligándola a unos esfuerzos tan grandes de ocultación.

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