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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (24 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Con un grito estrangulado, Kipuna agarró a Sheeana, la arrojó contra un sorprendido Tuek, y gritó:

—¡Corred!

Tras lo cual Kipuna se lanzó hacia el resplandor que avanzaba rápidamente… un pequeño buscador arrastrando tras de sí un largo trozo de hilo shiga.

En sus días jóvenes, Tuek había jugado al bátebol. Cogió instintivamente a Sheeana, vaciló por un instante, y luego reconoció el peligro. Girando con la agitante y protestante muchacha en sus brazos, Tuek cruzó a toda prisa la puerta abierta de las escaleras de la torre. Oyó la puerta cerrarse de un portazo tras él, y los rápidos pasos de Cania pegados a sus talones.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? —Sheeana puñeó el pecho de Tuek mientras gritaba.

—¡Silencio, Sheeana!¡Silencio! —Tuek hizo una pausa en el primer descansillo. Un pozo a suspensor y un tobogán conducían desde aquel descansillo hasta el corazón del edificio. Cania se detuvo al lado de Tuek, jadeando fuertemente en el estrecho espacio.

—Mató a Kipuna y a dos de vuestros guardias —jadeó Cania—. ¡Los partió en dos! Lo vi. ¡Dios nos salve!

La mente de Tuek era un torbellino. Tanto el tobogán como el pozo a suspensor eran conductos cerrados que atravesaban la torre. Podían ser saboteados. El ataque en el tejado podía ser tan sólo un elemento en un complot mucho más complejo.

—¡Suéltame! —insistió Sheeana—. ¿Qué está ocurriendo?

Tuek la depositó en el suelo, pero mantuvo una de sus manos aferrada en la suya. Se inclinó sobre ella.

—Sheeana, querida, alguien está intentando hacernos daño.

La boca de Sheeana formó una silenciosa «O». Luego:

—¿Le han hecho daño a Kipuna?

Tuek alzó la vista hacia la puerta del tejado. ¿Era un ornitóptero lo que oía allí arriba?
¡Stiros!
¡Los conspiradores podían llevar tan fácilmente a tres personas vulnerables al desierto!

Cania había recuperado el aliento.

—He oído un tóptero —dijo—. ¿No deberíamos marcharnos de aquí?

—Vamos a bajar por las escaleras —dijo Tuek.

—Pero el…

—¡Haz lo que digo!

Sujetando firmemente la mano de Sheeana, Tuek abrió camino bajando hasta el siguiente descansillo. Además de los accesos del tobogán y el pozo a suspensor, este descansillo tenía una puerta que conducía a una amplia sala curva. Sólo a unos pocos pasos más allá de la puerta se hallaba la entrada a las dependencias de Sheeana, antiguamente las del propio Tuek. Vaciló de nuevo.

—Algo está ocurriendo en el tejado —susurró Cania.

Tuek bajó la vista hacia la temerosa y callada muchacha a su lado. Su mano estaba sudorosa.

Sí, había alguna especie de rugido en el tejado… gritos, el silbido de quemadores, muchas carreras. La puerta del tejado, ahora fuera de su vista sobre sus cabezas, se abrió de un violento golpe. Aquello decidió a Tuek. Abrió la puerta al pasillo del otro lado, y cayó en brazos de un apretado grupo de mujeres vestidas de negro. Con una vacía sensación de derrota, Tuek reconoció a la mujer que conducía al grupo:
¡Odrade!

Alguien arrancó a Sheeana de su lado y la metió en el conjunto de embozadas figuras. Antes de que Tuek o Cania pudieran protestar, unas manos se aplastaron sobre sus bocas. Otras manos los clavaron contra la pared del pasillo. Algunas de las figuras embozadas cruzaron la puerta y empezaron a subir las escaleras.

—La chica está a salvo y eso es todo lo importante por el momento —susurró Odrade. Miró directamente a Tuek a los ojos—. No grites. —La mano se apartó de su boca. Utilizando la Voz, dijo—: ¡Cuéntame qué ha ocurrido en el tejado!

Tuek se descubrió respondiendo sin la menor vacilación:

—Un buscador unido a un largo hilo shiga. Vino por encima del parapeto. Kipuna lo vio y…

—¿Dónde está Kipuna?

—Muerta. Cania lo vio. —Tuek describió la valerosa carrera de Kipuna hacia la amenaza.

¡Kipuna muerta!,
pensó Odrade. Ocultó una rabiosa sensación de pérdida. Qué desperdicio. No podía hacer otra cosa más que sentir admiración hacia una muerte tan valerosa, pero ¡qué pérdida! La Hermandad siempre necesitaba de un tal coraje y devoción, pero también necesitaba la riqueza genética que había representado Kipuna.
¡Y ahora había desaparecido, muerta, gracias a esos estúpidos ineptos!

A un gesto de Odrade, la mano fue retirada de la boca de Cania.

—Dime lo que viste —dijo Odrade.

—El buscador enrolló el hilo shiga en torno al cuello de Kipuna y… —Cania se estremeció.

El apagado retumbar de una explosión reverberó encima de ellos, luego silencio. Odrade agitó una mano. Mujeres embozadas se diseminaron por el pasillo, avanzando silenciosamente hasta desaparecer de la vista más allá de la curva. Sólo Odrade y otras dos, ambas mujeres jóvenes de helados rostros con intensas expresiones, permanecieron junto a Tuek y Cania. Sheeana no era visible por ningún lado.

—Los ixianos están de alguna manera en esto —dijo Odrade.

Tuek asintió.
Tanto hilo shiga…

—¿Dónde habéis llevado a la muchacha? —preguntó.

—La estamos protegiendo —dijo Odrade—. Quédate quieto. —Inclinó la cabeza, escuchando.

Una mujer embozada apareció a toda prisa por la curva del pasillo y susurró algo al oído de Odrade. Odrade exhibió una tensa sonrisa.

—Ya ha pasado todo —dijo Odrade—. Vamos junto a Sheeana.

Sheeana ocupaba una silla azul blandamente mullida en la habitación principal de sus aposentos. Mujeres vestidas de negro permanecían de pie en un arco protector detrás de ella. Tuek tuvo la impresión de que la muchacha se había recuperado por completo de la impresión del ataque y la escapatoria, pero sus ojos brillaban con excitación y no formuladas preguntas. La atención de Sheeana iba dirigida a algo que estaba fuera de la vista de Tuek, a su derecha. Tuek se adelantó y miró, jadeando ante lo que vio.

Un cuerpo masculino, desnudo, estaba tendido contra la pared en una posición extrañamente encogida, la cabeza retorcida de tal modo que su barbilla se apoyaba en la parte de atrás de su hombro izquierdo. Sus ojos abiertos miraban fijos con la vacuidad de la muerte.

¡Stiros!

Los desgarrados jirones de las ropas de Stiros, obviamente arrancados violentamente de él, yacían en un confuso montón cerca de los pies del cuerpo.

Tuek miró a Odrade.

—Estaba en esto —dijo ella—. Había Danzarines Rostro con los ixianos.

Tuek intentó deglutir en su reseca garganta.

Cania se dirigió rápidamente al cuerpo. Tuek no pudo ver su rostro, pero la presencia de Cania le recordó que había habido algo entre Stiros y Cania en sus días jóvenes. Tuek avanzó instintivamente para situarse entre Cania y la sentada muchacha.

Cania se detuvo junto al cuerpo y lo agitó con un pie. Se volvió hacia Tuek, con una expresión exultante en su rostro.

—Tenía que asegurarme de que estaba realmente muerto —dijo.

Odrade miró a una de sus compañeras.

—Deshaceos del cuerpo. —Desvió su vista hacia Sheeana. Era la primera oportunidad de Odrade de estudiar más detenidamente a la muchacha desde que se había hecho cargo del mando de la fuerza de asalto que se había enfrentado al ataque en el complejo del templo.

Tuek, detrás de Odrade, dijo:

—Reverenda Madre, ¿podéis explicar, por favor, qué…?

—Más tarde —interrumpió Odrade, sin volverse.

Sheeana mostró una expresión interesada ante las palabras de Tuek.

—¡
Pensé
que tú eras una Reverenda Madre!

Odrade se limitó a asentir. Qué fascinante muchacha. Odrade experimentó las mismas sensaciones que experimentaba cuando se detenía frente a la antigua pintura en los aposentos de Taraza. Algo del fuego que se había posado en la obra de arte inspiró ahora a Odrade. ¡Qué salvaje inspiración! Aquel era el mensaje del loco Van Gogh. El caos conducido a un orden magnífico. ¿No formaba eso parte de la coda de la Hermandad?

Esta muchacha es mi tela, pensó Odrade. Sintió su mano hormiguear con la sensación de aquel antiguo pincel. Las aletas de su nariz vibraron ante el olor de los aceites y pigmentos.

—Déjame sola con Sheeana —ordenó Odrade—. Todo el mundo fuera.

Tuek empezó a protestar, pero se retuvo cuando una de las embozadas compañeras de Odrade sujetó su brazo. Odrade lo miró con ojos llameantes.

—La Bene Gesserit te ha servido antes —dijo—. Esta vez, salvamos tu vida.

La mujer que sujetaba el brazo de Tuek tiró de él.

—Responde a sus preguntas —le dijo Odrade a la mujer—. Pero hazlo en algún otro lugar.

Cania dio un paso hacia Sheeana.

—Esa muchacha es mi…

—¡Fuera! —ladró Odrade, con todos los poderes de la Voz en la orden.

Cania se inmovilizó.

—¡Casi la perdisteis frente a una inepta pandilla de conspiradores! —dijo Odrade, mirando furiosamente a Cania—. Ya estudiaremos si mereces otra oportunidad de asociarte con Sheeana.

Las lágrimas asomaron a los ojos de Cania, pero la orden de Odrade no podía ser desobedecida. Dándose la vuelta, Cania se marchó con los otros.

Odrade se volvió hacia la atenta muchacha.

—Hemos estado esperándote mucho tiempo —dijo Odrade—. No vamos a darles a esos estúpidos otra oportunidad de perderte.

Capítulo XVI

La ley siempre escoge partido sobre la base de reforzar el poder. La moralidad y las sutilezas legales tienen poco que ver con ella cuando la auténtica cuestión es: ¿Quién tiene la influencia?

Actas del Consejo de la Bene Gesserit: Archivos X0X232

Inmediatamente después de que Taraza y su séquito abandonaran Gammu, Teg se sumergió en su trabajo. Había que tomar nuevas medidas en el Alcázar, manteniendo a Schwangyu siempre más allá del largo de un brazo del ghola. Ordenes de Taraza.

—Puede observar lo que quiera. Pero no puede tocar.

Pese a la urgencia del trabajo, Teg se descubrió a sí mismo mirando al espacio en los momentos más insospechados, presa de una ingrávida ansiedad. La experiencia de rescatar al séquito de Taraza de la nave de la Cofradía y las extrañas revelaciones de Odrade no encajaban con ninguna clasificación de datos construida por él.

Dependencias… troncos clave…

Teg se encontró de pronto sentado en su propia sala de trabajo, con el esquema de un turno de tareas proyectado ante él para el que tenía que aprobar algunos cambios y, por un momento, no tuvo ni idea de la hora que era, ni siquiera de la fecha. Necesitó unos instantes para volver a situarse.

Era mediada la mañana. Taraza y su séquito hacía dos días que se habían ido. Estaba solo. Sí, Patrin se había hecho cargo de sus tareas de adiestramiento con Duncan, dejando a Teg libre para dedicarse a las decisiones del mando.

La sala de trabajo en torno a Teg parecía extraña. Sin embargo, cuando miró a cada uno de sus elementos, los encontró todos familiares. Allí estaba su propia consola de datos personal. Su guerrera había sido colocada cuidadosamente en el respaldo de una silla a su lado. Intentó sumirse en modo Mentat, y encontró que su propia mente se resistía. No se había enfrentado con ese fenómeno desde sus días de adiestramiento.

Sus días de adiestramiento.

Taraza y Odrade lo habían arrojado, entre las dos, de vuelta a alguna forma de adiestramiento.

Autoadiestramiento.

De una forma despegada, sintió que su memoria le ofrecía de nuevo una conversación con Taraza ocurrida hacía mucho tiempo. Qué familiar resultaba. Allí estaba él, atrapado en los lazos de sus propios recuerdos.

El y Taraza se sentían completamente agotados después de haber tomado las decisiones y emprendido las acciones necesarias para prevenir una sangrienta confrontación… el incidente Barandiko. Ahora no era más que un ligero hipo en la historia, pero por aquel entonces había exigido todas sus energías combinadas.

Taraza lo invitó al pequeño salón en sus dependencias en la no–nave después de haberse firmado el acuerdo. Habló de forma casual, admirando su sagacidad, la forma en que él había sabido ver a través de las cosas la debilidad que iba a forzar a un compromiso.

Habían permanecido despiertos y activos durante casi treinta horas, y Teg agradeció la oportunidad de sentarse mientras Taraza discaba algo en la instalación de comida–bebida. La instalación produjo obedientemente dos altos vasos de un cremoso líquido marrón.

Teg reconoció el olor mientras ella le tendía su vaso. Era una fuente rápida de energía, una bebida alcohólica estimulante que la Bene Gesserit raramente compartía con alguien de fuera de la Hermandad. Pero Taraza ya no lo consideraba a él como alguien fuera de la Hermandad.

Inclinando hacia atrás la cabeza, Teg dio un largo sorbo de su bebida, mientras fijaba su mirada en el adornado techo del pequeño saloncito de Taraza. Aquella no–nave era un modelo antiguo, construido en los días en que se cuidaba más la decoración… cornisas profundamente entalladas, figuras barrocas formando bajorrelieves en todas las superficies.

El sabor de la bebida empujó su memoria de vuelta a su infancia, la densa infusión de melange…

—Mi madre me daba esto mismo cada vez que me veía muy cansado —dijo, contemplando el vaso en su mano. Podía sentir ya la calmante energía fluyendo por todo su cuerpo.

Taraza llevó su propia bebida a una silla–perro opuesta a él, un mullido mueble animado que encajaba perfectamente con ella tras la larga familiaridad de la convivencia. A Teg le había proporcionado una silla tapizada en verde, pero vio su mirada fijarse en la silla–perro y le dedicó una sonrisa.

—Los gustos difieren, Miles. —Dio un sorbo a su bebida y suspiró—. Fue agotador, pero fue un buen trabajo. Hubo momentos en que las cosas estuvieron a punto de ir muy mal.

Teg se sintió contagiado por su relajación. Ninguna pose, ninguna máscara preparada para marcar las distancias y definir sus distintos papeles en la jerarquía Bene Gesserit. Ella estaba mostrándose obviamente amistosa e incluso un poco seductora. O al menos eso parecía… era todo lo que podía decirse de cualquier encuentro con una Reverenda Madre.

Con una súbita exaltación, Teg se dio cuenta de que se había habituado a leer en Alma Mavis Taraza, incluso cuando ella adoptaba una de sus máscaras.

—Vuestra madre os enseñó más de lo que se le dijo que os enseñara —dijo Taraza—. Una mujer juiciosa, pero otra hereje. Eso es todo lo que parece que estamos produciendo hoy en día.

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