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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (25 page)

BOOK: Herejes de Dune
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—¿Hereje? —Sintió una punzada de resentimiento.

—Es un chiste privado en la Hermandad —dijo Taraza—. Se supone que todas seguimos las órdenes de la Madre Superiora con absoluta devoción. Y lo hacemos, excepto cuando discrepamos.

Teg sonrió y dio otro largo sorbo a su bebida.

—Es extraño —dijo Taraza—, pero mientras estábamos ocupándonos de esa pequeña y tensa confrontación, me di cuenta de que estaba reaccionando con respecto a vos como lo haría con una de mis Hermanas.

Teg sintió el licor calentar su estómago. Dejó un hormigueo en sus fosas nasales. Depositó el vaso vacío en una mesita lateral y habló mientras lo contemplaba.

—Mi hija mayor…

—Esa debe ser Dimela. Hubierais debido permitirnos hacernos cargo de ella, Miles.

—No fue decisión mía.

—Pero una palabra vuestra… —Taraza se alzó de hombros—. Bueno, eso es el pasado. ¿Qué pasa con Dimela?

—Cree que a menudo me parezco demasiado a una de vosotras.

—¿Demasiado?

—Ella es ferozmente leal a mí, Madre Superiora. No comprende realmente nuestra relación, y…

—¿Cuál es nuestra relación?

—Vos ordenáis, y yo obedezco.

Taraza lo miró por encima del borde de su vaso. Luego depositó el vaso y dijo:

—Sí, nunca habéis sido realmente un herético, Miles. Quizá… algún día…

El habló rápidamente, deseando apartar a Taraza de tales ideas.

—Dimela piensa que el largo uso de la melange hace que mucha gente se vuelva como vos.

—¿De veras? ¿No es extraño, Miles, que una poción geriátrica tenga tantos efectos secundarios?

—Yo no lo encuentro tan extraño.

—No, por supuesto que no. —Apuró su vaso y lo dejó a un lado—. Me estaba refiriendo a la forma en que una prolongación significativa de la vida ha provocado en algunas personas, en vos especialmente, un profundo conocimiento de la naturaleza humana.

—Vivimos más tiempo y observamos más —dijo él.

—No creo que sea algo tan simple. Algunas personas nunca observan nada. Para ellos, la vida simplemente ocurre. Obtienen tan sólo algo más que una especie de torpe persistencia, y se resisten con irritación y resentimiento a cualquier cosa que pueda apartarlos de esa falsa serenidad.

—Nunca he sido capaz de hallar una aceptable cortina de equilibrio para la especia —dijo él, refiriéndose a un común proceso Mentat de clasificación de datos.

Taraza asintió. Obviamente, ella encontraba la misma dificultad.

—Nosotras en la Hermandad tendemos a ser más directas que los Mentats —dijo—. Tenemos rutinas para arrancarnos de ella, pero la condición persiste.

—Nuestros antepasados tuvieron este mismo problema durante largo tiempo —dijo él.

—Era distinto antes de la especia —observó ella.

—Pero vivían unas vidas tan cortas.

—Cincuenta, cien años; no parece mucho para nosotros, pero sin embargo…

—¿Comprimían más su tiempo disponible?

—Oh, a veces se ponían frenéticos.

Ella estaba ofreciéndole observaciones de sus Otras Memorias, se dio cuenta. No era la primera vez que él había compartido tan antiguo saber. Su madre había recurrido a tales memorias en ocasiones, pero siempre como una lección. ¿Qué era lo que estaba haciendo Taraza ahora? ¿Estaba enseñándole algo?

—La melange es un monstruo de muchas manos —dijo ella.

—¿A veces no deseáis que nunca hubiera sido descubierta?

—La Bene Gesserit no existiría sin ella.

—Ni la Cofradía.

—Pero tampoco hubiera habido ningún Tirano, ningún Muad'dib. La especia da con una mano y toma con todas las demás.

—¿Qué mano contiene lo que deseamos nosotros? —preguntó él—. ¿No es siempre esa la cuestión?

—Sois una rareza, ¿lo sabéis, Miles? Los Mentats beben tan escasamente en la fuente de la filosofía. Creo que ésta es una de vuestras fuerzas. Sois soberbiamente capaz de dudar.

El se alzó de hombros. Aquel giro en la conversación lo incomodaba.

—No os hace gracia —dijo ella—. Pero aferraos a vuestras dudas, de todos modos. La duda es algo necesario para un filósofo.

—Así que el Zensunni nos da firmeza.

—Todos los místicos aceptan eso, Miles. Nunca subestiméis el poder de las dudas. Son muy persuasivas. El S’tori mantiene la duda y la seguridad sujetas con una sola mano.

Realmente sorprendido, Teg preguntó:

—¿Practican las Reverendas Madres los rituales Zensunni? —Nunca antes se le había ocurrido sospechar siquiera aquello.

—Sólo una vez —dijo ella—. Alcanzamos una forma exaltada, total, del S’tori.

Implica todas las células.

—La agonía de la especia —dijo él.

—Estaba segura de que vuestra madre os lo había dicho. Obviamente, nunca os explicó la afinidad con el Zensunni.

Teg tragó un nudo que se formaba en su garganta. ¡Fascinante! Ella le estaba dando una nueva visión de la Bene Gesserit. Aquello cambiaba todas sus concepciones, incluyendo su imagen de su propia madre. Eran extirpadas de él hasta un lugar inalcanzable donde él jamás podría seguirlas. Podrían pensar ocasionalmente en él como en un camarada, pero nunca podría penetrar en su círculo íntimo. Podría simular, no más. Jamás sería como Muad'dib o el Tirano.

—Presciencia —dijo Taraza.

La palabra desvió su atención. Ella había cambiado de tema pero sin cambiarlo.


Estaba
pensando en Muad'dib —dijo él.

—Creéis que predecía el futuro —dijo ella.

—Esa es la enseñanza Mentat.

—He oído la duda en vuestra voz, Miles. ¿Predecía, o creaba? La presciencia puede ser mortífera. La gente que exige que el oráculo prediga para ella, lo que realmente desea saber es el precio para el año próximo de la piel de ballena de pelaje o alguna otra cosa igualmente mundana. Ninguno de ellos desea una predicción instante a instante de su vida personal.

—No quieren perder el elemento sorpresa —dijo Teg.

—Exactamente. Si uno poseyera ese pre–conocimiento, su vida se volvería insoportablemente aburrida.

—¿Pensáis que la vida de Muad'dib fue aburrida?

—Y la del Tirano también. Creemos que sus vidas estuvieron dedicadas a intentar romper las cadenas que ellos mismos habían creado.

—Pero ellos creían…

—Recordad vuestras dudas filosóficas, Miles. ¡Estad atento! La mente del creyente se estanca. Deja de crecer hacia afuera en dirección a un ilimitado, infinito universo.

Teg permaneció sentado en silencio por un momento. Captó la fatiga que había sido expulsada más allá de su consciencia inmediata por la bebida, captó también la forma en que sus pensamientos estaban enturbiados por la intrusión de nuevos conceptos. Se trataba de cosas, que le habían sido enseñadas, que podían debilitar a un Mentat, y sin embargo se sintió fortalecido por ellas.

Ella está enseñándome
, pensó.
Hay una lección ahí.

Como proyectado en su mente y su silueta recortada allí con fuego, encontró su entera atención Mentat centrada en la advertencia Zensunni que era enseñada a todo estudiante principiante en la Escuela Mentat:

Mediante tu creencia en las singularidades granulares, deniegas todo movimiento… evolutivo o degenerativo. La creencia fija un universo granular y hace que ese universo persista. No puede permitirse que cambie nada porque de esa forma nuestro universo no moviente se desvanece. Pero se mueve por sí mismo cuando tú no te mueves. Evoluciona más allá de ti y ya no te resulta accesible.

—Lo más extraño de todo —dijo Taraza, sintonizando con el tono que había creado con su actitud— es que los científicos de Ix no pueden ver hasta qué medida sus propias creencias dominan su universo.

Teg se la quedó mirando, silencioso y receptivo.

—Las creencias Ixianas son perfectamente sumisas a las elecciones que realizan respecto a cómo mirarán su universo —dijo Taraza—. Su universo no actúa por sí mismo sino que lo hace de acuerdo con los tipos de experimentos que eligen.

Con un sobresalto, Teg se arrancó de sus recuerdos y despertó para descubrirse en el Alcázar de Gammu. Seguía sentado todavía en su silla familiar, en su propia habitación de trabajo. Una mirada en torno a la estancia le indicó que nada se había movido de allá donde lo había colocado. Tan sólo habían pasado unos pocos minutos, pero la habitación y su contenido ya no eran extraños. Se sumergió en modo Mentat y volvió a salir de él.
Restaurado
.

El olor y el sabor de la bebida que Taraza le había ofrecido hacía tanto tiempo picoteaba aún en su lengua y nariz. Un parpadeo Mentat, y supo que podía volver a traer la escena toda entera una vez más… la suave luz de los globos graduados a poca intensidad, la sensación de la silla bajo él, los sonidos de sus voces. Todo estaba allí para ser reproducido, congelado en una cápsula temporal de memoria aislada.

Recabando esa vieja memoria, creó un universo mágico donde sus habilidades eran amplificadas más allá de sus más locas expectativas. No existían átomos en ese universo mágico, solamente ondas y asombrosos movimientos por todo su alrededor. Allí se veía forzado a descartar todas las barreras edificadas por las creencias y el conocimiento. Aquel universo era transparente. Podía ver a través de él sin ninguna pantalla interferidora sobre la cual proyectar sus formas. El universo mágico lo redujo a él a un núcleo de activa imaginación donde sus propias habilidades creadoras de imágenes eran la única pantalla sobre la cual podía captarse alguna proyección.

¡Aquí, soy a la vez el actuante y el actuado!

La habitación de trabajo en torno a Teg osciló dentro y fuera de su realidad sensorial. Sintió su consciencia constreñida hasta su más tensa finalidad, y sin embargo esa finalidad llenaba su universo. Estaba abierto al infinito.

¡Taraza hizo esto deliberadamente!
, pensó.
¡Me ha amplificado!

Una sensación de maravilla lo amenazó. Reconoció cómo su hija, Odrade, había actuado sobre tales poderes para crear el Manifiesto Atreides para Taraza. Sus propios poderes Mentat estaban sumergidos en ese esquema más grande.

Taraza estaba exigiendo de él algo terrible. La necesidad de llevar a cabo aquella empresa era a la vez un desafío y un terror. Podía muy bien significar el fin de la Hermandad.

Capítulo XVII

La regla básica es ésta: nunca apoyar la debilidad; siempre apoyar la fuerza.

La Coda Bene Gesserit

—¿Cómo es que puedes dar órdenes a los sacerdotes aquí? —preguntó Sheeana—. Esta es su casa.

Odrade respondió de forma casual, pero eligió sus palabras de modo que encajaran con los conocimientos que sabía que Sheeana poseía ya:

—Los sacerdotes tienen raíces Fremen. Siempre han tenido a Reverendas Madres cerca, en algún lugar. Además, muchacha, tú también les das órdenes.

—Eso es diferente.

Odrade reprimió una sonrisa.

Habían pasado poco más de tres horas desde que su fuerza de asalto hubiera roto el ataque en el complejo del templo. En este tiempo, Odrade había instalado un centro de mando en los aposentos de Sheeana, llevado a cabo los primeros trabajos de evaluación y represalias preliminares, todo ello mientras incitaba y observaba a Sheeana.

Simulflujo
.

Odrade miró a su alrededor en la habitación que había elegido como centro de mando. Un jirón de las desgarradas ropas de Stiros yacía todavía cerca de la pared frente a ella. Bajas. La habitación era un lugar extrañamente construido. No había dos paredes paralelas. Olisqueó. Había todavía un olor residual a ozono de los rastreadores con los que su gente había asegurado la intimidad de aquellas dependencias.

¿Por qué esa extraña configuración? El edificio era antiguo, remodelado y ampliado en varias ocasiones, pero eso no explicaba esta habitación. El estucado cremoso de las paredes y techo tenía una textura agradablemente rugosa. Elaborados cortinajes de fibra de especia flanqueaban las dos puertas. Era primera hora de la tarde y el sol filtrado por las celosías punteaba la pared opuesta a las ventanas. Globos amarillo–plateados colgaban cerca del techo, todos ellos sincronizados para encajar con la luz del sol. Los amortiguados sonidos de la calle llegaban a través de los ventiladores debajo de las ventanas. La suave composición de alfombras naranja y baldosas grises del suelo hablaba de riqueza y seguridad, pero de pronto Odrade no se sintió segura.

Una alta Reverenda Madre apareció procedente de la sala de comunicaciones contigua.

—Madre Comandante —dijo—, han sido enviados ya los mensajes a la Cofradía, Ix, y Tleilaxu.

—De acuerdo —respondió Odrade, ausente.

La mensajera regresó a su trabajo.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó Sheeana.

—Estudiando algo.

Odrade frunció pensativamente los labios. Sus guías a través del complejo del templo la habían conducido cruzando un laberinto de pasillos y escaleras, con atisbos de patios a través de arcadas, luego hasta un espléndido sistema de pozos a suspensor ixiano, que la condujo silenciosamente hasta otro pasillo, más escaleras, otro pasillo curvo… y finalmente, a aquella habitación.

Una vez más, Odrade barrió la estancia con sus ojos.

—¿Por qué estás estudiando esta habitación? —preguntó Sheeana.

—¡Cállate, niña!

La estancia era un poliedro irregular con el lado más pequeño a su izquierda. Tendría unos treinta y cinco metros de largo, y la mitad de ancho. Había varios divanes bajos y sillones con varios grados de comodidad. Sheeana estaba sentada con un esplendor regio en un brillante sillón amarillo con amplios brazos acolchados. No había ninguna silla–perro en el lugar. Mucha tela marrón y azul y amarilla. Odrade contempló la rejilla blanca de un ventilador encima de una pintura de montañas en el amplio extremo de la pared. Una fría brisa brotaba de los ventiladores debajo de las ventanas y era aspirada por el ventilador encima de la pintura.

—Esta era la habitación de Hedley —dijo Sheeana.

—¿Por qué no le molesta el que utilices su nombre de pila, muchacha?

—¿Debería molestarle?

—¡No hagas juegos de palabras conmigo, niña! Sabes que le molesta, y por eso lo haces.

—Entonces, ¿por qué preguntas?

Odrade ignoró aquel comentario mientras proseguía su cuidadoso estudio de la habitación. La pared opuesta a la pintura formaba un ángulo oblicuo con respecto a la pared exterior. De pronto se dio cuenta.
¡Ingenioso!
Aquella habitación había sido construida de modo que pudiera oírse incluso un suspiro por alguien situado más allá del ventilador de arriba. Sin duda la pintura ocultaba otro conducto de aire para llevar los sonidos fuera de aquella habitación. Ningún rastreador, husmeador, u otro instrumento, detectaría una disposición así. Nada haría que un ojo o un holo–espía lanzara un «bip». Sólo los cautelosos sentidos de alguien adiestrado en engaños eran capaces de detectarlo.

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