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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (69 page)

BOOK: Herejes de Dune
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—Hizo un gesto con la mano a dos de sus guardianes Danzarines Rostro—. Os lo demostraremos.

Mucho más tarde, a solas en la estancia del ático, Odrade se preguntó si había sido juicioso dejar que Sheeana lo viera todo. Bien, ¿por qué no? Sheeana ya estaba ligada a la Hermandad. Y hubiera despertado las sospechas de Waff si hubieran enviado a Sheeana a otro lado.

Se había producido una evidente excitación sexual en Sheeana mientras contemplaba la actuación de los Danzarines Rostro. Las Censoras de Adiestramiento deberían acudir a sus ayudantes masculinos antes de lo habitual para Sheeana. ¿Qué haría Sheeana entonces? ¿Probaría aquel nuevo conocimiento sobre los hombres? ¡Habría que erigir inhibiciones en ella para impedirlo! Debía aprender los peligros por sí misma.

Las Hermanas y acólitas presentes se habían controlado bien, almacenando firmemente en sus memorias lo que aprendían. La educación de Sheeana debía edificarse sobre aquella observación. Otras dominaban aquellas fuerzas internas.

Los observadores Danzarines Rostro habían permanecido inescrutables, pero se habían podido apreciar cosas en Waff. Dijo que destruiría a los dos demostradores, pero ¿qué haría primero? ¿Sucumbiría a la tentación? ¿Qué pensamientos cruzaban por su mente mientras contemplaba al Danzarín Rostro masculino retorcerse en un ciego éxtasis?

En un sentido, la demostración recordó a Odrade la danza rakiana que había visto en la Gran Plaza de Keen. A corto plazo, la danza había sido deliberadamente arrítmica, pero la progresión creaba un ritmo a largo plazo que se repetía cada doscientos… pasos. Los danzarines habían dilatado su ritmo en un grado notable.

Lo mismo podía decirse de los demostradores Danzarines Rostro.

¡Siaynoq se ha convertido en un asidero sexual para incontables miles de millones en la Dispersión!

Odrade pensó en la danza, el largo ritmo seguido por una caótica violencia. El glorioso enfoque de las energías religiosas en Siaynoq había derivado a un tipo distinto de intercambio. Pensó en la excitada respuesta de Sheeana a lo poco que había llegado a ver de aquella danza en la Gran Plaza. Odrade recordó haberle preguntado a Sheeana:

—¿Qué era lo que compartían allí abajo?

—¡Los danzarines, tonta!

Aquella respuesta no había sido permisible.

—Te he advertido acerca de ese tono, Sheeana. ¿Quieres aprender inmediatamente lo que puede hacer una Reverenda Madre para castigarte?

Las palabras flotaron como mensajes fantasmales en la mente de Odrade mientras contemplaba la creciente oscuridad fuera del ático de Dar–es–Balat. Una gran soledad gravitaba sobre ella. Todas las demás se habían marchado de la estancia.

¡Sólo la castigada se queda!

Cómo habían brillado los ojos de Sheeana en aquella habitación encima de la Gran Plaza, su mente llena de preguntas.

—¿Por qué siempre habláis de castigos y de hacer daño?

—Debemos enseñar disciplina. ¿Cómo puedes controlar a los demás si no puedes controlarte a ti misma?

—No me gusta esa lección.

—A ninguna nos gusta mucho… hasta más tarde, cuando hemos aprendido su valor por la experiencia.

Como era de esperar, aquella respuesta había supurado durante largo tiempo en la consciencia de Sheeana. Al final, había revelado todo lo que sabía acerca de la danza.

—Algunos de los danzarines escapan. Otros van directamente a Shaitan. Los sacerdotes dicen que van a Shai–Hulud.

—¿Qué les ocurre a los que sobreviven?

—Cuando se recuperan, deben unirse a una gran danza en el desierto. Si Shaitan aparece, mueren. Si Shaitan no aparece, son recompensados.

Odrade había visto el esquema de todo aquello. Las palabras explicativas de Sheeana no habían sido necesarias más allá de ese punto, aunque la había dejado llegar hasta el final. ¡Qué amarga había sonado la voz de Sheeana!

—Reciben dinero, un espacio en un bazar, ese tipo de recompensa. Los sacerdotes dicen que han probado que son humanos.

—Los que fracasan, ¿no son humanos?

Sheeana había permanecido silenciosa durante un largo rato, sumida en profundos pensamientos. Los antecedentes, sin embargo, eran claros para Odrade: ¡la prueba de humanidad de la Hermandad! Su propio paso a la aceptable humanidad de la Hermandad había sido duplicado ya por Sheeana. ¡Cuán suave parecía ese paso en comparación a los otros dolores!

A la suave luz del ático museo, Odrade alzó su mano derecha, mirándola, recordando la caja de la agonía, y el gom jabbar apoyado contra su cuello listo para matarla si flaqueaba o gritaba.

Sheeana no había gritado tampoco. Pero había sabido la respuesta a la pregunta de Odrade antes incluso de la caja de la agonía.

—Son humanos, pero distintos.

Odrade habló en voz alta en la vacía habitación, ocupada tan sólo por las escenas de los tesoros de la no–cámara del Tirano.

—¿Qué nos hiciste, Leto? ¿Eres tan sólo Shaitan hablándonos? ¿Qué nos obligarás a compartir ahora?

¿Iba la danza fósil a convertirse en un sexo fósil?

—¿A quién estás hablando, Madre? —Era la voz de Sheeana desde la puerta abierta al otro lado de la habitación. Su túnica gris de postulante era tan sólo una forma imprecisa, creciendo a medida que se aproximaba.

—La Madre Superiora me envió a buscarte —dijo Sheeana mientras se detenía junto a Odrade.

—Estaba hablando conmigo misma —dijo Odrade. Miró a la extrañamente tranquila muchacha, recordando el retortijón de la excitación en sus entrañas cuando le había sido formulada a Sheeana la Pregunta Fulcro.


¿Deseas ser una Reverenda Madre?

—¿Por qué estás hablando contigo misma, Madre? —Había una carga de preocupación en la voz de Sheeana. Las Censoras Enseñantes iban a tener mucho trabajo extirpando aquellas emociones.

—Estaba recordando cuando te pregunté si deseabas ser una Reverenda Madre —dijo Odrade—. Eso trajo otros pensamientos.

—Dijiste que debía seguir tus directrices en todas las cosas, no guardarme nada para mí, no desobedecerte en nada.

Y tú dijiste: «¿Eso es todo?»

—No sabía mucho, ¿verdad? Sigo sin saber mucho.

—Ninguna de nosotras sabe mucho, chiquilla. Excepto que todas estamos juntas en el baile. Y Shaitan aparecerá con toda seguridad si la más pequeña de nosotras falla.

Capítulo XLI

Cuando unos desconocidos se encuentran, hay que conceder gran importancia a las diferencias de costumbres y adiestramiento.

Dama Jessica, de «La sabiduría de Arrakis»

La última línea de verdosa luz desapareció tras el horizonte antes de que Burzmali diera la señal de avanzar. Era ya oscuro cuando alcanzaron el otro extremo de Ysai y la carretera periférica que debía conducirles hasta Duncan. Las nubes cubrían el cielo, reflejando las luces de la ciudad sobre las formas de las chozas urbanas a través de las cuales les dirigían sus guías.

Esos guías preocupaban a Lucilla. Aparecían por las callejuelas laterales y de puertas repentinamente abiertas para susurrar nuevas direcciones.

¡Demasiada gente sabía del par fugitivo y de su cita prevista!

Había luchado contra aquellas ideas, pero el residuo de aquella lucha era una profunda desconfianza hacia cada persona que veía. Ocultar eso tras las mecánicas actitudes de una playfem con su cliente se había hecho progresivamente difícil.

Había aguanieve en el camino peatonal junto a la carretera, la mayor parte de ella arrojada allí por el paso de los vehículos de superficie. Los pies de Lucilla estaban fríos antes de que hubieran recorrido medio kilómetro, y se vio obligada a gastar energías compensatorias para enviar un incrementado flujo de sangre a sus extremidades.

Burzmali caminaba silenciosamente, la cabeza baja, aparentemente perdido en sus propias preocupaciones. Lucilla no se dejaba engañar por aquello. Oía cada sonido a su alrededor, veía cada nuevo vehículo que se aproximaba. Arrastraba a Lucilla fuera del sendero peatonal cada vez que se acercaba un vehículo de superficie. Estos pasaban silbando sobre sus suspensores, arrojando aguanieve sucia contra los arbustos que flanqueaban la carretera. Burzmali sujetaba a Lucilla oculta a su lado entre la nieve hasta que estaba seguro de que el vehículo estaba fuera de su vista y de su sonido. Aunque nadie que los condujera podría oír mucho más excepto sus propios sonidos.

Llevaban dos horas caminando antes de que Burzmali se detuviera y estudiara el camino que tenían delante. Su destino era una comunidad suburbial que había sido descrita como «completamente segura». Lucilla lo dudaba. Ningún lugar en Gammu era completamente seguro.

Unas luces amarillas arrojaban su brillo hacia las nubes encima de ellos, señalando la localización de la comunidad. Su chapoteante avance los llevó a través de un túnel bajo la carretera periférica y ascendiendo una ligera pendiente plantada con alguna especie de huerto. Los tallos de las plantas eran rígidos troncos a la débil luz.

Lucilla alzó la vista. Las nubes estaban dispersándose. Gammu tenía muchas pequeñas «lunas–fortalezas no–naves». Algunas de ellas habían sido emplazadas por Teg, pero captó las trayectorias de otras nuevas compartiendo su misión guardiana. Parecían tener aproximadamente cuatro veces el tamaño de las estrellas más brillantes y a menudo viajaban en racimos, lo cual hacía su luz reflejada útil pero errática debido a que se movían aprisa… cruzando el cielo y hundiéndose en el horizonte en unas pocas horas. Contempló un enjambre de seis de tales lunas a través de un desgarrón entre las nubes, preguntándose si formarían parte del sistema defensivo de Teg.

Por un momento, reflexionó en la inherente debilidad de la mentalidad de sitio que tales defensas representaban. Teg había tenido razón al respecto. La movilidad era la llave del éxito militar, pero dudaba que el viejo Bashar se estuviera refiriendo a movilidad a pie.

No había lugares donde ocultarse fácilmente en la ladera cubierta de nieve, y Lucilla captó el nerviosismo de Burzmali. ¿Qué podían hacer si llegaba alguien? Una depresión cubierta de nieve los condujo hacia abajo y hacia la izquierda desde su posición, en ángulo hacia la comunidad. No era una carretera, pero podía ser un sendero.

—Por aquí —dijo Burzmali, conduciéndola hacia la depresión.

La nieve les cubrió hasta los tobillos.

—Espero que esa gente sea de fiar —dijo Lucilla.

—Odian a las Honoradas Matres —dijo él—. Esto es suficiente para mí.

—Será mejor que el ghola esté ahí! —Contuvo una respuesta aún más furiosa, pero no pudo contenerse y añadió—: Su odio no es suficiente para mí.

Era preferible esperar lo peor, pensó.

Había llegado a alcanzar una tranquilizadora opinión de Burzmali, sin embargo. Era como Teg. Ninguno de los dos seguía un rumbo que pudiera conducirles a un callejón sin salida… no si podían evitarlo. Sospechaba que había fuerzas de apoyo ocultas entre los matorrales a su alrededor, incluso ahora.

El sendero cubierto de nieve terminó en una especie de carretera pavimentada, suavemente curvada hacia adentro en los extremos y mantenida libre de nieve gracias a un sistema que la derretía. Había un rastro de humedad en el centro. Lucilla había dado ya varios pasos en ella antes de reconocer lo que debía ser… una tolvamag. Era un antiguo medio de transporte magnético que en un tiempo había transportado materiales a una fábrica pre–Dispersión.

—Aquí se hace más empinada —la avisó Burzmali—. Han tallado escalones, pero id con cuidado. No son muy profundos.

Finalmente, llegaron al final de la tolvamag. Terminaba en una decrépita pared… ladrillos locales sobre unos cimientos de plastiacero. La débil luz de las estrellas en un cielo que se iba aclarando reveló un trabajo burdo en los ladrillos… típica construcción de los Tiempos de Hambruna. La pared era una masa de plantas trepadoras y hongos moteados. Las plantas hacían poco por ocultar las grietas de entre los ladrillos y los burdos esfuerzos por cubrirlas con mortero. Una sola hilera de ventanas les contemplaba desde el lugar donde la tolvamag desembocaba en una masa de maleza y malas hierbas. Tres de las ventanas relucían con una luz azul procedente de alguna actividad interna que venía acompañada por débiles sonidos crujientes.

—Eso era una fábrica en los viejos días —dijo Burzmali.

—Tengo ojos y memoria —restalló Lucilla. ¿Creía aquel gruñente macho que estaba completamente desprovista de inteligencia?

Algo crujió desmayadamente a su izquierda. Un trozo de suelo y plantas se alzó sobre una puerta que conducía a un sótano, lanzando hacia arriba un chorro de brillante luz amarillenta.

—¡Rápido! —Burzmali la condujo corriendo por entre la densa vegetación y bajando el tramo de escaleras que la puerta había revelado al alzarse. La puerta se cerró con un chasquido detrás de ellos, acompañada por un gruñir de maquinaria.

Lucilla se encontró en un espacio amplio con un techo muy bajo. La luz procedía de largas hileras de modernos globos emplazados entre masivas vigas de plastiacero sobre sus cabezas. El suelo estaba limpio pero mostraba marcas e indentaciones de actividad, la localización de una maquinaria sin duda desaparecida hacía tiempo. Lucilla captó movimiento a lo lejos, al otro lado del enorme espacio. Una mujer joven con una versión algo distinta de la túnica con dragones de Lucilla trotó hacia ellos.

Lucilla olisqueó. Había un olor ácido en la habitación, y asomos de algo hediondo.

—Esto era una fábrica Harkonnen —dijo Burzmali—. Me pregunto qué fabricarían aquí.

La mujer joven se detuvo frente a Lucilla. Tenía una figura grácil, elegante en forma y movimientos bajo la ajustada ropa. Una especie de resplandor subcutáneo brotaba de su rostro. Hablaba de ejercicio y buena salud. Los ojos verdes, sin embargo, eran duros y helados en el sentido de que medían todo lo que veían.

—Así que enviaron a más de uno a inspeccionar este lugar —dijo.

Lucilla tendió una mano coercitiva cuando Burzmali iba a responder. Aquella mujer no era lo que aparentaba.
¡No más que yo!
Lucilla eligió cuidadosamente sus palabras:

—Parece que siempre nos conocemos las unas a las otras. La mujer sonrió.

—Observé cuando os acercábais. No podía creer en mis ojos.

—Lanzó una burlona mirada a Burzmali—. ¿Se supone que es un cliente?

—Y un guía —dijo Lucilla. Observó el desconcierto en el rostro de Burzmali, y rogó porque no hiciera la pregunta equivocada. ¡Esa mujer joven era un peligro!

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