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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (73 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Capítulo XLIV

Oh tú que sabes lo que sufrimos aquí,

no nos olvides en tus plegarias.

Cartel en el Campo de Aterrizaje de Arrakeen (Grabaciones Históricas: Dar–es–Balat)

Taraza observó un aletear como de nieve de las flores cayendo de las ramas de los árboles contra el plateado cielo de una mañana rakiana. Había un resplandor opalescente en el cielo que, pese a toda su documentación preparatoria, no había anticipado. Rakis albergaba muchas sorpresas. El simulado olor a naranja era intenso allá en el borde del jardín en el techo de Dar–es–Balat, cubriendo todos los demás olores.

Nunca te creíste capaz de sondear las profundidades de ningún lugar… ni de ningún ser humano
, recordó para sí misma.

La conversación había terminado allí afuera, pero no los ecos de los pensamientos expresados que habían intercambiado en el interior hacía tan sólo unos minutos. Se había llegado a un acuerdo, sin embargo, y ahora era el momento de pasar a la acción. Muy pronto, Sheeana «danzaría un gusano» para ellos, y una vez más demostraría su maestría.

Waff y un nuevo representante de los sacerdotes compartirían aquel «sagrado acontecimiento», pero Taraza estaba segura de que ninguno de ellos comprendía la auténtica naturaleza de lo que iban a presenciar. Waff soportaría el espectáculo, por supuesto. Seguía mostrando aquel aire de irritada incredulidad hacia todo lo que veía u oía. Era una extraña mezcla, con su subyacente maravilla ante el hecho de hallarse en Rakis. El catalizador era obviamente su irritación ante el hecho de que aquel planeta estaba gobernado por estúpidos.

Odrade regresó de la sala de reuniones y se detuvo junto a Taraza.

—Estoy extremadamente inquieta por los informes de Gammu —dijo Taraza—. ¿Traes algo nuevo?

—No. Obviamente las cosas siguen siendo caóticas allí.

—Dime, Dar, ¿qué piensas que deberíamos hacer?

—Sigo recordando las palabras del Tirano a Chenoeh: «La Bene Gesserit está tan cerca de lo que debería ser, y sin embargo tan lejos.»

Taraza señaló hacia el desierto más allá del qanat de la ciudad museo.

—Él sigue estando ahí afuera, Dar. Estoy segura de ello. —Se volvió para mirar de frente a Odrade—. Y Sheeana le habla.

—Él dijo tantas mentiras —murmuró Odrade.

—Pero no mintió acerca de su propia encarnación. Recuerda lo que dijo: «Cada parte descendiente de mí llevará consigo algo de mi consciencia encapsulada con él, perdida e impotente… perlas de mí moviéndose ciegamente por la arena, capturadas en un sueño interminable.»

—Depositas una gran parte de tus creencias en el poder de ese sueño —dijo Odrade.

—¡Debemos recuperar los designios del Tirano! ¡Todos ellos!

Odrade suspiró, pero no dijo nada.

—Nunca subestimes el poder de una idea —dijo Taraza—. Los Atreides siempre fueron filósofos en su ejercicio del poder. La filosofía es siempre peligrosa porque promociona la creación de nuevas ideas.

Odrade tampoco respondió.

—¡El gusano lo lleva todo dentro de él, Dar! Todas las fuerzas que él puso en movimiento se hallan todavía en su interior.

—¿Estás intentando convencerme a mí o a ti misma, Tar?

—Estoy castigándote, Dar. Del mismo modo que el Tirano sigue castigándonos a nosotras.

—¿Por no ser lo que hubiéramos debido ser? Ahhh, aquí llegan Sheeana y los demás.

—El lenguaje del gusano, Dar. Eso es lo importante.

—Si tú lo dices, Madre Superiora.

Taraza lanzó una furiosa mirada a Odrade, que avanzó para recibir a los recién llegados. Había una inquietante melancolía en Odrade.

La presencia de Sheeana, sin embargo, restableció el sentido de finalidad en Taraza. Era una cosita despierta, aquella Sheeana. Muy buen material. Sheeana había demostrado su danza la noche anterior, bailándola en la gran sala del museo contra el fondo de tapices, una exótica danza contra unas exóticas colgaduras de fibra de especia con sus imágenes del desierto y de los gusanos. Parecía formar casi parte de los tapices, una figura proyectada de las estilizadas dunas y el elaboradamente detallado curso de los gusanos. Taraza recordó cómo se había agitado el pelo castaño de Sheeana con los girantes movimientos de la danza, ondeando en un encrespado arco. La luz que caía sobre ella desde un lado acentuaba los destellos rojizos de su pelo. Sus ojos permanecían cerrados, pero su rostro evidenciaba su concentración. La excitación brotaba por el apasionado fruncimiento de su amplia boca, la dilatación de las aletas de su nariz, su mentón encajado hacia adelante. Sus movimientos evidenciaban una concentración interior que contradecía su juventud.

La danza es su lenguaje,
pensó Taraza.
Odrade tiene razón. Viéndola, lo aprenderemos.

Waff tenía una expresión retraída aquella mañana. Era difícil determinar si sus ojos estaban mirando hacia afuera o hacia adentro.

Con Waff estaba Tulushan, un rakiano apuesto y cetrino, el representante elegido por los sacerdotes para el «sagrado acontecimiento» de aquella mañana. Taraza, al serle presentado en la danza de demostración, había considerado extraordinaria la forma en que Tulushan nunca necesitaba decir «pero», y sin embargo la palabra estaba siempre en cualquier cosa que dijera. Un perfecto burócrata. Esperaba con todo derecho llegar muy lejos con ello, pero esas expectativas pronto encontrarían su definitiva sorpresa. No sintió piedad por él ante aquella certeza. Tulushan era un joven de rostro blando con demasiados pocos años estándar para aquella posición de confianza. Había mucho más en él que saltaba a la vista, por supuesto. Y mucho menos.

Waff se apartó hacia un lado del jardín, dejando a Odrade y Sheeana con Tulushan.

El joven sacerdote era sacrificable, naturalmente. Aquello explicaba mucho acerca del porqué había sido elegido para aquella aventura. Le decía a Taraza que había alcanzado el nivel adecuado de violencia potencial. No creía, sin embargo, que ninguna de las facciones sacerdotales se atreviera a causarle ningún daño a Sheeana.

Estaremos cerca de Sheeana.

Había transcurrido una ajetreada semana desde la demostración de los logros sexuales de las rameras. Una semana realmente inquietante, cuando una pensaba en ella. Odrade había permanecido atareada con Sheeana. Taraza hubiera preferido a Lucilla para aquella tarea educativa, pero una tenía que arreglarse con lo que tenía disponible, y obviamente Odrade era la mejor que había disponible para aquella enseñanza en Rakis.

Taraza miró hacia el desierto. Estaban aguardando a los tópteros de Keen con su carga de Observadores Muy Importantes. Los OMI aún no estaban retrasados, pero se hacían esperar, como siempre solía hacer ese tipo de gente.

Sheeana parecía estar recibiendo bien su educación sexual, aunque la estimación de Taraza de las disponibilidades de educadores masculinos de la Hermandad en Rakis no era muy alta. En su primera noche allí, Taraza había llamado a uno de los sirvientes masculinos. Luego, había llegado a la conclusión de que aquello había representado un trastorno demasiado grande para un goce tan pequeño y el olvido que proporcionaba. Además, ¿qué era lo que había que olvidar? Olvidar era dar entrada a la debilidad.

¡Jamás olvidar!

Eso era lo que hacían las rameras, sin embargo. Comerciaban con el olvido. Y no tenían la menor consciencia de la constante presa que mantenía el Tirano sobre el destino de la humanidad, ni de la necesidad de romper esa presa.

Taraza había escuchado secretamente la sesión del día anterior entre Sheeana y Odrade.

Sheeana, Odrade, Waff y Tulushan regresaron a la larga sala de reuniones. Ellos también habían oído los tópteros. Sheeana se mostraba ansiosa de mostrar su poder sobre los gusanos. Taraza vaciló. Había un sonido fatigado en los tópteros que se acercaban. ¿Estaban sobrecargados? ¿Cuántos observadores traían consigo?

El primer tóptero gravitó sobre el techo del ático, y Taraza vio su cabina blindada. Reconoció la traición antes incluso de que el primer rayo surgiera del aparato trazando un arco, cortando sus piernas por debajo de las rodillas. Cayó pesadamente contra un árbol en maceta, sus piernas completamente seccionadas. Otro rayo partió hacia ella, cortando en ángulo a la altura de su cadera. El tóptero pasó por encima de ella con un brusco rugir de chorros a toda potencia y se alejó hacia la izquierda.

Taraza se sujetó al árbol, apartando a un lado la agonía. Consiguió detener la mayor parte de la hemorragia de sus heridas, pero el dolor era intenso. No tan intenso como la agonía de la especia, sin embargo, se recordó a sí misma. Aquello ayudó, pero supo que estaba condenada. Oyó gritos, y los múltiples sonidos de la violencia por todo el museo.

¡He vencido!,
pensó Taraza.

Odrade salió del ático y corrió hacia Taraza. No se dijeron nada, pero Odrade demostró que comprendía apoyando su frente contra la sien de Taraza. Era la antigua señal de la Bene Gesserit. Taraza empezó a volcar su vida sobre Odrade… las Otras Memorias, las esperanzas, los temores… todo.

Una de ellas aún podía escapar.

Sheeana observaba desde el interior del ático, de pie allá donde se le había ordenado que se quedara. Sabía lo que estaba ocurriendo allá afuera en el jardín del techo. Aquel era el misterio definitivo de la Bene Gesserit, y todas las postulantes eran conscientes de él.

Waff y Tulushan, que habían salido de la estancia cuando se inició el ataque, no habían regresado.

Sheeana se estremeció aprensivamente.

Bruscamente, Odrade se enderezó y corrió de vuelta al ático. Había una expresión salvaje en sus ojos, pero se movía con predeterminación. Saltando hacia arriba, empezó a reunir globos, aferrándolos a puñados por sus cuerdas tensoras. Tendió varios puñados a las manos de Sheeana, y Sheeana notó como su cuerpo iba haciéndose más ligero con el poder ascensional de los campos a suspensor de los globos. Arrastrando más puñados de globos, Odrade cruzó apresuradamente la estancia hasta su extremo más corto, allá donde una rejilla en la pared señalaba lo que estaba buscando. Con la ayuda de Sheeana, retiró la rejilla de sus sujeciones, revelando un profundo pozo de renovación de aire. La luz de los arracimados globos mostró las rugosas paredes de su interior.

—Sujeta los globos cerca de tu cuerpo para conseguir el máximo efecto de campo —dijo Odrade—. Suéltalos cuando llegues abajo. Ahora adentro.

Sheeana aferró las cuerdas con una sudorosa mano y cruzó el umbral. Se dejó caer, luego aferró temerosamente los globos contra su cuerpo. La luz procedente de arriba le dijo que Odrade la seguía.

En la parte inferior, emergieron en la sala de bombas, donde los susurros de muchos ventiladores creaban un ruido de fondo a los sonidos de violencia que les llegaban desde fuera.

—Debemos llegar a la no–habitación y de allí al desierto —dijo Odrade—. Todos estos sistemas de maquinaria están interconectados. Tiene que haber un paso.

—¿Está muerta Taraza? —susurró Sheeana.

—Sí.

—Pobre Madre Superiora.

—Yo soy la Madre Superiora ahora, Sheeana. Al menos temporalmente. —Señaló hacia arriba—. Esas son las rameras atacándonos. Debemos apresurarnos.

¿Qué era lo que estaba escuchando?

La joven y su maestra habían estado ahí afuera en el jardín en el techo, la una frente a la otra, sentadas en dos bancos, un amortiguador portátil ixiano ocultando sus palabras de cualquiera que pudiera estar escuchando y no dispusiera del traductor codificado. El amortiguador sostenido por suspensores flotaba sobre ellas como una extraña sombrilla, un disco negro proyectando distorsiones que ocultaban los movimientos exactos de los labios y los sonidos de las voces.

Para Taraza, de pie dentro de la larga sala de reuniones, con el pequeño traductor en su oreja izquierda, la lección había transcurrido como un igualmente distorsionado recuerdo.

Cuando a mí me enseñaron estas cosas, no habíamos visto lo que las rameras de la Dispersión podían hacer.

—¿Por qué hablamos de la complejidad del sexo? —preguntó Sheeana—. El hombre que me enviaste la otra noche no dejaba de hablar de ello.

—Muchos creen que lo comprenden, Sheeana. Quizá nadie lo haya comprendido nunca, porque tales palabras requieren más de la mente de lo que le hacen a la carne.

—¿Por qué no podemos utilizar ninguna de las cosas que vimos que hacían los Danzarines Rostro?

—Sheeana, la complejidad se oculta dentro de la complejidad. Se han realizado acciones grandes y acciones horribles bajo la incitación de las fuerzas sexuales. Hablamos de «fuerza sexual» y de «energías sexuales» y de cosas así como del «abrumador impulso del deseo». No niego que tales cosas son observables. Pero lo que estamos viendo ahí es una fuerza tan poderosa que puede destruirte a ti y a todo lo que consideres valioso.

—Eso es lo que estoy intentando comprender. ¿Qué es lo que están haciendo mal las rameras?

—Ignoran para lo que luchan las especies, Sheeana. Creo que eso es algo que puedes captar. Indudablemente, el Tirano lo sabía. ¿Qué era su Senda de Oro sino una visión de las fuerzas sexuales trabajando para recrear interminablemente la humanidad?

—¿Y las rameras no crean?

—Más bien intentan controlar sus mundos a través de esta fuerza.

—Sí, parecen estar haciéndolo.

—Ahhh, ¿pero qué fuerza contraria pueden originar?

—No comprendo.

—¿Conoces la Voz y la forma en que puede controlar a alguna gente?

—Pero no controla a todo el mundo.

—Exacto. Una civilización sometida a la Voz durante un largo período desarrollará formas de adaptarse a esa fuerza, impidiendo la manipulación de aquellos que utilizan la Voz.

—¿De modo que existe gente que sabe cómo resistirse a las rameras?

—Vemos signos inconfundibles de ello. Y esa es una de las razones por las cuales estamos aquí en Rakis.

—¿Vendrán aquí las rameras?

—Me temo que sí. Desean controlar el núcleo del Viejo Imperio porque nos ven como una conquista fácil.

—¿No tenéis miedo de que venzan?

—No vencerán, Sheeana. Muchas cosas dependen de ello. Pero son un enemigo formidable para nosotras.

—¿Y cómo es eso?

El tono de Sheeana resonó en el propio shock de Taraza al oír aquellas palabras de Odrade. ¿Cuánto sospechaba Odrade? Al instante siguiente, Taraza comprendió, y se preguntó si la lección sería igualmente comprensible para la muchacha.

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