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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (31 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Emociones.

El reconocimiento se retorció en la mente de Odrade.

Así llegué a ello, como siempre lo hago.

Odrade sintió la cálida luz vespertina del sol de Rakis en su espalda. Sabía dónde estaba sentado su cuerpo, pero su mente estaba abierta al próximo encuentro con Sheeana.

¡Amor!

Sería tan fácil, y tan peligroso.

En aquel momento, envidiaba a las Madres Estacionarias, aquellas a las que se les permitía vivir toda una vida con un mismo compañero procreador seleccionado. Miles Teg procedía de una de esas uniones. Las Otras Memorias le decían que lo mismo había ocurrido con Dama Jessica y su Duque. Incluso Muad'dib había elegido esa forma de unión.

No es para mí.

Odrade admitió con una punta de amargos celos que a ella no se le había permitido una vida así. ¿Cuáles eran las compensaciones de la vida hacia la cual había sido dirigida?

—Una vida sin amor puede dedicarse más intensamente a la Hermandad. Proporcionamos nuestras propias formas de apoyo a las iniciadas. No te preocupes acerca del goce sexual. Lo hallarás disponible en cualquier momento y lugar que creas que lo necesitas.

¡Con hombres encantadores!

Desde los días de Dama Jessica, pasando por los tiempos del Tirano y más allá, muchas cosas habían cambiado… incluida la Bene Gesserit. Cualquier Reverenda Madre lo sabía.

Un profundo suspiro hizo estremecer a Odrade. Volvió la vista por encima de su hombro al bazar. Todavía ninguna señal de Sheeana.

¡No debo amar a esa muchacha!

Ya estaba hecho. Odrade sabía que había jugado el juego mnemónico en la requerida forma Bene Gesserit. Hizo girar su cuerpo y se sentó con las piernas cruzadas. Desde aquella posición tenía una visión absoluta del bazar y los tejados de la ciudad y su hondonada. Aquellos escasos restos de colinas al sur eran, lo sabía muy bien, lo último que quedaba de lo que había sido la Muralla Escudo de Dune, los altos contrafuertes de roca rotos por Muad'dib y sus legiones montadas sobre los gusanos de arena.

El calor flotaba sobre el suelo más allá del qanat y el canal que protegían Keen de la intrusión de los nuevos gusanos. Odrade sonrió suavemente. Los sacerdotes no encontraban nada extraño en construir fosos en torno a sus comunidades para impedir que su Dios Dividido cayera sobre ellas.

Te adoraremos, Dios, pero no nos molestes. Esta es nuestra religión, nuestra ciudad. ¿Ves?, ya no llamamos a este lugar Arrakeen. Ahora es Keen. El planeta ya no es ni Dune ni Arrakis. Ahora es Rakis. Mantén tu distancia, Dios. Tú eres el pasado, y el pasado es un engorro.

Odrade contempló aquellas distantes colinas danzando en la reverberación del calor. Las Otras Memorias podían sobreimprimir el antiguo paisaje. Conocía aquel pasado.

Si los sacerdotes se retrasan mucho mas en traer a Sheeana, los castigaré.

El calor seguía inundando el bazar debajo de ella, mantenido allí almacenado en el suelo y en las gruesas paredes que delimitaban la gran Plaza. La difusión de la temperatura era amplificada por el humo de muchos pequeños fuegos encendidos en los edificios de los alrededores y entre las acumulaciones de vida esparcidas por todo el bazar al abrigo de las tiendas. Había sido un día caluroso, muy por encima de los treinta y ocho grados. Aquel edificio, sin embargo, había sido un Centro de las Habladoras Pez en los viejos días, y estaba refrigerado por maquinaria ixiana con pozos de evaporación en el techo.

Estaremos cómodas aquí.

Y estarían tan seguras como las medidas protectoras de la Bene Gesserit pudieran conseguir. Reverendas Madres vigilaban todo el lugar. Los sacerdotes tenían sus representantes en el edificio, pero ninguno de ellos podía entrar allá donde Odrade no deseaba que entraran. Sheeana podía encontrarse con ellos ocasionalmente, pero las ocasiones serían únicamente las que Odrade permitiera.

Está ocurriendo,
pensó Odrade.
El plan de Taraza está avanzando.

Fresca aún en la mente de Odrade estaba la última comunicación de la Casa Capitular. Lo que esta comunicación había revelado de los tleilaxu había llenado de excitación a Odrade, que había tenido que reprimirla cuidadosamente. Aquel Waff, aquel Maestro tleilaxu, sería un estudio fascinante.

¡Zensunni! ¡Y sufí!

—Un esquema ritual congelado durante milenios —había dicho Taraza.

Implícito en el informe de Taraza había otro mensaje.
Taraza está depositando toda su confianza en mí
. Odrade sintió que aquella realización le daba mayores fuerzas.

Sheeana es el fulcro. Nosotras somos la palanca. Nuestra fuerza llegará de muchas fuentes.

Odrade se relajó. Sabía que Sheeana no permitiría que los sacerdotes se retrasaran mucho más. La propia paciencia de Odrade había sufrido los asaltos de la anticipación. Sería peor para Sheeana.

Se habían convertido en conspiradoras, Odrade y Sheeana. El primer paso. Era un maravilloso juego para Sheeana. Había nacido y había sido educada para desconfiar de los sacerdotes. ¡Qué divertido tener finalmente una aliada!

Algún tipo de actividad agitó a la gente inmediatamente debajo del mirador de Odrade. Dirigió su vista hacia allá, curiosa. Cinco hombres desnudos habían unido sus brazos formando un círculo. Sus ropas y destiltrajes estaban apelotonados en un montón a un lado, vigilados por una muchacha de piel oscura vestida con una larga túnica de fibra de especia. Su pelo estaba sujeto por una cinta roja.

¡Danzarines!

Odrade había visto varios informes de aquel fenómeno, pero aquella era la primera vez que lo veía personalmente desde su llegada. Los espectadores incluían un trío de altos Sacerdotes Guardianes, con sus cascos amarillos con altas crestas. Los Guardianes llevaban túnicas cortas que dejaban sus piernas libres para la acción, y cada uno de ellos llevaba consigo una maza con púas de metal.

Mientras los danzarines empezaban a dar vueltas, la masa de espectadores comenzó a mostrarse predeciblemente inquieta. Odrade conocía lo que iba a ocurrir a continuación. Pronto se produciría un canturreante grito y un gran alboroto. Se abrirían algunas cabezas. Brotaría la sangre. La gente aullaría y echaría a correr. Finalmente, todo volvería a la calma sin ninguna intervención oficial. Algunos se marcharían llorando. Otros se marcharían riendo. Y los Sacerdotes Guardianes no intervendrían.

La inútil locura de aquella danza y sus consecuencias había fascinado a la Bene Gesserit durante siglos. Ahora atraía toda la atención de Odrade. El desarrollo de aquel ritual había sido seguido por la Missionaria Protectiva. Los rakianos lo llamaban la «Diversión de la Danza». Tenían también otros nombres para él, y el más significativo era «Siaynoq». Aquella danza era lo que había quedado del más grande ritual del Tirano, su instante de compartir con las Habladoras Pez.

Odrade reconocía y respetaba la energía en aquel fenómeno. Ninguna Reverenda Madre podía dejar de verlo. La inutilidad de todo aquello, sin embargo, la turbaba. Tales cosas deberían ser canalizadas y enfocadas. Aquel ritual necesitaba un empleo más útil. Todo lo que hacía ahora era drenar unas fuerzas que podían demostrarse destructivas para los sacerdotes si no se mantenían controladas.

Un dulce olor a frutas derivó hasta el olfato de Odrade. Olió y miró hacia los respiraderos al lado de su ventana; el calor de la multitud y la sobrecalentada tierra habían creado una corriente de aire ascendente. Esta arrastraba los olores de abajo a través de los respiraderos ixianos. Apretó su frente y su nariz contra el plaz para mirar directamente hacia abajo. Ahhh!, los danzarines o la multitud habían derribado el tenderete de un comerciante. Los danzarines estaban pisoteando las frutas. Una pulpa amarilla salpicaba todas sus piernas.

Odrade reconoció al comerciante de frutas entre los espectadores, un marchito rostro familiar que había visto varias veces en su tenderete junto a la entrada de su edificio. No parecía en absoluto preocupado por su pérdida. Como todos los demás a su alrededor, concentraba su atención en los danzarines. Los cinco hombres desnudos se movían con saltos desacompasados de sus pies, una exhibición arrítmica y aparentemente no coordinada, que se repetía periódicamente en un esquema determinado… tres de los danzarines con ambos pies en el suelo y los otros dos sujetos en el aire por sus compañeros.

Odrade reconoció aquello. Estaba relacionado con la antigua forma Fremen de caminar por la arena. Aquella curiosa danza era un fósil con raíces en la necesidad de moverte sin señalar tu presencia a un gusano.

La gente empezó a acercarse a los danzarines, procedente de todo el gran rectángulo del bazar, empinándose como chiquillos para ver por encima de los demás a los cinco hombres desnudos.

Odrade vio entonces la escolta de Sheeana, un movimiento lejos a la derecha allá donde una amplia avenida desembocaba en la plaza. Unos símbolos de huellas de animales en un edificio de allí decían que la amplia avenida era el Camino de Dios. La consciencia histórica decía que la avenida había sido el camino de entrada de Leto II a la ciudad procedente de su amurallado Sareer, muy al Sur. Prestando atención a los detalles, uno podía discernir todavía por algunas de las formas y dibujos que aquella había sido la ciudad del Tirano de Onn, el centro del festival edificado en torno a la mucho más antigua ciudad de Arrakeen. Onn había borrado muchas huellas de Arrakeen, pero algunas avenidas persistían: algunos edificios eran demasiado útiles como para reemplazarlos. Los edificios definían inevitablemente las calles.

La escolta de Sheeana se detuvo allá donde la avenida desembocaba en el bazar. Guardianes de amarillo casco avanzaron abriendo camino con sus mazas. Los Guardianes eran altos cuando las apoyaban en el suelo, sus gruesas mazas de dos metros de alto llegaban tan sólo a los hombros de los más bajos de ellos. Incluso entre la más revuelta multitud jamás podías dejar de advertir la presencia de un Sacerdote Guardián, pero los protectores de Sheeana eran los más altos de entre los altos.

Estaban ya otra vez en movimiento, conduciendo al grupo que escoltaban hacia Odrade. Sus túnicas se abrían a cada paso, revelando el liso gris de los mejores destiltrajes. Caminaban directamente al frente, quince de ellos formando una aguda cuña que hendía los densos amontonamientos de tenderetes.

Un grupo de sacerdotisas, con Sheeana en su centro, avanzaba detrás de los Guardianes. Odrade captó ramalazos de la inconfundible figura de Sheeana, aquel cabello mechado de sol y aquel orgulloso rostro siempre erguido, dentro de su escolta. Eran los Sacerdotes Guardianes de casco amarillo, sin embargo, los que atraían la atención de Odrade. Avanzaban con una arrogancia condicionada en ellos desde su infancia. Aquellos Guardianes sabían que eran mejores que la gente ordinaria. Y la gente ordinaria reaccionaba de una forma predecible abriendo camino para que el grupo de Sheeana pasara.

Todo aquello se efectuaba de una forma tan natural que Odrade podía ver el antiguo esquema de todo como si estuviera observando otra danza ritual, que no había cambiado en milenios.

Como había hecho a menudo, Odrade pensó ahora en sí misma como en una arqueóloga, pero no de aquellas que seleccionaban los polvorientos detritus de otras eras sino enfocada a aquello sobre lo que la Hermandad concentraba frecuentemente su consciencia: las formas en que la gente arrastraba dentro de ella su pasado. El propio designio del Tirano era evidente allí. La aproximación de Sheeana tenía reminiscencias del propio Dios Emperador.

Bajo la ventana de Odrade, los cinco hombres desnudos proseguían su danza. Entre los espectadores, sin embargo, Odrade vio una nueva consciencia. Sin volver siquiera las cabezas hacía la cada vez más próxima falange de Sacerdotes Guardianes, los espectadores debajo de Odrade
sabían
.

Los animales siempre saben cuando llega el pastor.

Ahora, la inquietud de la multitud pulsó más rápida. ¡No iba a negárseles su caos! Un grumo de tierra voló de entre los espectadores y golpeó el suelo cerca de los danzarines. Los cinco hombres no perdieron un paso en su esquema, pero aceleraron su ritmo. La longitud de las series entre sus repeticiones hablaba de unas notables memorias.

Otro grumo de tierra partió de la multitud y golpeó a un danzarín en el hombro. Ninguno de los cinco hombres se inmutó.

La multitud empezó a gritar y a cantar. Algunos lanzaron maldiciones. El canto se convirtió en una intrusión de palmas en los movimientos de los danzarines.

Sin embargo, su ritmo no varió.

El canto de la multitud se convirtió en un brusco ritmo, gritos repetidos que resonaban contra las paredes de la Gran Plaza. Estaban intentando romper el ritmo de los danzarines. Odrade captó una profunda importancia en la escena que se desarrollaba bajo ella.

El grupo de Sheeana había llegado a medio camino cruzando el bazar. Avanzaba por los pasillos más amplios entre los tenderetes, y ahora estaba girando directamente hacia Odrade. La multitud alcanzaba su máxima densidad a unos cincuenta metros delante de los Sacerdotes Guardianes. Los Guardianes avanzaban a un paso regular, desdeñando todo lo que ocurría a su alrededor. Bajo los cascos amarillos, sus ojos estaban fijos directamente al frente, mirando por encima de la multitud. Ninguno de los Guardianes evidenció ningún signo de que hubiera visto a la multitud o a los danzarines o cualquier otra barrera que pudiera impedirles el paso.

La multitud cortó bruscamente su canto, como si un invisible conductor hubiera agitado su mano reclamando silencio. Los cinco hombres siguieron danzando. El silencio debajo de Odrade estaba cargado con una energía que hizo que el vello de su nuca se erizara. Directamente debajo de Odrade, los tres Sacerdotes Guardianes entre los espectadores se volvieron como un solo hombre y desaparecieron de su vista dentro del edificio.

De algún lugar entre la multitud, brotó la maldición de una mujer.

Los danzarines no dieron ninguna señal de haber oído.

La multitud se apiñó hacia adelante, reduciendo el espacio en torno a los danzarines al menos a la mitad. La muchacha que vigilaba los destiltrajes y las ropas de los danzarines ya no era visible.

Más allá, la falange de Sheeana seguía avanzando, con las sacerdotisas y su joven protegida directamente detrás.

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