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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (34 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Y ese era el código que había matado a Patrin.

Espero que no sufrieras, viejo amigo.

Una vez más, Teg hizo una pausa bajo los árboles. Tomando su cuchillo de combate de la funda en su bota, rascó una pequeña marca en un árbol a su lado.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Lucilla.

—Es una marca secreta —dijo Teg—. Tan sólo la gente a la que yo he adiestrado la conoce. Y Taraza, por supuesto.

—¿Pero por qué estáis…?

—Os lo explicaré más tarde.

Teg avanzó unos pasos, deteniéndose junto a otro árbol donde hizo la misma pequeña marca, algo que un animal hubiera podido hacer con una garra, algo que se mezclaba completamente con las formas naturales de aquel agreste entorno.

Mientras seguía adelante, Teg se dio cuenta de que había llegado a una decisión con respecto a Lucilla. Sus planes hacia Duncan tenían que ser desviados. Todas las proyecciones Mentat que podía hacer Teg respecto a la seguridad y cordura de Duncan lo requerían. El despertar de las memorias pre–ghola de Duncan debía ir por delante de cualquier Imprimación por parte de Lucilla. No iba a ser fácil bloquearla, Teg lo sabía. Se necesitaba un mentiroso mejor de lo que él había sido nunca para engañar a una Reverenda Madre.

Debía hacerse todo de modo que pareciera accidental, el resultado normal de las circunstancias. Lucilla no debía sospechar en ningún momento oposición. Teg albergaba pocas ilusiones acerca del éxito contra una atenta Reverenda Madre en una confrontación en proximidad. Mejor matarla. Pensó que eso sí podría hacerlo. ¡Pero las consecuencias! Taraza nunca podría llegar a ver una acción tan sangrienta como un acto de obediencia a sus órdenes.

No, esta vez tendría que refrenarse, aguardar y observar y escuchar.

Emergieron a una pequeña zona abierta con una alta barrera de rocas volcánicas delante de ellos. Pequeños matorrales y arbustos espinosos crecían cerca por entre las rocas, visibles como oscuras manchas a la luz de las estrellas.

Teg vio la forma más oscura de un pequeño túnel bajo los arbustos.

—Tendremos que arrastrarnos el resto del camino —dijo Teg.

—Huelo a cenizas —dijo Lucilla—. Aquí se ha quemado algo.

—Aquí es donde empieza el señuelo —dijo Teg—. Patrin dejó una zona quemada justo a nuestra izquierda, un poco más abajo… simulando las huellas del despegue de una no–nave.

La rápida inspiración de Lucilla fue claramente audible.
¡La audacia!
Aunque Schwangyu hubiera traído a un buscador presciente para seguir el rastro de Duncan (porque tan sólo Duncan entre ellos no llevaba sangre de Siona en sus antepasados para protegerle), todas las huellas apuntarían a que ellos habían llegado hasta allí y abandonado el planeta en una no–nave… a menos…

—¿Pero dónde nos estáis llevando? —preguntó.

—Se trata de un no–globo Harkonnen —dijo Teg—. Lleva milenios aquí, y ahora es nuestro.

Capítulo XXII

De forma completamente natural, los detentadores del poder desean suprimir la investigación «salvaje». La búsqueda sin restricciones del conocimiento posee una larga historia de producir una indeseada competición. Los poderosos desean una «línea segura de investigaciones», que desarrolle tan sólo aquellos productos e ideas que puedan ser controlados y, más importante, que permitan que la mayor parte de los beneficios redunden en los inversores internos. Desgraciadamente, un universo al azar lleno de variables relativas no asegura una tal «línea segura de investigaciones».

Evaluación de Ix, Archivos Bene Gesserit

Hedley Tuek, Sumo Sacerdote y gobernante titular de Rakis, se sentía inadecuado a las exigencias que acababan de imponérsele.

Una neblinosa noche de polvo envolvía la ciudad de Keen, pero allí en su sala privada de audiencias el brillo de varios globos rechazaba las sombras. Incluso allí en el corazón del Templo, sin embargo, podía oírse el viento, un distante gemido, el periódico tormento de aquel planeta.

La sala de audiencias era una estancia irregular de siete metros de largo por cuatro en su parte más ancha. El otro extremo era casi imperceptiblemente más estrecho. El techo también se inclinaba ligeramente en aquella dirección. Cortinajes de fibra de especia y un hábil empleo de amarillos claros y grises ocultaba esas irregularidades. Una de las cortinas escondía un captador direccional que recogía incluso los más insignificantes sonidos y los llevaba hasta los escuchas fuera de la habitación.

Sólo Darwi Odrade, la nueva comandante del Alcázar Bene Gesserit en Rakis, permanecía sentada con Tuek en la sala de audiencias. Los dos estaban sentados frente a frente, separados por un estrecho espacio definido por sus suaves almohadones verdes.

Tuek intentó refrenar una mueca. El esfuerzo crispó sus normalmente imponentes rasgos en una máscara reveladora. Se había preocupado mucho de prepararse para las confrontaciones de aquella noche. Sus ayudas de cámara habían alisado sus ropas sobre su figura alta y más bien recia. Unas sandalias doradas cubrían sus largos pies. El destiltraje bajo su túnica era tan sólo de exhibición: ni bombas ni bolsillos de recuperación, no requería ningún lento ni engorroso ajuste. Su sedoso pelo gris estaba peinado colgando hasta sus hombros, un marco adecuado para su rostro cuadrado con su amplia y gruesa boca y su prominente mandíbula. Sus ojos adoptaron bruscamente una expresión de benevolencia, una expresión que había copiado de su abuelo. Esa había sido su apariencia cuando había penetrado en la sala de audiencias para acudir al encuentro de Odrade. En aquel momento se había sentido dominante, pero ahora se sintió de pronto desnudo e inseguro.

Realmente es un cabeza vacía,
pensó Odrade.

Tuek estaba pensando:
¡No puedo discutir ese terrible Manifiesto con ella! No con un Maestro tleilaxu y esos Danzarines Rostro escuchando en la otra habitación ¿Qué es lo que me ha poseído para permitir eso?

—Esto es herejía, pura y simple —dijo Tuek.

—Pero sois tan sólo una religión entre muchas —contraatacó Odrade—. Y con la gente volviendo de la Dispersión, la proliferación de cismas y creencias alternativas…

—¡Nosotros somos la única creencia verdadera! —dijo Tuek.

Odrade ocultó una sonrisa.
Está recitando algo aprendido de memoria. Y seguramente Waff lo está escuchando
. Tuek era sorprendentemente fácil de conducir. Si la Hermandad estaba en lo cierto respecto a Waff, las palabras de Tuek irritarían al Maestro tleilaxu.

Con un tono profundo y agorero, Odrade dijo:

—El Manifiesto plantea cuestiones que todos debemos considerar, tanto creyentes como no creyentes.

—¿Qué tiene que ver todo esto con la Sagrada Niña? —preguntó Tuek—. Me dijisteis que deberíamos reunirnos para tratar asuntos relativos a…

—¡Por supuesto! No intentéis negar que sabéis que hay mucha gente que está empezando a adorar a Sheeana. El Manifiesto implica…

—¡El Manifiesto! ¡El Manifiesto! Es un documento herético, que debería ser borrado. En cuanto a Sheeana, ¡debe ser devuelta a nuestro exclusivo cuidado!

—No. —Odrade pronunció suavemente la palabra.

Cuán agitado estaba Tuek, pensó. Su rígido cuello apenas se alteró mientras él movía la cabeza de un lado para otro. Los movimientos señalaban hacia un cortinaje cubriendo una pared a la derecha de Odrade, definiendo el lugar como si la cabeza de Tuek poseyera un rayo trazador que señalara hacia aquel cortinaje en particular. Qué hombre tan transparente, aquel Sumo Sacerdote. Era como si estuviera anunciando que Waff les estaba escuchando desde algún lugar detrás de aquellos cortinajes.

—Vuestro próximo movimiento va a ser llevárosla de Rakis —dijo Tuek.

—Ella se quedará aquí —dijo Odrade—. Tal como os lo prometimos.

—¿Pero por qué no puede…?

—¡Oh, vamos! Sheeana ha expresado claramente sus deseos, y estoy segura de que sus palabras os han sido transmitidas. Desea convertirse en una Reverenda Madre.

—Ella es ya la…

—¡Mi Señor Tuek! No intentéis disimular conmigo. Ella ha formulado sus deseos, y nosotras nos sentiremos felices de hacer que se cumplan. ¿Por qué deberíais objetar a ello? Las Reverendas Madres sirvieron al Dios Dividido en los tiempos Fremen. ¿Por qué no ahora?

—Vosotras las Bene Gesserit tenéis formas de hacer que la gente diga cosas que no desea decir —acusó Tuek—. No deberíamos discutir esto en privado. Mis consejeros…

—Vuestros consejeros lo único que harían sería enturbiar nuestra discusión. Las implicaciones del Manifiesto Atreides…

—¡Discutiremos solamente acerca de Sheeana! —Tuek adoptó lo que creía que era la postura de un obstinado Sumo Sacerdote.


Estamos
discutiendo acerca de ella —dijo Odrade.

—Entonces permitidme dejar claro que exigimos que haya más gente nuestra a su alrededor. Debe ser protegida a toda…

—¿De la forma en que fue protegida en aquel tejado? —preguntó Odrade.

—¡Reverenda Madre Odrade, esto es el Sagrado Rakis! ¡Aquí no tenéis ningún derecho más que los que nosotros os concedamos!

—¿Derechos? Sheeana se ha convertido en el blanco, ¡sí, el blanco!, de muchas ambiciones, ¿y queréis hablar de derechos?

—Mis deberes como Sumo Sacerdote son claros. La Sagrada Iglesia del Dios Dividido deberá…

—¡Mi Señor Tuek! Estoy intentando con mucho esfuerzo mantener la cortesía necesaria. Lo que hago es en vuestro propio bien tanto como en el nuestro. Las acciones que hemos tomado…

—¿Acciones? ¿Qué acciones? —Las palabras brotaron de Tuek con un ronco gruñido. ¡Aquellas terribles brujas Bene Gesserit! ¡Los tleilaxu detrás de él y una Reverenda Madre delante! Tuek se sentía como una pelota en un terrible juego, siendo lanzada hacia adelante y hacia atrás entre terroríficas energías. El pacífico Rakis, el lugar tranquilo de sus rutinas cotidianas, se había desvanecido, y él se había visto proyectado a una arena cuyas reglas no comprendía enteramente.

—He mandado venir al Bashar Miles Teg —dijo Odrade—. Eso es todo. Su grupo de vanguardia va a llegar pronto. Vamos a reforzar vuestras defensas planetarias.

—Os atrevéis a tomar el mando…

—No tomamos el mando de nada. A petición de vuestro propio padre, la gente de Teg reacondicionó vuestras defensas. El acuerdo bajo el que se hizo eso contiene, por petición expresa de vuestro padre, una cláusula exigiendo nuestra periódica revisión.

Tuek permaneció sentado en un aturdido silencio. Waff, aquel ominoso y pequeño tleilaxu, había oído todo aquello. ¡Iba a haber conflicto! Los tleilaxu deseaban un acuerdo secreto relativo a los precios de la melange. No iban a permitir interferencias de la Bene Gesserit.

Odrade había hablado del padre de Tuek, y ahora Tuek únicamente deseaba que fuera su padre, muerto hacía tanto tiempo, el que estuviera sentado allí. Un hombre duro. El hubiera sabido cómo tratar con aquellas fuerzas contrapuestas.
El
siempre había sabido manejar muy bien a los tleilaxu. Tuek recordaba haber estado escuchando (¡del mismo modo que Waff estaba escuchando ahora!) a un enviado tleilaxu llamado Wose… y a otro llamado Pook. Ledden Pook. Qué extraños nombres tenían.

Los confusos pensamientos de Tuek le ofrecieron bruscamente otro nombre. Odrade acababa de mencionarlo:
¡Teg!
¿Estaba aún en activo aquel viejo monstruo?

Odrade estaba hablando de nuevo. Tuek intentó tragar el nudo que se había formado en su garganta mientras se inclinaba hacia adelante, obligándose a prestar atención.

—Teg examinará también vuestras defensas interiores. Después de ese estrepitoso fracaso en el techo del Templo…

—Oficialmente, prohíbo esta interferencia en nuestros asuntos internos —dijo Tuek—. No es necesaria. Nuestros Sacerdotes Guardianes son lo bastante aptos como para…

—¿Aptos? —Odrade agitó tristemente la cabeza—. Qué palabra más poco apta, dadas las nuevas circunstancias en Rakis.

—¿Qué nuevas circunstancias? —Había terror en la voz de Tuek.

Odrade simplemente se quedó sentada allí, mirándole.

Tuek intentó poner por la fuerza un poco de orden a sus pensamientos. ¿Era posible que ella supiera que los tleilaxu estaban escuchando? ¡Imposible! Inhaló temblorosamente. ¿Qué era aquello acerca de las defensas de Rakis? Las defensas eran excelentes, se tranquilizó a sí mismo. Tenía los mejores monitores y no–naves de Ix. Más que eso, poseía la ventaja por encima de todas las demás potencias independientes de ser la única otra fuente de especia.

¡Ventaja por encima de todos excepto de los tleilaxu, con su maldita superproducción de melange de sus tanques axlotl!

Aquél era un pensamiento desmoralizador. ¡Había un Maestro tleilaxu escuchando todo lo que se estaba diciendo en la sala de audiencias!

Tuek apeló a Shai-Hulud, el Dios Dividido, para que le protegiera. Aquel terrible hombrecillo ahí atrás decía que hablaba también en nombre de los ixianos y de las Habladoras Pez. Había exhibido documentos. ¿Eran esas las «nuevas circunstancias» de las que hablaba Odrade? ¡Nada quedaba oculto por mucho tiempo a las brujas!

El Sumo Sacerdote no pudo evitar un estremecimiento al pensar en Waff: aquella cabecita redonda, aquellos brillantes ojos, aquella nariz respingona y aquellos afilados dientes en aquella frágil sonrisa. Waff tenía el aspecto de un niño apenas crecido hasta que uno se enfrentaba a sus ojos y le oía hablar con su voz chillona. Tuek recordó que su propio padre se había quejado de aquellas voces:

—¡Los tleilaxu dicen cosas tan terribles con sus vocecillas infantiles!

Odrade se agitó en sus almohadones. Pensaba en Waff escuchando ahí afuera. ¿Habría oído lo suficiente? Seguro que sus propias escuchas secretas debían estar formulándose aquella misma pregunta en aquel momento. Las Reverendas Madres siempre escuchaban de nuevo las grabaciones de aquellas contiendas verbales, buscando mejoras y nuevas ventajas para la Hermandad.

Waff ya ha oído lo suficiente,
se dijo Odrade.
Es hora de cambiar de juego.

Con su tono más desapasionado, Odrade dijo:

—Mi Señor Tuek, alguien importante está escuchando lo que decimos aquí. ¿Es educado que tal persona escuche secretamente?

Tuek cerró los ojos.
¡Lo sabe!

Abrió los ojos y se encontró con la impasible mirada de Odrade. Tenía el aspecto de alguien que está dispuesto a esperar toda una eternidad su respuesta.

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