Read Herejes de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (38 page)

BOOK: Herejes de Dune
12.5Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Quizá por esa misma razón… para arruinarla.

El costo en sobornos y en cargamentos de la Cofradía de los elementos ixianos debía haber sido astronómico.

—¿Sabía el Tirano que algún día nosotros íbamos a necesitar este lugar? —había preguntado Lucilla.

Pensando en los poderes prescientes que Leto II había demostrado tan a menudo, Teg se había mostrado de acuerdo con aquello.

Mirando a Duncan sentado frente a él, Teg sintió que el vello de su nuca se erizaba. Había algo sobrenatural en aquel escondite Harkonnen, como si el propio Tirano hubiera estado allí. ¿Qué les había ocurrido a los Harkonnen que lo habían construido? Teg y Lucilla no habían encontrado absolutamente ningún indicio del porqué el globo había sido abandonado.

Ninguno de ellos podía recorrer el no–globo sin experimentar un agudo sentido de la historia. Teg se veía constantemente confundido por preguntas sin respuesta.

Lucilla también había comentado aquello.

—¿Dónde fueron? No hay nada en mis otras Memorias que me proporcione el más ligero indicio.

—Tal vez el Tirano los atrajo fuera de aquí y los mató.

—Voy a volver a la biblioteca. Tal vez hoy encuentre algo.

Durante los primeros dos días de su ocupación, el globo había recibido un atento examen por parte de Lucilla y Teg. Un silencioso y hosco Duncan les seguía como si temiera quedarse solo. Cada nuevo descubrimiento los maravillaba o los impresionaba.

¡Veintiún esqueletos conservados en plaz transparente a lo largo de una pared cerca del centro! Macabros observadores de cualquiera que pasara por allí hasta las cámaras de la maquinaria y los almacenes de entropía nula.

Patrin había advertido a Teg acerca de los esqueletos. En una de sus primeras exploraciones juveniles del globo, Patrin había encontrado grabaciones que decían que los muertos eran los artesanos que habían construido el lugar, todos ellos asesinados por los Harkonnen para conservar el secreto.

Por todo lo demás, el globo era una notable realización, un lugar encapsulado fuera del Tiempo, sellado de todo lo externo. Después de todos aquellos milenios, su maquinaria sin fricción seguía creando una proyección mimética que incluso los más modernos instrumentos no podían distinguir del entorno de rocas y polvo.

—¡La Hermandad debe conseguir este lugar intacto! —no dejaba de decir Lucilla—. ¡Es un auténtico tesoro! ¡Incluso conservaban aquí las grabaciones de las líneas genéticas de su familia!

Aquello no era todo lo que los Harkonnen habían conservado allí. Teg seguía sintiéndose repelido por los sutiles y vulgares toques en casi todo lo que contenía el globo. ¡Cómo aquel reloj! Ropas, instrumentos para mantener el entorno, para educación y placer… todo estaba marcado por aquella compulsión Harkonnen de halagar su despreocupado sentimiento de superioridad con respecto a toda la demás gente y a todos los demás estándares.

Una vez más, Teg pensó en Patrin como un joven en aquel lugar, probablemente no mayor que aquel ghola. ¿Qué había impulsado a Patrin a mantener el secreto incluso ante su propia esposa durante tantos años? Patrin nunca había hablado de las razones de ello, pero Teg había efectuado sus propias deducciones. Una infancia infeliz. La necesidad de poseer su propio lugar secreto. Amigos que no eran amigos sino tan sólo gente esperando burlarse de él. A ninguno de aquellos compañeros se le permitiría nunca compartir una maravilla como aquella. ¡Eso era! Se trataba de algo más que de un lugar de solitaria seguridad. Había sido el toque privado de victoria de Patrin.


Pasé muchas horas felices ahí, Bashar. Todo sigue funcionando todavía. Las grabaciones son antiguas pero excelentes una vez captas el dialecto. Hay muchos conocimientos en el lugar. Pero lo comprenderéis cuando estéis allí. Comprenderéis muchas cosas que yo nunca os he dicho.

La antigua sala de prácticas mostraba señales del frecuente uso de Patrin. Había cambiado la codificación de las armas en algunos de los autómatas, de una forma que Teg reconoció. Los contadores de tiempo hablaban de horas de tortura muscular en los complicados ejercicios. Aquel globo explicaba las habilidades que Teg siempre había considerado notables en Patrin. Sus talentos naturales habían sido adquiridos allí.

Los autómatas del no–globo eran otro asunto.

La mayoría de ellos representaban un desafío a las antiguas prohibiciones contra tales artilugios. Más que eso, algunos habían sido diseñados para funciones de placer que confirmaban las más desagradables historias que Teg había oído acerca de los Harkonnen. ¡El dolor como placer! A su propia manera, aquellas cosas explicaban la absoluta e inflexible moralidad que Patrin se había llevado de Gammu.

La revulsión creaba sus propios esquemas.

Duncan dio un largo sorbo a su bebida y miró a Teg por encima del borde de su vaso.

—¿Por qué has venido aquí abajo solo cuando te pedí que completaras la última ronda de ejercicios? —preguntó Teg.

—Los ejercicios no tienen sentido. —Duncan depositó su vaso.

Bien, Taraza, estabas equivocada,
pensó Teg.
Ha decidido independizarse por completo antes de lo que tú predecías.

También Duncan había dejado de dirigirse a su Bashar con el apelativo de «señor».

—¿Me has desobedecido?

—No exactamente.

—Entonces, ¿qué es
exactamente
lo que estás haciendo?

—¡Tengo que
saber
!

—No te va a gustar mucho cuando sepas.

Duncan pareció desconcertado.

¿Señor?

¡Ahhh, el «señor» ha vuelto!

—He estado preparándote para ciertas clases de muy intenso dolor —dijo Teg—. Es necesario antes de que pueda restaurarte tus memorias originales.

—¿Dolor, señor?

—No conocemos otra forma de hacer regresar al Duncan Idaho original… el que murió.

—Señor, si podéis hacer eso, lo único que sentiré es agradecimiento hacia vos.

—Eso es lo que dices. Pero entonces puede que solamente me veas como un látigo más en manos de aquellos que te han devuelto a la vida.

—¿No es mejor saber, señor?

Teg se pasó el dorso de una mano por su boca.

—Si me odias… no podré culparte por ello.

—Señor, si vos estuvierais en mi lugar, ¿qué sentiríais? —La postura de Duncan, el tono de su voz, su expresión facial… todo ello indicaba una temblorosa confusión.

Mejor así,
pensó Teg. Los pasos del proceso tenían que ser conducidos con una precisión que exigía que cada respuesta del ghola fuera interpretada con cuidado. Duncan estaba ahora lleno de inseguridad. Deseaba algo, y al mismo tiempo lo temía.

—¡Sólo soy tu maestro, no tu padre! —dijo Teg.

Duncan se echó hacia atrás ante la dureza del tono.

—¿No sois mi amigo?

—Esa es una calle con dos direcciones. El Duncan Idaho original deberá responder por sí mismo a eso.

Una expresión velada cubrió los ojos de Duncan.

—¿Recordaré este lugar, el Alcázar, Schwangyu y…?

—Todo. Albergarás una especie de memoria de doble visión durante un tiempo, pero lo recordarás todo.

Una expresión cínica apareció en el rostro del joven y, cuando habló, lo hizo con amargura.

—Así que vos y yo seremos camaradas.

Con todo el mando y la presencia de un Bashar en su voz, Teg siguió con precisión las instrucciones del despertar.

—No me siento particularmente interesado en convertirme en tu camarada. —Clavó una inquisitiva mirada en el rostro de Duncan—. Puede que te conviertas en un Bashar algún día. Creo que es posible que tengas madera para ello. Pero yo llevaré ya mucho tiempo muerto por aquel entonces.

—¿Sólo sois camarada con los Bashar?

—Patrin era mi camarada, y nunca llegó más allá de jefe de pelotón.

Duncan contempló su vaso vacío, luego miró a Teg.

—¿Por qué no tomáis nada? También habéis trabajado duro ahí arriba.

Una pregunta perspicaz
. No debía subestimar a aquel joven. Sabía que compartir la comida era uno de los más antiguos rituales de asociación.

—El olor de tu bebida ha sido suficiente —dijo Teg—. Viejas memorias. No las necesito precisamente ahora.

—Entonces, ¿por qué habéis bajado?

Ahí estaba, revelado en la joven voz… esperanza y miedo. Deseaba que Teg dijera una cosa en particular.

—Quería tomar una medida exacta de hasta cuán lejos te habían llevado esos ejercicios —dijo Teg—. Necesitaba bajar aquí y mirarte.

—¿Por qué tan exacta?

¡Esperanza y miedo!
Era el momento de variar cuidadosamente el enfoque.

—Nunca antes había adiestrado a un ghola.

Ghola
. La palabra quedó suspendida entre ellos, colgando junto con los olores de la cocina que los filtros del globo no habían acabado de barrer del aire.
¡Ghola!
La palabra se enredaba con el fuerte olor a especia procedente del vaso vacío de Duncan.

Duncan se inclinó hacia adelante sin hablar, con expresión ansiosa. Una observación de Lucilla acudió a la mente de Teg:
Sabe cómo utilizar el silencio
.

Cuando resultó obvio que Teg no iba a extenderse sobre aquella simple afirmación, Duncan se reclinó en su asiento con una expresión decepcionada. La comisura izquierda de su boca se curvó hacia abajo, una hosca y malhumorada expresión. Todo se iba enfocando hacia adentro de la forma en que tenía que hacerlo.

—No viniste aquí abajo para estar solo —dijo Teg—. Viniste para ocultarte. Sigues ocultándote aquí dentro y crees que nadie va a encontrarte nunca.

Duncan puso una mano ante su boca. Era un gesto señal que Teg había estado aguardando. Las instrucciones para aquel momento eran claras:
«El ghola desea que sean despertadas sus memorias originales y lo teme al mismo tiempo. Esta es la principal barrera que hay que derribar.»

—¡Quítate la mano de la boca! —ordenó Teg.

Duncan dejó caer su mano como si acabara de recibir una quemadura. Miró a Teg como un animal atrapado.

«Habla con la verdad»
, advertían las instrucciones de Teg.
«En este momento, con todos los sentidos ardiendo, el ghola verá en tu corazón.»

—Quiero que sepas —dijo Teg— que lo que la Hermandad me ha ordenado que te haga es algo que me desagrada.

Duncan pareció encogerse sobre sí mismo.

—¿Qué es lo que os ha ordenado que hagáis?

—Las habilidades que se me ordenó enseñarte tienen un fallo.

—¿Un fallo?

—Parte de ellas son adiestramiento comprensivo, la parte intelectual. En este aspecto, has sido llevado hasta el nivel de un comandante de regimiento.

—¿Mejor que Patrin?

—¿Por qué deberías ser mejor que Patrin?

—¿No era él vuestro camarada?

—Sí.

—¡Dijisteis que nunca fue más allá de jefe de pelotón!

—Patrin era completamente capaz de tomar el mando de toda una fuerza multiplanetaria. Era un mago táctico cuya sabiduría empleé en multitud de ocasiones.

—Pero dijisteis que nunca…

—Él lo quiso así. Su escaso rango le dio el toque común que ambos consideramos útil muchas veces.

—¿Comandante de un regimiento? —La voz de Duncan era poco más que un susurro. Se quedó mirando el sobre de la mesa.

—Posees una comprensión intelectual de las funciones, un poco impetuoso quizá, pero normalmente la experiencia se encarga de pulir eso. Las armas de tus talentos son superiores a las de tu edad.

Sin mirar a Teg, Duncan preguntó:

—¿Cuál es mi edad… señor?

Tal como prevenían las instrucciones:
El ghola dará vueltas en torno a la cuestión central. «¿Cuál es mi edad?» ¿Cuán viejo es un ghola?

Con voz fríamente acusadora, Teg dijo:

—Si deseas saber tu edad–ghola, ¿por qué no preguntas eso?

—¿Cuál… cuál es esa edad, señor?

Había una carga tal de desdicha en la joven voz que Teg sintió que las lágrimas empezaban a brotar en las comisuras de sus ojos. También se le había advertido acerca de esto.

«¡No reveles demasiada compasión!
» Teg cubrió el momento carraspeando. Dijo:

—Esa es una pregunta que sólo tú puedes responder.

Las instrucciones eran explícitas:
«¡Vuélvelo todo sobre él! Mantenlo enfocado hacia dentro. El dolor emocional es tan importante en este proceso como el dolor físico.»

Un profundo suspiro hizo estremecer a Duncan. Cerró fuertemente los ojos. Cuando Teg se había sentado al otro lado de la mesa, Duncan había pensado:
¿Es el momento? ¿Va a hacerlo ahora?
Pero el tono acusador de Teg, los ataques verbales, eran completamente inesperados. Y ahora Teg sonaba condescendiente.

¡Se muestra condescendiente conmigo!

Una cínica rabia brotó dentro de Duncan. ¿Lo consideraba Teg un estúpido tan grande que podía ser engañado por las vulgares maniobras de un comandante?
El tono de voz y la actitud por sí mismos pueden subyugar la voluntad de otro
. Duncan captó algo más en la condescendencia, sin embargo: un núcleo de plastiacero que no podía ser penetrado. Integridad… finalidad. Y Duncan había visto asomar las lágrimas, el gesto que las cubría.

Abriendo los ojos y mirando directamente a Teg, Duncan dijo:

—No pretendo ser irrespetuoso ni ingrato ni rudo, señor. Pero no puedo seguir adelante sin respuestas.

Las instrucciones de Teg eran claras:
«Sabrás cuando el ghola alcance el punto de desesperación. Ningún ghola intentará ocultar esto. Es algo intrínseco a su psique. Lo reconocerás en su voz y actitud.»

Duncan había alcanzado casi el punto crítico. Ahora para Teg era obligatorio el silencio. Forzar a Duncan a responder él mismo a sus preguntas, a tomar su propio rumbo.

—¿Sabéis que en una ocasión pensé en matar a Schwangyu? —dijo Duncan.

Teg abrió la boca, y la volvió a cerrar sin emitir ni un sonido.
¡Silencio!
¡Pero el muchacho estaba hablando en serio!

—Tenía miedo de ella —dijo Duncan—. No me gusta tener miedo. —Bajó la mirada—. En una ocasión me dijisteis que tan sólo el odio era realmente peligroso para nosotros.

«Se acercará y se retirará, se acercará y se retirará. Aguarda hasta que se sumerja.»

—No os odio —dijo Duncan, mirando una vez más a Teg—. Me siento resentido cuando me decís
ghola
a la cara. Pero Lucilla tiene razón: nunca debemos sentirnos resentidos por la verdad, aunque duela.

BOOK: Herejes de Dune
12.5Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

''I Do''...Take Two! by Merline Lovelace
A Very Bold Leap by Yves Beauchemin
Learning by Heart by Elizabeth Cooke
A Ticket to the Circus by Norris Church Mailer
The Crook and Flail by L. M. Ironside