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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (41 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Junto a los silos, una arenosa extensión donde no se permitía el crecimiento de ninguna planta se extendía más allá de los edificios de paredes de barro, un brazo de ameba de Dar–es–Balat alcanzando casi el borde del qanat. El durante largo tiempo oculto no–globo del Tirano había producido una prolífica comunidad religiosa que ocultaba la mayor parte de sus actividades tras paredes sin ventanas y bajo tierra.

¡El trabajo secreto de nuestros deseos inconscientes!

Una vez más, Sheeana dijo:

—Tuek es distinto.

Odrade vio la cabeza de Waff volverse bruscamente. Había oído. Debía estar pensando:
¿Podemos ocultarle algo a la mensajera del Profeta?

Demasiada gente sabía ya que un Danzarín Rostro ocupaba la personalidad de Tuek, pensó Odrade. La camarilla de los sacerdotes, por supuesto, creía que le estaban dando a los tleilaxu sedal suficiente para que se enredaran y atrapar así finalmente no sólo a la Bene Tleilax sino también a la Hermandad.

Odrade captó los intensos olores de los productos químicos que habían sido utilizados para matar las hierbas en el patio de los almacenes de especia. Los olores la obligaron a centrar de nuevo su atención en sus necesidades. ¡No podía permitirse el que su mente vagara, ahí afuera! Sería tan fácil para la Hermandad verse atrapada en su propia trampa.

Sheeana tropezó y lanzó un pequeño grito, más de irritación que de dolor. Waff volvió secamente su cabeza y miró a Sheeana antes de devolver su atención al camino. La niña había tropezado simplemente con una grieta en la superficie del camino, se dio cuenta. La arena que se había ido acumulando ocultaba los lugares donde el asfalto se había cuarteado. La estructura de la calzada delante de ellos parecía sin embargo extrañamente incólume. No lo suficientemente sustancial como para soportar a uno de los descendientes del Profeta, pero más que suficiente para un suplicante humano con ánimos de dirigirse al desierto.

Waff pensaba en si mismo principalmente como en un suplicante.

He venido como un mendigo a las tierras de tu mensajero, oh Dios.

Tenía sus sospechas acerca de Odrade. La Reverenda Madre lo había traído allí para extraerle todos sus conocimientos antes de matarle.
Con la ayuda de Dios, todavía podré sorprenderla
. Sabía que su cuerpo estaba protegido contra una sonda ixiana, aunque evidentemente ella no llevaba sobre su persona un instrumento tan engorroso. Pero era la fuerza de su propia voluntad y su confianza en la gracia de Dios lo que daba ánimos a Waff.

¿Y si la mano que nos están tendiendo es sincera?

Eso también sería voluntad de Dios.

Una alianza con la Bene Gesserit, un firme control de Rakis: ¡qué sueño representaba aquello! El Shariat finalmente en pleno apogeo, y la Bene Gesserit como sus misioneras.

Cuando Sheeana tropezó de nuevo y dejó escapar otra pequeña queja, Odrade dijo:

—¡No te quejes, niña!

Odrade vio que Waff envaraba los hombros. No le gustaban aquellos modales perentorios con «La Bendecida». Había determinación en el hombrecillo. Odrade la reconoció como la fuerza del fanatismo. Aunque el gusano avanzara hacia él para matarlo, Waff no iba a huir. La fe en Dios lo llevaría directamente a la muerte… a menos que se viera sacudido fuera de su seguridad religiosa.

Odrade reprimió una sonrisa. Podía seguir el proceso de los pensamientos del hombre: Dios revelará pronto sus Propósitos.

Pero Waff estaba pensando en sus células desarrollándose en lenta renovación en Bandalong. No importaba lo que ocurriera allí, sus células seguirían desarrollándose en honor a la Bene Tleilax… y a Dios… un nuevo Waff siempre al servicio de la Gran Creencia.

—Puedo oler a Shaitan, ¿sabes? —dijo Sheeana.

—¿Ahora? —Odrade alzó la vista hacia la calzada que se extendía ante sus ojos. Waff estaba ya a unos pasos de distancia, donde ésta se curvaba ligeramente por encima del qanat y el foso.

—No, sólo cuando viene —dijo Sheeana.

—Por supuesto que puedes. Todo el mundo puede.

—Yo puedo olerlo desde mucha distancia.

Odrade inspiró profundamente por la nariz, individualizando los olores por encima del fondo de pedernal: vagos olores de melange… ozono, algo claramente ácido. Hizo un gesto para que Sheeana pasara delante. Waff llevaba como unos veinte pasos de distancia con respecto a ellas. La calzada remataba su arco sobre el qanat y el foso y se sumergía en el desierto a unos sesenta metros más adelante.

Probaré la arena a la primera oportunidad,
pensó Odrade.
Eso me dirá muchas cosas
.

Mientras cruzaba por encima del foso de agua, miró hacia el sudoeste, a la baja barrera que cerraba el horizonte.

Bruscamente, Odrade se encontró enfrentada a una insistente Otra Memoria. No se sobreponía a su visión actual, pero la reconoció… una mezcla de imágenes procedentes de las más profundas fuentes de su interior.

¡Maldita sea!,
pensó.
¡Ahora no!

Pero no había escapatoria. Tales intrusiones tenían una finalidad, una exigencia inevitable sobre su consciencia.

¡Advertencia!

Frunció los ojos en dirección al horizonte, permitiendo que la Otra Memoria se sobreimpusiera a ella: una alta barrera allí a lo lejos, hacía mucho tiempo… gente moviéndose en su cresta. Había un fantástico puente en aquella memoria–distancia, insustancial y hermoso. Unía una parte de aquella desvanecida barrera a otra parte, y sabía sin necesidad de verlo que bajo aquel puente desaparecido hacía tanto tiempo discurría un río. ¡El río Idaho! Ahora, la imagen sobre–impuesta proporcionaba movimiento: objetos cayendo del puente. Estaban demasiado lejos como para identificarlos, pero ahora tenía las etiquetas para aquella proyección imaginaria. Con una sensación de horror y excitación, identificó aquella escena.

El fantástico puente se estaba derrumbando! Cayendo al río que había abajo.

Aquella visión no se correspondía a una destrucción fortuita. Era la violencia clásica arrastrada por tantas memorias que habían penetrado en ella en el momento de la agonía de la especia. Odrade podía calificar los delicadamente sintonizados componentes de la imagen: miles de sus antepasadas habían observado aquella escena en su imaginaria reconstrucción. No una memoria auténticamente visual, sino un ensamblaje de precisos informes.

¡Así era como había ocurrido!

Odrade se detuvo y dejó que las proyecciones de la imagen se abrieran camino hasta su consciencia.
¡Cuidado!
Algo peligroso había sido identificado. No intentó desentrañar la sustancia de la advertencia. Si lo hiciera, sabía que se iba a desmoronar en madejas, cada una de las cuales podía ser relevante, pero la certeza original se desvanecería.

Aquel acontecimiento estaba fijado en la historia de los Atreides. Leto II, el Tirano, había caído a su disolución desde aquel fantasmal puente. El gran gusano de Rakis, el Tirano Dios Emperador en persona, había caído de aquel puente en su peregrinación de esponsales.

¡Allí! Precisamente allí en el río Idaho bajo su destruido puente, el Tirano se había sumergido en su agonía. Exactamente allí, la transubstanciación de la cual había nacido el Dios Dividido… todo había empezado allí.

¿Por qué es eso una advertencia?

Puente y río habían desaparecido de aquel paisaje. La alta pared que había encerrado el árido Sareer del Tirano se había erosionado hasta convertirse en una dentada línea de horizonte vibrando por el calor.

Si un gusano aparecía ahora con su encapsulada perla de la eternamente durmiente memoria del Tirano, ¿sería aquella memoria peligrosa? Así argumentaba la oposición de Taraza en la Hermandad.


¡Despertará!

Taraza y sus consejeras negaban incluso la posibilidad.

Sin embargo, aquel timbre de alarma de las Otras Memorias de Odrade no podía ser dejado de lado.

—Reverenda Madre, ¿por qué nos hemos detenido?

Odrade sintió que su consciencia regresaba de nuevo a un inmediato presente que requería su atención. Ahí afuera en aquella visión de advertencia era donde empezaba el interminable sueño del tirano, pero otros sueños se interponían. Sheeana estaba de pie frente a ella, con una expresión desconcertada.

—Estaba mirando al horizonte. —Odrade señaló—. Ahí es donde empezó Shai-Hulud, Sheeana.

Waff se detuvo al final de la carretera, un pie a punto de cruzar los límites de la arena y ahora a unos cuarenta pasos por delante de Odrade y Sheeana. La voz de Odrade le hizo adoptar una actitud de rígida alerta, pero no se volvió. Odrade pudo ver el desagrado en su postura. A Waff no le gustaba ni siquiera un asomo de cinismo dirigido a su Profeta. Siempre sospechaba cinismo en las Reverendas Madres. Especialmente en lo que se refería a materias religiosas. Waff no estaba preparado todavía para aceptar que las durante tanto tiempo detestadas y temidas Bene Gesserit pudieran compartir su Gran Creencia. Aquel terreno tendría que ser llenado con sumo cuidado… como siempre hacía la Missionaria Protectiva.

—Dicen que había un gran río —dijo Sheeana.

Odrade oyó la melodiosa nota de burla en la voz de Sheeana. ¡La muchacha aprendía rápidamente!

Waff se volvió y las miró ceñudo. El también había oído. ¿Qué estaba pensando acerca de Sheeana ahora?

Odrade sujetó el hombro de Sheeana con una mano y señaló con la otra.

—Había un puente precisamente ahí. La gran pared del Sareer fue dejada abierta aquí para permitir el paso del río Idaho. El puente cubría la brecha.

Sheeana suspiró.

—Un auténtico río —susurró.

—No un qanat, y demasiado grande para un canal —dijo Odrade.

—Nunca he visto un río —dijo Sheeana.

—Ahí fue donde arrojaron a Shai-Hulud al río —dijo Odrade. Hizo un gesto hacia su izquierda—. Por este lado, a muchos kilómetros es esa dirección, fue donde edificó su palacio.

—No hay nada excepto arena —dijo Sheeana.

—El palacio fue destruido en los Tiempos de Hambruna —dijo Odrade—. La gente pensó que había un depósito de especia en él. Estaban equivocados, por supuesto. Él era demasiado listo como para eso.

Sheeana se acercó más a Odrade y murmuró:

—Hay un gran tesoro de especia, sin embargo. Los cantos hablan de él. Los he oído muchas veces. Mi… dicen que está en una caverna.

Odrade sonrió. Sheeana se refería a la Historia Oral, por supuesto. Y casi había dicho: «Mi padre…», refiriéndose a su auténtico padre que había muerto en aquel desierto. Odrade le había sonsacado ya aquella historia a la muchacha.

Aún murmurando cerca del oído de Odrade, Sheeana dijo:

—¿Por qué está con nosotras este hombrecillo? No me gusta.

—Es necesario para la demostración —dijo Odrade. Waff eligió aquel momento para salir de la calzada y meterse en la primera suave ladera de arena. Avanzó con cautela pero sin vacilación visible. Una vez en la arena, se volvió, sus ojos brillantes a la caliente luz solar, y miró primero a Sheeana y luego a Odrade.

De nuevo esa maravilla en él cuando mira a Sheeana
, pensó Odrade.
Qué grandes cosas cree que vamos a descubrir aquí. Se verá renovado. !Y el prestigio!

Sheeana protegió sus ojos con una mano y estudió el desierto.

—A Shaitan le gusta el calor —dijo Sheeana—. La gente se oculta cuando hace calor, pero entonces es cuando viene Shaitan.

No Shai-Hulud,
pensó Odrade. ¡
Shaitan! Lo predijiste bien, Tirano. ¿Qué otras cosas sabías acerca de nuestro tiempo?
¿Estaba realmente el Tirano ahí afuera durmiendo en todos aquellos gusanos descendientes suyos?

Ninguno de los análisis que había estudiado Odrade proporcionaba una explicación segura de lo que había conducido a un ser humano a convertirse en un simbionte con aquel gusano original de Arrakis ¿Que pasó por su mente durante los milenios de aquella terrible transformación? ¿Había algo de aquello, siquiera el más pequeño fragmento, preservado en los gusanos actuales de Rakis?

—Está cerca, Madre —dijo Sheeana ¿No lo hueles?

Waff miró aprensivamente a Sheeana.

Odrade inhaló profundamente: un intenso aroma a canela sobreponiéndose al seco olor del pedernal. Fuego, azufre, el infierno que ardía en el gran gusano. Se detuvo y llevó una pulgarada de arena a su boca. Todo estaba allí: el Dune de las Otras Memorias y el Rakis de hoy.

Sheeana apuntó hacia un ángulo a su izquierda, directamente en la dirección de la suave brisa del desierto.

—Ahí afuera. Debemos apresurarnos.

Sin aguardar el permiso de Odrade, Sheeana echó a correr ligera al final de la calzada, pasó junto a Waff y se adentró en la primera duna. Se detuvo allí hasta que Odrade y Waff la alcanzaron. Los condujo fuera de aquella duna, subiendo otra, con la arena marcando su paso, luego a lo largo de un enorme y curvado barragán con vestigios de polvorienta y seca vegetación asomando tímidamente en su cresta. Muy pronto habían puesto un kilómetro entre ellos y la seguridad rodeada de agua de Dar–es–Balat.

Sheeana se detuvo de nuevo.

Waff se detuvo jadeando detrás de ella. El sudor brillaba allá donde la capucha de su destiltraje cruzaba sus cejas.

Odrade se detuvo un paso detrás de Waff. Respiró profundamente, calmándose, mientras miraba más allá de Waff, hacia donde se centraba la atención de Sheeana.

Una furiosa marea de arena había emergido del desierto más allá de la duna donde se encontraban, arrastrada por una tormenta de viento. El lecho de roca era visible en una larga y estrecha avenida de enormes peñascos, que yacían esparcidos y volcados como los bloques del edificio desmoronado de un Prometeo loco. Por aquel insano laberinto la arena se había deslizado como un río, dejando su firma en profundos surcos y canales, luego chocando contra una baja escarpadura para formar allí más dunas.

—Ahí abajo —dijo Sheeana, señalando hacia la avenida de rocas. Salió de la duna, deslizándose y dando zancadas por la resbaladiza arena. En el fondo, se detuvo junto a un peñasco de al menos dos veces su altura.

Waff y Odrade se detuvieron justo detrás de ella.

La deslizante superficie de otro gigantesco barragán, sinuosa como el lomo de una ballena, se alzaba en el azul plata del cielo al lado de ellos.

Odrade aprovechó la pausa para recomponer su equilibrio de oxígeno. Aquella loca carrera había exigido mucho de su carne. Waff, observó, tenía el rostro enrojecido y respiraba pesadamente. El olor a pedernal y a canela era opresivo en aquel confinado paso. Waff resopló y se frotó la nariz con el dorso de una mano. Sheeana se alzó de puntillas, giró sobre sí misma y caminó diez rápidos pasos por la rocosa avenida. Apoyó un pie en la arenosa ladera de la duna exterior y alzó los brazos al cielo. Lentamente al principio, luego con un ritmo incrementado, empezó a danzar, ascendiendo por la arena.

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