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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (44 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Cien latidos de corazón.

Había practicado aquello regularmente desde que lo había aprendido de niña, una de sus primeras habilidades Bene Gesserit. Exactamente cien latidos de corazón. Después de todos aquellos años de práctica, su cuerpo podía acompasarlos automáticamente mediante un inconsciente metrónomo.

Cuando abrió los ojos a la cuenta de cien, su cabeza se sentía mejor. Esperaba disponer al menos de otras dos horas para trabajar antes de que la fatiga la venciera otra vez. Aquel centenar de latidos de corazón le habían proporcionado años extra de vigilia a lo largo de toda su vida.

Aquella noche, sin embargo, pensar en aquel viejo truco había enviado sus recuerdos torbellineando hacia atrás. Se halló prendida en su propia infancia, el dormitorio con la Hermana Censora recorriendo el pasillo por la noche para asegurarse de que todas permanecían convenientemente dormidas en sus camas.

La Hermana Baram, la Censora de Noche.

Taraza no había pensado en aquel nombre desde hacía años. La Hermana Baram había sido bajita y gorda, una Reverenda Madre fracasada. No por ninguna razón inmediatamente visible, pero las Hermanas Médicas y sus doctores Suk habían encontrado algo. A Baram nunca se le había permitido intentar la agonía de la especia. Se había adaptado perfectamente a lo que sabía de su defecto. Había sido descubierto mientras se hallaba aún en el segundo decenio de su vida: temblores nerviosos periódicos, que se manifestaban cuando empezaba a sumirse en el sueño. Un síntoma de algo más profundo que había hecho que fuera esterilizada. Los temblores despertaban a Baram durante la noche. Patrullar por los pasillos era una tarea lógica.

Baram tenía otras debilidades no detectadas por sus superioras. Una niña despierta dirigiéndose al cuarto de baño podía embaucar a Baram con una conversación en voz baja.

Las preguntas ingenuas solicitaban respuestas ingenuas, pero a veces Baram impartía conocimientos útiles. Había enseñado a Taraza el truco de la relajación.

Una de las chicas mayores había encontrado a la Hermana Baram muerta en el lavabo una mañana. Los temblores de la Censora de Noche habían sido el síntoma de un defecto fatal, un hecho importante principalmente para las Madres Procreadoras y sus interminables registros.

Debido a que normalmente la Bene Gesserit no programaba la «educación de la muerte» hasta bien iniciado el estadio de acólitas, la Hermana Baram fue la primera persona muerta que viera Taraza en su vida. El cuerpo de la Hermana Baram había sido hallado parcialmente debajo de un lavabo, la mejilla derecha contra las baldosas del suelo, su mano izquierda aferrada a las cañerías debajo del lavabo. Había intentado alzar su desfalleciente cuerpo y la muerte la había sorprendido en el intento, exponiéndola en aquel último movimiento como un insecto atrapado en ámbar.

Cuando dieron la vuelta a la Hermana Baram para llevársela, Taraza vio la marca roja allá donde su mejilla había estado en contacto con el suelo. La Censora de Día explicó aquella marca con un sentido práctico puramente científico. Cualquier experiencia podía ser convertida en datos para que aquellas Reverendas Madres potenciales pudieran incorporarlos más tarde a sus «Conversaciones con la muerte» de acólitas.

Lividez post mortem.

Sentada ante su mesa en la Casa Capitular, con todos aquellos años transcurridos desde el suceso, Taraza se vio obligada a utilizar sus poderes de concentración cuidadosamente enfocados para alejar aquel recuerdo, quedando así libre de dedicarse al trabajo diseminado ante ella. Tantas lecciones. Tan terriblemente llenas, sus memorias. Tantas vidas almacenadas allí. Todo aquello reafirmaba su sensación de seguir viva para estudiar el trabajo que tenía ante sí. Había cosas que hacer. La necesitaban. Ansiosamente, Taraza se dedicó a su trabajo.

¡Maldita fuera la necesidad de adiestrar al ghola en Gammu!

Pero aquel ghola lo requería. La familiaridad con el polvo que se hollaba era algo previamente necesario para la restauración de aquella persona original.

Había sido juicioso enviar a Burzmali a la arena de Gammu. Si Miles había hallado realmente un escondite… si tenía que emerger ahora, iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir. Una vez más, consideró si no sería tiempo de jugar el juego de la presciencia. ¡Tan peligroso! Y los tleilaxu habían sido alertados de que podía solicitársele en cualquier momento su ghola de reemplazo.


Estamos listos para la entrega.

Su mente derivó hacia el problema de Rakis. Aquel estúpido Tuek debería haber sido verificado más cuidadosamente. ¿Durante cuánto tiempo podía suplantarle con seguridad un Danzarín Rostro? No había habido ningún fallo en la decisión que Odrade había tomado sobre la marcha, sin embargo. Había colocado al tleilaxu en una posición insostenible. El suplantador podía ser puesto en evidencia en cualquier momento sumiendo a la Bene Tleilax en un hervidero de odios.

El juego dentro de los planes de la Bene Gesserit se había vuelto muy delicado. Desde hacía ya generaciones, habían mantenido con los sacerdotes rakianos el cebo de una alianza con la Bene Gesserit. ¡Pero ahora! Los tleilaxu debían considerar que eran
ellos
quienes habían sido elegidos en vez de los sacerdotes. La alianza triangular de Odrade, dejemos que los sacerdotes piensen que todas las Reverendas Madres van a pronunciar el Juramento de Sumisión al Dios Dividido. El Consejo de Sacerdotes tartamudearía con excitación ante la perspectiva. Los tleilaxu, por supuesto, veían la posibilidad de monopolizar la especia, controlando finalmente la única fuente independiente de ellos.

Unos golpecitos en la puerta indicaron a Taraza que su acólita había llegado con el té. Era una orden permanente cuando la Madre Superiora trabajaba hasta tarde. Taraza miró al crono sobre la mesa, un instrumento ixiano tan preciso que podía adelantarse o atrasarse tan sólo un segundo en un siglo: las 01:23:11 AM.

Dio orden de pasar a la acólita. La muchacha, una pálida rubia con unos fríos ojos observadores, entró y se inclinó para disponer el contenido de su bandeja junto a Taraza.

Taraza ignoró a la muchacha y contempló el trabajo que había aún sobre la mesa. Tanto por hacer. El trabajo era más importante que el sueño. Pero le dolía la cabeza, y notaba la delatora sensación de aturdimiento propia de un cerebro embotado que le decía que el té iba a proporcionarle muy poco alivio. Había llegado a un extremo de agotamiento mental, y tenía que recuperarse antes siquiera de poder ponerse en pie. Sus hombros y espalda le pulsaban.

La acólita empezó a marcharse, pero Taraza le hizo un gesto para que aguardara.

—Frótame un poco la espalda, por favor, Hermana.

Las adiestradas manos de la acólita eliminaron lentamente las constricciones de la espalda de Taraza.
Buena chica.
Taraza sonrió ante aquel pensamiento. Por supuesto que era buena. Ninguna criatura inferior podía ser asignada a la Madre Superiora.

Cuando la muchacha se hubo ido, Taraza permaneció sentada en silencio, sumida en profundos pensamientos.
Tan poco tiempo.
Escatimaba cada minuto de sueño. Sin embargo, no había escapatoria. Finalmente, el cuerpo planteaba sus inevitables exigencias. Llevaba días empujándose más allá de toda normal recuperación. Ignorando el té colocado a su lado, Taraza se levantó y se dirigió pasillo abajo hacia su pequeña celda dormitorio. Allí llamó a la Guardiana de Noche para que despertara a las 11:00 AM, y se dejó caer completamente vestida en el duro camastro.

Lentamente, reguló su respiración, aisló de toda distracción sus sentidos, y se sumió en el estadio intermedio.

El sueño no acudió.

Apeló a todo su repertorio, y el sueño siguió eludiéndola. Taraza permaneció tendida allí durante largo tiempo, reconociendo al final la futilidad de obligarse a sí misma a dormir con cualquiera de las técnicas a su disposición. El estado intermedio tendría que hacer su servicio. Mientras tanto, su mente seguía cavilando.

Nunca había considerado a los sacerdotes rakianos como un problema central. Atrapados en la religión, los sacerdotes podían ser manipulados mediante la religión. Veían a la Bene Gesserit principalmente como una potencia que podía reforzar su dogma. Dejemos que sigan pensando eso. Era un cebo que podía cegarles.

¡Maldito fuera aquel Miles Teg! Tres meses de silencio, y ningún informe favorable de Burzmali tampoco. Una zona quemada, señales del despegue de una no–nave. ¿Dónde podía haber ido Teg? Era posible que el ghola estuviera muerto. Teg nunca había hecho una cosa así antes. La Vieja Fiabilidad. Era por eso por lo que lo había escogido. Eso y sus talentos militares y su parecido con el viejo Duque Leto… todas las cosas que habían preparado en él.

Teg y Lucilla. Un equipo perfecto.

Si no estaba muerto, ¿se hallaba el ghola más allá de su alcance? ¿Lo tenían los tleilaxu? ¿Atacantes de la Dispersión? Eran posibles muchas cosas. La Vieja Fiabilidad. Silencio. ¿Era su silencio un mensaje? De ser así, ¿qué estaba intentando decir?

Con Schwangyu y Patrin muertos, había un olor a conspiración en torno a los acontecimientos de Gammu. ¿Podía ser Teg algo plantado hacía mucho tiempo por los enemigos de la Hermandad? ¡Imposible! Su propia familia era a toda prueba contra tales dudas. La hija de Teg y la casa familiar estaban tan desconcertados como todos.

Tres meses ya, y ni una palabra.

Precaución. Había advertido a Teg que ejercitara la máxima precaución protegiendo al ghola. Teg había visto el gran peligro en Gammu. Los últimos informes de Schwangyu dejaban eso bien claro.

¿Dónde podían haber llevado Teg y Lucilla al ghola?

¿Dónde habían podido conseguir una no–nave? ¿Una conspiración?

La mente de Taraza no dejaba de dar vueltas en torno a sus profundas sospechas. ¿Era aquello obra de Odrade? Entonces, ¿quién conspiraba con Odrade? ¿Lucilla? Odrade y Lucilla nunca se habían visto antes de aquel breve encuentro en Gammu. ¿O no? ¿Quién se había acercado a Odrade y había respirado con ella un aire mutuo cargado de susurros? Odrade no mostraba ninguna señal de aquello, pero ¿qué probaba eso? La lealtad de Lucilla nunca había sido puesta en duda. Las dos funcionaban perfectamente, tal como se esperaba. Pero lo mismo hacían los conspiradores.

¡Hechos! Taraza estaba hambrienta de hechos. La cama crujió bajo ella, y su aislamiento sensorial se derrumbó, despedazado tanto por sus preocupaciones como por el sonido de sus propios movimientos. Resignadamente, Taraza se preparó una vez más para la relajación.

Relajación y
luego
sueño.

Las naves de la Dispersión revolotearon en la imaginación nublada por la fatiga de Taraza. Los Perdidos regresaban en sus incontables no–naves. ¿Era ahí donde Teg había encontrado una nave? Esta posibilidad estaba siendo explorada tan discretamente como era posible, tanto en Gammu como en cualquier otro lugar. Intentó contar naves imaginarias, pero se negaron a presentarse en la forma ordenada que requería la inducción al sueño. Taraza se puso alerta sin moverse en su camastro.

Su mente más profunda estaba intentando revelar algo. El cansancio había bloqueado aquel sendero de comunicación, pero ahora… se sentó, completamente despierta.

Los tleilaxu habían estado tratando con la gente que había regresado de la Dispersión. Con aquellas rameras de Honoradas Matres, y también con los Bene Tleilax regresados. Taraza captó un sólo designio tras los acontecimientos. Los Perdidos no regresaban por simple curiosidad hacia sus raíces. El deseo gregario de reunir de nuevo a toda la humanidad no era suficiente en sí mismo como para hacerles volver. Claramente, las Honoradas Matres venían con sueños de conquista.

¿Pero y si los tleilaxu enviados a la Dispersión no se habían llevado consigo el secreto de los tanques axlotl? ¿Qué entonces? La melange. Las rameras de ojos naranja utilizaban obviamente un sustituto inadecuado. Era posible que la gente de la Dispersión no hubiera resuelto el misterio de los tanques tleilaxu.
Sabrían
de los tanques axlotl, e intentarían recrearlos. Pero si fracasaban… ¡melange!

Empezó a explorar aquella proyección.

Los Perdidos habían agotado toda la auténtica melange que sus antepasados se habían llevado consigo a la Dispersión. ¿Qué fuentes les quedarían entonces? Los gusanos de Rakis y la Bene Tleilax original. Las rameras no se atrevían a revelar su auténtico interés. Sus antepasados creían que los gusanos no podían ser trasplantados. ¿Era posible que los Perdidos hubieran encontrado un planeta adecuado para los gusanos? Por supuesto, era posible. Podían empezar comerciando con los tleilaxu como una diversión. Rakis sería su auténtico objetivo. O lo cierto podía ser lo contrario.

Riqueza transportable.

Había visto los informes de Teg relativos a la riqueza que estaba siendo acumulada en Gammu. Algunos de los que regresaban poseían grandes cantidades de dinero y otros bienes negociables. Aquello resultaba muy claro con sólo estudiar un poco las actividades bancarias.

¿Qué gran artículo de cambio existía, sin embargo, aparte la especia?

Y en la abundancia. Pero ahí estaba, indudablemente. Y, fuera cual fuese, los intercambios habían empezado.

Taraza se dio cuenta de que había voces al otro lado de su puerta. La acólita que guardaba su sueño estaba discutiendo con alguien. Las voces sonaban bajas, pero Taraza oyó lo suficiente de ellas como para ponerse en completa alerta.

—Dejó instrucciones de ser despertada tarde por la mañana —protestaba la Guardiana del Sueño.

Otra voz susurró:

—Ella dijo que tenía que ser avisada en el momento mismo en que yo regresara.

—Os digo que está muy cansada. Necesita…

—¡Necesita ser obedecida! ¡Dile que he vuelto!

Taraza se sentó en el camastro y apoyó los pies en el suelo. ¡Dioses! Cómo le dolían las rodillas. Le dolía también el no poder situar aquel susurro intruso, la persona que discutía con su guardiana.

¿A quién le dije que cuando regresara…? ¡Burzmali!

—Estoy despierta —exclamó Taraza.

La puerta se abrió, y la Guardiana del Sueño entró.

—Madre Superiora, Burzmali ha regresado de Gammu.

—¡Hazle entrar inmediatamente! —Taraza activó un sólo globo a la cabecera de su camastro. Su amarillenta luz barrió la oscuridad de la habitación.

Burzmali entró y cerró la puerta detrás de él. Sin que nadie se lo dijera, pulsó el interruptor del aislamiento sónico junto a la puerta, y todos los ruidos del exterior desaparecieron.

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