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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (39 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Teg se frotó los labios. El deseo de hablar le inundaba, pero aún no era el momento.

—¿No os sorprende que pensara en matar a Schwangyu? —preguntó Duncan.

Teg se mantuvo rígido. Incluso el agitar su cabeza podía ser tomado por una respuesta.

—Pensé en meter algo en su bebida —dijo Duncan—. Pero ésa es una forma cobarde de matar, y yo no soy un cobarde. Seré cualquier otra cosa, pero no eso.

Teg permaneció silencioso, inmóvil.

—Pensé que realmente os importaría lo que me ocurriera a mí, Bashar —dijo Duncan—. Pero tenéis razón: nunca seremos camaradas. Si sobrevivo, os superaré. Entonces… será demasiado tarde para que podamos ser camaradas. Habéis dicho la verdad.

Teg fue incapaz de impedir el efectuar una profunda inspiración de realización Mentat: no eludir los signos de fortaleza en el ghola. En algún lugar recientemente, quizá en aquella misma estancia, precisamente ahora, el joven había dejado de ser un joven y se había convertido en un hombre. La realización entristeció a Teg. ¡Había ocurrido tan rápido! No se había producido el crecimiento normal entre los dos estados.

—Lucilla no se preocupa de lo que pueda ocurrirme del mismo modo que lo hacéis vos —dijo Duncan—. Ella se limita a seguir las órdenes que ha recibido de esa Madre Superiora, Taraza.

¡Todavía no!
, se advirtió Teg. Se humedeció los labios con la lengua.

—Habéis estado obstruyendo las órdenes de Lucilla —dijo Duncan—. ¿Es eso lo que se suponía que debíais hacerme?

Había llegado el momento.

—¿Qué crees que se suponía que debía hacer? —preguntó Teg.

—¡No lo sé!

—El Duncan Idaho original lo hubiera sabido.

—¡Vos lo sabéis! ¿Por qué no me lo decís?

—Se supone que sólo debo ayudarte a restaurar tus memorias originales.

—¡Entonces hacedlo!

—Sólo tú puedes hacerlo realmente.

—¡No sé cómo!

Teg se sentó en el borde de su silla, pero no dijo nada.
¿El punto de inmersión?
Sintió que faltaba algo en la desesperación de Duncan.

—Sabéis que puedo leer en los labios, señor —dijo Duncan—. En una ocasión subí al observatorio de la torre. Vi a Lucilla y a Schwangyu allá abajo, hablando. Schwangyu dijo:

«¡No importa el que sea tan joven! Tenéis vuestras órdenes.»

De nuevo cautelosamente silencioso, Teg devolvió la mirada a Duncan. Era propio de Duncan moverse furtivamente por el Alcázar, espiando, buscando conocimientos. Y él se había instalado ahora en aquel modo memorístico, sin darse cuenta de que seguía aún espiando y buscando… pero de una forma distinta.

—No creo que se supusiera que debía matarme —dijo Duncan—. Pero vos sabéis lo que se suponía que debía hacerme puesto que habéis estado obstruyéndola. —Duncan golpeó un puño contra la mesa—. ¡Respondedme, maldito seáis!

¡Ahhh, completa desesperación!

—Sólo puedo decirte que ella pretende entrar en conflicto con mis órdenes. La propia Taraza me ordenó que te fortaleciera y te protegiera de todo daño.

—Pero vos dijisteis que mi adiestramiento era… ¡era imperfecto!

—Era algo necesario. Se hizo para prepararte para tus memorias originales.

—¿Qué se supone que debo hacer?

—Ya lo sabes.

—¡Os digo que no lo sé! ¡Por favor, enseñadme!

—Haces muchas cosas sin necesidad de habértelas enseñado. ¿Te enseñamos acaso desobediencia?

—¡Por favor, ayudadme! —Era un gemido desesperado.

Teg se obligó a un forzado distanciamiento.

—¿Qué infiernos piensas que estoy haciendo?

Duncan crispó ambos puños y golpeó con ellos la mesa, haciendo bailotear el vaso. Miró a Teg con ojos llameantes. Bruscamente, una extraña expresión brotó en el rostro de Duncan… algo apoderándose de sus ojos.

—¿Quién sois vos? —susurró Duncan.

¡La pregunta clave!

La voz de Teg fue como un látigo golpeando a una víctima indefensa:

—¿Quién crees que soy?

Una mirada de absoluta desesperación crispó los rasgos de Duncan. Consiguió emitir tan sólo un jadeante tartamudeo:

—Sois… sois…

—¡Duncan! ¡Deja de decir tonterías! —Teg saltó en pie y lo miró con una repentina rabia.

—Sois…

La mano derecha de Teg partió en un rápido arco. Su palma abierta chasqueó contra la mejilla de Duncan.

—¿Cómo te atreves a desobedecerme? —Alzó su mano izquierda, otra restallante bofetada—. ¿Cómo te
atreves
?

Duncan reaccionó tan rápidamente que Teg experimentó un electrizante instante de absoluto shock.
¡Tanta rapidez!
Aunque había elementos separados en el ataque de Duncan, todo ocurrió en un fluido movimiento: un salto hacia arriba, ambos pies sobre la silla, derribando la silla, utilizando ese movimiento para lanzar su brazo hacia abajo, hacia los vulnerables nervios del hombro de Teg.

Respondiendo a sus adiestrados instintos, Teg fintó hacia un lado y lanzó su pierna izquierda por encima de la mesa hacia la ingle de Duncan. Sin embargo, Teg no escapó completamente. La mano de Duncan siguió bajando hasta golpear junto a la rodilla de la pierna lanzada de Teg. Adormeció toda la pierna.

Duncan cayó sobre la mesa, intentando deslizarse hacia atrás pese a la incapacitadora patada. Teg se apoyó para no caer, la mano izquierda sobre la mesa, y golpeó con el canto de la otra mano la base de la espina dorsal de Duncan, en el nexo deliberadamente debilitado por los ejercicios de los últimos días.

Duncan gruñó mientras la paralizante agonía se extendía por todo su cuerpo. Otra persona hubiera quedado inmovilizada, gritando, pero Duncan simplemente gruñó mientras se arrastraba hacia Teg prosiguiendo el ataque.

Implacable ante las necesidades del momento, Teg procedió a crear un mayor dolor en su víctima, asegurándose en cada ocasión de que Duncan veía el rostro de su atacante en el instante de la mayor agonía.

«¡Observa sus ojos!»
, señalaban las instrucciones. Y Bellonda, reforzando el proceso, había advertido:
«Sus ojos parecerán mirar a través de vos, pero él os llamará Leto.»

Mucho más tarde, Teg encontró difícil recordar cada detalle de su obediencia al proceso del despertar. Sabía que continuó procediendo tal como se le había ordenado, pero su memoria estaba en otra parte, dejando la carne libre para seguir las órdenes. Extrañamente, aquel truco de la memoria se aferró a otro acto de desobediencia: la Revuelta de Cerbol, siendo él de mediana edad pero ya un Bashar con una formidable reputación. Se había vestido con su mejor uniforme sin sus medallas (un toque adecuado, aquél), y se había presentado en el bochornoso calor del mediodía de los campos de batalla de Cerbol. ¡Completamente en el sendero de los rebeldes que avanzaban!. Muchos de los atacantes le debían sus vidas. La mayor parte de ellos le habían rendido su más profunda lealtad. Ahora, se hallaban inmersos en un acto de la más violenta desobediencia. Y la presencia de Teg en su camino les decía a aquellos soldados que avanzaban:

—No llevaré las medallas que dicen lo que hice por vosotros cuando éramos camaradas. No llevaré nada que diga que soy uno de vosotros. Llevaré solamente el uniforme que anuncia que sigo siendo el Bashar. Matadme si es que queréis llegar hasta tan lejos en vuestra desobediencia.

Cuando la mayor parte de las fuerzas atacantes arrojaron sus armas y avanzaron hacia él, algunos de sus comandantes se arrodillaron ante su antiguo Bashar, y él les reconvino:

—¡Nunca necesitasteis inclinaros ni arrodillaros ante mí! Vuestros nuevos líderes os han enseñado malos hábitos.

Más tarde, les dijo a los rebeldes que compartía algunos de sus motivos de resentimiento. Cerbol había sido injustamente olvidado. Pero les advirtió también:

—Una de las cosas más peligrosas en el universo es un pueblo ignorante con motivos reales de resentimiento. Pero no hay nada tan peligroso como una sociedad informada e inteligente que mantenga esos resentimientos. El daño que puede producir una inteligencia vengativa es algo que ni siquiera podéis imaginar. ¡El Tirano hubiera parecido una figura de padre benévolo en comparación a lo que estabais a punto de crear!

Todo aquello era cierto, por supuesto, pero en un contexto Bene Gesserit, y ayudó muy poco a lo que se le había ordenado hacerle al ghola de Duncan Idaho… crear una agonía física y mental en una víctima completamente indefensa.

Más fácil de recordar era la expresión en los ojos de Duncan. No estaban desenfocados, sino que miraban directa e intensamente al rostro de Teg, aunque en el instante del grito final aulló:

—¡Maldito seáis, Leto! ¿Qué estáis haciendo?

Me ha llamado Leto
.

Retrocedió cojeando dos pasos. Su pierna izquierda le hormigueaba y le dolía allá donde Duncan había golpeado. Teg se dio cuenta de que estaba jadeando y al límite de sus reservas.

Era demasiado viejo para tales esfuerzos, y las cosas que acababa de hacer le hacían sentirse como sucio. El proceso del despertar estaba calculadamente fijado en su consciencia, sin embargo sabía que antiguamente los gholas habían sido despertados condicionándolos inconscientemente a intentar asesinar a alguien a quien amaban. La psique del ghola, desperdigada y obligada a reunirse de nuevo, quedaba siempre psicológicamente llena de cicatrices. Esta nueva técnica dejaba las cicatrices en quien conducía el proceso.

Lentamente, moviéndose contra los aullidos de músculos y nervios adormecidos por la agonía, Duncan se deslizó hacia atrás fuera de la mesa y se mantuvo de pie apoyado en su silla, temblando y mirando intensamente a Teg.

Las instrucciones de Teg decían:
«Debes permanecer muy quieto. No te muevas. Déjale que te mire tal como quiera.»

Teg permaneció de pie sin moverse tal como se le había instruido. El recuerdo de la Revuelta de Cerbol abandonó su mente: sabía lo que había hecho entonces y ahora. En un cierto sentido, las dos ocasiones eran similares. No les había dicho a los rebeldes verdades definitivas (si existían); sólo las suficientes para que volvieran a doblegarse. El dolor y sus predecibles consecuencias:
«Es por vuestro propio bien.»

¿Era realmente por su propio bien lo que le había hecho a este ghola de Duncan Idaho?

Teg se preguntó qué estaría ocurriendo en la consciencia de Duncan. A Teg se le había dicho tanto como se sabía acerca de esos momentos, pero podía ver que las palabras eran inadecuadas. Los ojos y el rostro de Duncan ofrecían pruebas abundantes de una agitación interior… una horrible crispación de boca y mejillas, su mirada como enloquecida.

Lentamente, exquisitamente en su lentitud, el rostro de Duncan se relajó. Su cuerpo siguió temblando. Captó los estremecimientos de su cuerpo como algo distante, crispaciones y punzantes dolores que le habían ocurrido a algún otro. Él estaba allí, sin embargo, en aquel inmediato momento… donde fuera y cuando fuera. Sus memorias no estaban mezcladas. Se sintió repentinamente fuera de lugar en una carne demasiado joven, completamente distinta de su existencia pre–ghola. Las punzadas y las crispaciones de la consciencia eran todas internas ahora.

Las instrucciones de Teg habían dicho:
«Tendrá filtros ghola impuestos en sus memorias pre–gholas. Algunas de las memorias originales volverán como un intenso fluir. Otras regresarán más lentamente. No habrá confusión, sin embargo, hasta que recuerde el momento original de su muerte.»
Bellonda le había proporcionado luego a Teg los detalles conocidos de aquel fatal momento.

—Sardaukar —susurró Duncan. Miró a su alrededor, a los símbolos Harkonnen que permeaban el no–globo. ¡Las tropas de asalto del Emperador llevando uniformes Harkonnen! —Una sonrisa lobuna crispó su boca—. ¡Cómo debieron odiar eso!

Teg permaneció en silencio, observando.

—Me mataron —dijo Duncan. Fue una afirmación llana y carente de emociones, más estremecedora aún por su absoluta franqueza. Un violento estremecimiento lo sacudió, y luego desapareció—. Al menos una docena de ellos en aquella pequeña estancia. —Miró directamente a Teg—. Uno de ellos me hendió la cabeza como con un hacha de carnicero. —Dudó, su garganta agitándose convulsivamente. Su mirada permanecía clavada en Teg—. ¿Le di a Paul tiempo suficiente para escapar?

«Responde sinceramente a todas sus preguntas.»

—Escapó.

Ahora llegaban a un momento crucial. ¿Dónde habían adquirido los tleilaxu las células de Idaho? Las pruebas de la Hermandad decían que eran originales, pero las sospechas aún seguían. Los tleilaxu le habían hecho algo por iniciativa propia a aquel ghola. Sus memorias podían ser un indicio valioso al respecto.

—Pero los Harkonnen —dijo Duncan. Sus memorias del Alcázar se mezclaron con las otras—. Oh, sí. ¡Oh,

! —una risa feroz lo sacudió. Lanzó un rugiente grito de victoria dirigido al hacia tanto tiempo muerto Barón Vladimir Harkonnen—. ¡Te hice pagar tu precio, Barón! ¡Oh, te hice pagar por todos aquellos que destruiste!

—¿Recuerdas el Alcázar y las cosas que te enseñamos? —preguntó Teg.

Un desconcertado fruncimiento marcó profundas arrugas en la frente de Duncan. El dolor emocional luchó con sus dolores físicos. Asintió en respuesta a la pregunta de Teg. Había dos vidas allí, una que había sido edificada detrás de los tanques axlotl y otra… otra… Duncan se sintió incompleto. Algo había sido suprimido dentro de él. El despertar no había terminado. Miró rabiosamente a Teg. ¿Qué más había? Teg había sido brutal. ¿Era necesaria la brutalidad? ¿Era así como se restituía a un ghola?

—Yo… —Duncan agitó la cabeza de un lado a otro, como un gran animal herido frente al cazador.

—¿Posees todas tus memorias? —insistió Teg.

—¿Todas? Oh, sí. Recuerdo Gammu cuando era Giedi Prime… ¡El agujero infernal empapado de aceite y de sangre del Imperio! Si, por supuesto, Bashar, fui tu dedicado estudiante.

—¡Comandante de un regimiento! —Se echó a reír de nuevo, echando hacia atrás su cabeza en un gesto extrañamente adulto para aquel cuerpo tan joven.

Teg experimentó el súbito alivio de una profunda satisfacción, algo mucho más profundo que el alivio. Había funcionado tal como se le había dicho que lo haría.

—¿Me odias? —preguntó.

—¿Odiarte? ¿No te dije que debería sentirme agradecido? Bruscamente, Duncan alzó sus manos y las contempló. Bajó su mirada hacia su joven cuerpo.

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