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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (18 page)

BOOK: Herejes de Dune
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—¿No podemos hacerle algunas sugerencias? —preguntó Stiros.

—¿Como cuáles?

—Sheeana, ¿cuándo hablarás de nuevo con tu Padre? ¿Vas a tardar mucho en ponerte de nuevo ante su presencia?

—Eso es más un estímulo que una sugerencia.

—Sólo estoy proponiendo que…

—¡Esa Sagrada Niña no es una simple! Le habla a Dios, Stiros. Dios puede castigarnos dolorosamente por una tal presunción.

—¿No nos la trajo Dios aquí para que la estudiáramos? —preguntó Stiros.

Aquello se acercaba demasiado a la herejía de Dromind para el gusto de Tuek. Lanzó una ominosa mirada a Stiros.

—Lo que quiero decir —dijo Stiros—, es que seguramente Dios desea que aprendamos de ella.

El propio Tuek había dicho aquello muchas veces, sin oír nunca en sus propias palabras un curioso eco de la voz de Dromind.

—Ella no está aquí para ser estimulada y probada —dijo Tuek.

—¡El cielo no lo permita! —dijo Stiros—. Seré el alma de la sagrada precaución. Y todo lo que aprenda de la Sagrada Niña te será informado inmediatamente.

Tuek simplemente asintió. Tenía sus propios medios de asegurarse de que Stiros dijera la verdad.

Los siguientes y solapados estímulos y pruebas fueron informados inmediatamente a la Casa Capitular por Tamalane y sus subordinadas.

«Sheeana tiene una expresión pensativa», informó Tamalane.

Entre las Reverendas Madres en Rakis y aquellas a quienes iban dirigidos los informes, aquella expresión pensativa tenía una interpretación obvia. Los antecedentes de Sheeana habían sido deducidos hacía mucho tiempo. Las intrusiones de Stiros estaban haciendo que la muchacha adquiriera nostalgia. Sheeana mantenía un sabio silencio al respecto, pero claramente pensaba mucho en su vida en un poblado pionero. Pese a todos los temores y peligros, aquellos habían sido obviamente tiempos felices para ella. Debía recordar las risas, el empalar la arena en busca de su humedad, cazar escorpiones en las grietas de las chozas del poblado, olisquear buscando fragmentos de especia entre las dunas. De los repetidos viajes de Sheeana a aquella zona, la Hermandad había efectuado una localización razonablemente precisa del poblado perdido y de lo que le había ocurrido. Sheeana miraba a menudo uno de los viejos mapas de Tuek en la pared de sus dependencias.

Como esperaba Tamalane, una mañana Sheeana clavó un dedo en el lugar del mapa mural donde había ido muchas veces.

—Llevadme ahí —ordenó a sus asistentas.

Fue llamado un tóptero.

Mientras los sacerdotes escuchaban ávidamente en un tóptero colgando a gran altura, Sheeana se enfrentó una vez más a su némesis en la arena. Tamalane y sus consejeras, introducidas en los circuitos sacerdotales, observaron con la misma avidez.

Nada que sugiriera ni remotamente un poblado quedaba en la desolada extensión de dunas de aquel lugar. Sheeana ordenó ser depositada en el suelo. Utilizó un martilleador. Otra de las astutas sugerencias de Stiros, acompañada de detalladas instrucciones sobre el uso del antiguo medio de atraer al Dios Dividido.

Llegó un gusano.

Tamalane observó en su propio teleproyector, pensando que el gusano era tan sólo un monstruo mediano. Estimó su longitud en unos cincuenta metros. Sheeana permanecía de pie a tan sólo tres metros delante del ardiente abismo de su boca abierta. El siseo de los fuegos internos del gusano era claramente audible por los observadores.

—¿Me dirás por qué lo hiciste? —preguntó Sheeana.

No vaciló ante el ardiente aliento del gusano. La arena crujió bajo el monstruo, pero ella no dio señales de haber oído nada.

—¡Respóndeme! —ordenó Sheeana.

Ninguna voz surgió del gusano, pero Sheeana pareció estar escuchando, la cabeza inclinada hacia un lado.

—Entonces regresa por donde has venido —dijo Sheeana. Alejó al gusano agitando un brazo.

Obedientemente, el gusano se dio la vuelta y se alejó por la arena.

Durante varios días, mientras la Hermandad los espiaba con regocijo, los sacerdotes discutieron acerca de aquel encuentro. Sheeana no podía ser interrogada al respecto sin descubrir que la habían estado espiando. Como las veces anteriores, se negó a discutir nada acerca de sus visitas al desierto.

Stiros continuó su labor. El resultado fue precisamente el que la Hermandad esperaba. Sin ninguna advertencia previa, Sheeana se despertaba algunos días y decía:

—Hoy iré al desierto.

En ocasiones utilizaba un martilleador, en ocasiones danzaba su llamada. Muy lejos en la arena, más allá de la vista de Keen o de cualquier otro lugar habitado, los gusanos acudían a ella. Sheeana, sola frente a un gusano, le hablaba mientras los hombres escuchaban. Tamalane encontró fascinante aquella acumulación de grabaciones mientras pasaban por sus manos camino de la Casa Capitular.

—¡Debería odiarte!

¡Vaya agitación que había causado entre los sacerdotes! Tuek deseaba un debate abierto:

¿Deberíamos odiar todos nosotros al Dios Dividido al mismo tiempo que lo amamos?

Stiros apenas consiguió invalidar esta sugerencia con la argumentación de que los deseos de Dios no estaban claros.

Sheeana preguntó a uno de sus gigantescos visitantes:

—¿Me dejarás montarte de nuevo?

Cuando se acercó más, el gusano retrocedió y no le permitió montar.

En otra ocasión preguntó:

—¿Debo quedarme con los sacerdotes?

Aquel gusano en particular fue blanco de numerosas preguntas, entre ellas:

—¿Dónde va la gente cuando la devoras?

—¿Por qué la gente es falsa conmigo?

—¿Debo castigar a los malos sacerdotes?

Tamalane se echó a reír ante esta última pregunta, pensando en la agitación que iba a causar entre la gente de Tuek. Sus espías informaron del desánimo entre los sacerdotes.

—¿Cómo le responde Él? —preguntó Tuek—. ¿Ha oído alguien alguna vez responder a Dios?

—Quizá hable directamente a su alma —aventuró un consejero.

—¡Eso es! —Tuek saltó sobre aquella posibilidad—. Debemos preguntarle qué es lo que Dios le dice que debe hacer.

Sheeana se negó a entrar en tales discusiones.

«Hace valer bien sus poderes», informó Tamalane. «Ahora no acude mucho al desierto, pese a los aguijoneos de Stiros. Como esperábamos, la atracción se ha desvanecido. El miedo y la excitación la llevaron hasta tan lejos antes de palidecer. Sin embargo, ha aprendido una orden efectiva:
¡Marchaos!
»

La Hermandad anotó aquello como un hito importante. Cuando incluso el Dios Dividido obedecía, ningún sacerdote o sacerdotisa podía cuestionar su autoridad para lanzar una tal orden.

«Los sacerdotes están edificando torres en el desierto», informó Tamalane. «Desean lugares más seguros desde los cuales observar a Sheeana cuando ella acude allí.»

La Hermandad había anticipado aquello, e incluso había efectuado algunos avances para acelerar tales proyectos. Cada torre poseía su propia trampa de viento, su propio personal de mantenimiento, su propia barrera de agua, jardines y otros elementos de civilización. Cada una era una pequeña comunidad extendiendo las áreas establecidas de Rakis cada vez más lejos en el dominio de los gusanos.

Los pueblos pioneros ya no eran necesarios, y Sheeana obtuvo los méritos de este desarrollo.

—Ella es
nuestra
sacerdotisa —decía el pueblo.

Tuek y sus consejeros giraban sobre la punta de una aguja:

¿Shaitan y Shai-Hulud en un mismo cuerpo?
Stiros vivía en un temor diario de que Tuek anunciara el hecho. Finalmente, los consejeros de Stiros rechazaron la sugerencia de que Tuek fuera trasladado. Otra sugerencia de que la Sacerdotisa Sheeana sufriera un fatal accidente fue recibida por todos con tremendo horror, e incluso Stiros lo consideró un riesgo demasiado grande.

—Aunque extrajéramos esa espina, Dios podría visitarnos con una intrusión aún más terrible —dijo. Y advirtió—: Los más antiguos libros dicen que un niño nos conducirá.

Stiros era tan sólo el más reciente de aquellos que consideraban a Sheeana como algo no en absoluto mortal. Podía observarse que aquellos que la rodeaban, incluida Cania, habían empezado a quererla. Era tan inocente, tan despierta y vivaz.

Muchos observaron que ese creciente afecto hacia Sheeana se extendía incluso hasta Tuek.

Para la gente tocada por este poder, la Hermandad poseía un reconocimiento inmediato. La Bene Gesserit conocía una etiqueta para ese antiguo efecto:
adoración expansiva
. Tamalane informó de profundos cambios produciéndose en todo Rakis a medida que la gente, por todas partes del planeta, empezaba a rezarle a Sheeana en vez de hacerlo a Shaitan o incluso a Shai-Hulud.

«Ven que Sheeana intercede por la gente más débil», informó Tamalane. «Es un esquema familiar. Todo funciona tal como estaba previsto. ¿Cuándo será enviado el ghola?»

Capítulo XII

¡La superficie externa de un globo es siempre mayor que su condenado centro!

¡Ese es el punto crucial de la Dispersión!

Respuesta Bene Gesserit a una sugerencia ixiana de enviar nuevas sondas investigadoras entre los Perdidos

Uno de los transbordadores de la Hermandad llevó a Miles Teg hasta el Transporte de la Cofradía que orbitaba Gammu. A Teg no le gustaba abandonar el Alcázar en aquel momento, pero las prioridades eran obvias. Sus intestinos habían reaccionado también ante aquello. En sus tres siglos de experiencia, Teg había aprendido a confiar en las reacciones de sus intestinos. Las cosas no estaban yendo bien en Gammu. Cada patrulla, cada informe de los sensores remotos, los relatos de los espías de Patrin en las ciudades… todo ello alimentaba la inquietud de Teg.

A la manera Mentat, Teg captaba el movimiento de fuerzas en torno al Alcázar y dentro de él. Aquel ghola a su cargo estaba amenazado. La orden recibida de presentarse a bordo del Transporte de la Cofradía preparado para la violencia, sin embargo, llegó procedente de la propia Taraza, con un inconfundible cripto–identificador en él.

En el transbordador que le llevó hacia arriba, Teg se preparó para la batalla. Todos los preparativos que podía tomar los había tomado. Lucilla estaba advertida. Sentía confianza en Lucilla. Schwangyu era otro asunto. Tenía la intención de discutir con Taraza unos cuantos cambios esenciales en el Alcázar de Gammu. Primero, sin embargo, tenía otra batalla que ganar. Teg no tenía la menor duda de que estaba entrando en combate.

Mientras el transbordador procedía a las maniobras de anclaje, Teg miró por una portilla y vio el gigantesco símbolo ixiano con la cartela de la Cofradía en el oscuro costado del Transporte. Aquella era una de las naves que la Cofradía había transformado a los mecanismos ixianos, sustituyendo al tradicional navegante por máquinas. Debía haber técnicos ixianos a bordo para el mantenimiento del equipo. Un genuino navegante de la Cofradía debía estar también allí. La Cofradía nunca había terminado de confiar en una máquina, pese a que exhibía aquellos Transportes convertidos como un mensaje a los tleilaxu y a Rakis.

«¡Ved, no necesitamos en absoluto vuestra especia!»

Este era el anuncio contenido en aquel gigantesco símbolo de Ix en el costado de la espacionave.

Teg sintió la leve sacudida de las grapas de amarre e inspiró profunda y suavemente. Se sentía como siempre antes de la batalla: vacío de todos los falsos sueños. Aquello significaba un fracaso. Las palabras habían fallado, y ahora venía la confrontación de la sangre… a menos que pudiera prevalecer alguna otra vía. El combate en aquellos días era muy raramente masivo, pero la muerte estaba allí de todos modos. Aquello representaba un tipo más permanente de fracaso.
Si no podemos dirimir pacíficamente nuestras diferencias, somos menos que humanos.

Un ayudante con los inconfundibles signos de Ix en su habla, condujo a Teg hasta la habitación donde aguardaba Taraza. A lo largo de los corredores y en los neumotubos que lo llevaron hasta Taraza, Teg buscó signos que confirmaran la secreta advertencia en el mensaje de la Madre Superiora. Todo parecía sereno y normal… incluso el ayudante mostrando la adecuada deferencia hacia el Bashar.

—Fui comandante Tireg en Andioyu —dijo el ayudante, nombrando una de las casi–batallas ganadas por Teg.

Llegaron a una compuerta ovalada normal en la pared de un corredor normal. La compuerta se abrió, y Teg entró en una estancia de blancas paredes y confortables dimensiones… sillas basculantes, pequeñas mesitas laterales, globos ajustados a un suave amarillo. La compuerta se cerró y selló de nuevo a sus espaldas con un sólido estampido, dejando a su guía detrás en el corredor.

Una acólita Bene Gesserit apartó las cortinas de gasa que ocultaban un paso a la derecha de Teg. Le hizo una inclinación de cabeza. Su llegada había sido observada. Taraza había sido notificada.

Teg reprimió un temblor en los músculos de sus pantorrillas.

¿Violencia?

No había interpretado mal la secreta advertencia de Taraza. ¿Habían sido adecuados sus preparativos? Había una silla basculante negra a su izquierda, una mesa larga frente a ella, y otra silla al extremo de la mesa. Teg se dirigió hacia aquel lado de la habitación y aguardó con su espalda apoyada contra la pared. El polvo marrón de Gammu aún permanecía aferrado a las punteras de sus botas, observó.

Había un olor peculiar en la habitación. Olió.
¡Shere!
¿Se habían armado Taraza y su gente contra una Sonda Ixiana? Teg había engullido su habitual cápsula de shere antes de embarcar en el transbordador. Demasiados conocimientos en su cabeza que podían ser útiles a un enemigo. El hecho de que Taraza hubiera dejado el olor a shere por todas sus dependencias tenía otras implicaciones: era una afirmación dirigida hacia algún observador cuya presencia ella no podía evitar.

Taraza entró cruzando las cortinas de gasa. Parecía agotada, observó. Encontró aquello sorprendente, porque las Hermanas eran capaces de disimular la fatiga hasta cuando estaban a punto de caer en redondo. ¿Estaba realmente falta de energías, o era otro gesto para invisibles observadores?

Deteniéndose apenas entrar en la habitación, Taraza estudió a Teg. El Bashar parecía mucho más viejo de cuando lo había visto la última vez, pensó Taraza. Sus deberes en Gammu estaban haciendo su efecto, pero encontró que aquello era tranquilizador. Teg estaba haciendo su trabajo.

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