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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (47 page)

BOOK: Herejes de Dune
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—¿Por qué estás conteniendo el aliento, Bashar?

La voz de Duncan empaló a Teg. Necesitó un supremo acto de voluntad para reasumir su respiración normal. Sintió las emociones de sus dos compañeros en el no–globo como un flujo y reflujo temporalmente extirpado de otras fuerzas.

Otras fuerzas.

La consciencia Mentat podía ser una idiota en presencia de otras fuerzas que barrían a través del universo. Podía existir en el universo gente cuyas vidas fueran inculcadas con poderes que él no podía imaginar. Ante tales fuerzas, él no era más que una paja agitada por la espuma de salvajes corrientes.

¿Quién podía sumergirse en un tal rugir y emerger intacto?

—¿Qué puede hacer Lucilla si yo sigo resistiéndome a ella? —preguntó Duncan.

—¿Ha utilizado la Voz contigo? —preguntó Teg. Su propia voz le sonó remota.

—Una vez.

—¿Te resististe? —Una remota sorpresa se agitó en algún lugar dentro de Teg.

—Aprendí la forma de hacerlo del propio Paul Muad'dib.

—Ella es capaz de paralizarte y…

—Creo que sus órdenes le prohíben la violencia.

—¿Qué es la violencia, Duncan?

—Voy a las duchas, Bashar. ¿Vienes conmigo?

—Dentro de unos minutos. —Teg inspiró profundamente, sintiendo lo cerca que estaba del agotamiento. Aquella tarde en la sala de prácticas y lo que había ocurrido después lo habían dejado exhausto. Observó alejarse a Duncan. ¿Dónde estaba Lucilla? ¿Qué estaba planeando? ¿Cuánto tiempo iba a esperar? Era la pregunta central, y creaba un énfasis peculiar en el aislamiento del no–globo con relación al Tiempo.

De nuevo sintió aquel flujo y reflujo que influenciaba a sus tres vidas.
¡Debo hablar con Lucilla! ¿Dónde habrá ido? ¿La biblioteca? ¡No! Hay algo que debo hacer primero.

Lucilla estaba sentada en la habitación que había elegido para sus aposentos particulares. Era un espacio pequeño con una adornada cama llenando una inserción en una de las paredes. Vulgares y sutiles signos a su alrededor decían que aquella había sido la habitación de una prostituta favorita Harkonnen. Azules pastel con acentos de azules más oscuros ensombrecían las telas. Pese a los barrocos bajorrelieves de la cama, el nicho, el techo, y accesorios funcionales, la habitación en sí podía ser barrida fuera de su consciencia una vez se había relajado en ella. Se tendió en la cama y cerró los ojos contra las sexualmente vulgares figuras en el techo del nicho.

Teg tendrá que hacerse responsable de ello.

Habría que hacerlo de modo que no ofendiera a Taraza ni debilitara al ghola. Teg presentaba un problema especial en muchos aspectos, especialmente en la forma en que sus procesos mentales podían sumergirse en profundas fuentes parecidas a las de la Bene Gesserit y volver a salir de ellas.

¡La Reverenda Madre que lo dio a luz, por supuesto!

Algo había pasado de una madre así a un hijo así. Algo que se había iniciado en el seno materno y probablemente no había terminado cuando finalmente se separaron. Él nunca había experimentado la devastadora transmutación que había producido las Abominaciones… no, eso no. Pero poseía sutiles y auténticos poderes. Los hijos nacidos de Reverendas Madres aprendían cosas imposibles para los demás.

Teg sabía exactamente de qué forma veía Lucilla el amor en todas sus manifestaciones. Lo había visto en su rostro en aquella ocasión, en sus aposentos en el Alcázar.


¡Bruja calculadora!

Era como si lo hubiera dicho en voz alta.

Recordó la forma en que lo había favorecido con su afable sonrisa y su dominante expresión. Aquello había sido un error que los había rebajado a ambos. En tales pensamientos había captado una latente simpatía hacia Teg. En algún lugar dentro de ella, pese a todo el cuidadoso adiestramiento Bene Gesserit, había grietas en su armadura. Sus maestras la habían advertido muchas veces contra ello.

—Para ser capaz de inducir auténtico amor, debes sentirlo, pero sólo temporalmente. ¡Y una vez es suficiente!

Las reacciones de Teg con respecto al ghola de Duncan Idaho decían mucho. Teg se sentía a la vez atraído y repelido por su joven pupilo.

Como yo.

Quizá había sido un error no seducir a Teg.

En su educación sexual, donde se le había enseñado a ganar fuerzas del acto antes que perderlas, sus maestras habían puesto su énfasis en el análisis y las comparaciones históricas, de las que había muchas en las Otras Memorias de una Reverenda Madre.

Lucilla enfocó sus pensamientos en la presencia masculina de Teg. Haciendo esto, podía sentir una respuesta femenina, su carne deseando a Teg cerca de ella y elevándola a la cúspide sexual… lista para el momento de misterio.

Un débil regocijo reptó por la consciencia de Lucilla. No orgasmo. ¡No etiquetas científicas! Aquello era puro canto Bene Gesserit:
momento de misterio,
la especialidad fundamental de la Imprimadora. La inmersión en la larga continuidad Bene Gesserit requería este concepto. Se le había enseñado a creer profundamente en una dualidad: el conocimiento científico por el cual se guiaban las Amantes Procreadoras pero, al mismo tiempo, el momento de misterio que confundía todo conocimiento. La historia y la ciencia de la Bene Gesserit decían que el impulso procreador debía permanecer irrecuperablemente enterrado en la psique. No podía ser extirpado sin destruir la especie.

La red de seguridad.

Lucilla reunió sus fuerzas sexuales a su alrededor, ahora, como sólo podía hacerlo una Imprimadora Bene Gesserit. Empezó a enfocar sus pensamientos en Duncan. En aquellos momentos debía estar en las duchas y pensando en su sesión de adiestramiento de aquella tarde con su maestra Reverenda Madre.

Iré ahora mismo con mi estudiante,
pensó.
Debe serle enseñada la lección más importante, o no estará enteramente preparado para Rakis.

Esas eran las instrucciones de Taraza.

Lucilla centró todos sus pensamientos en Duncan. Era casi como si lo viera de pie desnudo bajo la ducha.

¡Cuán poco comprendía lo que tenía que aprender allí!

Duncan estaba sentado solo en el cubículo vestidor junto a las duchas adyacentes a la sala de prácticas. Estaba inmerso en una profunda tristeza. Aquello le hacía recordar dolores de viejas heridas que aquella joven carne jamás había experimentado.

¡Algunas cosas nunca cambiaban! La Hermandad seguía con sus viejos juegos de siempre.

Alzó la vista y miró a su alrededor en aquel lugar Harkonnen de oscuros paneles. Paredes y techos estaban grabados con arabescos, extraños diseños cubrían las teselas del suelo. Monstruos y encantadores cuerpos humanos se entremezclaban en las mismas líneas definitorias. Solamente un aleteo de la atención separaba los unos de los otros.

Duncan contempló aquel cuerpo que los tleilaxu y sus tanques axlotl habían producido para él. Seguía notándolo extraño en algunos momentos. Había sido un hombre de muchas experiencias de adulto en el último momento que recordaba de su vida pre-ghola… luchando contra un enjambre de guerreros Sardaukar, proporcionándole a su joven Duque una posibilidad de escapar.

¡Su Duque! Paul no era más viejo que su propia carne de ahora por aquel entonces. Condicionado, sin embargo, de la forma en que lo eran siempre los Atreides: lealtad y honor por encima de todo lo demás.

La forma en que me condicionaron después de salvarme de los Harkonnen.

Algo en su interior no podía eludir aquella antigua deuda. Conocía su fuente. Podía subrayar el proceso mediante el cual había sido incrustada en él.

Y permanecía incrustada.

Duncan miró las baldosas del suelo. Había unas palabras inscritas en las baldosas a lo largo del cubículo de la ducha. Era una inscripción que una parte de él identificaba como algo antiguo perteneciente a los tiempos Harkonnen pero que otra parte de él descubría escrito en el muy familiar galach.

«LIMPIO DULCE LIMPIO BRILLANTE LIMPIO PURO LIMPIO»

La antigua inscripción se repetía por todo el perímetro de la habitación como si las palabras en sí pudieran crear algo que Duncan sabía era extraño a los Harkonnen de sus recuerdos.

Sobre la puerta de la ducha, otra inscripción:

«CONFIESA TU CORAZON Y ENCUENTRA LA PUREZA»

¿Una admonición religiosa en una fortaleza Harkonnen? ¿Habían cambiado los Harkonnen en los siglos posteriores a su muerte? Duncan consideraba aquello difícil de creer. Aquellas palabras eran cosas que los constructores probablemente habían considerado apropiadas.

Sintió más que oyó a Lucilla penetrando en la estancia detrás de él. Duncan se puso en pie y sujetó los cierres de la túnica que había tomado de los almacenes de entropía nula (¡pero sólo después de haber quitado todas las insignias Harkonnen!)

Sin volverse, dijo:

—¿Qué hay de nuevo, Lucilla?

Ella acarició la tela de la túnica a lo largo de su brazo izquierdo.

—Los Harkonnen tenían buenos gustos.

Duncan habló calmadamente:

—Lucilla, si vuelves a tocarme sin mi permiso,
intentaré
matarte. Lo intentaré tan intensamente que muy probablemente vas a tener que matarme tú a mí.

Ella retrocedió.

El la miró fijamente a los ojos.

—¡No soy ningún maldito semental para las brujas!

—¿Es eso lo que crees que deseamos de ti?

—¡Nadie me ha dicho lo que tú deseas de mí, pero tus acciones son obvias!

El permanecía de pie apoyado en las yemas de los dedos de sus pies. La cosa no despertada dentro de él se agitó, y notó que su pulso se aceleraba.

Lucilla lo estudió cuidadosamente.
¡Maldito sea ese Miles Teg!
No había esperado que la resistencia tomara esta forma. No dudaba de la sinceridad de Duncan. Las palabras ya no servían. El muchacho era inmune a la Voz.

Verdad.

Era la única arma que le quedaba.

—Duncan, no sé exactamente qué es lo que Taraza espera que hagas en Rakis. Puedo suponerlo, pero mi suposición puede ser errónea.

—Haz tu suposición, entonces.

—Hay una muchacha en Rakis, de no mucho más de diez años. Su nombre es Sheeana. Los gusanos de Rakis la obedecen. De alguna forma, la Hermandad debe incluir este talento en su propio almacén de habilidades.

—¿Cómo puedo yo…?

—Si lo supiera, puedes estar seguro de que te lo diría.

El captó su sinceridad desenmascarada por la desesperación.

—¿Qué tiene que ver tu
talento
con esto? —preguntó.

—Sólo Taraza y sus consejeras lo saben.

—¡Desean fijar algo en mí, algo de lo que no puedo escapar!

Lucilla había llegado ya a esta deducción, pero no había esperado que él la viera tan rápidamente. El juvenil rostro de Duncan ocultaba una mente que trabajaba en una forma que ella aún no había penetrado. Los pensamientos de Lucilla corrieron desbocados.

—Controla los gusanos, y revivirás la antigua tradición.

—Era la voz de Teg desde el umbral, detrás de Lucilla.
¡No lo he oído llegar!

Se volvió. Teg estaba allí de pie, con uno de los antiguos rifles láser Harkonnen apoyado casualmente cruzando su brazo izquierdo, su cañón dirigido hacia ella.

—Esto es para asegurarme de que vais a escucharme —dijo.

—¿Cuánto tiempo hace que lleváis escuchando?

Su furiosa mirada no cambió la expresión del hombre.

—Desde el momento en que admitisteis que no conocéis lo que Taraza espera de Duncan —dijo Teg—. Yo tampoco lo conozco. Pero puedo efectuar unas cuantas proyecciones Mentat… nada firme todavía, pero pese a todo sugestivo. Decidme si estoy equivocado.

—¿Acerca de qué?

Teg miró a Duncan.

—Una de las cosas que se os dijo que debíais conseguir era hacerlo irresistible a la mayoría de mujeres.

Lucilla intentó ocultar su desánimo. Taraza le había advertido que debía ocultarle aquello a Teg durante tanto tiempo como fuera posible. Vio que aquella ocultación ya no era posible por más tiempo. ¡Teg había leído su reacción con aquellas malditas habilidades impartidas por su condenada madre!

—Una gran cantidad de energía está siendo reunida y apuntada hacia Rakis —dijo Teg. Miró firmemente a Duncan—. No importa lo que los tleilaxu hayan enterrado en él, posee la marca de la antigua humanidad en sus genes. ¿Es eso lo que necesitan las Amantes Procreadoras?

—¡Un maldito semental Bene Gesserit! —dijo Duncan.

—¿Qué pretendéis hacer con esa arma? —preguntó Lucilla. Señaló con la cabeza al antiguo rifle láser en manos de Teg.

—¿Esto? Ni siquiera le he puesto un cartucho de carga. —Bajó el rifle y lo apoyó en una esquina a su lado.

—¡Miles Teg, seréis castigado por esto! —graznó Lucilla.

—Eso va a tener que esperar —dijo él—. Es casi de noche fuera. He salido bajo el camuflaje de vida. Burzmali ha estado aquí. Ha dejado su signo para decirme que leyó el mensaje que yo grabé con esas marcas de animales en los árboles.

Una brillante expresión de alerta brotó en los ojos de Duncan.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Lucilla.

—He dejado nuevas marcas preparando un encuentro. Ahora vamos a subir a la biblioteca. Vamos a estudiar los mapas. Nos los aprenderemos de memoria. Como mínimo, debemos saber dónde estamos cuando echemos a correr.

Ella le concedió el beneficio de un seco asentimiento.

Duncan observó su movimiento tan sólo con una parte de su consciencia. Su mente había saltado ya hacia adelante, hacia el antiguo equipo en la biblioteca Harkonnen. Había sido él quien había mostrado tanto a Lucilla como a Teg la forma de utilizarlo correctamente, extrayendo un antiguo mapa de Giedi Prime de la época en que había sido construido el no–globo.

Con la memoria pre–ghola de Duncan como guía y su propio conocimiento más moderno del planeta, Teg había intentado actualizar el mapa.

«Estación Forestal de Guardia» se había convertido en «Alcázar Bene Gesserit».

—Parte del planeta era un coto de caza Harkonnen —había dicho Duncan—. Cazaban presas humanas criadas y condicionadas específicamente con este fin.

Algunas ciudades desaparecieron con la actualización de Teg. Otras quedaron pero recibieron nuevos nombres. «Ysai», la metrópoli más cercana, era señalada como «Baronía» en el mapa original.

Los ojos de Duncan se endurecieron con el recuerdo.

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