Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
Tras casi once años en el desierto, Darvlish tuvo una nueva oportunidad, y la aprovecho.
—¡Los buitres alabaran mi nombre!—fue su grito de guerra.
Medio año antes de que el rey se divorciase de su reina —incluso antes de que la idea invadiera su mente JandolAnganol se vio obligado a reunir nuevas tropas y a avanzar con ellas. Faltaban hombres; todos pedían paga o bien el botín que el Cosgatt no podía proporcionar. Entonces, se valió de phagors, prometiéndoles libertad y tierras a cambio de sus servicios. Formaron el Primer y el Segundo Regimiento de la Real Guardia Phagoriana del Quinto Ejercito. En cierto sentido, los phagors eran ideales: luchaban tanto los varones como las hembras, y sus hijos los acompañaban a la batalla.
También el padre de JandolAnganol había recompensado con tierras a las tropas de la raza de dos filos. El resultado de esta política, impuesta al rey por la escasez de personal human, fue que los phagors pudieron vivir con mayor comodidad en Borlien que en Oldorando, sufriendo menos persecuciones.
El Quinto Ejercito avanzó hacia el este, a través de la jungla de piedra. Los invasores parecían derretirse ante él. La mayoría de las escaramuzas ocurrían durante la medialuz: ninguno de ambos bandos combatía durante la oscuridad ni cuando los dos soles estaban en lo alto. Pero el Quinto Ejercito, al mando de KolobEktofer, fue obligado a moverse en pleno día.
Avanzo a través de tierras volcánicas, con hondonadas que le cortaban oblicuamente el paso. Había pocas viviendas. Una densa vegetación cubría las hondonadas. En ellas era posible encontrar tanto agua como serpientes, leones y otras criaturas. El resto del terreno estaba cubierto de cactos y matorrales. Se marchaba a ritmo muy lento.
Era difícil vivir de la tierra. Predominaban allí dos tipos de animales: innumerables hormigas y osos hormigueros que se alimentaban de ellas. El Quinto solía cazar y asar a estos últimos, pero el sabor de su carne era amargo.
El astuto Darvlish no arriesgaba sus fuerzas y atraía al rey alejándolo de su base. A veces dejaba atrás hogueras de campamento o fuertes simulados en puntos visibles. El ejercito perdía entonces un día en investigar.
El Comandante de Color KolobEktofer había sido, en su juventud, un gran explorador, y conocía bien las tierras salvajes de Thribriat y las montañas vecinas, donde el aire se acababa.
—Nos atacarán, y pronto —dijo una noche al rey, mientras éste, sintiéndose frustrado, maldecía sus dificultades—. La Calavera debe dar combate pronto, o las tribus se volverán contra él. Lo sabe de sobra. Cuando crea que estamos lo bastante lejos de Matrassyl y sin líneas de aprovisionamiento, presentará batalla. Y debemos estar preparados para sus estratagemas.
—¿Que estratagemas?
KolobEktofer movió la cabeza.
—La Calavera es astuto, pero no inteligente. Probará con alguno de los trucos de su padre, a quien no le sirvieron de mucho. Estaremos preparados. Al día siguiente, Darvlish ataco.
Cuando el Quinto Ejercito se acercaba a una profunda hondonada, las avanzadillas de exploración divisaron al ejercito Driat, formado en orden de combate, en el lado opuesto. La hondonada corría de nordeste a sudoeste y estaba cubierta de vegetación; su ancho superaba cuatro tiros de jabalina.
Hacienda señales con las manos JandolAnganol reunió a su ejercito para que enfrentara al enemigo. La Guardia Phagoriana desfiló en primer lugar porque las hileras de bestias inmóviles podían amedrentar las opacas mentes de los Driats.
Los hombres de las tribus parecían espectros. Era poco después del amanecer: las seis y veinte. Freyr se había elevado detrás de las nubes. Cuando se liberó de ellas, se tornó evidente que el enemigo y parte de la hondonada estarían en la sombra durante las dos horas siguientes, por lo menos; el Quinto Ejercito, en cambia, se vería expuesto al calor de Freyr.
Detrás de las fuerzas Driat había barrancos de terreno poco firme y, sobre ellos, sierras. A la izquierda de las tropas reales una saliente se proyectaba sobre la hondonada. Entre este espolón y la montaña había una meseta que parecía puesta allí por las fuerzas geológicas para proteger el flanco de la Calavera. En la parte superior de esa meseta se podían ver las murallas de una tosca fortaleza. Eran de barro; detrás de ellas, en ocasiones, aparecían banderas.
El Águila de Borlien y el Comandante de Color estudiaron juncos la situación. Detrás del Comandante estaba su fiel sargento, un hombre taciturno llamado Bull.
—Querría saber cuantos hombres hay en ese fuerte —dijo JandolAnganol.
—Es uno de los trucos que aprendió de su padre. Espera que perdamos el tiempo atacando esa posición. Apostaría a que no hay Driats allí. Esas banderas que vemos deben de estar atadas a cabras o a asokins.
Guardaron silencio. En el lado opuesto, bajo las Sierras, subía en el aire oscurecido el humo de las hogueras, y un olor a comida recordaba a las tropas reales su hambriento estado.
Bull llamó aparte a su jefe y le murmuró algo al oído.
—Te escuchamos, sargento —dijo el rey.
—No es nada, señor.
El rey parecía enojado.
—Escuchemos, entonces, esa nada.
El sargento lo miró con un párpado caído.
—Solo decía, señor, que nuestras tropas quedarán decepcionadas. La única forma de progresar para un hombre común, señor, quiero decir un hombre como yo, es unirse al ejercito y apoderarse de lo que haya. Pero no vale la pena despojar a los Driats. Y ni siquiera parecen tener hembras, quiero decir mujeres, señor, de modo que el incentivo para el ataque es…, bueno, bastante escaso.
El rey lo miró de frente hasta que Bull retrocedió un paso.
—Nos preocuparemos por las mujeres cuando hayamos derrotado a Darvlish, Bull. Puede haber escondido a las mujeres en un valle vecino.
KolobEktofer aclaró su garganta.
—Si no tiene un plan, señor, yo diría que nuestra tarea es casi imposible. Nos superan por dos a uno; y aunque nuestras monturas son más rápidas, en el combate cuerpo a cuerpo los hoxneys no son nada comparados con sus yelks y biyelks.
—No podemos retirarnos ahora que por fin los hemos alcanzado.
—Podríamos romper el contacto, señor, y buscar una posición más ventajosa. Si, por ejemplo, estuviéramos en las montañas, por encima de ellos…
—O si los emboscásemos, señor; quiero decir…
JandolAnganol estallo.
—¿Que sois, oficiales u ovejas? Aquí estamos, y allí esta el enemigo de nuestro país. ¿Que mas queréis? ¿Por que vacilar, si a la puesta de Freyr podemos ser héroes?
KolobEktofer se irguió.
—Debo señalar, señor, la debilidad de nuestra posición. Un posible botín de mujeres alentaría el espíritu de lucha de nuestros hombres.
Enfurecido, JandolAnganol dijo:
—No deben temer a esta ralea sub-humana. Nuestros ballesteros los dispersaran en una hora.
—Esta bien, señor. Tal vez levantarías el ánimo de nuestros hombres si insultaras a Darvlish.
—Lo haré.
KolobEktofer y Bull intercambiaron una mirada pesimista, pero nada mas dijeron, y el primero dio órdenes para la disposición de las tropas.
El grueso de los hombres se dispersó a lo largo del borde irregular de la hondonada. El flanco izquierdo fue reforzado por la Segunda Guardia Phagoriana. Los hoxneys cincuenta en total— estaban en malas condiciones después del viaje. Habían sido usados para transportar la carga. Ahora deberían servir como animales de caballería, y de ese modo impresionar a los hombres de Darvlish. Sus cargas fueron amontonadas dentro de una caverna poco profunda y quedaron bajo custodia humana y pagar. Si se perdía el combate, esas provisiones serian el botín de los Driats.
Mientras se tomaban estas providencias, la sombra que colgaba de los riscos se empequeñecía, como un gigantesco reloj de sol que recordara a todo hombre que era mortal.
Las fuerzas de la Calavera no se revelaban menos imponentes que cuando las sombras azules las envolvían. Los sub-humanos usaban una andrajosa colección de pieles y mantas que cubrían sus cuerpos con la misma negligencia con que se echaban sobre sus yelks. Algunos, para parecer más voluminosos, envolvían sus hombros con mantas de colores brillantes. Otros calzaban botas hasta la rodilla, y muchos iban descalzos. Casi todos usaban yelmos de piel de biyelk, muy grandes, a veces con cuernos para denotar el rango. Un elemento común a muchos era un pene furiosamente erguido, pintado o bordado en los pantalones, emblema de sus depredadoras intenciones.
La Calavera era muy visible. Su yelmo de piel estaba teñido de anaranjado. Unas astas de ciervo pendían sobre su cara, de gran bigote. Un mandoble, recibido en alguna de sus anteriores batallas con JandolAnganol, le había arrancado parte de la mejilla izquierda y la mandíbula, lo que le daba una mueca permanente en que huesos y dientes quedaban al descubierto. Lograba así parecer tan feroz como sus aliados, a cuyas quijadas prognatas y cejas hirsutas debían su aspecto salvaje. Montaba un poderoso biyelk.
Alzó la jabalina por encima de su cabeza y grito:
—¡Los buitres alabarán mi nombre!—Una furiosa ovación brotó de las gargantas que lo rodeaban, despertando ecos en las montañas.
JandolAnganol montó en su hoxney y se irguió sobre los estribos. El grito que lanzo llegó con claridad hasta las huestes enemigas.
—Darvlish —dijo, en Olonets elemental—, ¿te atreverás a ponerte de pie antes de que se te pudra la cara?
Una confusión de voces brotó de ambos ejércitos. Darvlish hizo arrodillar su biyelk al borde del precipicio y rugió a su enemigo:
—¿Me oyes, Jandol, escarabajo estercolero de orejas de lana? Si has nacido de una ventosidad expelida por tu padre con el arco del pie izquierdo, ¿Cómo lo atreves a venir aquí y a enfrentarte con hombres de verdad? Todo el mundo sabe que tus rodillas entrechocan de miedo. Arrástrate y aléjate, basura, vete y lleva contigo a esas cagarrutas de guerreros que tienes.
Su voz retumbó entre las laderas, de parte a parte. Cuando el silencio fue completo, JandolAnganol respondió en una vena parecida.
—Si, Darvlish de las Montañas de Bosta, he escuchado tus quejas de mujer. Te he oído afirmar que esos Otros de tres piernas que tienes detrás son hombres verdaderos. Sabemos todos que ningún hombre de verdad se asociaría con alguien como tú. ¿Quién podría soportar la fetidez de tu podredumbre sino esos bárbaros monos que descienden de excrementos de phagor?
El yelmo anaranjado brilló al sol.
—¿De modo que excrementos de phagor, hrattock de medialuz? Debes saber de que hablas, ya que un buen plato de excrementos de phagor es tu dieta cotidiana, a tal punto adoras a esas cornudas molestias de Batalix. Échalos a puntapiés a la hondonada y atrévete a una pelea franca, ¡cucaracha coronada de basuras!
Del ejercito Driat brotó una risotada salvaje.
—Si tienes tan poco respeto por quienes son el mas alto punto de la creación en comparación con tus soldados nacidos de huevos sin yema, entonces, expulsa a las arañas de tus calzones malolientes y ataca, ¡pequeño consolador Driat de media cara!
Estas reflexiones continuaron durante algún tiempo. JandolAnganol se vio en creciente desventaja, por no tener a su disposición los recursos de la sucia mente de Darvlish. Mientras se desarrollaba esa batalla verbal, KolobEktofer envió a Bull con una pequeña columna de hombres para que hicieran una incursión.
El calor iba en aumento. Plagas de insectos se ensañaban con ambos ejércitos. Los phagors, casi marchitos bajo la mirada de Freyr, pronto romperían filas. Los insultos continuaban.
—¡Epitafio para un retrete de phagors!
—¡Oso hormiguero homosexual del Cosgatt!
El ejercito de Borlien empezó a moverse a lo largo del borde de la hondonada, gritando y blandiendo sus armas, mientras las hordas Driat hacían lo mismo del otro lado. KolobEktofer dijo al rey:
—¿Qué haremos con el fuerte de la meseta, señor? —Estoy convencido de que tienes razón. Ese fuerte es un engaño. Olvídalo. Llevarás la caballería, la infantería y la Primera Guardia Phagoriana. Yo pasaré con la Segunda por detrás de la meseta, para que los Driats nos pierdan de vista. Cuando entres en combate, nosotros cargaremos sobre su flanco derecho, desde atrás. En ese momento, debería ser posible obligar a Darvlish a meterse en la hondonada, con un movimiento de pinzas.
—Cumpliré los ordenes, señor.
—Que Akhanaba lo acompañe, comandante.
El rey espoleó a su hoxney y se dirigió a la Guardia Phagoriana.
Los seres de dos filos estaban llenos de quejas y el rey tuvo que darles una explicación antes de que se movieran. No comprendían la muerte; decían que las octavas de aire del valle no eran favorables y que, en caso de una derrota, no podrían pasar al estado de brida.
El rey se dirigió a ellos en Hurdhu. Ese lenguaje gutural no tenía nada en común con el Olonets que chapurreaban las razas humanoides, sino que era un auténtico puente entre conceptos humanos y no humanos que, según se decía, se había originado —como tantas innovaciones— lejos de Sibornal. Lleno de sustantivos y de gerundios, el Hurdhu era aceptable tanto para los cerebros humanos como para los pálidos harneys de los phagors.
El Phagor Nativo era una lengua con un solo tiempo verbal, el que se llama en ciertos idiomas presente continuo. No era una lengua apta para el pensamiento abstracto; la numeración —limitada a la base tres— era finita. Sin embargo, la matemática phagor se ocupaba de la numeración de los conjuntos de años, y se jactaba de su modalidad eotemporal. La forma de lenguaje eotemporal era sagrada y se refería a la eternidad; según se pretendía, era el lenguaje de la brida.
Como la muerte natural era desconocida para los phagors, su umwelt era en general inaccesible a la comprensión de los seres humanos. Ni siquiera los phagors podían pasar con facilidad del Nativo al Eotemporal. El Hurdhu, destinado a resolver esos problemas, utilizaba un modo de comunicación intra específico. Sin embargo, cada frase en Hurdhu contenía dificultades equitativas para quienes lo hablaban. Los humanos encontraban en el orden rígido de la frase, correspondiente al Olonets. Los phagors, un lenguaje fijo, donde los neologismos eran casi tan imposibles como las abstracciones. En Hurdhu, humanidad se decía "hijos de Freyr"; civilización, “muchos techos”; formación militar, "lanzas moviéndose por ordenes", y así sucesivamente. Por lo tanto, a JandolAnganol le llevo tiempo explicar sus ordenes a la Segunda Guardia Phagoriana.