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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Verano (8 page)

BOOK: Heliconia - Verano
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JandolAnganol sostuvo el retrato con el brazo extendido, tratando de leer lo que pudiera leerse. Simoda Tal tenía en la mano la maqueta de un castillo; el castillo del Valvoral que era parte de su dote.

—Es muy bella, y no te equivoques —dijo Esomberr con entusiasmo—; once años y medio es la edad más voluptuosa, aunque la gente pretenda lo contrario. Con franqueza, Jan, te envidio. Aunque su hermana menor, Milua Tal, es aún más bonita.

—¿Es cultivada?

—¿Hay alguien cultivado en Oldorando? No, si sigue el ejemplo de su rey.

Ambos rieron y brindaron por los futuros placeres con vino de níspero.

A la caída de Batalix, la tormenta se había alejado. El palacio de madera vibraba y crujía como un barco antes de arrojar el ancla en aguas tranquilas. La soldadesca real se había abierto paso por los sótanos, entre los bloques de hielo y el vino. Ellos, e incluso también los phagors, iban cayendo en un embriagado sueño.

No había guardias. El palacio parecía demasiado alejado de todo posible ataque, y la macabra reputación de Gravabagalinien ahuyentaba a los intrusos. A medida que caía la noche, el ruido disminuía. Hubo maldiciones, vómitos, risas; luego, la quietud. JandolAnganol se durmió con la cabeza en el regazo de una criada. Apenas pudo, ella se aparto y lo dejo tendido en un rincón como un vulgar soldado.

Arriba, la reina de reinas mantuvo la guardia a lo largo de las horas. Temía por su pequeña hija; pero el lugar de su exilio había sido bien elegido. No había adonde escapar. Por fin, envió a dormir a sus damas asistentes. Aunque tranquilizada por el silencio que había abajo, permanecía alerta, sentada, en la antecámara de la habitación donde dormía la princesa Tatro.

Un golpe en su puerta. Se puso de pie.

—¿Quién es?

—El vicario real solicita entrar, señora.

Lanzo un suspiro de vacilación, luego deslizo el cerrojo. Alam Esomberr entró, sonriendo.

—Pues bien, señora; no es el vicario sino un vecino que ofrece, sin duda, mayor consuelo del que esta en la mano de nuestro pobre vicario ofrecer.

—Por favor, márchate. No deseo hablar contigo. No me siento bien. Llamaré a la guardia. —Estaba pálida. Su mano tembló cuando se apoyo en la pared. Desconfiaba de la sonrisa de aquel hombre.

—Todo el mundo esta ebrio. Incluso yo, un modelo de excelencia, el hijo de mi ilustre padre, he bebido un poco.

Con un puntapié cerro la puerta a su espalda, aferró el brazo de MyrdemInggala y la obligó a avanzar y a sentarse en un diván.

—No deberías ser tan poco hospitalaria. Recíbeme bien, puesto que estoy de tu lado. He venido a advertirte que lo ex marido se propone matarte. Tu situación es difícil; necesitas protección, y también tu hija. Yo te puedo dar esa protección, si eres cortes conmigo.

—No quería ser descortés. Es solo que tengo miedo, señor; pero ningún miedo me obligará a hacer lo que después lamentaría.

Esomberr la tome en sus brazos, aunque ella se debatía.

—¡Después! Esa es la diferencia entre los sexos, señora. Para las mujeres siempre hay un después. La causa de ese después debe de estar en vuestra típica expectativa de un posible embarazo. Déjame penetrar en tu nido fragante esta noche y te juro que no lamentaras ningún después. Mientras tanto, yo tendré mi ahora.

MyrdemInggala lo golpeo en el rostro. El se mordió los labios.

—Escucha. Querías enviarle una carta al C'Sarr por mi intermedio, ¿no es verdad, mi encantadora ex reina? En ella decías que el rey Jan deseaba matarte. Tu mensajero te traicionó. Le vendió tu carta a tu ex marido, quien ha leído cada una de tus maliciosas palabras.

—¿ScufBar traicionarme? No. Siempre ha estado a mi servicio.

Esomberr la tomó por los brazos.

—En tu nueva situación no puedes confiar en nadie, salvo en mi. Seré lo protector si sabes conducirte. Ella se echó a llorar. —Jan me ama todavía, lo sé. Lo conozco. —Te odia, y solo piensa en abrazar a Simoda Tal. Empezó a desabrochar sus ropas. En ese momento se abrió la puerta y Bardol CaraBansity avanzó pesadamente hasta el centro de la habitación. Se detuvo allí, con las manos en las caderas y los dedos de la mano derecha en el mango de su cuchillo.

Esomberr se incorporó, sosteniéndose los pantalones, y ordeno al deuteroscopista que se marchara. CaraBansity no se movió. Su rostro estaba serio y arrebatado. Parecía un hombre acostumbrado a la carnicería.

—Debo pedirte que dejes de consolar ya mismo a esta pobre señora. Me he atrevido a molestarte porque no hay guardia en el palacio y un ejercito se acerca desde el norte.

—Busca a algún otro.

—Es una emergencia. Nos matarán a todos. Ven.

Se movió hacia el pasillo. Esomberr miro a MyrdemInggala, quien continuaba de pie, inmóvil, ardiendo de furia. Dejo escapar una maldición y salió detrás de CaraBansity.

Al final del pasillo había un balcón que daba a la parte trasera del palacio. Esomberr siguió hasta allí a CaraBansity y miró hacia la noche.

El aire cálido y pesado parecía estrechar el sonido del mar. El horizonte yacía bajo el peso de un cielo enorme.

Muy cerca se veían pequeñas llamas que aparecían y desaparecían. Esomberr las miró sin comprender, aún un poco ebrio.

—Hombres entre los árboles —dijo CaraBansity, a su lado—. Me parece que solo son dos. En mi alarma he sobreestimado su cantidad.

—¿Que quieren?

—Es una buena pregunta, señor. Bajaré y hallaré la respuesta mientras estás aquí. Quédate y volveré con noticias. —Miró de soslayo a su acompañante.

Esomberr, apoyado sobre la baranda del balcón, trastabillo mientras miraba hacia abajo, y se apoyó contra la pared. Hoyo el grito de CaraBansity y la respuesta de los recién llegados. Cerró los ojos, escuchando sus voces. Había muchas otras votes, algunas furiosas, que hablaban de él en tono acusatorio, aunque no podía comprender lo que estaban diciendo. El mundo se movía.

CaraBansity lo llamó desde abajo; reincorporándose, pregunto:

—¿Que dices?

—Malas noticias, señor, que no pueden darse a votes. Por favor, ven.

—¿De que se trata? —Pero CaraBansity no respondió; hablaba en voz baja con los otros hombres. Esomberr comenzó a caminar por el pasillo y estuvo a punto de caer por las escaleras. "Estas mas borracho de lo que pensaba, idiota" —dijo en voz alta. Al salir por la puerta abierta estuvo a punto de atropellar a CaraBansity y a un hombre de expresión ansiosa, cubierto de polvo, que portaba una antorcha. Otro hombre, también cubierto de polvo, miraba hacia atrás, como si temiera una persecución. —¿Quiénes son estos hombres? El primero, mirando con desconfianza a Esomberr, dijo: —Venimos de Oldorando, alteza; de la corte de su majestad el rey Sayren Stund, y, debido a los tumultos que hay en el campo, nuestro viaje ha sido difícil. Traigo un mensaje para el rey JandolAnganol y solo para él. —El rey duerme. ¿Que tienes que decirle? —Malas noticias, señor, pero tengo ordenes de dárselas en persona. Esomberr, cuyo enojo aumentaba, anuncio quien era. El mensajero lo miró con dureza. —Si eres quien dices, señor, entonces tendrás suficiente autoridad para llevarme ante el rey.

—Yo podría escoltarlo, señor —sugirió CaraBansity. Todos entraron; los hombres arrojaron al suelo sus antorchas. CaraBansity los condujo hacia el gran salón, donde yacían, confundidas en el suelo, figuras durmientes. Se inclino sobre el rey y, dejando de lado toda ceremonia, sacudió su brazo. JandolAnganol despertó y se puso en pie de un salto, con la mano en la espada. El hombre de expresión ansiosa se incline. —Lamento despertarte, señor, y también mi demora. Tus soldados mataron a dos miembros de mi escolta y apenas he logrado conservar la vida. —Mostró documentos que demostraban su identidad. Empezó a temblar, sabiendo el destino que aguardaba a los mensajeros que traían malas noticias.

El rey apenas mire los documentos.

—Dime la noticia, hombre.

—Los Madis, majestad.

—¿Que ocurre con ellos?

El mensajero movió los pies, y llevó una mano a su boca para evitar el temblor de sus mandíbulas. —La princesa Simoda Tal ha muerto, señor. Los Madis la han matado. Hubo un silencio. Luego Alam Esomberr se echo a reír.

IV - UNA INNOVACIÓN EN EL COSGATT

La amarga visa de Alam Esomberr llego por fin a oídos de quienes habitaban la Tierra. A pesar del enorme abismo entre esta y Heliconia, esa respuesta ante los devaneos del destino halló inmediata comprensión.

Entre ambos planetas se interponía una especie de relé, la Estación Observadora Terrestre llamada Avernus. Esta giraba en torno de Heliconia así coma Heliconia lo hacía en torno de Batalix y esta de Freyr. Avernus era la lente a través de la cual los observadores terrestres podían ver los acontecimientos de Heliconia.

Los seres humanos que trabajaban en Avernus dedicaban sus vidas al estudio de todos los aspectos de Heliconia. No habían elegido esa tarea. No tenían alternativa.

Aparte de esa gran injusticia, en general prevalecía la justicia. No había pobreza en Avernus. Nadie sufría físicamente hambre. Pero era un territorio limitado. La estación esférica tenía un diámetro de apenas mil metros; casi todos sus habitantes residían en la parte interna de la cubierta exterior, y dentro de ese circulo predominaba una especie de inanición que robaba a la vida su alegría. Mirar hacia abajo no exalta el espíritu.

Billy Xiao Pin era un modelo típico de la sociedad de Avernus. Aparentemente, aceptaba todas las normas; trabajaba sin entusiasmo; estaba comprometido con una muchacha atractiva; hacía los ejercicios prescriptos; tenía un Consejero que le recomendaba las elevadas virtudes de la aceptación. Sin embargo, en su interior, Billy solo anhelaba una cosa: estar en la superficie de Heliconia, 1.500 kilómetros más abajo, ver a la reina MyrdenInggala, tocarla, hablar con ella, hacerle el amor. En sus sueños, la reina lo tomaba entre sus brazos.

Los distantes observadores de la Tierra tenían otras preocupaciones. Seguían continuidades que Billy y sus compañeros no conocían. Mientras miraban, apenados, el divorcio de Gravabagalinien, podían rastrear la génesis de esa separación hasta una batalla que había ocurrido antes al este de Matrassyl, en una región llamada el Cosgatt. Las experiencias de JandolAnganol en el Cosgatt habían influido sobre sus acciones posteriores, conduciéndolo de manera inexorable —así parecía mirando hacia atrás— al divorcio.

La que se dio en llamar Batalla de Cosgatt había ocurrido cinco decimos —240 días, o la mitad de un pequeño Año— antes del día en que el rey y MyrdenInggala cortaron, junto al mar, los vínculos de su matrimonio.

En la región del Cosgatt, el rey recibió una herida física que condujo a su aislamiento espiritual.

Tanto la vida como la reputación del rey se enturbiaron en esa batalla. Y ambas fueron amenazadas, irónicamente, tan solo por una chusma de salvajes tribus de Driats.

O, como afirmaban los observadores terrestres con mayor sentido histórico, por una innovación. Una innovación que modifico, no solo la vida del rey y la reina, sino la de todo su pueblo. Las armas de fuego.

Lo más humillante para el rey era que despreciaba a los Driats, como hacían en Borlien y Oldorando todos los seguidores de Akhanaba. Porque los Driats eran, se podía conceder, humanos; pero solo un poco.

El umbral entre lo no humano y lo humano es borroso. De un lado hay un mundo lleno de libertades ilusorias; del otro, un mundo de ilusoria cautividad. Los Otros seguían siendo animales, y permanecían en las junglas. Los Madis, atados a una forma de vida migratoria, habían llegado al borde de la sabiduría, pero continuaban protognósticos. Los Driats apenas si habían traspuesto el umbral, y allí habían permanecido durante todo el tiempo registrado, como un ave congelada en el vuelo.

Las condiciones adversas del planeta y la aridez de la región que habitaban habían contribuido al permanente retraso de los Driats. Porque las tribus Driat ocupaban las secas praderas de Thribriat, al sudeste de Borlien, en la margen opuesta del ancho Takissa. Los Driats vivían entre las manadas de yelks y biyelks que pastaban en esas alturas durante el verano del Gran Año.

Costumbres que el mundo exterior consideraba ofensivas prolongaron la supervivencia de los Driats. Practicaban una forma de asesinato ritual: los miembros inútiles de la familia perecían si no superaban ciertas pruebas. En épocas cercanas al hambre, la ejecución de los ancianos significaba a menudo la salvación de los inocentes. Esta costumbre había dado mala lama a los Driats entre aquellos cuya existencia transcurría en praderas menos inhóspitas. Pero en realidad era un pueblo pacifico, o quizá demasiado tonto para ser belicoso de un modo efectivo.

La expansión de varios pueblos hacia el sur a lo largo de la cordillera de Nktryhk —en particular las naciones guerreras reunidas alrededor de Unndreid el Martillo— había cambiado la situación.

Un astuto señor de la guerra, conocido como Darvlish la Calavera, había puesto orden en sus desarticuladas líneas. Descubrió que la sencilla mente Driat respondía a la disciplina, formó tres regimientos y los condujo a la región llamada el Cosgatt. Su intención era atacar Matrassyl, la capital de JandolAnganol.

Borlien ya tenia las impopulares Guerras Occidentales. Ningún gobernante de Borlien, ni siquiera el Águila, se atrevería a esperar un triunfo en Randonan o Kace, puesto que esos países montañosos no podrían ser ocupados o gobernados ni siquiera conquistándolos.

El Quinto Ejercito se retiró de Kace y fue enviado al Cosgatt. La campana contra Darvlish nunca tuvo el honor de ser llamada guerra. Sin embargo, devoraba tanta mano de obra como si de verdad lo fuera, costaba lo mismo y el combate era igual de apasionado. Thribriat y el desierto del Cosgatt estaban mas cerca de Matrassyl que las Guerras Occidentales.

Darvlish tenia una animosidad personal contra JandolAnganol y su familia. Su padre había sido barón en Borlien. Darvlish estaba junto a su padre cuando este perdió sus tierras a manos de VarpalAnganol, y lo había visto morir asesinado por el joven hijo de aquel, JandolAnganol.

Si un jefe moría en la batalla, la lucha terminaba. Ningún hombre quería continuar. El ejercito del padre de Darvlish se volvió y huyó. Darvlish se retiró al este con un puñado de hombres. VarpalAnganol y su hijo los persiguieron como a lagartos, entre la pétrea maraña del Cosgatt, hasta que las fuerzas borlienesas se negaron a seguir adelante porque no había mas botín disponible.

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