Heliconia - Verano (28 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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El invasor también halló el camino al mundo subterráneo. Estornudaba entre ese nido de exclamaciones, plegarias, gongs, postraciones, procesiones y supresiones donde se manufacturaba la santidad; allí su increíble aliento se mezcló con las exhalaciones de los fieles congregados, creando halos purpúreos en torno de los cirios, como si sólo por éstos hubiera sido bienvenida. Se enroscó entre los pies desnudos, sobre el suelo, y descubrió los lugares recónditos de la montaña, los mismos lugares a los que fue conducido Billy Xiao Pin.

Cuando SartoriIrvrash se hubo marchado, Billy apoyó la cabeza en la mesa, dejando correr sus tumultuosos pensamientos. Intentó refrenarlos, pero desaparecieron como criminales, saltando una pared. ¿No había descrito él una vez Heliconia como “una forma de discusión”? Pues bien; no se podía discutir con la realidad. Recordaba sus vanos debates acerca de ella con su Consejero, en Avernus. Ahora había tomado una dosis de realidad, y moriría por ello.

Los criminales pensamientos entraron nuevamente en acción, pero se retiraron cuando el perruno Lex puso ante él un bol de comida.

—Comer —ordenó el ser de dos filos, cuando Billy alzó sus ojos velados.

El bol contenía una especie de papilla sobre la cual había trozos de frutas de vivos colores. Tomó una cuchara de plata y empezó a comer. Era insípido. Después de unas pocas cucharadas, sintió sueño. Apartó el bol, gimiendo, y apoyó la cabeza en la mesa. Las moscas descendieron sobre la comida y su mejilla inerme.

Lex se dirigió hasta la pared opuesta a la puerta por donde él y el canciller solían entrar, y golpeó uno de los paneles de madera. Otros golpes respondieron; él volvió a dar dos golpes muy espaciados. Una parte del panel se abrió, levantando polvo.

En la celda entró una hembra phagor, con los movimientos deslizantes de su especie. Sin vacilar, ella y Lex alzaron al paralizado Billy y lo llevaron al estrecho pasadizo que acababa de aparecer. Ella puso el panel en su posición original y corrió el cerrojo.

El palacio contenía numerosos pasadizos olvidados; éste parecía haber estado en desuso durante siglos. Los dos grandes phagors ocupaban su ancho por completo.

En el palacio de Matrassyl los esclavos phagor eran tan comunes como los soldados phagor. Siempre que se los utilizaba como albañiles, tarea para la cual tenían una tosca pero eficaz aptitud, excavaban y techaban huecos en los muros, empleándolos luego para sus propios fines.

Billy, paralizado pero consciente, se vio transportado por escaleras y recovecos que no parecían desembocar en ninguna parte. Su cabeza colgaba sobre el hombro de la gillot, chocando contra sus omóplatos a cada paso.

Se detuvieron al nivel del suelo. El aire era húmedo. En alguna parte —fuera de su vista ardía una antorcha. Unos goznes rechinaron. Ahora lo hacían descender por una puerta trampa. Dejó escapar un breve gemido de terror.

Cuando bajó la vista apareció la antorcha, que fue eclipsada por una cabeza peluda. Estaba en un lugar subterráneo, sostenido por manos de tres dedos. Pupilas rojas y moradas ardían en la oscuridad. La puerta trampa se cerró, y largos ecos repitieron el golpe.

No podía ver otra cosa que una monstruosa espalda. Otra puerta, una nueva espera, más escaleras, más susurros. Se desvaneció, aunque continuó consciente de las sacudidas de un descenso que le pareció interminable.

Lo hacían caminar como a un borracho. Sentía los pies muertos. Por supuesto, habían puesto una droga en su comida. Con la cabeza caída a un lado, creyó encontrarse en una gran cámara subterránea, y que lo conducían por una pasarela de madera colocada cerca del techo. De la pasarela colgaban banderas. Más abajo había reunidos muchos seres humanos, descalzos y vestidos con túnicas. Recordó su nombre: monjes. Estaban sentados ante largas mesas atendidas por phagors. Billy Xiao Pin recuperó la memoria; recordó los monasterios al pie de la colina donde había comprado un waffle. Era conducido por el laberinto sagrado abierto en la roca debajo del palacio de JandolAnganol.

Empezó a revivir. Dos phagors —dos gillots— lo escoltaban. Probablemente Lex había regresado junto al canciller, quien sin duda estaría durmiendo. Llamó a los monjes con voz débil, pero nadie podía escucharlo entre aquel bullicio. Salieron del espacio iluminado.

Más corredores. Intentó protestar, pero las hembras le obligaron a apresurar el paso. En el muro de piedra había una franja de bajorrelieves; quiso tocarla, pero se lo impidieron.

De nuevo hacia abajo.

Oscuridad total; olor a río y cosas no nacidas.

—Dejadme, por favor. —Eran sus primeras palabras. Se abrió una puerta.

Ahora entraba en un mundo diferente, el reino subterráneo de los phagors. Hasta el aire era distinto, así como los sonidos y los olores. Había agua que rezumaba. Las proporciones eran otras: los pasillos anchos y bajos, cavernosos. El suelo, áspero, se elevaba. Era como estar dentro de una boca muerta.

En Avernus, nada había preparado a Billy para esta aventura. Una muchedumbre de phagors se reunía para examinarlo, acercando sus caras bovinas. Estaba ante un consejo de seres de dos filos, hombres y mujeres. En unos nichos abiertos en las paredes se encontraban sus tótems, los antepasados que se hundían cada vez más en el estado de brida; el más antiguo era como una pequeña muñeca negra, casi por completo hecha de queratina. El joven kzahhn Ghht-Yronz Tharl presidía el consejo.

Ghht-Yronz Tharl era apenas un creaght. El denso pelaje blanco de sus hombros conservaba aún las puntas rojas. Sus largos cuernos curvos tenían pintado un dibujo en espiral. Mantenía la cabeza baja, con gesto agresivo, para no rozar el cielo raso con las puntas de los cuernos.

La forma de la cámara se asemejaba a un círculo; el techo era muy irregular y mal terminado. El auditorio —si se podía aplicar el término a una audiencia no humana— estaba dispuesto formando una rueda, en cuyo centro, rígido, se encontraba Ghht-Yronz Tharl.

Los ejes de esa rueda estaban formados por reclinatorios; junto a ellos, los miembros del consejo permanecían de pie, inmóviles, moviendo a lo sumo un hombro o una oreja. Había una artesa frente a cada reclinatorio, unida por un trozo de cadena. El perímetro de la rueda estaba recorrido por una canaleta abierta en el piso.

La niebla parecía haber penetrado allí, o tal vez sucedía que el extraño aliento de la raza de dos filos daba una luminosidad azul a las antorchas. Mientras era manoseado y examinado, Billy advirtió la existencia de rampas, algunas de las cuales subían mientras otras de aspecto poco acogedor parecían conducir aún más hacia abajo.

Tuvo una idea: en esas cavernas se amontonaban los phagors para escapar del calor; llegaría un momento en que los seres humanos se apretujarían allí para huir del frío. Y entonces los phagors se apoderarían del mundo exterior.

Se estableció algún tipo de orden, y comenzó el interrogatorio. Era evidente que Lex había informado a Ghht-Yronz Tharl de la conversación de Billy con SartoriIrvrash.

Junto al kzahhn estaba sentada una hembra humana de mediana edad, una mujer deforme vestida de stammel, quien tradujo al Olonets una serie de preguntas del kzahhn. Las preguntas se referían a la llegada de Billy desde Freyr: los phagors no querían saber nada de Avernus. Si ese hijo de Freyr había llegado de otra parte, era obvio que era de Freyr, de donde venían, para los phagors, todos los males.

Apenas podía entender sus preguntas. Ni ellos sus respuestas. Billy ya había tenido dificultades con el canciller de Borlien, pero aquí la diferencia cultural era mucho mayor; él hubiera dicho que era insuperable. Sin embargo, de vez en cuando lograba hacerse entender. Por ejemplo, esas criaturas de pesadilla entendieron que el aumento del calor en Heliconia cesaría después de tres o cuatro generaciones humanas, comenzando entonces un largo y continuo declive hacia el invierno.

En ese punto el interrogatorio se interrumpió, y el kzahhn entró en trance para comunicarse con los ancestros. Una esclava humana dio a Billy agua aromatizada para beber. Solicitó que le fuera permitido regresar a palacio, pero un momento después continuaron las preguntas.

Era extraño que los phagors comprendieran lo que SartoriIrvrash fue incapaz de entender, es decir, que Billy había viajado a través del espacio, aunque la expresión Nativa para designar "espacio" era un conglomerado casi intraducible que significaba "un sendero inconmensurable de giros del aire y procedimientos del Gran Año". A veces empleaban una versión más breve: "el camino de Aganip".

Examinaron su reloj sin mirarlo. Lo obligaron a recorrer todos los ejes de la rueda para que cada uno de los miembros del consejo pudiera verlo. Su explicación de que las tres series de cifras mostraban la hora en la Tierra, Heliconia y Avernus nada significaba para aquellas criaturas. Como los phagors que conociera antes de llegar a Matrassyl, no intentaron tocar el instrumento, y pronto cambiaron de tema.

A Billy le lagrimeaban los ojos: el contacto con el pelaje de los phagors le había provocado un ataque de alergia.

Entre estornudos, les dijo todo lo que sabía acerca del planeta. El miedo le indujo a revelar todo. Cuando ellos oían algo que podían asimilar o que les interesaba en especial, el kzahhn comunicaba la información a sus queratinosos antepasados, quizá para que quedara registrada. Billy no lo sabía; los phagors no habían sido su tema de estudio en Avernus.

¿Le dijeron en algún momento, mientras él se esforzaba innecesariamente para explicar cómo llegaban y se iban las estaciones climáticas, que las cavernas debajo de los monasterios eran ocupadas en ciertas estaciones por los phagors y en otras por los Hijos de Freyr? Una vez, en otra existencia, se había jactado de que Avernus carecía de misterio para él; ahora, envuelto en el misterio, escuchaba el curioso hilo del lenguaje que oscilaba entre el Hurdhu, el Nativo y el Eotemporal; entre lo científico y lo figurativo.

Como un niño asombrado al hallar que los animales hablan, Billy escuchó lo que le dijeron:

—No existe posibilidad de venganza contra los Hijos de Freyr en la estación inarmónica del Gran Año. Nuestro único deber es ahora la supervivencia. La vigilancia llena nuestros harneys. Hay mucho tiempo hasta la muerte de Freyr. El Kzahhn JandolAnganol ofrece protección para la supervivencia phagor en tierras de su componente. Por lo tanto, existe la orden para nuestras legiones de que apoyen al Kzahhn JandolAnganol. Ésta es nuestra ley para la estación inarmónica actual. Debes ser cuidadoso, Billish, y no convertirte en un nuevo tormento para este kzahhn de la debilidad llamado JandolAnganol. ¿Tienes comprensión?

Con esas extrañas frases girando en su mente, intentó declarar su inocencia. Pero el problema de la culpa o la falta de culpa no tenía lugar en su umwelt. Mientras hablaba, la confusión se sumaba a la hostilidad.

Detrás de esta hostilidad había cierto tipo de miedo, un miedo impersonal. Los phagors consideraban débil a JandolAnganol, y temían que si una boda dinástica sellaba su alianza con Oldorando, su especie sería perseguida tanto en Oldorando como en Borlien. Era evidente que odiaban al primero de estos países, y en particular a su capital, a la que llamaban con el nombre Eotemporal de Hrrm-Bhhrd Ydonk.

En tanto que los asuntos de la raza de dos filos eran un misterio —un vacío— para la humanidad, los phagors comprendían bastante bien los asuntos humanos. El arrogante desdén de la humanidad era tan grande que con frecuencia había phagors presentes en las discusiones más delicadas del estado. De este modo, hasta el runt más inofensivo podía ser un excelente espía.

Ante esas torpes criaturas Billy sintió que pensaban conservarlo como rehén para presionar en contra del nuevo casamiento del rey; intentó explicar que JandolAnganol ni siquiera sabía de su existencia, pero fue inútil.

Apenas lo hizo, advirtió que se había puesto en otro peligro. Podían guardarlo allí, en una prisión peor que la anterior, si comprendían que su presencia en el palacio era un secreto. Pero el hirsuto consejo seguía otra línea de pensamiento, y retornaba a la captura de Batalix por Freyr, acontecimiento que parecía ser para ellos de obsesiva importancia.

Si no había descendido de Freyr, ¿procedía acaso de D'Sihh-Mrr? Billy no pudo comprender esta pregunta. D'Sihh-Mrr, ¿se referían al Avernus, a Kaidaw? Evidentemente no. Ellos intentaron explicar, y él comprender. D'Sihh-Mrr continuó siendo un misterio. Billy se sentía igual a las figuras de queratina apoyadas contra la pared, condenadas a decir muchas veces la misma cosa con voz cada vez más débil. Hablar con los phagors era como tratar de luchar contra la eternidad.

El consejo lo hizo pasar entre ellos, tocándolo y dándole vueltas. Les interesaba en particular observar el reloj de tres caras que llevaba en la muñeca. Les fascinaban las cifras cambiantes. Pero no intentaban quitárselo, ni siquiera tocarlo, como si percibiesen en él una fuerza destructiva.

Billy aún buscaba las palabras cuando comprendió que el kzahhn y su consejo se marchaban. En su cabeza Volvieron a formarse nubes. Se halló de pronto cayendo sobre una silla familiar, mientras su frente se apoyaba otra vez sobre la misma mesa. Las gillots lo habían llevado de regreso a su celda. Se veía el alba, débil y cubierta.

Allí estaba Lex, sin cuernos, castrado, casi un fiel amigo.

—Es necesaria la cama para un período de sueño —aconsejó.

Billy empezó a llorar. Llorando se durmió.

La niebla, extendiéndose, giró sobre el río Valvoral y contempló las junglas de sus dos riberas. Sin preocuparse en absoluto de las fronteras nacionales, penetró hasta lo más profundo de Oldorando. Allí encontró, entre otras embarcaciones mercantes del río, al Dama de Lordryardry dirigiéndose hacia el sudeste, hacia Matrassyl y el lejano mar.

Después de vender provechosamente en Oldorando el resto de su cargamento de hielo, esa embarcación de quilla plana llevaba ahora, a la capital de Borlien y a Ottassol, sedas, sal, alfombras de todo tipo, tapices, gout azul del lago Dorzin en cajas de hielo picado, tallas en madera, relojes, y una variedad de colmillos, cuernos y pieles. Los pequeños camarotes de cubierta estaban ocupados por mercaderes que viajaban con sus mercancías. Uno de ellos traía un loro; otro, una nueva amante.

El mejor camarote estaba ocupado por el propietario del barco, el famoso Capitán del Hielo, Krillio Muntras, de Dimariam, y su hijo Div. Div, que era un joven indolente y jamás, a pesar del aliento de su padre, igualaría los éxitos de éste, miraba el paisaje brumoso, apenas esbozado, con el trasero apoyado en la cubierta. De vez en cuando, escupía al agua. Su padre estaba sentado en una silla de lona tocando el doble-clouth con cierto deliberado sentimentalismo, tal vez porque éste era su último viaje antes de retirarse. Su último viaje. Muntras acompañaba la melodía con una agradable voz de tenor:

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