Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
Alzó la vista. Sobre él se extendía un cielo azul, brillante y hermoso. Billy estaba acostumbrado a mirar el espacio, pero el arco del cielo le pareció más vasto. El ojo era arrastrado hacia él. Cubría el mundo viviente, y era su expresión más bella.
Al oeste, Batalix, aureolado de oro y herrumbre, estaba a punto de ponerse. El disco de Freyr —apenas el treinta por ciento del tamaño de Batalix— ardía con espléndida intensidad, casi en el cenit. A su alrededor se movía la gran envoltura azul que era lo primero de Heliconia que se veía desde el espacio, y la marca inconfundible de un planeta capaz de soportar la vida. Billy bajó la cabeza y pasó la mano por sus ojos.
A corta distancia había un grupo de cinco árboles, de los que pendían unas lianas carnosas. Caminó hacia ellos, como si se hubiera acabado de inventar la ley de la gravedad. Se abrazó al tronco más próximo, y sus manos se pincharon con espinas. Sin embargo, permaneció así, con los ojos cerrados, tratando de olvidar los ruidos inexplicables. No podía moverse. Al ver que la nave se elevaba para retornar al Avernus, lloró.
Allí, penetrando en sus sentidos con toda la furia, estaba lo Real.
Abrazado al árbol, acostado en el suelo, escondido tras un tronco caído, se fue acostumbrando a la experiencia de encontrarse en un planeta inmenso. Los objetos distantes, las nubes, y en particular una hilera de montañas, lo aterrorizaban no sólo por su tamaño, sino porque eran reales. Pero también lo inquietaban los seres pequeños, absolutamente desconocidos en el Avernus. Miró con angustia una pequeña criatura alada que se posó en su mano izquierda, y trepó luego por ella hasta su brazo. Lo más alarmante era que esas cosas estaban fuera de su control: no podía tocar un interruptor para domesticarlas.
Tampoco había considerado el peculiar problema de los soles. En el Avernus, la luz y la oscuridad eran en gran medida asuntos de estado de ánimo; aquí no se podía elegir. Cuando la noche sucedió al crepúsculo, Billy sintió por primera vez la antigua inseguridad de su especie. Mucho antes, la humanidad había construido lugares para acurrucarse y protegerse de la oscuridad. Se habían desarrollado ciudades, éstas habían crecido hasta formar metrópolis, y luego se habían lanzado al espacio; él, ahora, se sentía de regreso en el principio de la historia.
Sobrevivió a la noche. A pesar de sí mismo, se durmió y despertó sano y salvo. Hacer sus habituales ejercicios matutinos le devolvió la sensación de la identidad. Se dominaba ya lo suficiente y pudo salir del abrigo de los árboles para alegrarse de la mañana. Después de beber y comer de las raciones que traía, echó a andar hacia Matrassyl.
Mientras avanzaba por un sendero entre la vegetación, asombrado por las voces de los pájaros, tuvo conciencia de un ruido de pasos. Se volvió. Un phagor se detuvo a pocos metros de distancia.
Los phagors eran parte de la mitología del Avernus. Sus retratos estaban en todas partes. Pero éste poseía la presencia y la individualidad de la vida. Masticaba mientras miraba a Billy, y de su ancho labio inferior caía saliva. Su voluminosa figura estaba cubierta por una vestidura de una sola pieza, teñida aquí y allá con azafrán. También llevaba teñidos del mismo modo algunos mechones de su largo pelaje blanco, lo cual le daba un aspecto enfermizo. Llevaba sobre un hombro una serpiente muerta, que evidentemente había capturado hacía poco. Empuñaba un cuchillo curvo. No era una réplica de museo, ni el inofensivo juguete de un niño. Cuando se acercó, exudaba un olor rancio que mareó a Billy.
Le hizo frente y dijo lentamente en Hurdhu:
—¿Me puedes decir en qué dirección está Matrassyl?
La criatura rumió. Parecía masticar alguna clase de nuez roja; un zumo de ese color manchaba su boca. Una gota voló hacia Billy Xiao Pin. Alzó la mano y secó su mejilla.
—Matrassyl —repitió la criatura, pronunciando con voz gangosa "Madrazil".
—Sí. ¿Hacia dónde está Matrassyl?
—Sí.
La mirada de esos ojos color cereza… Era imposible determinar si era mansa o asesina. Apartó la vista, y descubrió más phagors, inmóviles como árboles entre la sombra y el follaje.
—¿Puedes comprender lo que digo? —Las frases, por cierto, eran de su diccionario de expresiones. Le asombraba lo irreal de la situación.
—Llegada al lugar está dentro de posibilidad.
No era natural esperar buen sentido de un ser fuerte como las rocas; pero muy pronto a Billy no le quedaron dudas sobre sus intenciones. La criatura se deslizó hacia adelante con suave movimiento y lo empujó por el sendero. Billy avanzó. Los demás phagors los siguieron, manteniendo la distancia.
Entraron en un claro. Allí la floresta había sido despejada; se habían derribado algunos árboles, y los cerdos se ocupaban de que los retoños no llegaran a la madurez. Entre algunas tentativas de cultivos se veían chozas, o más bien techados sostenidos por postes.
A la sombra de esos techados había figuras amontonadas como ganado. Algunas se pusieron de pie y se acercaron a los que llegaban; uno de éstos hizo sonar un cuerno pequeño a manera de saludo. Billy se vio rodeado de phagors machos y hembras, creaghts, gillots y runts que lo observaban con mirada inquisitiva. Algunos runts andaban en cuatro patas.
Billy adoptó la posición de la Humildad.
—Intento llegar a Matrassyl —dijo _ La frase le sonó tan absurda que se echó a reír; tuvo que controlarse para evitar la histeria, pero el ruido hizo que todo el mundo retrocediera.
—Kzahhn inferior tiene proximidad para inspección —dijo un gillot, tocándole el brazo y haciendo un gesto con su cabeza. Lo siguió por una hondonada pedregosa, y todos los demás fueron tras él. Las cosas que veía, desde las tiernas ramas verdes hasta las rocas redondeadas, eran más ásperas de lo que había imaginado.
Debajo de un toldo apoyado contra el borde superior de la hondonada, había un phagor de edad, con los brazos cruzados en un ángulo imposible. Se incorporó con un rápido movimiento, y Billy vio que era una anciana gillot, con prominentes ubres marchitas y el pelaje salpicado de mechones negros. Tenía un collar de huesos pulidos de gwing-gwing y un aro ajustado en torno de la nariz como señal de su rango. Era evidentemente la "kzahhn inferior".
Permaneció sentada y alzó la vista.
Se dirigió a Billy de modo interrogativo.
Él sólo había sido un estudiante en el gran clan sociológico de los Pin, y no demasiado consciente. Había trabajado en el grupo que estudiaba a la familia Anganol a lo largo de las generaciones. Entre sus superiores, algunos conocían la historia de los antepasados del actual rey hasta la primavera anterior, unas dieciséis generaciones atrás. Billy Xiao Pin hablaba Olonets, el idioma principal de Campannlat y Hespagorat, y muchas de sus variantes, inclusive el Antiguo Olonets. Pero nunca había estudiado la lengua phagor, el Nativo, ni dominaba correctamente el lenguaje que hablaba la kzahhn inferior, el Hurdhu, en ese momento la lengua puente entre el hombre y el phagor.
—No comprendo —dijo en Hurdhu, y sintió una extraña emoción al ver que ella había entendido; le pareció que había pasado del mundo real a algún extraño cuento de hadas.
—Hay conocimiento de tu origen en un lugar lejano —dijo ella traduciendo su lengua, repleta de sustantivos, al Hurdhu—. ¿Qué situación tiene este lugar lejano?
Era posible que hubiesen visto aterrizar su nave.
Él hizo un gesto ambiguo y recitó un discurso preparado:
—Vengo de una ciudad distante de Morstrual, donde soy el kzahhn. —Morstrual estaba aún más lejos que Mordriat; se podía mencionar ese lugar sin peligro. Tu gente será recompensada si me llevan a Matrassyl, donde está el rey JandolAnganol.
—El rey JandolAnganol.
—Sí.
Ella permaneció inmóvil, mirando al frente. Un stallun próximo le alcanzó una botella de cuero, de donde ella bebió torpemente derramando parte del líquido. Olía a un alcohol acre. Ah, pensó Billy: raffel, una deletérea bebida destilada por los seres de dos filos. Había dado con una tribu de phagors pobres. Y allí estaba, ante esas bestias enigmáticas, tratando de hacerse entender, mientras en el Avernus todo el mundo estaría mirando por los sistemas ópticos. Incluso su viejo Consejero. Incluso Rose.
Estaba fatigado por el calor y por la breve caminata en ese áspero terreno. Pero un motivo más poderoso lo indujo a sentarse en una piedra plana, a abrir las piernas y apoyar los codos en las rodillas mirando con indolencia a la criatura que tenía delante. Los acontecimientos más increíbles se tornaban triviales cuando no había alternativa.
—La raza de dos filos da al rey JandolAnganol muchas lanzas para su cruzada —dijo la kzahhn. Detrás de ella había una caverna. En la penumbra brillaban unos ojos de color cereza. Billy pensó que allí debían de estar los antepasados tribales, hundiéndose, en estado de brida, hasta la pura queratina. Ídolos y antepasados a la vez, los phagors no muertos guiaban a sus sucesores a través de los penosos siglos del dominio de Freyr.
—Los Hijos de Freyr luchan contra otros Hijos de Freyr cada estación, y prestamos nuestras lanzas.
El reconoció el tradicional término con que los phagors designan la humanidad. Los seres de dos filos, incapaces de inventar nuevos términos, se limitaban a adaptar los antiguos.
—Ordena a los de tu tribu que me conduzcan ante el rey JandolAnganol.
Nuevamente la kzahhn, y todos los demás, cayeron en la más completa inmovilidad. Solamente los cerdos y los perros se movían, buscando sin cesar restos de comida en el suelo.
Entonces la vieja gillot empezó un largo discurso que Billy no pudo comprender. Tuvo que interrumpirla en mitad de sus divagaciones y pedirle que volviera a empezar. El Hurdhu tenía un sabor tan acre como el queso de cabra. Otros phagors se acercaron, sofocándolo con su fuerte olor —no tan desagradable como él esperaba—, para asistir a la anciana en su explicación. El resultado fue que nada quedó claro.
Con sosegada insistencia, le mostraron viejas heridas, espaldas desolladas, piernas rotas, brazos partidos. Él sentía repugnancia y fascinación. Ellos sacaron de la caverna banderas y espadas.
Poco a poco comprendió lo que querían decir. En su mayoría habían servido en el Quinto Ejército del rey JandolAnganol. Algunas semanas antes, habían marchado con las tribus Driat. Habían sufrido una derrota en el Cosgatt. Las tribus habían utilizado una nueva arma que ladraba como un mastín gigantesco.
Esas pobres gentes habían sobrevivido. Pero no se atrevían a volver al servicio del rey temiendo que el mastín gigantesco volviera a ladrar. Vivían como podían, mientras soñaban con regresar a las heladas regiones del Nktryhk.
Era una larga historia. Billy empezó a fatigarse de ella y de las moscas. Bebió un poco de raffel. Era mortífero, como decían los libros de texto. Soñoliento, dejó de atender cuando intentaron describir la batalla de Cosgatt. Parecía, según esa versión, que hubiese ocurrido ayer.
—¿Me llevaréis ante el rey, sí o no?
Callaron, y luego gruñeron entre sí en Nativo.
Por fin, la gillot le dijo en Hurdhu:
—¿Qué regalo habrá en tu mano por esa escolta?
Billy llevaba en la muñeca un reloj gris, plano, con tres series de cifras que daban la hora de la Tierra, del centro de Campannlat y del Avernus. Formaba parte de su equipo estándar. A los phagors no les interesaría la hora, porque sus harneys eotemporales estaban fijos en una temporalidad que sólo registraba los movimientos esporádicos; pero les gustaría el reloj como adorno.
La cara manchada de la anciana kzahhn inferior se apoyó en su brazo mientras lo extendía. Uno de sus cuernos estaba roto por la mitad, y un trozo de madera reemplazaba la punta.
Se puso en cuclillas y llamó a dos de los stalluns más jóvenes.
—Haced lo que pide este ser —dijo.
La escolta se detuvo cuando aparecieron, a lo lejos, un par de casas. No irían más lejos. Billy Xiao Pin se quitó el reloj de la muñeca y se lo ofreció. Después de contemplarlo un rato, ambos se negaron a aceptarlo.
No pudo comprender su explicación. Pasaban del Hurdhu al Nativo, y posiblemente al Eotemporal. Percibió que hablaban de números: Quizá las cifras que no cesaban de cambiar los asustaban, o tal vez fuera el metal desconocido. Su negativa no trasuntaba emoción; simplemente no lo aceptaban; no querían nada.
—JandolAnganol —dijeron. Era obvio que aún respetaban el nombre del rey.
Mientras avanzaba, Billy se volvió para mirarlos; estaban en parte ocultos por una enredadera en flor que colgaba de un árbol. No se movían. Él sentía miedo y a la vez una especie de asombro por estar aún sano y salvo.
Pronto pasó de ese sueño a otro igual de asombroso, cuando entró en las estrechas calles de Matrassyl. El serpenteante camino lo llevó hasta el pie de la roca en que se asentaba el palacio. Empezó a reconocer dónde estaba. Había visto esto y aquello por los sistemas ópticos del Avernus. Sintió deseos de abrazar al primer ser humano de Heliconia que pasó a su lado.
Había iglesias excavadas en la roca; las órdenes religiosas más estrictas imitaban las preferencias de sus maestros de Pannoval y se enclaustraban lejos de la luz. Había monasterios apretujados contra la roca; tenían tres pisos; los más prósperos estaban hechos de piedra y los más pobres de madera. Sin poder evitarlo, Billy se detuvo a palpar la textura de la madera, siguiendo las vetas con las uñas. Venía de un mundo donde todo era renovado apenas envejecía. Y las vetas de esa antigua madera…, ¡qué maravilloso diseño accidental! ¡Había tantos detalles en ese mundo que jamás hubiera imaginado!
Los monasterios estaban pintados de rojo y amarillo, o rojo y púrpura, con el círculo de Akhanaba en los mismos colores. En sus puertas había imágenes del dios que descendía entre el fuego. Llevaba el pelo anudado, pero algunos mechones escapaban. Tenía las cejas arqueadas. La sonrisa de su rostro semihumano revelaba unos dientes agudos y blancos. En cada mano portaba una antorcha. Una vestidura de tela se enroscaba como una serpiente en torno de su cuerpo azul.
También había telas con representaciones de santos, familiares, espíritus: Yuli el sacerdote, el rey Denniss, Withram, Wutra, hileras de Otros, grandes y negros, o pequeños y verdes, con garras y anillos en los dedos de los pies. Entre estos seres sobrenaturales, gruesos, peludos, calvos, había humanos, por lo general en posturas suplicantes.
Los seres humanos eran más pequeños. “En el lugar de donde vengo”, se dijo Billy, “se pintarían grandes”. Pero allí estaban, en posición de súplica, listos para ser segados por los dioses a llama, a hielo y a espada.