Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
—Si te digo lo que en verdad ocurrió, venerable canciller, ¿me creerás?
—Eso depende de lo creíble que sea tu historia. —Dejó escapar una bocanada de humo.
Billy Xiao Pin dijo:
—Apenas si he podido vislumbrar la hermosura de tu reina. ¿Qué sentido puede tener que esté aquí, que muera aquí, si no te digo esa gran verdad? —Pensó en MyrdemInggala avanzando gloriosamente entre sus etéreas muselinas.
Y comenzó. El phagor estaba junto a la pared manchada; el anciano, sentado en esa silla que crujía. Las moscas zumbaban. No llegaba ningún ruido del mundo exterior.
—Cuando venía hacia aquí vi una pancarta que decía, en Olonets, “Toda la sabiduría del mundo ha existido siempre”. No es cierto. Puede ser verdad para los religiosos, pero no para los hombres de ciencia. La verdad reside en hechos que se deben descubrir con dificultad y en hipótesis sometidas a control continuo… Aunque, en el lugar de donde vengo, los hechos han ocultado la verdad. Como dices, muchos obstáculos se oponen al conocimiento, y a la meta estructura de conocimiento que llamamos ciencia.
“El Avernus es un mundo artificial. Es una creación de la ciencia y de su aplicación, a la que denominamos tecnología. No conoces esa palabra. Te sorprenderá saber que mi raza, que ha evolucionado en un planeta distante llamado Tierra, es más joven que la vuestra. Hemos sufrido menos desventajas naturales que vosotros”.
Se interrumpió, casi espantado al oír la palabra Tierra dicha en un lugar como ése.
—De modo que no te mentiré, aunque te advierto que lo que diga podría no concordar con la visión que tienes del mundo, canciller. Quizá te escandalice, aunque eres el hombre más ilustrado de tu raza.
SartoriIrvrash arrojó al suelo su veronikano y se llevó una mano a la cabeza. Le dolía. La habitación era sofocante. No podía seguir bien el discurso del joven extranjero, ni apartar de su mente la imagen del rey desnudo y su espada clavada en una viga. El prisionero continuaba.
En el mundo de Billy, el cosmos era tan familiar como un jardín detrás de la casa. Ahora hablaba con serenidad de una estrella amarilla del tipo G4 que tenía unos cinco mil millones de años. Apenas si era luminosa, y su temperatura no sobrepasaba los 5.600 K. Era el sol llamado Batalix. Luego describió su único planeta habitado, Heliconia, un planeta muy similar a la distante Tierra, pero más frío, más gris, más viejo, con procesos vitales más lentos. A lo largo de muchos eones, las especies de su superficie evolucionaron desde su estado de bestias hasta convertirse en una especie dominante.
Ocho millones de años antes (según el cálculo terrestre del tiempo), Batalix y su sistema habían penetrado en una región del espacio más habitada. Había allí dos estrellas, que Billy llamó A y C, girando una en torno de la otra. Batalix fue arrastrado al gran campo gravitacional de A. En la serie de perturbaciones que siguieron, la estrella C se perdió y A adquirió una nueva compañera, Batalix.
A era muy diferente de Batalix. Aunque sólo tenía entre diez y once millones de años de edad, se había apartado de la secuencia más común y estaba entrando en la ancianidad estelar. Su radio era más de setenta veces superior al de Batalix; su temperatura, el doble. Era una súper gigante del tipo A.
Por más que lo intentaba, SartoriIrvrash no podía escuchar con atención. Un sentimiento de desastre se estaba apoderando de él. Su visión se hacía borrosa, y el sonido de sus palpitaciones parecía llenar la celda. Apretó su bolsita de scantiom contra la nariz para respirar mejor.
—Es suficiente —dijo, interrumpiendo las palabras de Billy—. La historia conoce muchos casos de otros como tú que hablan con palabras extrañas, y se burlan de los sabios. Quizá sea una ilusión causada por… No sería raro. Hace apenas dos días, cincuenta horas, la reina de reinas abandonó Matrassyl acusada de conspiración, y sesenta y un Myrdólatras fueron cruelmente asesinados… Y tú me hablas de soles que vuelan aquí y allá al impulso de su fantasía…
Billy repiqueteó con los dedos de una mano sobre la mesa y alejó las moscas con la otra. Lex estaba cerca, inmóvil como un mueble, con los ojos cerrados.
—Yo mismo soy un Myrdólatra —continuó el canciller—. Tengo gran parte de responsabilidad en esos crímenes. Estoy demasiado acostumbrado a servir al rey… y él está demasiado acostumbrado a servir a la religión. La vida era tan plácida… Ahora, ¿quién sabe qué nuevo disgusto nos traerá el mañana?
—Estás demasiado sumido en tus propios pequeños asuntos —dijo Billy—. Eres como mi Consejero en Avernus. Él no cree del todo en la realidad de Heliconia. Tú no crees del todo en la realidad del universo. Tu umwelt no es más grande que este palacio.
—¿Que es umwelt?
—La zona que abarca tu percepción.
—Si pretendes saber tanto, ¿es correcta mi percepción de que el hoxney es un animal que tenía rayas de colores durante la primavera del Gran Año?
—Así es. Los animales y las plantas adoptan distintas estrategias para sobrevivir a los tremendos cambios del Gran Año. Hay biologías y botánicas binarias; algunas siguen a una de las estrellas, como en el pasado, y algunas a la otra.
—Vuelves a tus soles ambulantes. Es mi firme creencia, establecida a lo largo de treinta y siete años, que nuestros dos soles han sido puestos en el cielo para que jamás olvidemos nuestra doble naturaleza… El cuerpo y el espíritu, la vida y la muerte, y las dualidades más generales que gobiernan la vida humana: el calor y el frío, la luz y la oscuridad, el bien y el mal.
—Has dicho que la historia ha conocido gente como yo, canciller. Quizá fueran otros visitantes del Avernus, que intentaron revelarla verdad pero tampoco fueron escuchados.
—¿Revelaciones acerca de locas geometrías? ¡Entonces perecieron! —SartoriIrvrash se puso de pie, con los dedos apoyados en la mesa y el ceño fruncido.
También Billy se puso de pie, penosamente, haciendo sonar las cadenas.
—La verdad puede liberarte, canciller. No importa lo que creas, esas “locas geometrías” rigen el universo. Lo sabes a medias. Respeta tu propio intelecto. Da un paso y libérate de tu umwelt. La vida que prolifera en Heliconia es un producto de esas locas geometrías que desprecias.
“El sol del tipo A que llamas Freyr es un gigantesco reactor de hidrógeno, que emite alta energía. Cuando Batalix empezó a girar a su alrededor con sus planetas, hace ocho millones de años, sufrió el bombardeo de los rayos X y las radiaciones ultravioletas. El efecto en la perezosa biosfera heliconiana de ese momento fue muy profundo. Hubo rápidos cambios genéticos. Ocurrieron grandes mutaciones. Algunas formas nuevas sobrevivieron. En particular, una especie animal se desarrolló y desafió la supremacía de que gozaba antes una especie mucho más antigua…”
—¡Basta! —exclamó SartoriIrvrash con un gesto de disuasión—. ¿Cómo puede ser que una especie se convierta en otra? ¿Puede un perro convertirse en arang, o un hoxney en un kaidaw? Todo el mundo sabe, al menos, que cada animal tiene su sitio, y también el hombre. Así lo ha dispuesto el Todopoderoso.
—¡Eres ateo! ¡No crees en el Todopoderoso!
El canciller movió la cabeza, confundido.
Prefiero su imperio al de tus locas geometrías… Esperaba poder ofrecerte al rey JandolAnganol como regalo, pero lo volverías más loco de lo que ya está.
Abrumado, SartoriIrvrash comprendió que no había forma racional de aplacar al rey. El mismo tampoco se sentía muy racional. Mientras escuchaba a Billy recordaba a otro joven loco, el hijo del rey, Robayday. Antes había sido un niño encantador, pero luego se apoderó de él una loca fantasía, abrazando el desierto como una madre ardiente… Hábil para la caza, a veces perdía el sentido por completo… La plaga de sus antepasados…
Meditó en su propia larga lucha por comprender el sentido del mundo. ¿Cómo podía ser que un problema absolutamente omnipresente preocupara a tan pocos?
Billy podía ser sólo un producto de su fatigada imaginación, de la zona más oscura de su conciencia, enviada para acosarlo.
Se volvió al phagor.
—Vigílalo, Lex. Por la mañana decidiré qué hacer con él y con sus umwelts.
En su dormitorio, la soledad abrumó al canciller. ¡El rey lo había arrojado al suelo! Le dolía la columna vertebral; sentía cómo el paso de los años le había resecado y afeado el cuerpo. Los días contenían tanta vergüenza… Llamó a su esclava, quien acudió con reticencia, como él mismo acudiera al llamado del rey.
—Masajea mi espalda —ordenó.
Ella se apoyó contra él, moviendo su mano ruda pero suave desde la nuca hasta la pelvis. Él olía a veronikano, a phagor, a orina. Ella era una joven de Randonan, con marcas tribales en las mejillas. Olía a frutas. Un rato más tarde, giró en su cama y se colocó de frente a la mujer, con el prodo erecto. Éste era el único alivio tanto de creyentes como de ateos, el único refugio de la abstracción. SartoriIrvrash deslizó una mano entre los morenos muslos y acarició con la otra los pechos de la esclava por debajo de su camisa.
Ella lo atrajo hacia sí.
En el Avernus se firmó una petición para que una partida descendiera a la superficie de Heliconia a rescatar a Billy Xiao Pin. No fije tomada en serio. El contrato de Billy establecía claramente que no recibiría ayuda, cualesquiera que fuesen las dificultades que encontrase. Eso no impidió, sin embargo, que muchas jóvenes de la familia Pin amenazaran con quitarse la vida si el gobierno no actuaba de inmediato.
Pero las labores de la estación continuaron como en los últimos treinta y dos siglos. Poco sabían los avernianos de la forma en que los tecnócratas terrestres los habían programado para la obediencia. Las grandes familias seguían analizando toda nueva información, y los sistemas automáticos, transmitiendo mensajes a la Tierra.
Gigantescos auditorios en forma de conchas de caracol rodeaban aquel distante planeta.
Para los terrestres, los acontecimientos de Heliconia eran noticia. Las señales se recibían primero en Charon, en las periferias extremas del sistema solar. Allí eran de nuevo analizadas, clasificadas, almacenadas y transmitidas. La emisión más popular llegaba a la Tierra a través del Canal de Educcimiento que transmitía continuas piezas teatrales del sistema binario. Los eventos de la corte del rey JandolAnganol alcanzaban la mayor audiencia. Y esas noticias tenían mil años de antigüedad.
Los receptores formaban parte de una sociedad global que sufría un cambio tan profundo como cualquiera de los que ocurrían en Heliconia. El Ocaso de los Tiempos Modernos había sido estimulado por el gran incremento de las glaciaciones en los polos terráqueos, lo cual condujo a la Gran Edad Glacial. En el siglo noveno del sexto milenio del nacimiento de Cristo, los glaciares retrocedieron otra vez y los habitantes de la Tierra se desplazaron hacia el norte siguiendo las huellas del deshielo. Las viejas antipatías raciales y nacionales quedaron en suspenso. Prevalecía un espíritu apropiado al clima congenial de la Tierra, donde las sofisticadas sensibilidades eran dirigidas hacia la exploración de la relación entre la biosfera, sus entidades vivientes y la propia esfera gubernativa.
Surgieron por vez primera dirigentes y hombres de estado apoyados por sus pueblos. Compartían una visión real e inspiraban a su gente. Era evidente que el drama del lejano planeta Heliconia estaba siendo estudiado a la vez como objeto de locura y como un interminable tejido de circunstancias.
Millones de terrestres habían acudido a las grandes conchas de caracol para observar la partida de la reina, la quema de los Myrdólatras, la disputa entre el rey y su canciller. Aquellos eran eventos contemporáneos porque influían en el clima emocional de los que observaban las imágenes gigantescas. Pero los acontecimientos también eran fósiles, comprimidos en el estrato de luz en que habían llegado. Parecían estallar con calor y vida renovados al alcanzar la conciencia de los seres humanos terrestres, como los árboles enterrados en la Edad del Carbón ceden ante la energía solar cuando el carbón arde en una parrilla.
Aquellos fuegos no alcanzaban a todos. En algunos distritos Heliconia era considerada una reliquia de una era pretérita, de un período de historia turbulenta que era preferible olvidar cuando los asuntos humanos habían sido apenas mejor manejados en la Tierra que en Heliconia. Los nuevos hombres volvieron sus rostros hacia una nueva forma de vida en la que los humanos y sus máquinas no tenían por qué tener la última palabra. Algunos de los que perseguían aquellos objetivos aún encontraron tiempo para alegrarse por el huraño SartoriIrvrash o para convertirse en Myrdólatras.
Eran muchos los seguidores terrestres de la reina, incluso en las nuevas tierras. Día y noche ellos esperaban sus fósiles noticias.
Ya fuera Akhanaba o las “locas geometrías” quien gobernaba los acontecimientos de Matrassyl; ya estuvieran esos acontecimientos ordenados de antemano o fueran consecuencia del azar; ya reinara el determinismo o el libre albedrío, lo cierto fue que para Billy Xiao Pin las siguientes veinticinco horas resultaron miserables. Los brillantes colores que percibiera al llegar a Heliconia se habían desvanecido. Todo era una pesadilla.
La noche de ese día de invierno durante el Gran Verano en que el canciller SartoriIrvrash había interrogado a Billy, hubo un período de casi cinco horas en que ni Freyr ni Batalix estuvieron en el cielo.
En el horizonte del norte se podía ver, muy bajo, el cometa de YarapRombry. Luego una enfermiza niebla lo devoró. El thordotter, en vez de soplar como se esperaba, había enviado la niebla en su reemplazo.
La niebla llegó por donde se había marchado MyrdemInggala: por el río. Primero se hizo sentir en las espaldas desnudas de los trabajadores portuarios y en quienes se ganaban la vida en la confluencia del Valvoral y el Takissa.
Algunos llevaron con ellos ese insidioso elemento hasta sus casas, las cuales se levantaban en las humildes calles detrás de los muelles. Sus esposas, espiando el exterior mientras cerraban las ventanas con postigos, veían cómo todo se convertía en una enorme masa color sepia.
La masa se elevó hacia lo alto de los riscos, artera como una enfermedad, y penetró en los muros del castillo.
Los soldados de uniformes ligeros, y los phagors de grueso pelaje esparcieron la infección mientras patrullaban, tosían, eran devorados por ella. Al poco tiempo el palacio se convirtió en un lugar espectral. La niebla entró silenciosa y tristemente a las habitaciones desiertas donde había vivido la reina MyrdemInggala.