Heliconia - Verano (26 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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—Si puedo hablar… Te he servido fielmente, y también a tu padre. He mentido por ti. Hoy he vuelto a mentir. Por ti me he mezclado en este horrible crimen de los Myrdólatras. A diferencia de otros cancilleres que podrías encontrar, no tengo ambiciones políticas… Su majestad me salpica…

—¡Crimen! De modo que tu soberano es un criminal, ¿verdad? ¿Cómo podría haber sofocado la revuelta?

—Te he aconsejado pensando en tu bien, y no en mi beneficio. Y nunca más que en el lamentable asunto del divorcio. Te dije, recuerda, que jamás encontrarías a otra mujer como la reina y que…

El rey tomó una toalla y se envolvió con ella la estrecha cintura. A sus pies se formó un charco de agua.

—Me has dicho que mi primer deber era mi reino. Por eso hice ese sacrificio, porque tú me lo aconsejaste así.

—No, majestad, no… Yo sólo… —Abrió las manos consternado.

—Yo zzzolo —repitió Yuli.

—Sólo quieres un chivo expiatorio en quien descargar tu ira, señor. No deberías despedirme así. Es criminal.

Sus palabras resonaron en el cuarto de baño. Las mujeres hicieron ademán de retirarse, pero luego se quedaron donde estaban, por miedo a que el rey se volviera contra ellas.

JandolAnganol se dirigió a su canciller con el rostro enrojecido.

—Criminal, dices de nuevo. ¿Soy un criminal? Y tú, ¿te atreves a insultarme y a darme órdenes? Ajustaré las cuentas contigo.

Fue hasta donde estaban sus ropas dispersas.

Aterrorizado por haber ido demasiado lejos, SartoriIrvrash dijo con voz temblorosa:

—Perdón, majestad, ahora comprendo tu plan. Al despedirme, podrás echar sobre mí la culpa de lo que ha ocurrido ante la scritina, y demostrar tu inocencia. Como si la verdad pudiera modelarse así… Es una táctica muy utilizada, y también transparente; pero sin duda podríamos arreglar la manera precisa…

Titubeó y calló. Una luz enfermiza llenaba la habitación. Afuera, en la masa de nubes, centelleaba una tempestad auroral. El rey había desenvainado su espada y la esgrimía contra su canciller.

SartoriIrvrash retrocedió, derribando una jarra de agua sobre el suelo embaldosado.

JandolAnganol inició un complejo juego con un enemigo invisible; a veces parecía atacar y otras defenderse mientras se desplazaba por la habitación. Las mujeres se apretujaban contra la pared, sonriendo con nerviosismo.

—¡Ja! ¡Jo! ¡Ja! ¡Hum!

Cambió de dirección y la hoja desnuda se lanzó contra el canciller.

La detuvo a un centímetro del cuello de SartoriIrvrash, y dijo:

—¿Dónde está Robayday, viejo villano? Bien sabes que sería capaz de tomar mi vida.

—Conozco la historia de tu familia, señor —dijo el canciller, cubriéndose el pecho con las manos en un gesto inútil.

—Debo ocuparme de mi hijo. Lo tienes escondido en tus habitaciones.

—No, señor; eso no es verdad.

—Me han dicho que sí, señor, me lo ha dicho tu guardián phagor. Y susurró también que aún tienes un poco de sangre en tu eddre.

—Señor, estás abrumado por todo lo que has sufrido. Si me das permiso…

—Acero en la garganta te daré, por la confianza que mereces… Tienes un visitante en tus habitaciones.

—No es más que un jovencito de Morstrual, señor.

—Así que ahora te dedicas a los jovencitos… —De pronto el rey pareció perder interés por el tema. Con un grito, lanzó hacia arriba su espada, que se clavó en las vigas. Cuando se estiró para aferrar el pomo, la toalla que lo cubría cayó al suelo.

SartoriIrvrash se inclinó para recogerla y dijo, titubeando:

—Comprendo la razón de tu locura y reconozco que…

En lugar de tomar la toalla, el rey aferró el charfrul del canciller y giró sobre sí mismo. La toalla salió volando. El canciller lanzó un grito de alarma. Resbaló y ambos cayeron sobre el suelo mojado.

El rey se incorporó con la agilidad de un gato, indicando a las mujeres que ayudaran a SartoriIrvrash. Éste gimió llevándose las manos a la espalda mientras dos criadas lo sostenían.

—Y ahora vete —dijo el rey—. Y prepara tu equipaje, antes de que te demuestre mi locura. Sé que eres un ateo y un Myrdólatra; no lo olvides.

En sus habitaciones, el canciller SartoriIrvrash hizo que una esclava le masajeara la espalda con ungüentos, permitiéndose algunos gruñidos de satisfacción. Su guardián personal, el phagor Lex, miraba impasible.

Un rato más tarde, pidió un poco de zumo de squaanej con hielo de Lordyardry, y se aplicó laboriosamente a escribir una carta al rey, tocándose la columna vertebral entre frase y frase.

Dignísimo señor:

He servido fielmente a la Casa de Anganol, y merezco su benevolencia. Todavía estoy dispuesto a servir, a pesar del ataque contra mi persona, porque conozco el actual sufrimiento de su majestad.

En lo que concierne a mi ateísmo y a mis conocimientos, que tan a menudo objetas, deseo señalar que son una y la misma cosa, y que mis ojos están abiertos a la verdadera naturaleza de nuestro mundo. No deseo inducirte a abandonar tu fe, sino explicarte que es ella quien te ha colocado en tu difícil situación actual.

Yo veo nuestro mundo como una unidad. Ya conoces mi descubrimiento de que el hoxney es un animal a rayas, a pesar de que las apariencias digan lo contrario. Este descubrimiento tiene vital importancia, porque vincula las estaciones de nuestro Gran Año y aporta nueva comprensión al respecto. Muchas plantas y animales pueden recurrir a sistemas similares para perpetuar su especie a través de las variaciones del clima.

¿Podría ser que la humanidad tuviera, en las creencias religiosas, su peculiar sistema de perpetuación? ¿Qué éste sólo fuera diferente en la medida en que la humanidad difiere de las bestias? La religión es una fuerza social capaz de dar unidad a los hombres en épocas de extremado frío o, como ahora, extremado calor. Esa fuerza, esa cohesión, es valiosa, porque conduce a nuestra supervivencia en organismos tribales o nacionales.

Pero la religión no debe regir nuestras vidas ni nuestro pensamiento individual. Si sacrificamos demasiado a la religión, nos convertimos en sus prisioneros, como los Madis son prisioneros del uct. Perdona que señale esto, señor; quizá no te agrade, pero demuestras tal sumisión a Akhanaba…

Se detuvo; como de costumbre, iba demasiado lejos. Si el rey leía esa frase, acabaría con él. Buscó una nueva hoja de pergamino y escribió una Versión modificada de la carta anterior. Pidió a Lex que la entregara.

Luego se echó a llorar.

Durmió. Más tarde, al despertar, vio que Lex estaba de pie junto a él. Hacía tiempo que se había acostumbrado al silencio de los phagors; aunque los odiaba, eran menos fastidiosos que los esclavos humanos.

Su reloj de mesa le dijo que era casi la vigésima quinta hora. Bostezó, se desperezó y se puso una vestidura más abrigada. La aurora fluctuaba sobre el patio desierto. El palacio dormía, con la única posible excepción del rey…

—Lex, debemos ir a hablar con nuestro prisionero. ¿Le has llevado comida?

El phagor, inmóvil, respondió:

—El prisionero tiene comida, señor. —Hablaba en voz baja y zumbaste, y el tratamiento sonaba como “zzeñorrr”. Su Olonets era bastante limitado, pero SartoriIrvrash, por su rechazo a los phagors, se negaba a aprender el Hurdhu.

Entre los estantes, que cubrían la mayor parte de una larga pared, había un armario. Lex lo apartó de la pared haciendo que girara sobre unas bisagras, revelando una puerta de hierro. Con torpeza, el ser de dos filos insertó una llave en la cerradura y la hizo girar. Abrió la puerta; el hombre y el phagor entraron en una celda secreta.

Ésta había sido antes una habitación independiente. En los días de VarpalAnganol el canciller había hecho tapiar la puerta exterior, y ahora sólo se podía acceder a la celda a través de su estudio. Fuertes barrotes cubrían la ventana. Desde el exterior, ésta se perdía entre el desorden de la fachada.

En el denso aire de la habitación zumbaban las moscas, que no dejaban de posarse sobre la mesa y las manos de Billy Xiao Pin.

Billy estaba sentado en una silla y encadenado a una fuerte argolla enclavada en el suelo. Su ropa estaba manchada de transpiración. El hedor de la habitación era insoportable.

SartoriIrvrash sacó una bolsita de scantiom, pellamonte y otras hierbas y la apretó contra su nariz. Indicó un cubo situado algo más lejos.

—Vacía eso. —Lex se dispuso a obedecer.

El canciller colocó una silla más allá del alcance de cualquier movimiento que pudiera hacer su prisionero. Se sentó con cuidado, para no maltratar su espalda, quejándose. Antes de hablar encendió un largo veronikano.

—Has estado aquí durante dos días, BillishOwpin. Tendremos una nueva conversación. Soy el canciller de Borlien y, si me mientes, tengo pleno derecho a torturarte. Te has presentado aquí como el alcalde de una ciudad del golfo de Chalce. Luego, cuando te encerré, dijiste que era una persona mucho más importante, venida de un mundo situado encima de éste. ¿Quién eres hoy? ¡Ahora la verdad!

Billy secó su rostro con la manga y respondió:

—Señor, yo conocía la existencia de esta habitación secreta antes de llegar aquí; puedes creerlo. Sin embargo, ignoro muchos aspectos de vuestras costumbres. Mi error inicial consistió en simular ser alguien que no soy, pero lo hice pensando que si te decía la verdad no me creerías.

—Puedo afirmar sin resultar pedante que soy uno de los más notorios buscadores de la verdad de mi generación.

—Lo sé, señor. Déjame, entonces, en libertad. Déjame seguir a la reina. ¿Por qué me tienes aquí si no intento nada malo?

—Te encierro para poder sacarte lo que me sirva. Ponte de pie.

El canciller examinó a su cautivo. En efecto, había en él algo extraño. Su contextura no era delicada como la de los campannlatianos, ni tenía la forma de tonel de esos seres humanos defectuosos, a veces exhibidos en las ferias, cuyos antepasados (según la opinión médica) habían escapado a la casi universal fiebre de los huesos.

Su amigo CaraBansity, en Ottassol, habría dicho que era la estructura ósea básica la causa de la peculiar redondez de sus rasgos. La textura de su piel era lisa y poseía una notable palidez, aunque la punta de la nariz estaba quemada por el sol. El cabello era fino.

Y había diferencias más sutiles, como la especial mirada del cautivo, y su duración. Parecía apartar la vista cuando escuchaba, mirando a SartoriIrvrash sólo cuando hablaba, aunque la causa de esto podía ser también el miedo. Con frecuencia miraba hacia arriba, y no hacia abajo. Y hablaba Olonets con acento extranjero.

El canciller observó todo esto antes de decir:

—Háblame de ese mundo del que, según afirmas, provienes. Yo soy un hombre racional, y escucharé sin prejuicios lo que tengas que decir. —Aspiró el humo y tosió.

Lex regresó con el cubo vacío, y permaneció inmóvil junto a la pared, clavando su mirada color cereza en un lugar indefinido del centro de la habitación.

Cuando Billy volvió a sentarse, sus cadenas rechinaron. Apoyó sus engrilladas muñecas en la mesa y dijo:

—Piadoso señor, vengo, como te he dicho, de un mundo mucho más pequeño que el tuyo. Un mundo que tiene, quizás, el tamaño de la colina donde está enclavado el castillo de Matrassyl. Ese mundo se llama Avernus, aunque vuestros astrónomos le dan, desde hace mucho, el nombre de Kaidaw. Se encuentra a unos 1.500 kilómetros por encima de Heliconia, con un período orbital de 7.770 segundos, y…

—Espera. ¿Sobre qué se apoya esa montaña? ¿Sobre el aire?

—No hay aire alrededor de Avernus. En realidad, Avernus es una luna de metal. No, no existe esa palabra en Olonets, puesto que Heliconia no tiene ahora una luna natural. Avernus gira en torno de Heliconia, como Heliconia lo hace en torno de Batalix. Viaja a través del espacio, y se mueve sin cesar, como Heliconia. De otro modo, caería, víctima de la gravitación. Pienso que comprendes este principio, señor, ¿no es verdad? Conoces las verdaderas relaciones entre Heliconia por una parte, y Batalix y Freyr por la otra.

—Comprendo perfectamente lo que dices. —Dio una palmada a la mosca que se movía sobre su calva.— Hablas con el autor de «El Alfabeto de la Historia y la Naturaleza», obra en que busco sintetizar todos los conocimientos. Pocos hombres comprenden, y yo soy uno de ellos, que Freyr y Batalix giran en torno de un mismo punto, en tanto que Copaise, Aganiz e Ipocrece giran, con Heliconia, alrededor de Batalix. Además, la cosmología nos informa que estos mundos hermanos han nacido de Batalix, como nacen los hombres de sus madres, y Batalix, de Freyr, que es su madre. En cuanto al reino de los cielos, me halaga decirlo, me encontrarás bien informado.

Alzó la vista al cielo raso y lanzó una bocanada de humo contra las moscas.

Billy carraspeó.

—Pues no es del todo así. Batalix y sus planetas forman un sistema solar relativamente antiguo que fue capturado por un astro mucho más grande, al que llamas Freyr, hace unos ocho millones de años.

El canciller se movió inquieto; cruzó y descruzó sus piernas. Con expresión irritada, dijo:

—Entre los obstáculos al conocimiento se cuentan las persecuciones de quienes buscan el poder, las dificultades de la investigación y, en particular, el error en la determinación de lo que debe investigarse. He establecido todo esto en el primer capítulo.

“Es evidente que tú posees cierto conocimiento, pero lo traicionas al confundirlo con falsedades por tus propios motivos. Recuerda que la tortura es amiga de la verdad, BillishOwpin. Yo soy un hombre paciente, pero esta loca charla de millones me irrita. Tus cifras no lograrán impresionarme, cualquiera puede inventarlas al azar.”

—No invento nada, señor. ¿Cuántas personas habitan Campannlat?

El canciller enrojeció.

—Unos cincuenta millones, según los mejores cálculos.

—No, señor. Sesenta y cuatro millones de personas, y treinta y cinco millones de phagors. En los tiempos de VryDen, a quien te complaces en citar, había ocho millones de humanos y veintitrés de phagors. La biomasa está en relación proporcional con la cantidad de energía que llega a la superficie del planeta. En Sibornal hay…

SartoriIrvrash sacudió las manos.

—Basta… Tratas de confundirme. Vuelve a la geometría de los soles. ¿Te atreves a afirmar que no existe una relación de sangre entre Freyr y Batalix?

Billy dejó de mirar sus manos y dirigió la vista, de soslayo, al anciano sentado fuera de su alcance.

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