Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
La isla Gleeat, roncha diminuta en el pecho del mar, tenía cinco millas de este a oeste, y algo más de norte a sur. El bote quedó en una empinada playa en el sudeste. Se dejó allí una guardia, y el resto de la expedición inició la marcha:
Había iguanas echadas al sol sobre las rocas. No parecían temer a los seres humanos; los soldados mataron algunas con lanzas para llevarlas al barco como una bienvenida adición a la dieta. Eran pequeñas en comparación con las gigantescas iguanas negras de Hespagorat. Rara vez medían más de un metro, y medio. También los cangrejos que vivían entre ellas eran pequeños, y tenían sólo ocho patas.
Mientras SartoriIrvrash y Odi Jeseratabahr buscaban huevos de iguana entre las rocas, el grupo sufrió un ataque. Cuatro phagors armados con lanzas cayeron sobre ellos. Eran bestias salvajes; bajo el pelaje desgarrado se podían ver sus costillas.
Con la sorpresa de su parte, lograron matar a dos soldados, empujándolos al mar. Pero los demás hombres se lanzaron al combate. Las iguanas se dispersaron, se alzaron chillando las gaviotas, y tras una breve persecución cesó la lucha. Los phagors murieron, salvo una gillot a quien Odi Jeseratabahr perdonó la vida.
La gillot era de mayor tamaño que sus compañeros, y estaba cubierta de un denso pelaje negro. Con los brazos fuertemente atados a la espalda fue conducida hasta el Amistad Dorada.
Cuando estuvieron a solas Odi y Sartori se abrazaron, felicitándose por haber confirmado la verdad de la antigua leyenda sobre el puente de tierra. Y por sobrevivir.
Un día más tarde, empezaron a soplar los monzones y la flota continuó su avance hacia el este. A babor se veía la costa de Randonan en todo su salvaje esplendor; pero SartoriIrvrash pasaba la mayor parte del tiempo debajo de la cubierta, estudiando a la cautiva, a quien llamaba Gleeat.
Gleeat sólo hablaba un dialecto del Nativo.
Como SartoriIrvrash no conocía este idioma, y ni siquiera Hurdhu, debía valerse de un intérprete. Odi descendió al oscuro cubículo, y al ver lo que el ex canciller estaba haciendo se echó a reír.
—¿Cómo puedes preocuparte por esta maloliente criatura? Hemos demostrado que Radado y Throssa han estado antes unidos. Dios el Azoiáxico se ha puesto de nuestra parte. Esa pequeña colonia de iguanas de la isla Gleeat pertenece a una especie inferior, aislada del conjunto principal de las iguanas del continente sur. Probablemente esta criatura, que vive entre los phagors blancos, representa alguna forma de supervivencia de la especie negra de Hespagorat-Pegovin. Sin duda están extinguiéndose en esa pequeña isla.
Él movió la cabeza. Admiraba la sagacidad de Odi, pero advertía que llegaba a conclusiones demasiado apresuradas.
—Ella afirma que su gente llegó en un barco que naufragó en Gleeat durante uno de los primeros monzones.
—Eso es evidentemente una mentira. Los phagors no navegan. Odian el agua.
—Dice que eran esclavos en una galera de Throssa.
Odi le acarició el hombro.
—Oye, Sartori; creo que para demostrar que los dos continentes estaban unidos bastaba con mirar las viejas cartas en la sala de los mapas. En la costa de Radado está Purporian, y en la costa de Throssa hay un puerto llamado Popevin. "Pop" significa "puente" en Olonets puro; y "Pup" o "Pu" lo mismo en Olonets local. El pasado está encerrado en el lenguaje, si se sabe cómo mirar.
Aunque ella reía, a él le fastidiaba su pedantería sibornalesa.
—Si te molesta el olor, querida, lo mejor será que regreses a cubierta.
—Pronto llegaremos a Keevasien. Una ciudad costera. Como sabes, “ass” o “as” es en Olonets puro “mar”; el equivalente de “ash” en Pontpiano. —Con ese último estallido de sabiduría, se marchó sonriendo.
Al día siguiente SartoriIrvrash se sorprendió al descubrir que Gleeat estaba herida. Había un charco de sangre dorada en el puente donde la habían dejado. Interrogó a la gillot valiéndose del intérprete, pero no pudo advertir ningún rastro de emoción en sus respuestas.
—Dice que está entrando en celo. Acaba de tener su período menstrual. —Al ser de rango inferior el intérprete no hizo ningún comentario, aunque no pudo disimular su disgusto.
SartoriIrvrash había sentido siempre tal aversión hacia los phagors —sentimiento que ahora ya no existía, como tantas otras cosas de su vida pasada—, que jamás se había preocupado por su historia ni por aprender su lengua. Dejaba eso para JandolAnganol, con su perversa confianza en esas criaturas. Sin embargo, los hábitos sexuales de los phagors eran tema favorito de chistes procaces incluso entre los chicos de las calles de Matrassyl, y él recordaba que las hembras phagor, ni bestias ni humanas, solían tener un flujo menstrual de un día como preludio a su época de celo. Tal vez fuera el recuerdo de esas antiguas bromas lo que le hizo pensar que su cautiva tenía en ese momento un olor aún más acre. —SartoriIrvrash se rascó la mejilla.
—¿Cuál es la palabra que ha usado para menstruación? ¿La palabra en Nativo?
—Es "tennhrr" en su lengua. ¿Debo pedir que la limpien con una manguera?
—Pregúntale con qué frecuencia entra en celo.
La gillot, que continuaba atada, no respondió hasta que la sacudieron. Su larga milt rosada chasqueó en una de las ventanas de su nariz. Finalmente dijo que tenían diez períodos cada año pequeño. SartoriIrvrash asintió y salió a la cubierta, buscando aire puro. Pobre criatura, pensó; es una pena que no podamos vivir todos en paz… El dilema entre los humanos y los phagors deberá resolverse tarde o temprano. Cuando él ya estuviera muerto.
Navegaron por delante del monzón toda esa noche, el día y la noche siguientes. Por momentos la lluvia era tan violenta que los tripulantes del Amistad Dorada no podían ver a las otras naves. Los estrechos de Cadmer quedaron atrás. El gris Narmosset los rodeaba por todas partes, con sus olas teñidas por largas lenguas blancas. El mundo era líquido.
Durante la quinta noche una tormenta cayó sobre ellos, y el barco escoró hasta que las puntas de los palos casi tocaron el agua. Los naranjos y acebos que crecían en la cubierta inferior cayeron por la borda, y muchos temieron que la nave naufragara. Los supersticiosos marineros pidieron al capitán que echara al agua a la cautiva ya que los phagors siempre traían mala suerte a bordo. El capitán no puso objeciones. Había probado casi todo lo demás.
Aunque era muy tarde SartoriIrvrash estaba despierto. La tormenta le impedía dormir. Protestó contra la decisión del capitán. Nadie estaba dispuesto a escuchar sus argumentos; era un extranjero, y él mismo corría peligro de ser arrojado al mar. Se escondió mientras arrancaban a Gleeat de su sucia celda y la empujaban a las furiosas aguas.
Una hora más tarde, el viento amainó. A la hora de la falsa luz, cuando ya se podía distinguir Poorich al frente, sólo quedaba una fresca brisa. Al alba aparecieron los otros tres barcos, milagrosamente intactos y no demasiado lejos; Dios el Azoiáxico era magnánimo. A través de la morada bruma de la costa pronto pudieron ver la boca del Kacol, donde estaba Keevasien.
En el horizonte había una oscuridad anormal. El mar hervía de delfines que nadaban a flor de agua. En lo alto giraban enormes bandadas de aves. No gritaban, pero el batir de sus alas sonaba como una lluvia seca. Mientras describían círculos sin cesar, las notas de “Buena fortuna” rodaban desde las naves hasta la costa.
Cuando cesó el viento, la jarcia floja azotó los mástiles. Las cuatro naves se reunieron mientras se acercaban a la costa.
Dienu examinó con su catalejo una franja costera de la isla, visible entre las rompientes. Vio hombres de pie; contó una docena. Uno se adelantaba. Durante los días del monzón, habían bordeado las costas de Randonan; aquí comenzaba Borlien. Territorio enemigo. Era importante que no llegasen a Ottassol las noticias de la flota. La sorpresa era muy importante, en ésta como en la mayoría de las empresas bélicas.
La luz mejoraba momento a momento. El Amistad Dorada intercambió señales con el Unión, el Buena Esperanza y la carabela blanca, la Plegaria de Vajabahr, alertándolas del peligro.
Un hombre con un sombrero de ala ancha avanzaba con el agua a media pierna. Más tarde, en la desembocadura del río, se podía ver el casco semioculto de un barco. Siempre existía la posibilidad de caer en una emboscada; demasiado cerca de la costa, si perdían el viento quedarían atrapados. Dienu estaba en el puente, tensa. Por un momento deseó que su infiel Io estuviese junto a ella; era tan rápido para tomar decisiones…
El hombre de la playa desplegó una bandera. Aparecieron los colores de Borlien.
Dienu llamó a los artilleros.
La distancia entre el barco y la costa disminuía. El hombre de la playa se había detenido con el agua en los muslos. Agitaba con seguridad la bandera. Esos locos borlieneses…
Dienu impartió órdenes al capitán de artilleros. El hombre saludó, descendió la escalerilla e instruyó a su gente. Operaban en pares; uno sostenía el cañón del arma, y otro apuntaba.
—¡Fuego! —gritó el capitán de artilleros. Hubo una pausa, y luego una salva de disparos.
Y así empezó la batalla de la barra de arena de Keevasien.
El Amistad Dorada estaba lo bastante cerca para que Hanra TolramKetinet pudiese distinguir los rostros de los soldados acodados sobre la borda. Vio que los artilleros dirigían sus armas hacia él.
Las insignias de las velas revelaban que se trataba de naves sibornalesas, sorprendentemente lejos del hogar. Se preguntó si el oportunista de su rey habría logrado un tratado con Sibornal para conseguir que le ayudaran en las Guerras Occidentales. No tenía motivos para considerar que eran hostiles, hasta que alzaron las armas.
El Amistad giró para ofrecer a sus artilleros la mejor posición de fuego. TolramKetinet calculó que el desplazamiento del barco no le permitiría acercarse más. A su izquierda, el Unión se adelantaba a la nave insignia, demasiado próximo a la punta oriental de la isla Keevasien. Oyó órdenes y vio que achicaba sus velas.
Las dos naves menores, que estaban cerca de la costa de Randonan, se encontraban a su derecha. El Buena Esperanza todavía luchaba contra la corriente oscura del brazo oeste del Kacol; la blanca Plegaria de Vajabahr ya había pasado. En todas las naves podía ver el brillo de los arcabuces apuntándole, excepto a bordo del Buena Esperanza.
Oyó que el capitán de artilleros daba orden de disparar. TolramKetinet dejó caer la bandera, giró, y zambulléndose en el agua comenzó a nadar hacia la barra de arena.
GortorLanstatet ya estaba cubriendo su retirada. Había colocado a sus hombres detrás de una pequeña elevación y dirigía la mitad de su potencia de fuego contra la nave insignia, y la otra mitad contra la carabela blanca. Esta última se acercaba rápidamente.
El teniente tenía a su lado un buen ballestero; le indicó que preparara un dardo cargado con pez ardiente.
Los proyectiles de plomo chasqueaban contra el agua en torno del general, que nadaba sumergido, saliendo a tomar aire la menor cantidad de veces que le era posible. Sabía que estaba rodeado de delfines, pero éstos no interferían en sus movimientos.
Bruscamente el fuego cesó. El general emergió a la superficie y miró hacia atrás. La carabela blanca que llevaba el jerograma de la Gran Rueda en sus velas se había interpuesto imprudentemente entre él y el Amistad Dorada. Los soldados de Shiveninki, apretujados en el castillito de proa, se disponían a disparar.
Las olas rompían contra él. La playa era demasiado empinada. TolramKetinet aferró una raíz y se izó entre los arbustos, arrastrándose unos metros hasta ponerse a cubierto; luego se dejó caer, el rostro contra la arena oscura, respirando agitadamente. Estaba ileso.
Ante su mirada interior se alzó el recuerdo del hermoso rostro de MyrdemInggala. Lareina hablaba con gravedad. Él recordó cómo se movían sus labios. Era un sobreviviente. Vencería por ella.
No era muy listo, en verdad. No debieron nombrarlo general. No poseía la capacidad natural de mando que tenía Lanstatet. Pero…
Desde que recibiera el mensaje de la reina de reinas en Ordelay —era la primera vez que ella se dirigía a él a nivel personal, aunque fuera por escrito— había pensado en la intención de JandolAnganol de divorciarse. TolramKetinet temía al rey. Su lealtad al trono estaba dividida. Aunque comprendía la conveniencia dinástica de la acción del monarca, esa decisión real alteraba los sentimientos de TolramKetinet. Se dijo, incluso, que era una traición el afecto que sentía por la reina. Pero si ella estaba en el exilio, las cosas eran diferentes; ya no se trataba de una traición. Y no debía lealtad al rey, quien sólo por celos lo había enviado a morir en la jungla de Randonan.
Se puso otra vez en pie y corrió hacia la zona defendida por GortorLanstatet.
Los soldados celebraron su llegada. Él los abrazó sin perder de vista el mar.
En un instante, la situación había cambiado en varios aspectos dramáticos. El Amistad Dorada, después de arriar las velas, echaba sus anclas. Se hallaba a unos doscientos metros de la costa. Un dardo encendido lanzado con buena fortuna por la ballesta había incendiado parte del bauprés y de la proa. Mientras los marineros combatían el fuego, dos botes se alejaban de la nave; al mando de uno de esos botes —aunque la información nada habría dicho a TolramKetinet— iba la Monja Almirante Odi Jeseratabahr, de pie en la proa. SartoriIrvrash había insistido en acompañarla, y permanecía sentado, de un modo más bien ignominioso, a sus pies.
El Unión también había encallado, y sus tropas, vadeando las aguas someras, se dirigían a la playa. Algo más cerca, la Plegaria de Vajabahr estaba clavada en los bajos con el velamen flojo, mientras un bote repleto de soldados bogaba torpemente hacia la costa. Ese bote era el blanco más cercano, y el fuego de los arcabuces le estaba causando no pocos daños.
Sólo el Buena Esperanza permanecía en su posición. Sorprendido por la corriente del Kacol, tenía todas las velas desplegadas apuntando hacia la isla Keevasien, pero sin contribuir de ningún modo a la batalla.
—Deben de creer que se están enfrentando a toda la guarnición de Keevasien —dijo GortorLanstatet.
—Por cierto que necesitaríamos esa guarnición. Si nos quedamos aquí, acabarán con nosotros.
Trece hombres mal armados no podían defenderse contra cuatro botes de soldados equipados con arcabuces de rueda.
En ese momento el mar se abrió y cayó la lluvia de assatassi.