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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Verano (62 page)

BOOK: Heliconia - Verano
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Seguro de que ya había hecho todo lo posible en ese lugar hostil, regresó a sus habitaciones. Como de costumbre Yuli se había acomodado para dormir delante de su puerta. El rey le dio una palmada y entró.

Junto a la cama había una bandeja con vino y hielo. Tal vez era la forma en que Sayren Stund demostraba su gratitud al huésped que se alejaba. Frunciendo el ceño, JandolAnganol bebió un vaso de vino dulce, y luego arrojó el jarro y la bandeja a un rincón.

Despojándose de sus ropas, se echó sobre la manta y se durmió de inmediato. Esa noche, su sueño fue más pesado que de costumbre.

Sus sueños fueron muchos y confusos. Fue muchas cosas, y finalmente un dios del fuego que se movía entre un líquido fuego dorado: el mar. MyrdemInggala cabalgaba sobre un delfín. Él se esforzaba por darle alcance. El mar lo retenía. Por fin la estrechó entre sus brazos. Estaban rodeados de oro. Pero el horror que acechaba en las márgenes del sueño se movía velozmente hacia él. No se trataba de MyrdemInggala. Su cuerpo era pesado y siniestro. Él lloraba mientras luchaba con ella. El oro corría por su garganta y sus ojos. Parecía como si ella fuese…

Despertó bruscamente. Durante un instante, no se atrevió a abrir los ojos. Estaba en la cama, en el palacio de Oldorando. Sus manos aferraban algo. Temblaba.

Casi contra su voluntad, sus ojos se abrieron. Sólo quedaba el oro del sueño. Manchaba la manta y las almohadas de seda. Él mismo estaba manchado.

Gritando, se incorporó y apartó las pieles que lo cubrían. Yuli estaba junto a él; pero sólo su cuerpo, frío. Habían cortado la cabeza del runt. Su sangre dorada había cesado de manar y se coagulaba ahora debajo del cadáver y debajo del rey.

Luego se arrojó al suelo, desnudo. Con el rostro sobre las baldosas, lloró. Los sollozos, que surgían de algún recóndito lugar de su alma, sacudían su cuerpo manchado de sangre.

En la corte de Oldorando se acostumbraba celebrar un servicio todas las mañanas, a la décima hora, en la capilla real situada debajo del palacio. Para honrar a su huésped, el rey Sayren Stund lo había invitado a leer todos los días —como era su propia costumbre— el reverenciado "Testamento de RainiLayam". Esa mañana los miembros reales de la fe se reunieron llenando la capilla de murmullos y especulaciones. Muchos no creían que el rey de Borlien se presentase.

JandolAnganol abandonó sus habitaciones. Se había bañado, y vestía, no el tradicional charfrul, sino una túnica hasta las rodillas, botas y una capa liviana. Su rostro estaba muy pálido. Sus manos temblaban. Caminaba a paso lento pero seguro, y parecía perfectamente dueño de sí.

Mientras bajaba las escaleras su armero lo alcanzó de prisa y le habló.

—Golpeé a tu puerta, majestad, y nadie respondió. Tengo al prisionero oculto en un armario de mi cuarto. Lo vigilaré hasta que la embarcación esté lista para zarpar. Sólo dime en qué momento conviene que lo suba disimuladamente a bordo.

—Quizás haya un cambio de planes, Fard Fantil. Tanto las palabras como los gestos del rey intranquilizaron al armero.

—¿Estás enfermo, señor? —preguntó Fard Fantil con una mirada de preocupación.

—Vuelve a tu cuarto. —Sin mirar atrás, el rey siguió bajando hasta el nivel del suelo, y luego hasta la capilla real. Fue el último en entrar. Se tocaba el introito con vrachs y tambores. Todos los ojos se volvieron hacia él mientras se dirigía, rígido como un muchacho con zancos, hacia su lugar en el palco junto a Sayren Stund. Sólo JandolAnganol continuaba con su vista fija en el altar, como si no tuviese conciencia de que estaba ocurriendo algo extraño.

El palco real estaba ubicado aparte, de frente a la congregación. Decorado en exceso, sus laterales tenían adornos de plata. Seis escalones curvos conducían a él. Justamente debajo, en un palco más sencillo al que se accedía por un solo peldaño, se encontraban la reina Bathkaarnet-ella con su hija.

JandolAnganol ocupó su lugar junto al otro rey, mirando al frente, y el servicio continuó. Sólo después del largo himno de alabanza a Akhanaba, Sayren Stund se volvió hacia él, y al igual que hiciera en días anteriores le indicó con una señal que leyera una parte del Testamento.

JandolAnganol descendió lentamente los seis escalones, caminó por las baldosas negras y rojas hasta el púlpito y se enfrentó con la congregación. El silencio era absoluto. Su rostro estaba blanco como el pergamino.

Confrontó aquel montón de pétreas miradas. En ellas leyó curiosidad, burla, odio. Ninguna denotaba simpatía salvo la de Milua Tal quien, como la primera vez que se vieron, le dirigía en ese momento la vieja Mirada Madi de la Aceptación.

—Deseo decir… Alteza Real, nobles, a todos quiero decir… Debéis perdonarme si no leo; aprovecharé en cambio esta oportunidad para hablar directamente con vosotros en este sitio sagrado, donde el Todopoderoso y Supremo Akhanaba oye todas las palabras y ve todos los corazones.

“Sé que leyendo en vuestros corazones verá que todos me deseáis el bien, como yo a vosotros. Mi reino es grande y rico. Sin embargo lo he dejado para venir aquí, solo, o casi solo. Buscamos la paz para nuestros pueblos. Yo la he buscado durante mucho tiempo al igual que mi padre antes que yo. La prosperidad de Borlien es el empeño de mi vida. Lo he jurado.”

“Y busco también otra cosa más personal. No poseo lo que más desea un hombre, más incluso que servir a su país. Me falta una reina.”

“La piedra que eché a rodar hace un año aún no se ha detenido. Entonces estaba resuelto a desposar a la hija de la Casa de Stund; ahora cumpliré esa intención.”

Se detuvo, como si él mismo estuviese alarmado por lo que iba a decir. Todas las miradas se clavaron en su rostro, como si buscaran en él la historia de la vida de aquel hombre.

—Por lo tanto, y no sólo en respuesta a lo que ha hecho su Alteza Real, el rey Sayren Stund, anuncio aquí, ante el trono de Quien está por encima de todo poder terreno, que yo, el rey JandolAnganol, de la Casa de Anganol, me propongo unir con lazos de sangre las naciones de Borlien y Oldorando. Tan pronto como sea posible tomaré en matrimonio a la inapreciable y amada hija de Su Majestad, la princesa Milua Tal Stund. La consagración de nuestras bodas se realizará, Akhanaba mediante, en mi capital de Matrassyl, hacia donde deseo partir sin tardanza hoy mismo.

Muchos miembros de la congregación se pusieron de pie para ver cómo respondía Sayren Stund a esta sorprendente novedad. Cuando JandolAnganol dejó de hablar, se convirtieron en estatuas bajo su fría mirada, y otra vez reinó en la capilla el más absoluto silencio.

Sayren Stund se había deslizado poco a poco de su asiento y ya no era visible. Una exclamación de Milua Tal rompió el silencio; recobrándose rápidamente de la sorpresa inicial, corrió a abrazar a JandolAnganol.

—Me mantendré a tu lado —dijo— y cumpliré mis deberes nupciales con lealtad.

XX - CÓMO SE HIZO JUSTICIA

Se encendieron petardos. Se reunieron muchedumbres que bebieron toneles de rathel. Se dijeron plegarias en los recintos más sagrados de la ciudad.

El compromiso de JandolAnganol con la princesa Milua Tal llenó de alegría a la población de Oldorando. No había razones lógicas para ello. La casa real de Stund y la Iglesia a que pertenecía vivían obviamente a expensas del pueblo. Había pocas oportunidades para la alegría, y eran sabiamente aprovechadas.

A partir del asesinato de la princesa Simoda Tal, el rey y su familia se habían ganado el afecto de la población, a cuya vida emocional contribuían acontecimientos tan horribles como ése.

Que ahora la hermana menor se casara con el antiguo prometido de la hermana muerta era un apreciado efecto teatral. Se hacían incesantes conjeturas acerca de la fecha en que la princesa había tenido su primera menstruación y —como era habitual acerca de los hábitos sexuales de los Madis. ¿Eran monógamos o absolutamente promiscuos? El interrogante continuaba abierto, aunque la opinión masculina, en general, sostenía esta última alternativa.

JandolAnganol gozaba de la aprobación de casi todos.

Para la opinión pública, era una figura atractiva; ni excesivamente joven ni desagradablemente viejo. Había estado casado con una de las mujeres más hermosas de todo Campannlat. En cuanto a la razón de que desposara ahora a una muchacha más joven que su propio hijo…, esas uniones dinásticas no eran raras; y la cantidad de niñas prostitutas del barrio de Uidok y de la Puerta del Este daba una respuesta sencilla al problema.

En cuanto al tema de los phagors la población era más neutral de lo que se creía en el palacio. Todo el mundo conocía la historia popular y la célebre destrucción de la ciudad por las hordas phagor. Pero eso había sido mucho antes. Ahora los phagors ya no merodeaban. Era raro verlos en Oldorando. A la gente le gustaba ir a contemplar la Primera Guardia Phagor en el Parque del Silbato, al otro lado del Valvoral.

Nada de esto contribuía a apaciguar el amargo resentimiento del rey Sayren Stund.

Nunca había sido un hombre decidido, y había dejado pasar el momento en que hubiera podido prohibir la unión. Se maldecía a sí mismo y especialmente a la reina Bathkaarnet-ella, quien aprobaba la boda.

Bathkaarnet-ella era una mujer simple. JandolAnganol le caía bien. Como decía, cantando, "le gustaba su aspecto". Aunque los seres de dos filos no le agradaban demasiado, veía en los constantes drumbles una intolerancia que fácilmente podía volverse contra los de su propia raza; los Madis no eran bien vistos en Oldorando y los actos de violencia contra ellos eran frecuentes. Por lo tanto, consideraba que ese hombre, capaz de proteger a los phagors, sería bondadoso con la única hija que a ella le quedaba.

Y había más. Bathkaarnet-ella sabía que Sayren Stund proyectaba desde hacía tiempo el casamiento de Milua Tal con Taynth Indredd, un príncipe de Pannoval, mucho más viejo y desagradable que JandolAnganol. No quería a Taynth Indredd. No le gustaba la perspectiva de que su hija viviera en la sombría Pannoval, enterrada bajo las Montañas Quzint. No era un destino apropiado para una Madi, o para la hija de una Madi. Mucho más conveniente resultaba una vida con JandolAnganol en Matrassyl.

De modo que, con su estilo humilde, se oponía al rey. Éste debía encontrar otro camino para expresar la ira. Y había uno que se ofrecía sin dilación.

Sayren Stund conservaba un aspecto exterior amable. No podía admitir ninguna responsabilidad por la muerte de Yuli. Llegó, incluso, a invitar a JandolAnganol para estudiar los arreglos previos a la boda.

Se encontraron en una habitación privada donde había grandes abanicos suspendidos del cielo raso, coloridos tapices Madi en lugar de ventanas, como se usaba en Pannoval, y tiestos de vulus.

Acompañaban a Sayren Stund su esposa y un consejero de asuntos religiosos, un hombre alto y hierático cuyo rostro semejaba un hacha, que estaba sentado en el fondo, en silencio y sin mirar a nadie.

JandolAnganol llegó con uniforme completo, escoltado por uno de sus capitanes, un hombre robusto y acostumbrado a la vida al aire libre que parecía algo confundido ante su nuevo rol diplomático.

Sayren Stund sirvió vino y ofreció un vaso a JandolAnganol, quien rechazándolo dijo:

—La fama de tus viñedos es universal, pero el vino me da sueño.

Ignorando la observación, Sayren Stund entró en tema.

—Nos alegra que te cases con la princesa Milua Tal. Sin duda recuerdas que te proponías desposar en Oldorando a mi hija asesinada. Te pedimos, entonces, que la ceremonia se cumpla aquí, y que esté a cargo del Santo C'Sarr, cuando llegue.

—Creía, señor, que estabas ansioso por que me marchara hoy mismo.

—Ha sido un malentendido. Además se nos informa que esa criatura domesticada que nos ofendía ha dejado de existir. —Mientras hablaba, los ojos se le deslizaron hacia el hierático consejero, como si buscaran su apoyo.—Puedes estar seguro de que los festejos serán dignos de ti.

—¿Piensas que el C'Sarr llegará dentro de tres días?

—Sus mensajeros ya están aquí. Nuestros agentes están en contacto con ellos. La comitiva ha pasado el lago Dorzin. Mañana esperamos a otros visitantes, como el príncipe Taynth Indredd, de Pannoval. Tu boda hará de la ocasión un solemne acontecimiento histórico.

Comprendiendo que Sayren Stund intentaba aprovechar la demora, JandolAnganol se retiró a un ángulo de la habitación para hablar con su capitán. Deseaba partir de inmediato antes de que se pudieran urdir nuevas traiciones. Pero para eso necesitaba una embarcación, y sólo Sayren Stund podía disponer de ellas. Y también estaba el problema —que el capitán le recordó— de SartoriIrvrash, quien en ese momento se encontraba atado, amordazado y a punto de sofocarse en el armario de Fard Fantil.

Se dirigió a Sayren Stund:

—¿Tenemos motivos para estar seguros de que el Santo C'Sarr querrá celebrar ese oficio? Ya es anciano, ¿verdad?

Sayren Stund hizo un mohín.

—Está envejeciendo. Es venerable. A mi juicio no puede decirse que sea un anciano. Debe de tener treinta y nueve y uno o dos décimos. Pero, por supuesto, puede objetar la alianza ya que Borlien sigue albergando phagors y se niega a obedecer toda demanda de drumbles. Yo mismo tiendo a ser dogmático en ese punto de la doctrina; pero naturalmente, debemos escuchar de sus labios el juicio definitivo.

Las mejillas de JandolAnganol ardían de furia. Con voz contenida, dijo:

—Hay razones para creer que nuestra adorada religión, a la que nadie es más fiel que yo, se inició como un sencillo culto a los phagors. Esto fue cuando hombres y phagors vivían de modo más primitivo. Aunque la historia eclesiástica intenta ocultar el hecho, el Todopoderoso es muy parecido, por su aspecto, a un ser de dos filos. En los siglos recientes, la imaginería popular ha esfumado algo esa similitud; sin embargo, ahí está.

“Nadie piensa hoy que los phagors sean todopoderosos. Yo sé, por mi experiencia personal, cuán dóciles son si se los trata con firmeza. Sin embargo, nuestra religión gira en torno de ellos. No puede ser justo, por lo tanto, perseguirlos en razón de los edictos de la Iglesia.”

Sayren Stund miró hacia atrás buscando la ayuda de su consejero. Ese hombre sabio dijo con voz hueca, sin alzar la vista:

—No es ésa la opinión que pueda agradar a Su Santidad el C'Sarr; él diría que el rey de Borlien blasfema contra la sagrada efigie de Akhanaba.

—Así es —agregó Sayren Stund Tampoco puede agradar a ninguno de nosotros, hermano. El C'Sarr debe casarte; y tú, guardarte tus puntos de vista.

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