Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
Los leños diseminados en el suelo se extinguieron a causa de la humedad, uno por uno. Finalmente, con los ojos enrojecidos, el rey se alejó del lugar y subió deprisa, como si alguien lo persiguiera, a una zona más caliente del palacio.
Entre las numerosas criadas había una vieja nodriza que pasaba la mayor parte del día postrada en las habitaciones de la servidumbre. JandolAnganol no había entrado en esas habitaciones desde que fuera niño. Encontró el camino sin vacilar y se dirigió a la anciana, quien saltó del lecho y se aferró a uno de sus barrotes, aterrorizada. Lo miró con espanto, apartándose el pelo de los ojos.
—Ha muerto, tu amo y amante —dijo JandolAnganol, sin expresión alguna—. Ocúpate de preparar su cuerpo para el entierro. Al día siguiente se declaró una semana de duelo, y la Primera Guardia Real Phagor desfiló con uniforme de luto por la ciudad.
La gente común, privada de diversiones por su pobreza, se apresuró a espiar la actitud del rey, aunque fuera de segunda o de tercera mano. Su relación con el palacio era estrecha, si bien subterránea. Todos conocían a alguien que conocía a algún funcionario real, y todos percibían el ánimo unas veces excitado y otras desesperado de JandolAnganol. Con la cabeza descubierta bajo los dos soles, acudieron en montón a la octava de tierra sagrada donde VarpalAnganol sería sepultado con las honras debidas a un rey.
Presidió el servicio el arcipreste de la Cúpula del Esfuerzo, BranzaBaginut. En un palco especialmente preparado, adornado con las banderas de la casa de Anganol, estaban los miembros de la scritina. Los notables mostraban en sus rostros más desaprobación por el rey vivo que pena por el muerto; pero igual concurrieron, temiendo las consecuencias de no hacerlo, acompañados por sus esposas.
De pie junto a la tumba abierta, JandolAnganol era la imagen misma del aislamiento. De vez en cuando miraba a su alrededor, como si esperara ver a Robayday. Esa mirada nerviosa se tornó más frecuente cuando colocaron el cuerpo de su padre, envuelto en una tela de oro, en la fosa cavada para él. Nada acompañaba al cadáver. Todos los presentes sabían que abajo, en el mundo de los gossies, los objetos materiales no eran necesarios. Como única concesión al rango de VarpalAnganol, doce mujeres de la corte se adelantaron y arrojaron flores sobre la forma inerte.
El arcipreste BranzaBaginut cerró los ojos y cantó:
—Las estaciones, en su avance, nos conducen a nuestra octava final. Así como hay dos soles, el menor y el mayor, también hay dos fases del ser, la Vida y la muerte; la menor y la mayor. Ahora un gran rey nos abandona para entrar en la fase mayor. El, que conocía la luz, ha descendido a la oscuridad…
Y mientras su poderosa voz silenciaba el rumor de la muchedumbre, que se acercaba con la misma actitud ansiosa de los perros que también asistían a la ceremonia y dirigían sus narices hacia la tumba, se arrojaron los primeros puñados de tierra.
En ese momento se oyó la voz del rey.
—Este Villano ha causado mi ruina y la de mi madre. ¿Por qué rezáis por él?
Dio un gran salto sobre la fosa, hizo a un lado al arcipreste y corrió, sin dejar de gritar, hacia el palacio, cuyas murallas se elevaban sobre la colina. Siguió corriendo más allá de la vista de la muchedumbre, y no se detuvo hasta llegar a los establos, donde montó en su hoxney y salió al galope hacia los bosques, mientras Yuli maullaba atrás, muy lejos.
Ese infortunado episodio, ese insulto dirigido por un hombre devoto a la religión establecida, encantó a la población de Matrassyl. Hasta en la cabaña más pobre se hablaba y reía, elogiándolo o condenándolo.
—Es un personaje Jandol, ¿verdad? —solía ser el cuidadoso Veredicto al que se llegaba en las tabernas, donde la muerte no era mirada con afecto, después de beber toda la tarde. Y la reputación del personaje creció, indignando a sus enemigos en la scritina.
Y no sólo a ellos, sino también a un joven delgado, de piel bronceada y ropas andrajosas, que presenciara el entierro y la partida del rey. Robayday no había estado muy lejos: vivía con un pescador en una isla entre los juncos de un lago cuando oyó la noticia de la muerte de su abuelo. Regresó a la capital con el ánimo alerta de un ciervo que se propone examinar de cerca a un león.
Al verla retirada del “personaje”, se atrevió a seguirlo, y montando en un hoxney, tomó un camino que desde la infancia le era familiar. No tenía la intención de enfrentar a su padre, ni sabía siquiera qué deseaba.
El personaje, en cuya mente había cualquier cosa menos humor, siguió un sendero que no había transitado desde la expulsión de SartoriIrvrash. Llevaba a una cantera oculta entre los blandos troncos de los rajabarales jóvenes; esos árboles, cuyo desarrollo llevaba cientos de años, eran casi imposibles de reconocer como las temibles fortalezas de madera en las cuales se convertirían cuando el verano del Gran Año transcurriese y llegara el nuevo invierno. Una vez calmada su fiebre, el rey ató a Lapwing a un árbol joven. Apoyó una mano en la lisa madera, y su frente en la mano. Vino a su memoria el cuerpo de la reina y la cadencia con que encendía su amor. Esas cosas buenas habían muerto sin que él se diera cuenta.
Después de un rato de silencio, llevó a Lapwing más allá del tronco del rajabaral padre, tan negro como un volcán apagado. Delante estaba la empalizada de madera que obstaculizaba el acceso a la cantera. Nadie la defendía. El rey entró.
El patio frontal estaba descuidado. La hierba, crecida. Un breve abandono había conducido a una larga decadencia. Un anciano de enmarañada barba blanca se adelantó y se inclinó ante JandolAnganol.
—¿Dónde está la guardia? ¿Por qué no está cerrada la puerta? —Pero sus palabras, dichas por encima del hombro mientras se acercaba a las jaulas, carecían de rigor.
El anciano, acostumbrado al humor del rey, fue lo bastante sensato como para no adoptar un tono similar, y respondió extensamente que todos los guardias, menos él, habían sido trasladados después de la caída del canciller. Estaba solo, y continuaba atendiendo a los cautivos, por lo que se creía merecedor de los favores de su majestad.
Lejos de mostrarse complacido, el rey unió sus manos a la espalda y asumió una expresión melancólica. Había cuatro grandes jaulas construidas contra la roca de la cantera; cada una estaba dividida en varios compartimientos, para mayor comodidad de los prisioneros. JandolAnganol dirigió su oscura mirada a esas jaulas.
En la primera había Otros. Para pasar el tiempo se suspendían del techo por las manos, los pies o las colas; cuando el rey se acercó, saltaron al suelo y corrieron hacia los barrotes, sacando entre ellos sus patas, parecidas a manos, desconocedores del alto rango del visitante.
Los que ocupaban la segunda jaula se alejaron del rey. En su mayoría se metieron en el compartimiento interior, fuera de su vista. La prisión estaba construida en la roca, para que no pudieran hacer túneles en la tierra. Dos de ellos se acercaron a los barrotes y miraron el rostro de JandolAnganol. Esos protognósticos eran Nondads, pequeñas criaturas fugitivas que muchas veces eran confundidas con Otros, a quienes se parecían. Llegaban hasta la cintura de los seres humanos, y sus rostros, con un prominente hocico, se parecían a los de los Otros. Cubrían sus genitales con breves taparrabos, y un pelaje suave, de color castaño claro, revestía sus cuerpos.
Los dos Nondads que se habían adelantado se dirigieron al rey, moviéndose nerviosamente. Su lenguaje era una extraña amalgama de silbidos, chasquidos y gruñidos. El rey los miró con una expresión combinada de desdén y simpatía antes de seguir a la tercera jaula.
Allí estaban prisioneros los protognósticos más adelantados, los Madis. Los Madis no se movieron cuando el rey se acercó, como habían hecho los ocupantes de las otras jaulas. Privados de su existencia migratoria, no tenían dónde ir; ni los ocasos de ambos soles ni las idas y venidas de los reyes significaban nada para ellos. Al ser observados por JandolAnganol, trataron de esconder sus rostros bajo las axilas.
La cuarta jaula era toda de piedra extraída de la cantera, como tributo a la mayor firmeza de voluntad de sus ocupantes, que eran humanos: en su mayoría hombres y mujeres de las tribus de Mordriat y Thribriat. Las mujeres se ocultaron en las sombras. Los hombres se adelantaron e imploraron al rey, con elocuencia, que los liberara, o al menos que no permitiera nuevos experimentos con ellos.
—Nada más se hará ahora —dijo él para sus adentros, sintiéndose casi tan nervioso como los cautivos.
—Señor, las humillaciones que hemos padecido…
Aún había en los rincones cenizas del Rustyjonnik; pero la erupción había cesado tan bruscamente como comenzara. El rey pateó las cenizas, alzando una pequeña tormenta de polvo con sus botas.
Aunque quienes más le interesaban eran los Madis —los estudiaba desde todos los ángulos y a veces se agachaba para hacerlo—, estaba demasiado inquieto para permanecer en un solo lugar. Los Madis trajeron a la rastra a una de sus mujeres, desnuda, y se la ofrecieron al rey a cambio de su libertad.
JandolAnganol se alejó disgustado, haciendo muecas.
Al salir el sol, se encontró de frente con RobaydayAnganol. Ambos permanecieron rígidos como gatos, hasta que Roba empezó a gesticular, con los brazos y los dedos abiertos. El viejo guardián de pelo blanco se acercó arrastrando los pies y quejándose.
—Los tienes cautivos para salvaguardar su cordura, poderoso rey —dijo Roba.
JandolAnganol se adelantó en un ágil movimiento, pasó el brazo por el cuello de su hijo y lo besó en los labios, como si esa forma de aproximación fuese premeditada.
—¿Dónde has estado, hijo? ¿Por qué tan esquivo?
—¿Acaso un muchacho no puede lamentarse entre las plantas, sino que debe acudir a la corte para hacerlo? —Sus palabras se perdieron mientras retrocedía y se limpiaba la boca con el dorso de la mano. Cuando dio contra la tercera jaula, echó atrás la otra mano para sostenerse.
Entonces un Madi se apoderó de su antebrazo. La hembra desnuda que habían ofrecido al rey le mordió el dedo pulgar salvajemente. Roba gritó de dolor. JandolAnganol se acercó a la jaula con la espada desenvainada. Los Madis retrocedieron y Roba quedó en libertad.
—Tienen tanta sed de sangre real como tu prometida —dijo Roba, saltando con las manos apretadas entre las rodillas—. Ya has visto cómo me ha mordido. ¿Te parece un acto propio de una madrastra?
El rey rió mientras envainaba.
—Ya ves qué ocurre cuando metes la mano donde no debes.
—Son temibles, señor, y piensan que han sido maltratados —dijo el viejo guardia, desde una distancia segura.
—Tu naturaleza te inclina al cautiverio, como las ranas se inclinan a las charcas —dijo Roba, sin dejar de saltar—. Pero pon en libertad a estos desventurados. Eran la locura de Rushven, no la tuya. Tú tienes locuras mayores que atender.
—Hijo, tengo un runt al que quiero, y que tal vez me quiere. Me sigue por afecto. ¿Por qué no me sigues tú para abusar de mí? Deja eso, y ven a vivir una vida razonable conmigo. No te haré daño. Si te he herido, lo lamento; me has dado motivos suficientes para lamentarlo. Acepta lo que te digo.
—Es muy difícil educar a los jóvenes, señor —comentó el guardián.
El padre y el hijo, apartados, se miraban. JandolAnganol refrenaba su mirada de águila, y parecía sereno. En el rostro terso de Roba ardía la furia.
—¿Necesitas otro runt que te siga? ¿No tienes bastantes cautivos en esta infame cantera? ¿Por qué has venido a gozar de este espectáculo?
—No he venido a gozar sino a aprender. Debería haber aprendido de Rushven. Necesito saber…, cómo son los Madis… Comprendo, muchacho, que temas mi amor. Temes la responsabilidad. Siempre has sido así. Ser rey es pura responsabilidad…
—Ser mariposa es la responsabilidad de la mariposa. Irritado por esa observación, el rey siguió andando ante las jaulas.
—Todo esto era responsabilidad de SartoriIrvrash. Quizás era cruel. Hacía que los ocupantes de estas cuatro jaulas se aparearan en combinaciones preestablecidas para ver los resultados. Lo escribía todo, a su manera. Y yo lo quemé todo, a la mía, como podrías agregar. Pues así fue. Con sus experimentos, Rushven halló una norma, que él llamaba una escala. Demostró que los Otros de la Jaula Uno podían producir a veces progenie cuando se apareaban con Nondads. Esta progenie no era fértil. No, los que no eran fértiles eran los descendientes de Nondads y Madis. No recuerdo bien los detalles. Los Madis tenían progenie de los humanos de la Jaula Cuatro. Esa progenie era en parte fértil.
“Hizo experimentos durante muchos años. Si se obliga a copular a Otros y Madis, no hay descendencia. Hay un sistema, una escala. Rushven descubrió estos hechos. Era un hombre bueno. Hacía esto por el conocimiento.”
“Probablemente lo censurarás, como censuras a todos, aparte de ti mismo. Pero Rushven pagó por esos conocimientos. Un día, hace dos años, tú estabas ausente, en el desierto, como de costumbre, su esposa vino a la cantera a alimentar a los cautivos y los Otros lograron huir de su celda. La hicieron pedazos. Este viejo guardián te lo podrá contar.”
—El brazo es lo primero que encontré, señor —dijo el guardián, complacido de que lo mencionaran—. El brazo izquierdo, para ser preciso, señor.
—Sin duda, Rushven pagó por sus conocimientos. También yo he pagado por los míos, Roba. Llegará un momento en que también tú tendrás que pagar un precio. No siempre será verano.
Roba arrancó hojas de un arbusto, como si quisiera destruirlo, y envolvió con ellas su mano herida. El guardián intentó ayudarle, pero Roba le lanzó un puntapié con el pie descalzo.
—Este lugar maloliente… Estas jaulas malolientes… Ese maloliente palacio… Llevar la cuenta de esos inmundos coitos… Mira, una vez, antes de que nacieran los reyes, el mundo era una gran bola blanca en una taza negra. Entonces vino el gran kzahhn de los phagors y se ayuntó con la reina de todos los humanos; la abrió en dos con su enorme prodo y la llenó hasta arriba de espuma dorada. Ese rumbo sacudió tanto al planeta que lo arrancó de su frigidez invernal y provocó las estaciones…
La risa le impidió terminar la frase. El viejo guardián parecía disgustado. Se dirigió al rey.
—Puedo asegurar, señor, que el canciller jamás hizo aquí un experimento semejante. De eso estoy seguro.
JandolAnganol permaneció inmóvil, con los ojos brillantes de ira, hasta que terminó el acceso de risa de su hijo. Le dio la espalda antes de hablar.