Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
Desde un confín al otro del Mar de las Águilas los assatassi se lanzaron como flechas desde el agua hacia la costa.
Los pescadores dedicaban ese día y el siguiente a la celebración y el festín. Sólo ocurría una vez, al comienzo de cada verano durante el Gran Verano, en el momento de la marea alta. En Lordryardry estaban listas las redes, y en Ottassol las telas enceradas permanecían extendidas. En Gravabagalinien, los delfines habían advertido a la reina que se mantuviera alejada de la peligrosa costa. Lo que era abundancia para los entendidos era una lluvia de muerte para los ignorantes.
Los cardúmenes de assatassi se desplazaban desde el centro del océano hacia las costas. Sus migraciones durante el Gran Verano cubrían todo el globo. Sus terrenos de caza se encontraban en las lejanas aguas del Mar Ardiente, que ningún hombre había visitado. Al llegar a la madurez, los assatassi iniciaban su largo viaje hacia el este, en dirección contraria a las corrientes oceánicas. Atravesaban el mar de Climent y las angostas puertas de los estrechos de Cadmer.
Allí los cardúmenes se aproximaban entre sí. Esta forzada convivencia, junto con el principio de los monzones en el mar de Narmosset, provocaba un cambio en su comportamiento. Lo que había sido un viaje largo y sosegado, sin finalidad aparente, se convertía luego en una carrera que había de terminar en el vuelo mortal.
Pero para que se cumpliera ese vuelo, esa muerte deseada a lo largo de miles de millas de costa, era necesario aún otro factor. La marea debía ser la adecuada.
Durante los siglos del invierno, los mares no carecían precisamente de mareas. Después de los negros años del apastron, la gigantesca masa de Freyr hacía sentir su influencia, atrayendo el planeta helado hacia la luz, y conmoviendo también sus mares. Ahora, a sólo 118 años terrestres del periastron, su atracción de la masa oceánica era muy considerable. Y en este preciso momento, las masas combinadas de Freyr y Batalix actuaban de manera conjunta. El resultado era un incremento del sesenta por ciento, con respecto al invierno, en la violencia de las mareas.
La estrechez de los mares entre Hespagorat y Campannlat y la potencia de las corrientes hacia el oeste conspiraban para que las mareas de primavera ascendieran y rompieran súbitamente con dramática ferocidad. Los cardúmenes de assatassi se unían a esa fabulosa marejada.
Las naves de la flota sibornalesa se encontraron de pronto sin agua bajo los cascos, y luego sacudidas por una marea que se precipitaba sin aviso desde el mar. Antes de que los tripulantes pudieran comprender lo que ocurría, los assatassi estaban sobre ellos. El vuelo mortal había comenzado.
El assatassi era un pez necrogenético, o más correctamente, un pez-lagarto. En su madurez alcanzaba una longitud de cuarenta y cinco centímetros. Poseía dos grandes ojos facetados; pero su rasgo distintivo era un rígido pico de hueso, unido a su fuerte cráneo. En su vuelo mortal, el assatassi alcanzaba suficiente velocidad para que ese pico atravesara el cuerpo de un hombre.
En Keevasien, los assatassi surgieron de la superficie a unos cien metros, mar adentro, del Amistad Dorada. Su masa llenaba el aire hasta tal punto, que aquellos que volaban a quince metros de altura y los que casi rozaban el agua componían un solo cuerpo de veloces peces-lagarto. Brillaban como miríadas de espadas. El aire mismo era una espada.
La nave insignia fue barrida de proa a popa. Nadie quedó indemne en la cubierta. La banda del barco que miraba hacia el mar estaba cubierta de criaturas que colgaban de sus picos hundidos en la madera. Pero los botes llevaron la peor parte. Con sus tablas deshechas, los cuatro se hundieron. Todos los soldados sufrieron heridas, y muchos murieron. Sus gritos de dolor fueron tragados por los chillidos de las aves marinas que descendían en busca de alimento.
La primera oleada de assatassi duró dos minutos.
Sólo los hombres de TolramKetinet resultaron ilesos. Un fuerte oleaje había caído sobre ellos, de modo que aún estaban postrados y semiinconscientes mientras los assatassi pasaban por encima.
Cuando cesó el bombardeo, sólo vieron caos alrededor de ellos. Los sibornaleses se debatían en el agua, mientras se acercaban grandes peces de presa. El Buena Esperanza parecía derivar hacia el mar, con el palo mayor destrozado. El fuego de los mástiles del Amistad Dorada se extendía sin control. Los árboles y rocas de la vecindad estaban cubiertos de cuerpos desgarrados de peces. Muchos assatassi aparecían clavados por sus picos en lo alto de las ramas y los troncos de los árboles, o encajados en inaccesibles grietas de las rocas. El vuelo mortal había llevado a muchos de ellos tierra adentro. Las sombrías junglas de la desembocadura del Kacol estaban cubiertas de peces-lagarto que se pudrirían antes de la puesta de Batalix.
Lejos de tratarse de una morbosa fantasía, la conducta de los assatassi era una prueba de la versatilidad con que se perpetuaban las especies. Aunque en otros aspectos muy distintos, al igual que el yelk, el biyelk y el gunnadu, que cubrían en invierno las heladas llanuras de Campannlat, los assatassi eran necrógenos y sólo se reproducían a través de la muerte.
Los assatassi eran hermafroditas. Demasiado rudimentarios para estar equipados con un aparato normal de reproducción, se multiplicaban muriendo. Sus crías nacían en sus intestinos, en la forma de gusanos delgados como hebras. Cuidadosamente protegidas, sobrevivían al impacto del vuelo mortal y se alimentaban del cadáver.
Comiendo se habrían paso hasta el mundo exterior. Allí se metamorfoseaban en unas larvas con patas, muy parecidas a las iguanas en miniatura. En el otoño del año pequeño, esas iguanas en miniatura, que hasta ese momento eran animales de tierra, retornaban al gran mar original, en el cual se hundían sin dejar huella, como granos de arena, para reiniciar el ciclo vital de los assatassi.
Tan asombroso había sido el brusco giro de los acontecimientos que TolramKetinet y Lanstatet se pusieron de pie para mirar a su alrededor. La inmensa ola que invadiera la costa, había sido el preludio de una marea creciente que ponía en dificultades a los sibornaleses que intentaban llegar a la orilla.
La primera ola había subido por el Kacol, cuyas aguas regresaban ahora, trayendo negros lodos que manchaban el mar. A la izquierda de TolramKetinet un ominoso torrente de cadáveres salía por la desembocadura del río, acompañado por chillonas aves marinas. El general pensó que los muertos de Keevasien estaban a punto de encontrar sepultura.
La ola había volcado el bote del Amistad Dorada. Aquellos que no permanecieron sumergidos bastante tiempo, sufrieron las consecuencias de la nube de peces-lagarto.
SartoriIrvrash se encontró en el agua debatiéndose entre los heridos. Vio a Odi Jeseratabahr. Tenía una mejilla lastimada, y un pez-lagarto estaba clavado en la parte posterior de su cuello. Las gaviotas depredadoras atacaban a los heridos. Él estaba ileso. Se dirigió hacia Odi, la alzó en sus brazos, y comenzó a avanzar hacia la costa. El agua era cada vez más profunda.
Fijó la mirada en el assatassi clavado en el cuello de la mujer; en los grandes ojos facetados del pez aún brillaba la vida.
—¿Cómo puede la humanidad defenderse de la naturaleza cuando ésta cae sobre ella como un diluvio indiferente a lo que arrastra? —se preguntó—. ¡De poco sirves, Akhanaba, maldito hrattock!
Apenas podía sostener sobre su cuerpo la cabeza de la desvanecida Odi. A pocos metros había una playa, pero el agua no dejaba de crecer. Gritó de miedo y entonces vio a un hombre que se parecía al general tan odiado por JandolAnganol, TolramKetinet.
TolramKetinet y GortorLanstatet contemplaban la Plegaria de Vajabahr situada muy cerca a la derecha de ellos. La ola la había arrojado a la playa, pero la violenta correntada del Kacol la había devuelto al mar. Aparte de los assatassi que acribillaban su flanco de estribor, estaba en buenas condiciones. La tripulación, totalmente desmoralizada, se arrojaba a la costa y corría hacia los árboles en busca de protección.
—Ese barco nos está esperando, Gortor. ¿Qué te parece?
—No soy un marino, pero la brisa se levanta.
El general encaró a sus doce hombres.
—Mis valientes y bravos camaradas, si a uno solo de vosotros le hubiese faltado un momento el coraje, todos habríamos perecido. Ahora sólo necesitamos una última hazaña para estar seguros. Nadie puede ayudarnos en Keevasien, de modo que lo mejor será navegar junto a la costa. Tomaremos prestada esa carabela blanca. Es un regalo, aunque tal vez haya que pelear por ella. ¡Preparad las espadas y seguidme!
Mientras corrían hacia la ribera, TolramKetinet estuvo a punto de chocar contra un hombre que salía del agua con una mujer en los brazos. El hombre pronunció su nombre.
—¡Hanra! ¡Auxilio!
Vio con sorpresa que se trataba del canciller de Borlien. Otra víctima de JandolAnganol, pensó.
Se detuvieron. Lanstatet ayudó a SartoriIrvrash, y dos de sus hombres sostuvieron a la mujer, que gemía, recobrando la conciencia. Todos se lanzaron hacia la Plegaria de Vajabahr.
Los tripulantes y soldados del barco de Shiveninki habían sufrido bajas. Había varios muertos, la mayoría de los heridos estaba en la costa. Las aves marinas devoraban a los peces-lagarto atrapados en las jarcias. Sólo quedaba un puñado de soldados con sus oficiales en condiciones de combatir. Pero el grupo de TolramKetinet trepó por la banda que daba al mar y los tomó por sorpresa. Casi no opusieron resistencia. Después de un desganado conato, se rindieron, y fueron obligados a saltar a tierra. GortorLanstatet descendió con tres hombres para alejar a cualquiera que se hubiese ocultado en las inmediaciones. A los siete minutos del abordaje, estaban listos para partir.
Ocho hombres empujaron mar adentro la embarcación. Lentamente giró y las velas se hincharon, a pesar de los desgarrones causados por los assatassi.
—¡Vamos! ¡Vamos! —gritaba TolramKetinet desde el puente.
—Odio los barcos —gritó GortorLanstatet. Luego cayó de rodillas y rezó, con las manos sobre la cabeza. Hubo una explosión y una brusca lluvia se abatió sobre ellos.
El abordaje había sido visto desde el Amistad Dorada. Un artillero disparaba uno de los cañones desde unos doscientos metros de distancia.
Mientras la Plegaria, a la velocidad de un hombre andando, salía del amparo de la jungla, recibió una brisa más sostenida. Sin necesidad de órdenes, dos borlieneses prepararon uno de los cañones de cubierta. Dispararon una vez contra el Amistad Dorada; luego, el ángulo entre ambas naves se tornó tan agudo que resultó imposible poner en posición el cañón de cubierta para apuntar a la nave insignia.
Los hombres de esta última se enfrentaban con el mismo problema. Hicieron fuego pero la bala se perdió entre la vegetación; no volvieron a disparar. Los ocho hombres que permanecían en el agua treparon por la jarcia de cubierta, aplaudiendo mientras la Plegaria ganaba impulso.
El follaje de la isla se deslizaba a babor. Aves de presa atacaban los árboles, devorando a los assatassi, rodeados por nubes de tábanos y abejas que zumbaban ferozmente. La Plegaria estaba a punto de pasar junto al barco Uskuti, el Unión, cuya proa aún apuntaba a tierra.
—¿Podéis volarla mientras pasamos? —gritó GortorLanstatet a los artilleros.
Éstos corrieron a babor, abrieron el mandilete y cargaron el pesado cañón. Pero la nave iba a demasiada Velocidad, y no pudieron terminar a tiempo su tarea.
El caído en desgracia, Io Pasharatid, estaba entre los soldados y marineros del Unión que abandonaron el barco huyendo del vuelo mortal de los assatassi. Había sido el primero. Su deserción se debía más al cálculo que al temor.
Era el único, en la flota sibornalesa, que conocía Keevasien. La había visitado durante su recorrida por el país cuando asumió el cargo de embajador ante la corte de Borlien. No le agradaba el lugar, pero pensaba que podría comprar allí algo para mitigar el aburrimiento de las raciones que se servían en la nave. Su cálculo era que si desaparecía durante un par de horas mientras duraba el pánico general, nadie lo advertiría.
Cuando vio las ruinas incendiadas de la ciudad cambió de idea. Regresó al escenario de la acción a tiempo para ver huir, junto a su propio barco, a la Plegaria de Vajabahr con el favorito de la reina de reinas, Hanra TolramKetinet, de pie en el puente.
Io Pasharatid no se interesaba exclusivamente por sí mismo, aunque los celos motivaron en parte su actitud. Corrió a reunir a los hombres agazapados entre los arbustos, llevándolos de vuelta al Unión, al cual la ola había depositado sin daños sobre la playa.
Después de maniobrar con los remos, y con la ayuda de la marea, lograron desencallar la nave. Izaron las velas y, lentamente, la proa giró hacia el mar abierto.
Se hicieron señales con las banderas, informando que el Unión se lanzaba en persecución de la nave pirata. Las señales estaban destinadas a los ojos de Dienu Pasharatid, a bordo del Amistad Dorada, pero ella no volvería a leer otra señal. Su muerte había sido una de las primeras que ocasionara el vuelo mortal de los assatassi.
Sólo cuando estuvieron fuera de la bahía, impulsados contra las corrientes oceánicas por el suave y fresco viento del oeste, TolramKetinet y SartoriIrvrash pensaron en abrazarse.
Después de contarse uno a otro parte de sus aventuras, TolramKetinet dijo:
—Tengo poco de qué enorgullecerme. Soy un soldado y no puedo quejarme del lugar adonde me envían. Las fuerzas de mi mando se disolvieron sin dar una sola batalla. Es una desgracia que siempre me acompañará. Randonan devora íntegros a los hombres.
Después de un momento, el ex canciller dijo:
—Yo estoy agradecido por mis viajes, tan poco previstos como los tuyos. Los sibornaleses me han utilizado, pero de esa experiencia ha surgido algo valioso. Más que valioso.
Señaló a Odi Jeseratabahr, quien con la herida ya vendada y los ojos cerrados escuchaba hablar a los hombres.
—Estoy envejeciendo y los amores de los viejos son siempre tema de broma para los jóvenes como tú, Hanra. No, no lo niegues. —Rió.— Y algo más. He comprendido por primera vez cuán afortunadas son las generaciones que, como la nuestra, viven en este momento del Gran Año, cuando reina el calor. ¿Cómo pudieron sobrevivir al invierno nuestros antepasados? Y la rueda seguirá girando, y será de nuevo invierno. Qué destino maligno, vivir cuando Freyr muere y no conocer otra cosa. En algunas partes de Sibornal, la gente no ve a Freyr durante los siglos del invierno.