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Authors: Max Brooks

Tags: #Terror, #Zombis

Guerra Mundial Z (25 page)

BOOK: Guerra Mundial Z
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Pero no lo hizo
.

Eso daba igual, porque la película tuvo tal éxito que me pidieron una serie entera. La llamé
Armas asombrosas
, siete películas sobre la tecnología de vanguardia de nuestro ejército. Era una tecnología que no aportaba ninguna diferencia estratégica, pero que ganaba la batalla psicológica.

¿
No es eso…
?

¿Una mentira? No pasa nada, puede decirlo. Sí, había mentiras, y, a veces, mentir no es algo malo. Las mentiras no son buenas ni malas; como un buen fuego, pueden mantenerte caliente o quemarte vivo, según cómo las uses. Las mentiras que nos contó nuestro gobierno antes de la guerra, las que se suponía que nos mantenían ciegos y felices, ésas eran de las que quemaban, porque nos impedían hacer lo que había que hacer. Sin embargo, cuando filmé
Avalón
, todo el mundo estaba ya haciendo lo que tenía que hacer para sobrevivir. Las mentiras del pasado habían desaparecido tiempo atrás y la verdad estaba en todas partes, arrastrándose por nuestras calles, atravesando nuestras puertas, desgarrándonos el cuello. La verdad era que daba igual lo que hiciéramos porque lo más seguro era que muchos o todos nosotros no viésemos un futuro. La verdad era que estábamos frente a lo que podría ser el crepúsculo de nuestra especie, y la verdad hacía que cien personas murieran de impotencia cada noche. Necesitaban algo que los calentase, así que mentí, igual que mintió el presidente, y todos los médicos, sacerdotes, jefes de pelotón y padres del mundo. «Todo saldrá bien», ése era nuestro mensaje. Era el mensaje que enviaron los demás cineastas durante la guerra. ¿Ha oído hablar de
La Ciudad de los Héroes
?

Por supuesto
.

Una gran película, ¿verdad? Marty la rodó durante el Asedio, él sólo, con cualquier medio al que podía echar mano. Qué obra maestra: el valor, la decisión, la fuerza, la dignidad, la amabilidad y el honor. Realmente hace que tengas fe en la raza humana. Es mejor que cualquier cosa que haya hecho yo; debería verla.

Ya la he visto
.

¿Qué versión?

¿
Cómo dice
?

¿Qué versión ha visto?

No sabía que…

¿Que hubiese dos? Tiene que hacer bien los deberes, joven. Marty hizo una versión de
La Ciudad de los Héroes
antes de la guerra y otra después. ¿La versión que vio duraba noventa minutos?

Eso creo
.

¿Mostraba el lado oscuro de los héroes de
La Ciudad de los Héroes
? ¿Mostraba la violencia y la traición, la crueldad, la depravación, la maldad sin límites que se escondía en los corazones de esos héroes? No, claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo? Era nuestra realidad, y eso era lo que hacía que mucha gente se metiese en la cama, apagase las velas y respirase su último aliento. Marty decidió, en cambio, enseñar el otro lado, el que hace que la gente quiera levantarse por la mañana, que desee pelear con uñas y dientes por su vida, porque alguien les dice que todo va a salir bien. Existe una palabra que define ese tipo de mentira: esperanza.

Base de la Guardia Nacional Aérea de Parnell (Tennessee)

[Gavin Blaire me acompaña hasta la oficina de su comandante de escuadrón, la coronel Christina Eliopolis. A pesar de ser una leyenda tanto por su carácter como por su excepcional historial bélico, resulta difícil entender cómo tanta intensidad puede contenerse en una figura tan diminuta, casi infantil. Sus largos rizos negros y delicados rasgos faciales no hacen más que reforzar una imagen de eterna juventud. Entonces se quita las gafas de sol y veo el fuego que le arde en los ojos.]

Yo era piloto de Raptor, el FA-22. Se trataba, sin duda, de la mejor plataforma de superioridad aérea que se ha construido. Podía volar más deprisa y mejor que Dios y todos sus ángeles. Era un monumento a la destreza técnica de los Estados Unidos… y, en esta guerra, esa destreza no valía una mierda.

Tuvo que resultarle frustrante
.

¿Frustrante? ¿Sabe qué se siente cuando, de repente, te dicen que el único objetivo que has tenido en tu vida, por el que has sufrido y lo has sacrificado todo, por el que te has esforzado hasta límites que ni siquiera conocías, se considera «estratégicamente inválido»?

¿
Diría usted que se trataba de un sentimiento común
?

Se lo diré de otra forma: el ejército ruso no fue el único servicio diezmado por su propio gobierno. El Decreto de reconstrucción de las fuerzas armadas básicamente neutralizó las fuerzas aéreas. Algunos «expertos» del DeStRes determinaron que nuestra relación recursos-muertes era la más desequilibrada de todas las ramas militares.

¿
Podría darme algunos ejemplos
?

¿Qué me dice de la JSOW, la Joint Standoff Weapon
[37]
? Era una bomba de gravedad, guiada por GPS y navegación inercial, que podía lanzarse desde una distancia máxima de sesenta y cinco kilómetros. La versión básica llevaba ciento cuarenta submuniciones BLU-97B, y cada bombita contaba con una carga hueca contra objetivos blindados, una carcasa de fragmentación contra infantería y un anillo de circonio para abrasar una zona de combate entera. Lo habían considerado un triunfo, hasta que llegó Yonkers.
[38]
Después de eso, nos dijeron que el precio de un equipo de JSOW (los materiales, la mano de obra, el tiempo y la energía, por no mencionar el combustible y el mantenimiento en tierra necesario para el avión que los liberaba) servía para pagar un pelotón de mierdecillas de infantería que podían cargarse a mil veces más zombis. No se aprovechaba bien la pasta, como les gustaba decir a nuestras antiguas joyas de la corona. Nos atravesaron como si fueran un láser industrial: los B-2 Spirits, fuera; los B-1 Lancers, fuera; incluso los viejos y gordos B-52, todos fuera. Si añadimos los Eagles, los Falcons, los Tomcats, los Hornets, los JSF y los Raptors, se perdieron más aviones de combate de un plumazo que luchando contra todos los SAM, Flak y cazas enemigos de la historia.
[39]
Al menos no desguazaron los recursos, gracias a Dios, sino que los guardaron en almacenes o en ese enorme cementerio del desierto, en el AMARC.
[40]
Lo llamaron «inversión a largo plazo»; es algo en lo que siempre se puede confiar: mientras luchamos en una guerra nos preparamos para la siguiente. Nuestra capacidad aérea, al menos la organización, quedó casi intacta.

¿
Casi
?

Los Globemasters tuvieron que desaparecer, al igual que todo lo demás que funcionase con un reactor que consumiese montones de combustible. Eso nos dejaba con los aviones propulsados por hélices. Pasé de pilotar lo más parecido a un caza X-Wing a pilotar lo más parecido a un camión de mudanzas.

¿
Era ésa la tarea principal de las fuerzas aéreas
?

Nuestro primer objetivo era el reabastecimiento aéreo, el único que realmente importaba.

[Señala un mapa amarillento que está en la pared.]

El comandante de la base dejó que me lo quedara después de lo que me pasó.

[Es un mapa de los Estados Unidos continentales durante la guerra. Todo el terreno al oeste de las Rocosas aparece sombreado en gris claro. En la zona gris se ven diferentes círculos de colores.]

Islas en el Mar de Zeta. Las verdes indican instalaciones militares activas; algunas se habían convertido en centros de refugiados, otras seguían contribuyendo a los esfuerzos bélicos, y otras estaban bien defendidas, pero no tenían importancia estratégica.

Las zonas rojas estaban etiquetadas como «ofensivas viables»: fábricas, minas, centrales eléctricas. El ejército había dejado equipos de vigilancia allí durante la gran retirada, con la misión de proteger y mantener las instalaciones para cuando llegase el momento, si llegaba, de sumarlas a los recursos bélicos globales. Las zonas azules eran áreas civiles en las que la gente había conseguido resistir, hacerse con parte del terreno y arreglárselas para vivir dentro de sus fronteras. Todas aquellas zonas necesitaban suministros, y de eso iba el «Puente Aéreo Continental».

Era una operación a gran escala, no sólo por la cantidad de aviones y combustible, sino también por la organización; en términos estadísticos, se trataba de la empresa de mayor envergadura de la historia de las fuerzas aéreas, porque había que seguir en contacto con todas las islas, procesar sus necesidades, coordinarse con el DeStRes e intentar suministrar y priorizar todo el material para cada lanzamiento.

Intentamos no utilizar productos consumibles que requerían lanzamientos regulares, como comida y medicinas. Se clasificaban como lanzamientos de dependencia y eran menos importantes que los lanzamientos de autonomía, como las herramientas, las piezas de repuesto y las herramientas para fabricar esos repuestos. «No necesitan pescado —decía Sinclair—, necesitan cañas de pescar.»

Sin embargo, todos los otoños lanzábamos un montón de pescado, trigo, sal, vegetales desecados, leche en polvo para bebés… Los inviernos eran duros, ¿lo recuerda? Ayudar a la gente a que se valga por sí misma es una gran teoría, pero, para eso, tienen que seguir vivos.

A veces teníamos que soltar a personas, a especialistas como médicos o ingenieros, profesionales con una formación que no se puede obtener de un manual. Las zonas azules recibieron muchos instructores de las fuerzas especiales, no sólo para enseñarlos a defenderse mejor, sino también para prepararlos para el día en que tuviesen que pasar a la ofensiva. Respeto mucho a esos tíos; la mayoría sabían que se quedarían allí hasta que todo acabase, porque muchas de las zonas azules no tenían puentes aéreos, así que tenían que lanzarse en paracaídas sin ninguna esperanza de que volviesen a recogerlos. Algunos de aquellos lugares acabaron cayendo y la gente que se lanzaba sabía los riesgos que corría. Unos valientes, todos ellos.

Eso también vale para los pilotos
.

Oiga, no estoy minimizando los riesgos que corríamos nosotros. Todos los días teníamos que sobrevolar cientos, a veces miles, de kilómetros de territorio infestado. Por eso teníamos las zonas moradas. [Se refiere al último color del mapa. Hay pocos círculos morados, y están a bastante distancia unos de otros.] Los establecimos como instalaciones para reparaciones y repostar combustible. Muchos aviones no tenían la capacidad necesaria para llegar hasta zonas remotas de la Costa Este si no podían repostar en vuelo. Las zonas moradas ayudaron a reducir el número de aviones y tripulación perdidos en ruta y aumentaron hasta el noventa y dos por ciento la supervivencia de nuestra flota. Por desgracia, yo formaba parte del otro ocho por ciento.

Nunca sabré con certeza qué fue exactamente lo que nos derribó: una avería mecánica o la fatiga mental unida al mal tiempo. Puede que fuese un problema de etiquetado o manipulación de nuestra carga; aunque preferíamos no pensar en ello, pasaba a menudo. A veces, si no se empaquetaba bien un material peligroso o, Dios no lo quisiera, algún descerebrado inspector de calidad dejaba que su gente montase los detonadores antes de embalarlos para el viaje… Eso le pasó a un amigo mío en un viaje rutinario entre Palmdale y Vandenberg; ni siquiera estaba cruzando una zona infestada, pero llevaba doscientos detonadores de tipo 38 y, por accidente, todos tenían las baterías activadas y programadas para estallar con la misma frecuencia de nuestra radio.

[Chasquea los dedos.]

Puede que eso nos pasase a nosotros. Estábamos en un vuelo entre Phoenix y la zona azul de las afueras de Tallahassee, en Florida. Era finales de octubre, lo que entonces prácticamente equivalía a pleno invierno. Honolulú intentaba aprovechar todos los lanzamientos posibles antes de que el tiempo nos obligase a refugiarnos hasta marzo. Era nuestro noveno vuelo de la semana y estábamos tomando
tweeks
[41]
, esos pequeños estimulantes azules que te permitían seguir adelante sin fastidiarte los reflejos ni el juicio. Supongo que funcionaban, aunque me daban ganas de orinar como una loca cada veinte minutos. Mi tripulación, los chicos, solían meterse conmigo, ya sabe, diciendo que las chicas están todo el día meando. Sé que no lo hacían con mala intención, pero, aún así, intentaba aguantarme todo lo posible.

Después de dos horas dando tumbos por una turbulencia de las malas, no pude aguantarlo más y le pasé el mando al copiloto. Acababa de bajarme la cremallera cuando noté una gran sacudida, como si Dios acabase de darle una patada a nuestra cola… y, de repente, empezamos a caer en picado. Nuestro C-130 ni siquiera tenía un baño de verdad, sino tan sólo un váter químico portátil con una cortina de ducha de plástico grueso. Puede que eso me salvara la vida, porque, de haber estado atrapada en un compartimento de verdad, quizá inconsciente o sin poder llegar al pomo de la puerta… De repente oí un chirrido, noté una impresionante ráfaga de aire a alta presión y salí volando por la parte de atrás del avión, pasando justo por donde tendría que haber estado la cola.

Empecé a bajar en espiral, sin control. Podía distinguir el avión, una masa gris que se encogía y humeaba en su descenso hacia el suelo. Me enderecé y tiré del paracaídas; todavía estaba mareada, intentando recuperar el aliento, y la cabeza me daba vueltas. Conseguí coger la radio y empecé a gritarle a mi tripulación que respondiera, sin obtener respuesta. Sólo podía ver otro paracaídas, la única persona que logró salir, aparte de mí.

Ése fue el peor momento, allí colgada, indefensa. Podía ver el otro paracaídas, por encima de mí, al norte, a unos tres kilómetros y medio. Busqué a los demás; probé de nuevo con la radio, pero no tenía señal, así que supuse que se habría estropeado durante mi «salida»; intenté orientarme: estaba en algún lugar del sudeste de Lousiana, en un desierto pantanoso que parecía no tener fin. En cualquier caso, no estaba segura, porque mi cerebro seguía dando palos de ciego. Al menos me quedaba el sentido común suficiente para comprobar lo esencial: podía mover las piernas y los brazos, no me dolía nada, ni tampoco sangraba; me aseguré de que mi equipo de supervivencia siguiera intacto, todavía atado con correas a mi muslo, y que mi arma, mi Meg
[42]
, siguiera clavándoseme en las costillas.

¿
La habían preparado las fuerzas aéreas para situaciones como aquélla
?

Todos teníamos que pasar por el «Programa de fuga y evasión» de Willow Creek, en las montañas Klamath de California. Incluso nos metían a unos cuantos zombis de verdad, marcados y controlados, y los colocaban en lugares específicos para que pareciese real. Es similar a lo que te enseñan en el manual para civiles: movimiento, sigilo, cómo acabar con los zetas antes de que puedan aullar y dar a conocer tu posición. Todos lo hicimos, es decir, todos sobrevivimos, aunque un par de pilotos acabaron licenciados por problemas mentales. Supongo que no pudieron aguantar tanto realismo. A mí nunca me preocupó estar sola en territorio enemigo, era lo mismo de siempre.

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