Max Brooks ha dedicado varios años a recorrer el mundo en busca de todos los testimonios que ahora reúne aquí sobre la guerra mundial zombi. Por insólito que parezca este libro, que algunos tildan de novela demasiado realista, es la parte censurada del informe que le encargó Naciones Unidas para que quedara memoria de «La Crisis», los «Años Oscuros» o la «Plaga Andante», principalmente conocida como
Guerra Mundial Z
. Al parecer había «demasiado factor humano».
Este libro aclara realmente cómo el doctor Kwang Jingshu descubrió los primeros casos y se destaparon las pruebas ocultadas por el gobierno chino sobre el gran estallido. También cómo surgió y se propagó el controvertido Plan Naranja de supervivencia, fruto de un oscuro cerebro del
apartheid
sudafricano. Además contiene los testimonios directos de gentes de la posguerra: contrabandistas de Tíbet, oficiales de servicios secretos de medio mundo, militares, científicos, industriales, políticos, ecologistas, supermodelos, gentes de culturas alternativas tras el cataclismo y muchos otros que lucharon para defendernos de la amenaza de los zombis. También de aquellos que no lo hicieron tanto e incluso de aquellos que creen que la lucha continúa.
Por fin, el mundo sabrá la historia verdadera de cómo la humanidad estuvo a punto de extinguirse. Desde el fin oficial de las hostilidades se han producido numerosas tentativas para documentar la guerra zombi.
Guerra Mundial Z
es el relato definitivo —realizado por los propios supervivientes— de los detalles tecnológicos, militares, sociales, económicos y políticos de cómo la civilización estuvo al borde de la extinción en la lucha total contra el muerto viviente.
Un relato insólito y realista, lleno de interrogantes sobre cómo se comportó la Humanidad ante la gran amenaza de la extinción.
Max Brooks
Guerra Mundial Z
Una historia oral de la guerra zombi
ePUB v1.1
Polifemo714.07.12
Título original:
World War Z. An oral history of zombie war
Max Brooks, 2006.
Traducción: Pilar Ramírez Tello
Editor original: Polifemo7 (v1.0 a v1.1)
Corrección de erratas: Lihuen
ePub base v2.0
Para Henry Michael Brooks,
que hace que desee cambiar el mundo.
Se la conoce por muchos nombres: La Crisis, Los Años Oscuros, La Plaga Andante, así como otros apelativos nuevos más «a la moda», como Guerra Mundial Z o Primera Guerra Z. Yo prefiero no utilizar este último apodo, ya que implica una inevitable Segunda Guerra Z. Para mí siempre será la Guerra Zombi, y, aunque puede que muchos pongan en tela de juicio la precisión científica de la palabra
zombi
, les costará encontrar otro término mundialmente aceptado para designar a las criaturas que estuvieron a punto de provocar nuestra extinción.
Zombi
sigue siendo una palabra devastadora, con una capacidad incomparable para evocar numerosos recuerdos y emociones, y son dichos recuerdos y emociones los que dan forma a este libro.
Este registro de la mayor contienda en la historia de la humanidad debe su creación a un conflicto mucho más pequeño y personal con la presidenta del Informe de la Comisión de Posguerra de Naciones Unidas. Mi tarea inicial para la Comisión podría describirse como un trabajo hecho con amor, nada más y nada menos. El estipendio para viajes, el acceso de seguridad, el ejército de traductores, tanto humanos como electrónicos, y el «cacharro» de transcripción activado por voz, pequeño, pero de incalculable valor (el mejor regalo posible para el mecanógrafo más lento del mundo), dejaban claro el respeto y el aprecio que despertaba mi trabajo en este proyecto. Así que, como puede suponerse, me resultó traumático descubrir que la mitad del mismo había desaparecido de la edición final del informe.
«Era demasiado íntimo —me dijo la presidenta durante una de nuestras muchas y "animadas" discusiones—. Demasiadas opiniones, demasiados sentimientos, ése no es el objetivo de este informe. Necesitamos hechos y números claros, que no los enturbie el factor humano.»
Evidentemente, tenía razón; el informe oficial era una serie de datos puros y duros, un «informe de seguimiento de la acción» con el que las generaciones futuras podrían estudiar los sucesos de aquella década apocalíptica sin verse influidos por el «factor humano». Pero ¿no es el factor humano lo que nos conecta de forma tan íntima con el pasado? ¿Serán tan importantes para las generaciones futuras las cronologías y las estadísticas de fallecidos como los relatos personales de unos individuos no muy distintos a ellos? Al excluir el factor humano, ¿no nos arriesgamos a crear un distanciamiento emocional que, Dios no lo quiera, podría llevarnos a repetir la historia? Y, al final, ¿no es el factor humano la única diferencia real entre nosotros y el enemigo al que ahora nos referimos como «los muertos vivientes»? Presenté este argumento a mi jefa, quizá de una forma menos profesional de lo que resultaba adecuado, y ella, después de oírme terminar con un «no podemos dejar morir estas historias», respondió inmediatamente así: «Pues no las dejes morir, escribe un libro. Tienes todas las notas, y la libertad legal para usarlas. ¿Quién te impide mantener estas historias vivas en las páginas de tu [imprecación borrada] libro?».
No me cabe duda de que algunos críticos discreparán con la idea de publicar un libro de historias personales cuando ha transcurrido tan poco tiempo desde el final de las hostilidades en todo el mundo. Al fin y al cabo, sólo han pasado doce años desde la declaración del Día VA en los Estados Unidos continentales, y apenas una década desde que la antigua primera potencia mundial celebró su liberación en el Día de la Victoria en China. Como la mayoría considera que el Día VC fue el fin oficial, es difícil obtener una perspectiva auténtica, ya que, en palabras de un colega de la ONU: «Llevamos tanto tiempo de paz como tiempo estuvimos en guerra». Es un argumento válido y merece respuesta: en el caso de esta generación, los que han luchado y sufrido para conseguirnos la década de paz de la que ahora disfrutamos, el tiempo es tanto un enemigo como un aliado. Sí, los años venideros lo pondrán todo en perspectiva y añadirán una mayor sabiduría a los recuerdos, vistos a la luz de un mundo maduro de posguerra. Pero puede que muchos de esos recuerdos ya no existan, porque habrán quedado atrapados en unos cuerpos y espíritus demasiado deteriorados o enfermos para ver cómo se cosechan los frutos de su victoria. No es un secreto que la expectativa de vida mundial ha quedado reducida a una mera sombra de lo que fuera antes de la guerra. La desnutrición, la contaminación, la aparición de enfermedades previamente erradicadas, incluso en los Estados Unidos, donde hemos vivido un resurgimiento económico y la creación de un sistema de salud universal, conforman nuestra realidad; simplemente, no hay suficientes recursos para atender todas las heridas físicas y mentales de las víctimas. Por culpa de este enemigo, el tiempo, he decidido renunciar al lujo de la perspectiva y publicar estos relatos de los supervivientes. Quizá dentro de unas décadas, alguien retome la tarea de registrar los testimonios de unos supervivientes mucho más ancianos y sabios; quizá lo haga yo mismo.
Aunque esto es principalmente un libro de recuerdos, incluye muchos detalles tecnológicos, sociales, económicos, etc. que se pueden encontrar en el informe original de la Comisión, ya que están relacionados con las historias de las voces que aparecen en estas páginas. Este libro es suyo, no mío, y he intentado que mi presencia resultara invisible siempre que he podido. Las preguntas incluidas en el texto sólo sirven para ilustrar las preguntas que podrían haberse hecho los lectores. He procurado guardarme mis opiniones y comentarios; si debe eliminarse algún factor humano, que sea el mío.
[En su apogeo, antes de la guerra, esta región contaba con una población de más de treinta y cinco millones de personas. En la actualidad apenas quedan unas cincuenta mil. Los fondos para la reconstrucción han tardado en llegar a esta parte del país, ya que el gobierno ha decidido concentrarse en las zonas costeras, de mayor densidad de población. No hay red eléctrica, ni agua corriente, aparte de la del río Yangtze, pero las calles están limpias de escombros, y el «consejo de seguridad» local ha evitado que se produzcan nuevos brotes. El presidente de este consejo es Kwang Jingshu, un médico que, a pesar de su avanzada edad y las heridas de guerra, todavía visita a domicilio a todos sus pacientes.]
El primer brote que vi fue en una aldea remota que, oficialmente, no tenía nombre. Los residentes la llamaban Nueva Dachang, aunque era por nostalgia, más que por otra cosa. Su antiguo hogar, la Vieja Dachang, llevaba en pie desde el periodo de los Tres Reinos, y se decía que sus granjas, casas y árboles tenían cientos de años. Cuando se construyó la Presa de las Tres Gargantas y empezaron a subir las aguas del embalse, gran parte de Dachang se había desmantelado, ladrillo a ladrillo, para después construirla en un terreno más alto. Sin embargo, aquella Nueva Dachang ya no era un pueblo, sino un «museo nacional histórico». Para los pobres campesinos tuvo que ser una angustiosa ironía comprobar que su aldea se salvaba, pero que sólo podían visitarla como turistas. Quizá por eso algunos de ellos decidieron llamar Nueva Dachang a su recién construido municipio, para conservar algún vínculo con su herencia, aunque fuera en el nombre. Personalmente, yo no sabía que existiese aquella otra Nueva Dachang, así que puede imaginarse mi desconcierto al recibir la llamada.
El hospital estaba en silencio; había sido una noche tranquila, incluso con el creciente número de accidentes de conductores ebrios. Las motos se estaban haciendo muy populares; solíamos decir que las Harley-Davidson mataban a más jóvenes chinos que todos los soldados norteamericanos en la guerra de Corea. Por eso me sentía tan agradecido de poder disfrutar de un turno tranquilo. Estaba cansado, y me dolían la espalda y los pies. Iba de camino a la calle para fumarme un cigarrillo y contemplar el amanecer, cuando oí que me llamaban por megafonía. La recepcionista de aquella noche era nueva y no entendía bien el dialecto, pero se trataba de un accidente o una enfermedad. Era una urgencia, eso quedaba claro, y nos preguntaban si podíamos acudir en su ayuda cuanto antes.
¿Qué iba a decir? Los médicos más jóvenes, los chavales que creen que la medicina no es más que una forma de engordar sus cuentas bancarias, no iban a ayudar a cualquier
nongmin
por amor al arte. Supongo que, en el fondo, sigo siendo un viejo revolucionario. «Tenemos el deber de ser responsables ante el pueblo.»
[1]
Aquellas palabras todavía significaban algo para mí…, así que intenté recordarlo mientras mi Deer
[2]
botaba y traqueteaba por las sucias carreteras que el gobierno había prometido pavimentar, aunque nunca había llegado a hacerlo.
Me costó una barbaridad encontrar el sitio. Oficialmente no existía, por lo que no estaba en ningún mapa, así que me perdí varias veces y tuve que preguntar la dirección a algunos vecinos que creían que les hablaba del pueblo museo. Cuando por fin llegué al grupito de casas de la cumbre, había perdido la paciencia. Recuerdo haber pensado: «Espero que esto sea realmente grave». Cuando les vi la cara, me arrepentí de haberlo deseado.