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Authors: Max Brooks

Tags: #Terror, #Zombis

Guerra Mundial Z (3 page)

BOOK: Guerra Mundial Z
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Lhasa (República Popular del Tíbet)

[La ciudad con más habitantes del mundo todavía está recuperándose de los resultados de las elecciones de la semana pasada. Los socialdemócratas han aplastado al Partido Lama en una victoria arrolladora, y en las calles todavía continúan las ruidosas celebraciones. Me reuní con Nury Televaldi en la terraza de una cafetería abarrotada. Teníamos que gritar para hacernos entender por encima del estruendo eufórico.]

Antes del inicio del brote el contrabando por tierra no era popular, porque hacía falta mucho dinero para preparar los pasaportes, los autobuses turísticos falsos, los contactos y la protección al otro lado de la frontera. Por aquel entonces, las únicas dos rutas lucrativas eran las que iban a Tailandia y a Myanmar. Donde yo vivía, en Kashi, la única opción era entrar en las antiguas repúblicas soviéticas, pero nadie quería ir allí, y por eso, al principio, yo no era un
shetou
,
[5]
sino un importador: opio en bruto, diamantes sin cortar, chicas, chicos, cualquier cosa que tuviese valor en aquellos lugares primitivos que se consideraban países. El brote lo cambió todo. De repente, nos llovían las ofertas, y no sólo de los
liudong renkou
[6]
, sino también, como suele decirse, de la flor y nata. Tenía a profesionales urbanos, granjeros con propiedades e incluso funcionarios de los estamentos más bajos del gobierno; eran personas que tenían mucho que perder. No les importaba adonde iban, sólo querían salir.

¿
Sabía usted de qué huían
?

Habíamos oído rumores, incluso habíamos tenido un brote en algún lugar de Kashi. El gobierno lo había silenciado muy deprisa, pero teníamos nuestras sospechas y sabíamos que algo iba mal.

¿
Intento el gobierno cerrar su negocio
?

Oficialmente, sí. Endurecieron las multas para los contrabandistas y reforzaron los puestos fronterizos; incluso ejecutaron a algunos
shetou
en público, sólo para que sirviera de ejemplo. Si no conocías la verdadera historia, si no lo veías desde mi lado, parecía una campaña eficaz.

¿
Está diciendo que no lo era
?

Estoy diciendo que hice rica a mucha gente: guardias fronterizos, burócratas, policías, incluso al alcalde. Todavía eran buenos tiempos para China, cuando la mejor forma de honrar la memoria del presidente Mao era ver su cara en tantos billetes de cien yuanes como fuese posible.

¿
Tan bien le iba
?

Kashi era una ciudad en rápido crecimiento. Creo que el noventa por ciento, o quizá más, de todo el tráfico por tierra con rumbo al oeste atravesaba la ciudad, e incluso había algunos viajes por aire.

¿
Por aire
?

Unos pocos. Sólo transportaba
renshe
por aire de vez en cuandó, unos cuantos vuelos de mercancías a Kazajstán o Rusia. Trabajillos de poca monta. No era como en el este, donde Guangdong o Jiangsu sacaban a miles de personas cada semana.

¿
Podría explicarme eso
?

El contrabando por aire se convirtió en un gran negocio en las provincias orientales. Se trataba de clientes ricos, los que podían permitirse paquetes de viajes reservados por adelantado y visados de turistas de primera clase. Salían de un avión en Londres o Roma, o incluso San Francisco, se registraban en los hoteles, salían a visitar la ciudad y desaparecían sin dejar rastro. Eso daba mucho dinero. Siempre quise meterme en el negocio del transporte aéreo.

Pero, ¿qué pasaba con la infección? ¿No corrían el riesgo de ser descubiertos
?

Eso fue más tarde, después del vuelo 575. Al principio no había demasiados infectados en los vuelos. Si lo hacían, era porque estaban en las primeras fases de la enfermedad. Los
shetou
que se dedicaban al transporte aéreo eran muy cuidadosos; si mostrabas algún síntoma de infección avanzada no se acercaban a ti. Tenían que proteger su negocio. La regla de oro era que no podías engañar a los agentes de aduanas extranjeros si no podías engañar a tu
shetou
. Tenías que parecer completamente sano y actuar como si lo estuvieras, y, aun así, siempre era una carrera contra el tiempo. Antes del vuelo 575, oí una historia sobre una pareja, un hombre de negocios muy acomodado y su esposa. Al hombre lo habían mordido; no era un mordisco serio, ya sabe, sino uno de los de incubación lenta, sin ningún vaso sanguíneo importante afectado. Estoy seguro de que pensaban que habría una cura en Occidente, como muchos otros infectados. Al parecer, llegaron a la habitación de su hotel de París justo cuando el hombre empezaba a desmoronarse. Su mujer intentó llamar al médico, pero él se lo impidió, temiendo que los enviaran de vuelta, y le ordenó que lo abandonara, que se fuese antes de que entrase en coma. Me contaron que ella le hizo caso, y, después de dos días de gruñidos y alboroto, el personal del hotel decidió por fin hacer caso omiso del cartel de «No molestar» y entró en la habitación. No estoy seguro de que el brote de París empezase así, aunque tiene sentido.

Dice que no llamaron a un médico, que temían que los enviasen de vuelta, pero, ¿no habían ido a Occidente en busca de una cura
?

Está claro que no comprende lo que es ser refugiado, ¿verdad? Esta gente estaba desesperada, atrapada entre la infección y la posibilidad de ser atrapado y «tratado» por su propio gobierno. Si uno de sus seres queridos, un familiar o un hijo, estuviese infectado, y usted pensase que existe una mínima posibilidad de curación en otro país, ¿no haría todo lo posible por llegar hasta allí? ¿No desearía creer que hay esperanza?

Ha dicho que la mujer de ese hombre desapareció sin dejar rastro, como los otros
renshe.

Siempre había sido así, incluso antes del brote. Algunos se quedan con familiares, otros con amigos; muchos de los refugiados pobres tenían que trabajar para pagar su
bao
[7]
a la mafia china local. La mayoría se limitaba a introducirse en los bajos fondos del país anfitrión.

¿
Las zonas con
ingresos
bajos
?

Si las quiere llamar así. ¿Qué mejor lugar para esconderse que entre esa parte de la sociedad que nadie quiere ver? ¿Por qué cree que empezaron tantos brotes en los guetos de los países del Primer Mundo?

Se ha dicho que muchos
shetou
propagaron el mito de la existencia de una cura milagrosa en otros países
.

Algunos.

¿
Lo hizo usted
?

[Pausa.]

No.

[Otra pausa.]

¿
Qué ocurrió con el contrabando aéreo después del vuelo 575
?

Se reforzaron las restricciones, aunque sólo en ciertos países. Los
shetou
de las líneas aéreas tenían mucho cuidado, pero también recursos. Su dicho era: «Todas las casas de los ricos tienen una entrada de servicio».

¿
Qué quiere decir
?

Si Europa occidental ha aumentado la seguridad, vete a Europa oriental. Si los EE.UU. no te dejan entrar, hazlo a través de México. Seguro que eso hacía que los países blancos ricos se sintieran más seguros, aunque ya tenían plagas dentro de sus fronteras. No entra dentro de mi especialidad, porque, como ya sabe, yo me dedicaba principalmente al transporte por tierra, y mis países meta estaban en Asia central.

¿
Era más fácil entrar allí
?

Casi nos suplicaban que lo hiciéramos. Aquellos países estaban en una situación económica tan ruinosa, y sus funcionarios eran tan atrasados y corruptos, que incluso nos ayudaban con el papeleo a cambio de un porcentaje de nuestra tarifa. Hasta tenían algunos
shetou
, o como los llamasen ellos en su jerga bárbara, que trabajaban con nosotros para atravesar las antiguas repúblicas de la Unión Soviética con los
renshe
y llevarlos a sitios como India o Rusia, o incluso Irán, aunque nunca pregunté ni quise saber adonde iban los
renshe
. Mi trabajo terminaba en la frontera; sólo tenía que conseguir que les sellasen los papeles y les matriculasen los vehículos, pagar a los guardias, y cobrar mi parte.

¿
Vio a muchos infectados
?

Al principio, no, porque la enfermedad era demasiado rápida. No pasaba como en los aviones; podíamos tardar varias semanas en llegar a Kashi, y, según me han dicho, ni siquiera los de incubación lenta duran más de unos cuantos días. Los clientes infectados solían reanimarse en algún momento del camino, donde la policía podía reconocerlos y hacerse con ellos. Más adelante, cuando la plaga se multiplicó y la policía se vio superada, empecé a ver muchos más infectados en mi ruta.

¿
Eran peligrosos
?

Pocas veces. Sus familias normalmente los tenían atados y amordazados. Veías algo moverse en la parte de atrás de un coche, retorciéndose ligeramente bajo la ropa o unas mantas; oías golpes dentro del maletero de un coche o, más adelante, dentro de cajas con agujeros para respirar cargadas en las partes de atrás de las furgonetas. Agujeros para respirar… Aquella gente no tenía ni idea de lo que les estaba pasando a sus seres queridos.

¿
Lo sabía usted
?

Para entonces, sí, pero sabía que intentar explicárselo a ellos era una causa perdida. Me limitaba a aceptar su dinero y a enviarlos a su destino. Tuve suerte, porque nunca me enfrenté a los problemas del contrabando por mar.

¿
Eso era más difícil
?

Y peligroso. Mis socios de las provincias costeras eran los que tenían que hacer frente a la posibilidad de que un infectado se infiltrase y contaminase todo el cargamento.

¿
Qué hacían
?

He oído varias «soluciones». Algunos barcos se acercaban a una costa desierta (daba igual si se trataba del país al que se dirigían, podía ser cualquier parte) y «descargaban» a los
renshe
infectados en la playa. Me han contado que algunos capitanes se acercaban a una zona vacía de mar abierto y los tiraban a todos por la borda. Eso podría explicar los primeros casos de nadadores y buceadores que desaparecieron sin dejar rastro, o por qué la gente de todo el mundo decía que los veían salir del mar. Al menos, yo no tuve que tratar con eso.

Sí me ocurrió un incidente similar, el que me convenció que había llegado la hora de retirarme. Había un camión, un viejo cacharro destartalado, y oí los gemidos que salían del remolque. Un montón de puños golpeaban el aluminio, y, de hecho, el camión se balanceaba de un lado a otro. En la cabina había un rico banquero de Xi'an que había hecho mucho dinero comprando deudas de tarjetas de crédito estadounidenses, y tenía lo bastante para pagar por el traslado de toda su familia. Llevaba un traje de Armani arrugado y roto, tenía marcas de arañazos en un lado de la cara, y un fuego frenético en los ojos al que yo ya empezaba a acostumbrarme. Los ojos del conductor tenían una mirada distinta, la misma que yo, la mirada que decía que quizá el dinero no sirviese de mucho dentro de poco. Le di un billete extra de cincuenta al hombre y le deseé buena suerte. No podía hacer más.

¿
Adonde iba el camión
?

A Kirguistán.

Meteora (Grecia)

[Los monasterios están construidos en unas rocas escarpadas e inaccesibles, y algunos edificios se encuentran encaramados en la cumbre, con un aspecto semejante a columnas verticales. Aunque en su origen se trataba de un refugio atractivo para defenderse de los turcos otomanos, más tarde probó ser igual de seguro contra los muertos vivientes. Unas escaleras de posguerra, en su mayor parte de madera y metal, fácilmente replegables, permiten el acceso del creciente flujo de peregrinos y turistas. Meteora se ha convertido en un destino popular para ambos grupos en los últimos años. Algunos buscan sabiduría e iluminación espiritual, mientras que otros sólo buscan paz. Stanley MacDonald pertenece a estos últimos. Veterano de casi todas las campañas que tuvieron lugar a lo largo y ancho de su Canadá natal, su primer encuentro con los muertos vivientes se produjo durante una guerra diferente, cuando el Tercer Batallón de Infantería Ligera Canadiense de la Princesa Patricia se vio involucrada en unas operaciones antidroga en Kirguistán.]

No nos confunda con los «equipos Alfa» estadounidenses, por favor. Esto fue mucho antes de que entrasen en acción, antes del Pánico, antes de la cuarentena voluntaria de Israel…, incluso antes del primer brote importante que salió a la luz pública, en Ciudad del Cabo. Estábamos al principio de la propagación, cuando nadie sabía lo que nos esperaba. Nuestra misión era estrictamente convencional, opio y hachís, las principales exportaciones de los terroristas del mundo. Eso era lo que siempre habíamos encontrado en aquel erial rocoso: comerciantes, matones y mercenarios locales; era lo único que esperábamos encontrar, lo único para lo que estábamos preparados.

Nos resultó fácil encontrar la entrada de la cueva, porque habíamos seguido el rastro de sangre desde la caravana. Al instante supimos que algo iba mal: no había cadáveres. Las tribus rivales siempre dejaban a sus víctimas al descubierto y mutiladas, como advertencia para los demás. Había mucha sangre, sangre y trozos de carne marrón podrida, pero los únicos cadáveres que vimos eran los de las muías de carga. No las habían matado a tiros, sino que parecían haber sido atacadas por animales salvajes, ya que tenían la barriga destrozada y la carne llena de grandes marcas de mordiscos. Supusimos que se trataba de perros salvajes; aquellos malditos animales vagaban en jaurías por los valles, tan grandes y desagradables como los lobos del Ártico.

Lo que nos pareció más extraño era el cargamento, que estaba repartido entre las alforjas y el suelo, esparcido entre los animales. Bueno, aunque aquello no fuese un golpe territorial, aunque se tratase de una matanza religiosa o de un ajuste de cuentas entre tribus, nadie dejaba tirados cincuenta kilos de marrón
[8]
en bruto de primera clase, ni unos fusiles de asalto en perfecto estado, ni unos valiosos trofeos personales, como relojes, reproductores de minidisc y localizadores GPS.

El rastro de sangre nos llevó a un sendero que subía por la montaña desde la masacre en el
wadi
. Era mucha sangre; si pertenecía a una sola persona, seguro que no volvía a levantarse…, pero lo había hecho, aunque nadie había tratado sus heridas, porque no había ninguna otra huella. Por lo que veíamos, aquel hombre había corrido, sangrado y caído bocabajo: podíamos ver la marca sangrienta de su cara impresa en la arena. De algún modo, sin ahogarse, sin desangrarse hasta morir, se había quedado allí tumbado un rato, y después se había levantado y había seguido andando. Las huellas nuevas eran muy diferentes de las anteriores, más lentas, con los pies más pegados. El derecho lo arrastraba, y por eso había perdido el zapato, una vieja zapatilla Nike de caña alta. Las marcas del pie arrastrándose estaban salpicadas de fluido, no de sangre, no de algo humano, sino gotas de una sustancia dura, negra y costrosa que ninguno supimos identificar. Las seguimos, y las huellas nos llevaron hasta la entrada de la cueva.

BOOK: Guerra Mundial Z
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