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Authors: Max Brooks

Tags: #Terror, #Zombis

Guerra Mundial Z (24 page)

BOOK: Guerra Mundial Z
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Malibú (California)

[No necesito una fotografía para reconocer a Roy Elliot. Nos reunimos para tomar café en la restaurada Fortaleza del Muelle de Malibú. Los que nos rodean lo reconocen al instante, pero, por el contrario que en los días anteriores a la guerra, mantienen una distancia respetuosa.]

El SFA, ése era mi enemigo: Síndrome de Fallecimiento Asintomático o Síndrome de Fatalidad Apocalíptica, según con quién hablases. Daba igual la etiqueta, el caso es que mató a tantas personas en los primeros meses de estancamiento como el hambre, la enfermedad, la violencia entre humanos o los muertos vivientes. Al principio, nadie entendía qué pasaba: habíamos estabilizado las Rocosas, habíamos saneado las zonas seguras y, aun así, seguíamos perdiendo más de cien personas al día. No eran suicidios, aunque de ésos también teníamos muchos; no, esto era diferente. Algunas víctimas tenían heridas menores o enfermedades fácilmente tratables, mientras que otras gozaban de una salud perfecta, pero simplemente se iban a dormir una noche y no se despertaban a la mañana siguiente. El problema era psicológico: se rendían, no querían ver un nuevo amanecer porque ya sabían que les traería más sufrimiento. La pérdida de la fe, de la voluntad para resistir, es algo que pasa en todas las guerras. También ocurre en tiempos de paz, sólo que en menor proporción. Era impotencia, o, al menos, la percepción de la impotencia. Yo entendía el sentimiento, ya que me había pasado toda la vida dirigiendo películas; me llamaban el niño prodigio, el
wunderkind
que no podía fallar, aunque lo había hecho a menudo.

Y, de repente, era un don nadie, un F-6. El mundo se iba al infierno y todo mi valioso talento no podía hacer nada por evitarlo. Cuando oí hablar del SFA, el gobierno intentaba mantenerlo en secreto, tuve que averiguarlo a través de un contacto en el Hospital Cedars-Sinai. Cuando lo supe, algo encajó en mi interior, como cuando hice mi primer corto en Súper 8 y se lo enseñé a mis padres. Me di cuenta de que era algo que podía hacer, ¡de un enemigo contra el que podía luchar!

Y el resto es historia
.

[Se ríe.] Ojalá. Fui directamente al gobierno, pero me rechazaron.

¿
De verdad? Creía que, teniendo en cuenta su carrera anterior…

¿Qué carrera? Querían soldados y granjeros, trabajos de verdad, ¿recuerda? Estuvieron en plan: «Oye, lo siento,
nasti de plasti
, pero ¿me das un autógrafo?». Sin embargo, no soy de los que se rinden. Cuando creo que puedo hacer algo para mí no existen las negativas, así que le expliqué al representante del DeStRes que al Tío Sam no le costaría ni un centavo, que utilizaría mi propio equipo, mi propia gente, que sólo necesitaba que me dieran acceso a los militares. «Deje que le enseñe a la gente lo que están haciendo para detener esto —le dije—. Deje que les dé algo en que creer.» Pero me rechazaron de nuevo. Los militares tenían cosas más importantes que hacer en ese momento que «posar para la cámara».

¿
Pasó por encima de él
?

¿Para llegar a quién? No había barcos a Hawai y Sinclair estaba corriendo por la Costa Oeste. Todos los que estaban en posición de ayudarme se encontraban físicamente fuera de mi alcance o demasiado distraídos con asuntos «más importantes».

¿
Y no podía haberse convertido en periodista
freelance
, haber obtenido un pase de prensa del gobierno
?

Habría tardado demasiado. La mayoría de los medios de comunicación estaban desmantelados o federalizados. Lo que quedaba se dedicaba a repetir anuncios de seguridad pública para asegurarse de que todos los que acabasen de llegar supiesen qué hacer. Todo estaba hecho un desastre. Apenas teníamos carreteras pasables, así que mejor no hablar de la burocracia necesaria para que me concedieran un puesto de periodista a tiempo completo. No podía esperar, podría haber llevado meses; meses, con cien personas muriendo al día; no podía esperar, tenía que hacer algo de inmediato. Cogí una cámara DV, algunas baterías de recambio y un cargador solar. Mi hijo mayor vino conmigo como técnico de sonido y «ayudante de dirección». Estuvimos una semana en la carretera, los dos solos, con nuestras bicis de montaña, en busca de historias. No tuvimos que ir muy lejos.

Justo a las afueras de Greater Los Angeles, en un pueblo llamado Claremont, hay cinco facultades: Pomona, Pitzer, Scripps, Harvey Mudd y Claremont Mckenna. Cuando empezó el Gran Pánico, cuando todos los demás salían corriendo, literalmente, hacia las colinas, trescientos estudiantes decidieron resistir. Convirtieron la facultad femenina de Scripps en algo parecido a una ciudad medieval. Cogieron suministros de los demás campus y sus armas eran una mezcla de herramientas de jardinería y fusiles de práctica del cuerpo de entrenamiento de oficiales de la reserva. Cultivaron huertos, excavaron pozos, fortificaron el muro ya existente y, mientras las montañas ardían detrás de ellos y los barrios que los rodeaban sucumbían a la violencia, ¡aquellos trescientos chavales lograron rechazar a diez mil zombis! Diez mil a lo largo de cuatro meses, hasta que logramos pacificar el Inland Empire
[34]
. Tuvimos la suerte de llegar allí justo al final, justo a tiempo de ver cómo caía el último muerto viviente, mientras los estudiantes vitoreaban y los soldados se unían bajo una enorme bandera casera que ondeaba en el campanario de Pomona. ¡Qué historia! Noventa y seis horas de grabación sin editar en la lata. Me habría gustado grabar más, pero el tiempo era esencial; recuerde que perdíamos cien vidas al día.

Teníamos que sacar a la luz aquello lo antes posible. Llevé la grabación a casa y la corté en la mesa de edición. Mi esposa hizo la narración. Preparamos catorce copias, todas en distintos formatos, y las mostramos aquel sábado por la noche en diferentes campamentos y refugios de Los Ángeles. La titulé
Victoria en Avalón: La Batalla de las Cinco Facultades
.

El nombre, Avalón, lo saqué de lo que había grabado uno de los estudiantes durante el asedio. Era la noche anterior al último y peor ataque, cuando una horda entera del este se veía aparecer con claridad por el horizonte. Los chavales estaban trabajando a tope: afilando armas, reforzando defensas, haciendo guardias en los muros y las torres. Una canción empezó a sonar por todo el campus, a través del altavoz que no dejaba de emitir música, para mantener la moral alta. Una estudiante de Scripps que cantaba como los ángeles entonaba esa canción de Roxy Music. Era una interpretación preciosa y ofrecía un contraste muy marcado con la tormenta que se avecinaba, así que la utilicé para mi montaje del momento de preparación de la batalla; todavía me emociono cuando la oigo.

¿
Cómo funcionó con la audiencia
?

¡Fue una bomba! No sólo la escena, sino toda la película; al menos, eso me pareció a mí, aunque esperaba una reacción más inmediata: vítores, aplausos, esas cosas. Nunca lo reconoceré ante nadie, ni siquiera ante mí, pero tenía una fantasía egoísta en la que la gente se acercaba a mí después, con lágrimas en los ojos, me cogía las manos y me daba las gracias por haberles mostrado la luz al final del túnel. Sin embargo, ni siquiera me miraban. Me quedé en la puerta como si fuese un héroe conquistador y ellos pasaron a mi lado con la mirada clavada en el suelo. Me fui a casa aquella noche pensando: «Bueno, era una idea bonita; quizá la granja de patatas de MacArthur Park necesite más personal».

¿
Qué ocurrió
?

Pasaron dos semanas. Conseguí un trabajo de verdad, ayudando a reabrir la carretera del cañón de Topanga. Entonces, un día, un hombre apareció en mi casa, a caballo, como recién salido de una vieja
peli
del Oeste de Cecil B. De Mille. Era un psiquiatra del centro médico del condado de Santa Bárbara. Habían oído hablar del éxito de mi película y quería saber si tenía más copias.

¿
Éxito
?

Eso mismo le dije yo. Al parecer, la misma noche del «estreno» de
Avalón
, ¡los casos de SFA descendieron un cinco por ciento en Los Ángeles! Al principio creyeron que se trataba de una anomalía estadística, hasta que un estudio más exhaustivo reveló que el descenso sólo era realmente obvio en las comunidades en que se había estrenado la película.

¿
Y nadie se lo dijo a usted
?

Nadie. [Se rió.] Ni los militares, ni las autoridades municipales, ni siquiera la gente que dirigía los refugios, donde seguían proyectándola sin mi conocimiento. No me importa, porque el caso es que funcionó. Marcó una diferencia y me dio trabajo para el resto de la guerra. Reuní a unos cuantos voluntarios, a todos los miembros de mi equipo que pude encontrar. El chico que había hecho aquellas grabaciones en Claremont, Malcolm Van Ryzin, sí, ese Malcolm
[35]
, se convirtió en mi director de fotografía. Requisamos una empresa de doblaje abandonada en West Hollywood y empezamos a sacar cientos de copias. Las metíamos en todos los trenes, caravanas y transbordadores de camino al norte. Las respuestas tardaron en llegar, pero, cuando lo hicieron…

[Sonríe y levanta las manos en acción de gracias.]

Un diez por ciento menos de casos en toda la zona segura occidental. Yo ya estaba en la carretera por aquel entonces, rodando más historias.
Anacapa
ya estaba terminada, y estábamos metidos con
Mission District
. El gobierno no se interesó por mí hasta que
Dos Palmos
llegó a las pantallas y el SFA se había reducido un veintitrés por ciento…

¿
Recursos adicionales
?

[Se ríe.] No, nunca les pedí ayuda, y estaba claro que ellos no iban a darla. Pero conseguí por fin acceso a los militares, y eso me abrió la puerta a un mundo nuevo.

¿
Fue entonces cuando hizo
Fuego de los dioses?

[Asiente.] El ejército tenía dos programas activos de armas láser: Zeus y MTHEL. Originalmente, Zeus se diseñó para limpieza de municiones: se cargaba minas terrestres y bombas sin estallar. Era lo bastante pequeño y ligero para montarlo en un Humvee especializado; el artillero encontraba el objetivo a través de una cámara coaxial instalada en la torreta, apuntaba a la superficie elegida y disparaba un impulso a través de la misma abertura óptica. ¿Estoy siendo demasiado técnico?

En absoluto
.

Lo siento, me metí mucho en el proyecto. El haz era una versión armamentística de los láser de estado sólido industriales, los que se utilizan para cortar acero en las fábricas. Podía quemar la carcasa exterior de una bomba o calentarla hasta que detonaba el paquete explosivo. El mismo principio se aplicaba a los zombis: cuando estaba al máximo, les atravesaba la frente; con menor potencia, les cocía, literalmente, el cerebro hasta que les salía por las orejas, la nariz y los ojos. Las grabaciones que hicimos eran deslumbrantes, pero Zeus no era más que una pistola de agua si lo comparábamos con el MTHEL.

El acrónimo significa Mobile Tactical High Energy Laser
[36]
, codiseñado por los Estados Unidos e Israel para destruir pequeños proyectiles. Cuando Israel se declaró en cuarentena y tantos grupos terroristas empezaron a lanzar morteros y cohetes por encima del muro de seguridad, el MTHEL fue lo que acabó con ellos. Tenía el mismo tamaño y la misma forma que un reflector de la Segunda Guerra Mundial, ya que, de hecho, se trataba de un láser de fluoruro de deuterio, mucho más potente que el de estado sólido del Zeus. Los efectos resultaban devastadores: hacía que la carne se desprendiera de los huesos, que después se ponían incandescentes antes de convertirse en polvo. Cuando lo pasabas a velocidad normal era magnífico, pero, a cámara lenta… era el fuego de los dioses.

¿
Es cierto que el número de casos de SFA se redujo a la mitad en un mes después del estreno de la película
?

Creo que eso podría ser algo exagerado, aunque la gente hacía cola para verla cuando salía del trabajo. Algunos la veían todas las noches. Los carteles publicitarios mostraban a un zombi atomizado; la imagen estaba sacada directamente de un fotograma de la película, esa imagen clásica en la que la niebla te permitía ver el haz del láser. El pie de la foto decía simplemente: «El futuro». Esa imagen, por si sola, salvó el programa.

¿
Su programa
?

No, el de Zeus y MTHEL.

¿
Corrían peligro
?

MTHEL iba a cerrarse un mes después de la grabación. Zeus ya se había cortado. Tuvimos que suplicar, pedir prestado y robar, literalmente, para que lo reactivasen delante de nuestras cámaras. El DeStRes consideraba que los dos eran un despilfarro de recursos.

¿
Y lo eran
?

Sí, un despilfarro imperdonable. Cuando decían que era un láser «móvil», se referían a un convoy de vehículos especializados, todos delicados, nada de todoterrenos, y dependientes entre sí. El MTHEL también necesitaba una gran energía y copiosas cantidades de productos químicos muy inestables y tóxicos para el proceso del láser.

Zeus era un poco más económico, más fácil de enfriar, más fácil de mantener y, como se montaba en Humvees, podía ir a cualquier parte que se necesitara. El problema era: ¿para qué iban a necesitarlo? Incluso a alta potencia, el artillero tenía que mantener el haz en su sitio durante varios segundos, y recuerde que hablamos de un blanco en movimiento. Un buen tirador podría hacer el mismo trabajo en la mitad de tiempo, multiplicando por dos las bajas enemigas. Las características del láser descartaban la posibilidad de fuego rápido, que era justo lo que se necesitaba contra los ataques de los enjambres de zombis. De hecho, ambas unidades tenían asignado de forma permanente un pelotón de tiradores, gente destinada a proteger una máquina que está diseñada para proteger a la gente.

¿
Tan malos eran
?

No para su misión original. El MTHEL libró a los israelíes de los bombardeos terroristas, y Zeus al final salió de su retiro para limpiar la munición sin estallar que se habla quedado atrás al avanzar el ejército. Eran estupendas como armas para ese propósito, pero, como asesinas de zombis, eran un desastre.

Entonces, ¿por qué las filmó
?

Porque los estadounidenses adoran la tecnología. Es un rasgo inherente al espíritu nacional de nuestros tiempos. Nos demos cuenta o no, ni el ermitaño más infatigable puede negar la destreza técnica de nuestro país: dividimos el átomo, llegamos a la Luna, hemos llenado todas las casas y negocios de tantos aparatos y cacharros que ni siquiera los primeros escritores de ciencia ficción podrían haber soñado algo parecido. No sé si es algo bueno, no soy quién para juzgar, pero sé que, como todos esos antiguos ateos en las trincheras, la mayoría de los estadounidenses seguían rezando para que los salvara el Dios de la ciencia.

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