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Authors: Max Brooks

Tags: #Terror, #Zombis

Guerra Mundial Z (22 page)

BOOK: Guerra Mundial Z
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[Refunfuña para sí.]

Cuando pienso en lo que tiramos a ese agujero, lo que podríamos haber producido… Aaah…, no tiene sentido darle más vueltas.

Podía haber estado dándome cabezazos contra los militares durante toda la guerra, pero, por suerte, al final, no tuve que hacerlo. Cuando Travis D'Ambrosia se convirtió en presidente de la Junta de Jefes de Estado no sólo se inventó la relación recursos-muertes sino que desarrolló una estrategia exhaustiva para ponerla en funcionamiento. Siempre le hacía caso cuando me decía que cierto sistema armamentístico era vital. Confiaba en su opinión en temas como en el nuevo uniforme de combate o el fusil de infantería estándar.

Lo que resultó sorprendente fue ver cómo la cultura de la relación recursos-muertes empezaba a calar en las tropas. Oía a los soldados hablando en las calles, en los bares y en los trenes: «¿Por qué tener X cuando, por el mismo precio, podemos tener diez Y, que matan cien veces más zombis?». Los soldados empezaron incluso a tener sus propias ideas, a inventar herramientas más rentables de las que nosotros podríamos haber imaginado. Creo que lo disfrutaron: improvisar, adaptarse y ser más listos que nosotros, los burócratas. Los marines fueron los que más me sorprendieron; siempre había creído en el mito de que eran unos neandertales estúpidos con mandíbulas cuadradas y exceso de testosterona. Nunca supe que una de sus virtudes más apreciadas era la improvisación, porque los marines siempre tienen que obtener sus recursos a través de la armada y a los almirantes no les hace mucha gracia combatir en tierra.

[Sinclair señala un punto en la pared, sobre mi cabeza. Tiene colgada una pesada barra de acero que termina en algo que parece una mezcla entre una pala y un hacha de combate de dos hojas. Su nombre oficial es herramienta de afianzamiento de infantería estándar, aunque, para la mayoría, es el lobotomizador o, simplemente, «el lobo».]

Los cabezabuque se inventaron eso utilizando tan sólo el acero de los coches reciclados. Fabricamos veintitrés millones durante la guerra.

[Sonríe con orgullo.]

Y todavía siguen fabricándolos.

Burlington (Vermont)

[El invierno ha llegado más tarde este año, igual que ha estado sucediendo año tras año después del final de la guerra. La nieve cubre la casa y las tierras que la rodean, y congela los árboles que dan sombra al camino de tierra que bordea el río. Todo resulta tranquilo y sosegado, salvo el hombre que me acompaña. Insiste en hacerse llamar «el Chiflado», porque «todo el mundo me llama así, ¿por qué no iba a hacerlo usted?». Camina con rapidez y decisión, y el bastón que le ha dado su médico (y esposa) sólo le sirve para apuñalar el aire.]

Si le soy sincero, no me sorprendió que me nominaran como vicepresidente. Todos sabían que era inevitable formar un partido de coalición, y yo había sido un valor al alza, al menos hasta que me «autodestruí» en el 2004. Es lo que dijeron sobre mí, ¿verdad? Todos los cobardes e hipócritas que preferirían morir antes que ver a un hombre de verdad expresar su pasión. ¿Qué más da que yo no fuese el mejor político del mundo? Dije lo que sentía, y no me daba miedo hacerlo alto y claro. Es una de las razones que hicieron de mí la elección más lógica. Formábamos un gran equipo: él era la luz, y yo el calor. Diferentes partidos, diferentes personalidades, y, no nos engañemos, diferentes colores de piel. Yo era consciente de que no había sido el primer elegido; sabía a quién quería mi partido, aunque lo mantuviesen en secreto. Pero Estados Unidos no estaba preparada para ir tan lejos, aunque suene estúpido, ignorante y tan neolítico que da ganas de gritar. Preferían tener de vicepresidente a un radical chillón antes que a «uno de esos liberales». Así que no me sorprendió mi nominación; me sorprendió todo lo demás.

¿
Se refiere a las elecciones
?

¿Elecciones? Honolulú era una casa de locos; soldados, congresistas, refugiados…, todos se mezclaban en busca de algo que comer, un sitio donde dormir o información sobre qué narices estaba pasando. Y aquello era el paraíso, comparado con lo que pasaba en el continente. La Línea de las Rocosas acababa de establecerse; todo el oeste era zona de guerra. ¿Por qué molestarse en convocar elecciones cuando podríamos haber hecho que el Congreso aprobase una ampliación del mandato de los dirigentes que teníamos? El ministro de Justicia lo había intentado cuando era alcalde de Nueva York y había estado a punto de conseguirlo. Le expliqué al presidente que no teníamos ni la energía ni los recursos para hacer otra cosa que no fuese luchar por nuestra supervivencia.

¿
Qué respondió él
?

Bueno, digamos que me convenció de lo contrario.

¿
Puede ser más explícito
?

Podría, pero no quiero alterar sus palabras. Mis viejas neuronas no son lo que eran.

Inténtelo, por favor
.

¿Lo comprobará en su biblioteca?

Lo prometo
.

Bueno… Estábamos en su despacho temporal, en la suite presidencial de un hotel. Acababa de ser nombrado en el Air Force Two, y su antiguo jefe estaba sedado en la
suite
de al lado. Por la ventana podíamos ver el caos en las calles, los barcos alineados en el agua junto al muelle, los aviones que llegaban cada treinta segundos, y la tripulación de tierra empujándolos para salir de la pista cuando aterrizaban, para hacer sitio a los siguientes. Yo los señalaba, gritando y gesticulando con la pasión que me ha hecho famoso: «¡Necesitamos un gobierno estable de inmediato! —le decía—. Las elecciones son estupendas como principio, pero no es el mejor momento para los grandes ideales».

El presidente estaba tranquilo, mucho más tranquilo que yo. Quizá tenía que ver con su formación militar… Me dijo: «Éste es el momento preciso para los grandes ideales, porque esos ideales son lo único que tenemos. No estamos luchando por nuestra supervivencia física, sino también por la supervivencia de nuestra civilización. No tenemos el lujo de contar con los pilares en los que se apoya el viejo mundo; no tenemos una herencia común, no tenemos milenios de historia; lo único que nos queda son los sueños y las promesas que nos unieron. Lo único que tenemos… [se esfuerza por recordar]… lo único que tenemos es lo que queremos ser». ¿Entiende lo que decía? Nuestro país sólo existía porque la gente creía en él, y, si no era lo bastante fuerte para protegernos de la crisis, ¿qué futuro nos esperaba? Sabía que los Estados Unidos querían un César, y que convertirse en uno habría acabado con nuestro hogar. Dicen que los grandes hombres son producto de tiempos difíciles, pero yo no me lo creo. Vi muchas debilidades, mucha porquería; vi gente que debería haberse crecido ante el reto, y que no quiso o no pudo hacerlo. Codicia, miedo, estupidez y odio; lo vi todo antes de la guerra, y lo veo hoy en día. Mi jefe era un gran hombre; tuvimos mucha suerte de tenerlo.

El asunto de las elecciones marcó el tono general de toda su administración. Muchas de sus propuestas parecían demenciales a primera vista, pero, una vez apartabas la primera capa, te dabas cuenta de que existía un núcleo de lógica irrefutable en el interior. Por ejemplo, fíjese en las nuevas leyes de castigo, que hicieron que me subiese por las paredes. ¿Meter a la gente en cepos? ¡¿Azotarla en las plazas públicas?! ¿Dónde estábamos? ¿En el viejo Salem? ¿En la Afganistán de los talibanes? Parecía algo bárbaro, antiamericano, hasta que pensabas con detenimiento en las alternativas. ¿Qué íbamos a hacer con los ladrones y los saqueadores? ¿Meterlos en la cárcel? ¿De qué serviría eso? ¿Quién podía permitirse utilizar a ciudadanos capaces para alimentar, vestir y vigilar a otros ciudadanos capaces? Y, lo más importante: ¿por qué apartar a los castigados de la sociedad cuando podían servir como un valioso medio de disuasión? Sí, estaba el miedo al dolor (al látigo, al bastón), pero eso no era nada comparado con la humillación pública. A todo el mundo le aterraba que expusieran sus crímenes ante los demás. En un momento en que la gente se unía, se ayudaba, trabajaba para proteger y cuidar de sus vecinos, lo peor que podías hacer era obligar a alguien a caminar por la plaza pública con un cartel gigantesco que dijera: «Robé la leña de mi vecino». La vergüenza es un arma poderosa que dependía de que todos los demás hicieran lo correcto. Nadie está por encima de la ley, y ver a un senador recibir quince latigazos por estar involucrado en la obtención de ganancias ilegales gracias a la guerra, hacía más por la prevención del crimen que poner a un policía en cada esquina. Sí, había cuadrillas de trabajos forzados, pero se trataba de reincidentes, de los que habían recibido más de una oportunidad. Recuerdo que el ministro de Justicia sugirió soltar a todos los que pudiéramos en las zonas infestadas, librarnos de aquella carga, del riesgo en potencia que suponía su presencia. Tanto el presidente como yo nos negamos a la propuesta; mis objeciones eran éticas, mientras que las suyas eran prácticas. Todavía era suelo estadounidense, aunque estuviese infestado, y algún día lo liberaríamos. «Lo que menos necesitamos —dijo— es descubrir que uno de estos antiguos convictos se ha convertido en el Nuevo Gran Señor de la Guerra de Duluth.» Yo creía que estaba de broma; más tarde, cuando vi que eso era lo que ocurría en otros países, que algunos de los criminales exiliados se convertían en jefes de sus propios feudos aislados, a veces muy poderosos, me di cuenta de que habíamos esquivado una bala muy peligrosa. Las cuadrillas siempre fueron un problema, tanto política como social y económicamente, pero ¿qué otra cosa podíamos hacer con los que se negaban a tratar bien a los demás?

También utilizaron la pena de muerte
.

Sólo en casos extremos: sedición, sabotaje, intentos de secesión política. Los zombis no eran los únicos enemigos; al menos, no al principio.

¿
Los fundamentalistas
?

Teníamos nuestros propios fundamentalistas religiosos, como en cualquier país. Muchos creían que, de algún modo, estábamos interfiriendo en la voluntad de Dios.

[Se ríe.]

Lo siento, tengo que aprender a ser más comprensivo, pero, por todos los santos, ¿de verdad piensa que el creador supremo del multiverso infinito va a dejar que un puñado de guardias nacionales de Arizona desbarate sus planes?

[Rechaza la idea con un gesto de la mano.]

Consiguieron más notoriedad de la que deberían, sólo porque ese pirado intentó matar al presidente. En realidad, eran más un peligro para ellos mismos, con todos esos suicidios colectivos, la «piedad» de las matanzas de niños en Medford… Un asunto terrible, igual que con los verdes locos, la versión de izquierdas de los fundamentalistas. Creían que, como los muertos vivientes sólo consumían animales, no plantas, la voluntad de la Diosa Divina era favorecer a la flora sobre la fauna. Causaron algunos problemas: echaron herbicidas en el suministro de agua de una ciudad, pusieron trampas explosivas en los árboles para que los leñadores no pudieran utilizarlos para la producción bélica, etcétera. Ese tipo de terrorismo ecológico quedaba bien en los titulares, aunque, en realidad, no ponía en peligro la seguridad nacional. Los rebeldes eran otra cosa: secesionistas políticos organizados y armados. Eran, sin duda, nuestro peligro más tangible. También fue la única vez que vi preocuparse al presidente; no lo demostraba, con su típica apariencia digna y diplomática. En público lo trataba como un asunto más, como el racionamiento de comida o la reparación de carreteras, pero, en privado… «Debemos eliminarlos con rapidez y decisión, por todos los medios que sean necesarios.» Por supuesto, sólo hablaba de los que estaban dentro de la zona segura occidental; a aquellos renegados intransigentes no les gustaba la política de guerra del gobierno, o ya habían planeado la secesión años antes y usaban la crisis a modo de excusa. Eran los enemigos de la nación, los enemigos internos a los que se refiere cualquiera que jure defender a su país. No tuvimos que pensarnos dos veces cuál era la respuesta adecuada; sin embargo, los secesionistas al este de las Rocosas, los que estaban en algunas de las zonas aisladas y sitiadas… Ahí es donde la cosa se complicaba.

¿
Por qué
?

Porque, como se suele decir: «No fuimos nosotros los que abandonamos a los Estados Unidos, fueron los Estados Unidos los que nos abandonaron». Hay cierta verdad en la frase, porque abandonamos a aquellas personas. Sí, dejamos a algunos voluntarios de las fuerzas especiales, intentamos proporcionarles suministros por mar y aire, pero, desde un punto de vista puramente moral, los habíamos abandonado. No podía culparlos por querer seguir su propio camino, nadie podía; por eso, cuando empezamos a reclamar territorio, permitimos que todos los enclaves secesionistas tuviesen la oportunidad de reintegrarse pacíficamente.

Pero hubo violencia
.

Todavía tengo pesadillas con sitios como Bolívar y las Black Hills. Nunca veo las imágenes reales, la violencia y los resultados, sino a mi jefe, aquel hombre impresionante, poderoso y vital, poniéndose cada vez más enfermo. Había sobrevivido a muchas cosas y llevaba un gran peso sobre los hombros. ¿Sabe que nunca intentó averiguar qué les había pasado a sus parientes de Jamaica? Ni siquiera preguntó. Estaba demasiado centrado en el destino de nuestra nación, demasiado decidido a conservar el sueño que la había creado. No sé si los grandes hombres son producto de tiempos difíciles, pero sé que pueden ser sus víctimas.

Wenatchee (Washington)

[La sonrisa de Joe Muhammad es tan amplia como sus hombros. Aunque durante el día es el propietario del taller de reparación de bicicletas del pueblo, su tiempo libre lo dedica a esculpir metal fundido y convertirlo en exquisitas obras de arte. Sin duda, su obra más conocida es la estatua de bronce del centro comercial de Washington D.C., el Monumento Conmemorativo de la Seguridad Vecinal, en el que se ve a tres ciudadanos, dos de pie y uno en silla de ruedas.]

La reclutadora estaba visiblemente nerviosa e intentó disuadirme. Me preguntó si ya había hablado con los representantes del Decreto de reeducación nacional, y si conocía los demás trabajos disponibles, todos ellos esenciales para la guerra. Al principio no lo entendí, porque ya tenía un trabajo en la planta de reciclaje. Para eso estaban los equipos de seguridad vecinal, ¿no? Era un trabajo voluntario a tiempo parcial que empezaba cuando llegabas a casa. Intenté explicárselo, creyendo que me estaba perdiendo algo. Cuando ella empezó a darme otras excusas poco entusiastas y bastante tontas, vi que miraba mi silla.

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