Había tardado diez años en fabricar las pequeñas máquinas para hacer los barcos y luego la construcción de cada barco le había ocupado otros veinte años de tiempo. Hasta el momento había construido seis veleros, cada uno de ellos un poco más grande y un poco mejor construido que el precedente. Estaba a punto de completar un séptimo, al que solo le faltaba terminar y coser las velas. La madera que estaba quemando eran sus últimos recortes y el serrín compactado.
La pequeña fogata ardía bien. Dejó que siguiera haciéndolo y miró a su alrededor. Su respiración sonó con fuerza en el interior de su traje mientras levantaba la cabeza e inspeccionaba el oscuro espacio. Las sesenta y cuatro naves almacenadas en aquella estancia eran Unidades Rápidas de Ofensiva de clase Gángster: esbeltos cilindros segmentados de doscientos metros de longitud y cincuenta de diámetro. La pequeña claridad de la fogata se perdía entre los elevados chapiteles de las naves. Tuvo que presionar la superficie de control del antebrazo de su antiquísimo traje espacial para intensificar la imagen que le mostraba la pantalla del visor.
Las naves parecían tatuadas. Sus cascos estaban cubiertos por un abigarrado remolino de patrones entrelazados, una mezcolanza fractal de colores, diseños y texturas que los saturaban hasta el último milímetros cuadrado. Los había visto ya cientos de veces pero siempre conseguían fascinarlo.
En ocasiones había ascendido flotando hasta algunas de las naves y había tocado sus pieles e, incluso a través del grosor de los guantes del milenario traje había podido sentir la aspereza de la superficie, rugosa y encostrada. La había examinado con más detenimiento, y luego con más detenimiento aún, utilizando las luces del traje y el aumento de la pantalla visor para escudriñar el colorido despliegue que había ante sus ojos y se había descubierto extraviado en capas concéntricas de complejidad y diseño. Cuando había dejado de hacerlo, el traje estaba utilizando electrones para escudriñar la superficie e imponiendo colores falsos a las superficies mostradas y a pesar de ello la complejidad seguía manifestándose, aparentemente hasta el nivel atómico. Se había retirado entre capas y niveles de motivos, figuras, mándalas y frondas, sintiendo en la cabeza el hormigueo de la extravagante y borrosa complejidad de todo ello.
Gestra Ishmethit recordaba haber visto imágenes de las naves de guerra: adoptaban el color que querían en cada momento –normalmente un negro inmaculado o alguna tonalidad reflectante, cuando no se ocultaban cubriéndose con un holograma que mostraba lo que había detrás de ellas– pero no recordaba haber visto nunca aquellos diseños tan extraños. Había consultado los archivos de la Mente. Según parecía, al llegar allí las naves eran vehículos normales, de casco ordinario. Preguntó a la Mente por qué se habían decorado de aquel modo, escribiéndolo en la pantalla de su terminal, tal como hacía siempre que quería comunicarse:
<¿Por qué naves tatuadas parecen?>
La Mente había replicado:
Y eso fue todo lo que pudo sacarle.
Decidió que tendría que contentarse con seguir intrigado.
La pequeña fogata enviaba trémulas venas de tenue luz a las sombras que rodeaban las enigmáticas torres de las extravagantes naves. No oía más que su respiración. Se sentía maravillosamente solo. Ni siquiera la Mente podía hablarle mientras mantuviera apagado el comunicador del traje. Era la perfección; era una soledad total y completa, era la paz y la quietud, y un fuego en medio del vacío. Volvió a bajar la mirada hacia los rescoldos.
Hubo un destello cerca del suelo, a un par de kilómetros de allí.
Su corazón pareció congelarse. El destello volvió a producirse. Fuera lo que fuese, estaba acercándose.
Encendió el comunicador de su traje con mano temblorosa.
Antes de que sus trémulos dedos pudieran teclear su pregunta para la Mente, se encendió la pantalla del visor:
<
Gestra, vamos a recibir visita. Regresa a tus habitaciones, por favor.>
Se quedó mirando el texto con los ojos muy abiertos y el corazón latiendo con mucha fuerza en el pecho. Las brillantes letras permanecieron donde estaban y siguieron diciendo lo que decían; no iban a desaparecer. Las inspeccionó una por una, buscando errores, tratando desesperadamente de encontrarles algún otro sentido, pero siguieron repitiendo la misma frase, siguieron significando la misma cosa.
Visita
–pensó–.
¿Visita? ¿Visita? ¿Visita?
Sintió terror por vez primera en siglo y medio.
El dron que había brillado en la oscuridad, enviado por la Mente a buscarlo porque había desconectado el comunicador de su traje, tuvo que llevarlo a sus habitaciones de tanto como estaba temblando. También recogió la botella de oxígeno y la apagó.
Tras él, el fuego continuó brillando débilmente unos pocos segundos en la oscuridad y entonces, incluso aquella funesta claridad sucumbió al vacío gélido y se extinguió.
La nave Exploradora del Elenco Zetético
Tregua sin bajas,
de la Quinta Flota del Clan de los Observadores de Estrellas, describió un lento giro alrededor del límite exterior de la nube de cometas del sistema estelar Tremesia I/II. Sus haces buscadores tocaron fugazmente el máximo número de cuerpos oscuros y congelados, tratando de dar con su hermana perdida.
El sistema doble era relativamente pobre en lo relativo a cometas. Apenas tenía un centenar de billones. Sin embargo, muchos de ellos tenían órbitas que superaban ampliamente la eclíptica y eso provocaba que la búsqueda fuera tan complicada como lo habría sido con un número superior de cometas dispuestos en una nube más plana. Aun así, era imposible comprobarlos todos. Hubieran hecho falta diez mil naves para verificar exhaustivamente cada rastro captado por un sensor en la nube de cometas y asegurarse de que ninguno de ellos era una nave herida, y lo máximo que la
Tregua sin bajas
podía hacer era posar por un instante la mirada en los candidatos más prometedores.
Para llevar a cabo este mínimo examen en aquel único sistema necesitaría un día entero, y había otras noventa estrellas que ofrecían parecidas probabilidades de éxito, además de otros ochenta sistemas estelares un poco menos prometedores. Las otras seis naves de la Quinta Flota tenían programas parecidos y se les había encomendado la búsqueda en grupos similares de sistemas estelares.
Las naves del Elenco enviaban informes rutinarios de emplazamiento y estatus a un hábitat, una instalación o una nave coordinadora fiable cada dieciséis días estándar.
La paz trae plenitud,
como todas las demás naves del contingente, había enviado su señal a la embajada del Elenco en Grada sesenta y cuatro días después de salir del hábitat.
Había llegado el día octogésimo y solo siete naves habían informado. De inmediato, las demás habían dejado de alejarse, en el caso de que las trayectorias previstas las hubieran obligado a hacerlo. Siete días más tarde, al ver que seguía sin haber noticias y que nadie había oído nada todavía, las siete naves restantes de la Quinta Flota habían alterado sus rumbos para converger en la última posición conocida de la nave perdida y habían acelerado a toda velocidad. La primera de ellas había llegado a la zona en la que hubiera debido de estar
La paz trae plenitud
cinco días más tarde. La última llegó doce días después.
Habían asumido que la nave que estaban buscando no había viajado a tales velocidades después de haber enviado su última señal. No les quedó más remedio que asumir que había estado viajando a velocidad de crucero, o incluso flotando entre los sistemas cuya exploración se le había encomendado. Tuvieron que asumir también que se encontraba en un sistema estelar, una pequeña nebulosa o una nube gaseosa, y que ni estaba tratando de ocultarse ni nadie estaba tratando de escondérsela deliberadamente.
Las estrellas eran más o menos fáciles de comprobar. A pesar de que era microscópica en comparación con una estrella media, una nave de medio millón de toneladas contenía varias toneladas de antimateria y una gran variedad de materiales muy exóticos que, de haber caído en una estrella, habrían provocado una llamarada diminuta pero fácilmente reconocible así como, en la mayoría de los casos, una mancha en la superficie estelar que habría durado al menos varios días. Con una sola órbita alrededor de la estrella podías saber si una nave desaparecida había sufrido un desastre así. Los planetas pequeños y sólidos tampoco suponían gran problema, a menos que la nave estuviera escondiéndose o siendo escondida, cosa que, por descontado, era perfectamente factible en tales situaciones y mucho más plausible que un desastre natural o un fallo técnico terminal. Los grandes planetas gaseosos suponían mayores dificultades. Los cinturones de asteroides, cuando los había, podían representar auténticos problemas y las nubes de cometas eran una pesadilla.
En la inmensa mayoría de los sistemas solares era muy fácil registrar los espacios que mediaban entre los sistemas interiores y las nubes de cometas en busca de cosas grandes y llamativas y no tenía sentido buscar las pequeñas o aquellas que estuvieran tratando de ocultarse. En el espacio interestelar ocurría más o menos lo mismo, solo que era mucho peor. A menos que estuvieran tratando de enviarte una señal, podías olvidarte de encontrar cualquier cosa que fuera más pequeña que un planeta.
La
Tregua sin bajas
y su tripulación, al igual que el resto de la Flota, el Clan y el Elenco, no se hacían ilusiones sobre las probabilidades de éxito que ofrecía su búsqueda. Lo estaban intentando porque había que intentar algo, porque siempre existía alguna probabilidad, por muy remota que fuera, de que su nave hermana estuviera en algún lugar donde pudieran encontrarla –orbitando un planeta o en una estable de 1/6 alrededor de la órbita de un planeta grande– y no podrían volver a mirarse al espejo si aceptaban la fría visión estadística de que las probabilidades de encontrar la nave intacta se acercaban a cero y luego descubrían que había estado allí, esperando a ser salvada pero perdida finalmente porque nadie se había molestado en tener esperanzas –y actuar– al margen de las probabilidades. No obstante, las estadísticas no invitaban al optimismo, pues indicaban que la misión se parecía tanto a un imposible que no representaba mucha diferencia con respecto a no hacer nada, y las búsquedas como aquella siempre tenían algo morboso, algo deprimente, como si en realidad fuesen una vigilia por los muertos, parte de una ceremonia funeraria, más que un intento práctico de buscar a los desaparecidos.
Pasaron los días; las naves, conscientes de que lo que quiera que le hubiese ocurrido a
La paz trae plenitud
podía ocurrirles también a ellas, se transmitían su localización cada pocas horas.
Dieciséis días después de que la primera nave hubiera empezado a buscar y cientos de sistemas estelares investigados más tarde, la misión empezó a perder entusiasmo. Durante los días siguientes, cinco de las naves regresaron a otras zonas del Remolino Foliar Superior que habían estado explorando mientras las otras dos permanecían en la zona aproximada en la que hubiera debido de estar
La paz trae plenitud,
llevando a cabo más exploraciones de sistemas estelares en cumplimiento del programa de su misión, pero confiando en que su hermana desaparecida hiciera de repente acto de presencia, o al menos encontraran algún fragmento o alguna prueba, cualquier cosa que les permitiera averiguar qué había sido de ella.
El hecho de que la nave había desaparecido no se revelaría a nadie que no perteneciera a la flota antes de otros dieciséis días. El Clan de los Observadores de las Estrellas transmitiría la triste noticia al resto del Elenco otros ocho días después y la galaxia exterior sería informada, si es que el asunto le importaba, un mes más tarde. El Elenco se preocupaba de los suyos y, del mismo modo, se guardaba para sí la información referente a ellos.
La
Tregua sin bajas
se alejó del último sistema estelar que había estado investigando, sintiendo una especie de consternado alivio por haber dejado a popa la gigante roja. No era una de las dos naves que continuarían la búsqueda. Regresaba a la zona en la que se encontraba antes de que
La paz trae plenitud
hubiera desaparecido. Mantuvo todos los sensores activados mientras se alejaba del gigantesco sol, atravesando las órbitas de dos planetas pequeños y fríos y, tras ellos, los oscuros y gélidos cuerpos de los núcleos de los cometas. Su curso la llevaba directamente hacia la siguiente estrella. De camino, exploró también el espacio interestelar con sus sensores, todavía esperanzada, todavía un poco temerosa... pero no apareció nada. La solitaria y rojiza esfera de Esperi se alejó a popa, como un rescoldo enfriándose y convirtiéndose en cenizas en el frío de la noche.
Pocas horas más tarde, la nave había abandonado la zona del todo y se dirigía al interior de la galaxia, hacia las lejanas y anónimas estrellas que le habían correspondido.
[haz estrecho, M32, tra. @n4.28.860.0446]
ºº
Creo que he descubierto algo. Te envío las trayectorias previstas para
la Brillo acerado
y la
Vivienda sin remodelar
(DiaGlif adjunto). (Los movimientos de la
No se inventó aquí
solo pueden ser objeto de suposición). Fíjate que ambos se modifican con una diferencia de pocas horas, y sin razón aparente, hace diecinueve días. La
UGC Destino susceptible de cambio
,responsable de haber descubierto la Excesión, también realizó un brusco y acusado cambio de rumbo hace diecinueve días: un rumbo nuevo que la lleva casi directamente hacia la Excesión. Y luego tenemos el informe de la
UGC Excusa razonable
–a la que se encomendó la vigilancia de nuestro distante amigo, la UGC
Zona gris
–
que asegura que la nave dejó su último punto de interés hace dos días y fue detectada por última vez en dirección al Remolino Foliar Inferior; posiblemente a Grada.
ªª
¿Ah, sí?
ºº
No seas obtusa
ªª
No estoy siendo obtusa.
Tú te estás comportando como una paranoica.
Muchos itinerarios se han visto alterados recientemente gracias a esa cosa.