Ninguna de estas ambiciones le parecía
tanto
pedir, pero hasta el momento no le habían sido concedidas. Creía haber detectado cierto movimiento en el asunto de la Afrenta antes de que ocurriese lo de la
Servicio durmiente,
pero ahora, si había que dar crédito a lo que le habían dicho, podía tener más o menos lo que quisiera, sin excepciones.
Esto le resultaba sospechoso. Circunstancias Especiales no era famosa por su disposición a endosar cheques en blanco. Se preguntó si estaría comportándose como un paranoico o sería solo que llevaba demasiado tiempo viviendo entre Afrentadores (ninguno de sus predecesores había durado allí más de cien días y él llevaba casi dos años).
En cualquier caso, no quería correr riesgos. Había hecho algunas preguntas. Todavía faltaban por recibir algunas respuestas –lo estarían esperando cuando llegara a Grada– pero hasta el momento todo parecía en orden. También había pedido hablar con un representante de la VSM de clase Desierto
No se inventó aquí,
la nave que actuaba como coordinador de incidentes en el asunto –también esto ocurriría en Grada–, había consultado la historia de la nave en los archivos del módulo y la había transferido a la IA del traje.
Los de la clase Desierto habían sido los primeros Vehículos Generales de Sistemas construidos por la Cultura, y habían proporcionado el modelo original para el concepto de la Nave Rápida Autosuficiente Muy Grande. Una longitud de poco más de tres kilómetros podía considerarse diminuta según los estándares de la actualidad –en el interior de VGS del tamaño de la
Servicio durmiente
se construían rutinariamente naves enteras con un volumen ocho veces superior y la clase entera había sido degradada al estatus de Vehículos Medios de Sistemas– pero todavía contaba con la distinción de la antigüedad. La
No se inventó aquí
tenía casi dos mil años y podía presumir de una larga e interesante carrera que la había elevado tanto en la democrática y distribuida estructura de mando de la Cultura que había podido ejercer el control consultivo de varias flotas en el transcurso de la Guerra Idirana. Ahora estaba sumida en el equivalente a la serenamente gloriosa senectud que afectaba a algunas de las Mentes más antiguas: ya no producía naves más pequeñas, mantenía poco contacto con los asuntos normales de la Cultura y controlaba su población en un nivel relativamente bajo.
Pero seguía siendo, a pesar de ello, una nave de la Cultura. No se había tomado un periodo sabático, ni se había exiliado o convertido en Excéntrica, ni se había unido a la Cultura Ulterior –el nombre relativamente reciente dado a los fragmentos de la Cultura que se habían segregado y ya no eran miembros de pleno derecho–. Pero a pesar de ello, y a pesar del hecho de que la información que figuraba en el registro sobre ella era enorme (además de los hechos desnudos, contenía ciento tres biografías completas y diferentes sobre la nave, un material que hubiera tardado un par de años en leer), Genar-Hofoen no podía sacudirse del todo la sensación de que flotaba un cierto aire de misterio sobre ella.
También pensaba que las Mentes escribían voluminosas biografías de sus congéneres para ocultar las ocasionales pepitas de embarazosa verdad que pudieran existir sobre ellas entre montañas de basura.
La información que contenía el archivo incluía también algunas afirmaciones bastante increíbles realizadas por algunos de los periódicos de análisis y noticias más excéntricos y pequeños –algunos de ellos, medios formados por un solo individuo, según los cuales el VSM era miembro de una especie de aquelarre en la sombra que formaba parte de una conspiración de naves muy antiguas que daba un paso al frente para hacerse con el control cuando se presentaba alguna situación que pudiera amenazar la cómoda meta-hegemonía proto-militarista de la Cultura; situaciones que demostraban más allá de toda duda que los mal llamados procesos democráticos normales de la práctica política eran un completo fraude inmovilista y que los humanos, al igual que sus parientes y también títeres en aquel teatro controlado por las Mentes, los drones, tenían aún menos poder del que creían en la Cultura–. Había un montón de material así. Genar-Hofoen leyó y leyó hasta que la cabeza empezó a darle vueltas y entonces se detuvo. Llegado un punto, si la conspiración era
tan
poderosa y sutil, no tenía demasiado sentido preocuparse por ella.
Lo mismo daba; indudablemente, el viejo VSM no tenía el control completo de la situación a la que se estaba dejando arrastrar, sino que era la punta del iceberg, el representante de una colección, si no un aquelarre, de otras Mentes interesadas y experimentadas que tenían algo que decir en la primera reacción al descubrimiento del artefacto cerca de Esperi.
Junto con la solicitud de una entrevista con un estado de personalidad de la
No se inventó aquí,
Genar-Hofoen había enviado mensajes a todas las naves, drones y personas con conexiones en Circunstancias Especiales a las que conocía, preguntándoles si lo que le habían contado era cierto. Algunos de ellos le habían contestado antes de que saliera del hábitat de God'shole y parecía que lo que les habían contado –que, hay que admitirlo, variaba según lo mucho o poco que el grupo de Mentes al que la
No se inventó aquí
estaba representando hubiera decidido revelarles– confirmaba la historia. La información que había recibido parecía genuina y el trato que le habían ofrecido parecía bueno. En cualquier caso, para cuando llegara a Grada y recibiera todas sus respuestas, serían tantas las personas y Mentes ajenas a Circunstancias Especiales que estarían al corriente de lo que le habían ofrecido, que sería imposible que CE se escabullera sin perder muchísimo crédito.
Seguía sospechando que había en el asunto mucho más de lo que le habían contado y no tenía la menor duda de que continuarían manipulándolo y utilizándolo, pero siempre que el precio que le pagaran fuera bueno, eso no le importaba demasiado, y al menos el trabajo parecía bastante sencillo.
Había tomado la precaución de verificar la historia que le había contado su tío sobre la desaparición de la estrella de un trillón de años y el artefacto que orbitaba a su alrededor. Y en efecto, allí estaba: una historia casi mitológica enterrada en el fondo de los archivos, uno de tantos cuentos extraños con una cantidad frustrantemente pequeña de evidencias como para sustentarse. Desde luego, nadie parecía capaz de explicar lo que había ocurrido en este caso. Y por supuesto, ya no quedaba con vida nadie a quien preguntarle. A excepción de la dama a la que iba a visitar.
La capitana de la nave
Niño problemático
había sido, en efecto, una mujer: Zreyn Tramow. Capitana Honoraria de Flota de Contacto Gart-Kapilesa Zreyn Enhoff Tramow Afayaf dam Nistak-Eest, para dar su Nombre Completo y su Título Oficial. Los archivos contenían su fotografía. Parecía orgullosa y capacitada; una cara pálida y estrecha, con los ojos juntos, cabello rubio de un centímetro de longitud y labios finos pero sonrientes y con lo que parecía un brillo de inteligencia en aquellos ojos. Le gustaba su aspecto.
Se preguntó cómo sería haber pasado más de dos mil años Almacenada y despertar de repente sin cuerpo al que regresar y frente a un hombre desconocido que quería hablar contigo. Y robarte el alma.
Se había quedado mirando un rato la fotografía, tratando de asomarse detrás de aquellos claros y burlones ojos azules.
Jugaron otras dos partidas de bolalada. Cinco Mareas las ganó las dos. Al final, Genar-Hofoen estaba temblando de fatiga. Luego llegó la hora de refrescarse y dirigirse al salón de oficiales, donde aquella noche se ofrecía una cena de gala para celebrar el cumpleaños del comandante Bontambor VI. La juerga se alargó hasta bien entrada la noche. Cinco Mareas le enseñó al humano algunas canciones obscenas, Genar-Hofoen respondió con otras suyas, dos Capitanes de Escuadrón de la Fuerza Atmosférica se enfrentaron en un duelo medio serio con manguitos ralladores –mucha sangre, ningún miembro perdido, y el honor satisfecho– y Genar-Hofoen caminó por la cuerda floja sobre el foso de la mesa del comandante mientras debajo de él aullaban los rasgabuesos. El traje le juró que no le había ayudado, aunque él estaba seguro de que había impedido que cayera en un par de ocasiones. Sin embargo, no dijo nada.
A su alrededor, la
Besa la hoja
y sus dos escoltas recorrían a toda potencia los espacios interestelares, en dirección al hábitat de Grada.
Ulver Seich despertó del mejor modo posible. Emergió con lánguida lentitud atravesando borrosas capas de lujuriosos sueños y recuerdos de dulzuras, sensualidades y puros deleites carnales... para descubrir que todo ello, fundiéndose de manera espléndida en la realidad, estaba ocurriendo en aquel preciso momento.
Jugueteó con la idea de fingir que seguía dormida, pero entonces el muchacho debió de tocar el punto exacto, porque no pudo evitar emitir un sonido y moverse y agarrotar el cuerpo, de modo que rodó sobre sí misma, le cogió la cara entre las manos y se la besó.
–Oh, no –gimió entre risas–. No pares. Esa sí que es una
buena
manera de decir buenos días.
–Es casi mediodía –susurró el joven. Se llamaba Otiel. Era alto y de tez oscura y poseía un fabuloso cabello rubio y una voz que podía ponerte la carne de gallina a cien metros o, mejor aún, a unos milímetros de distancia. Estudiante de metafísica. Nadador y alpinista por afición. El que había alborotado su corazón la pasada noche. Amante de las piernas. De largos y sensitivos dedos.
–Hmmm... ¿de veras? Bueno... ¿sabes una cosa?... puedes decirme eso mas tarde, pero entre tanto sigue... ¿QUÉ?
Se incorporó como impulsada por un resorte, con los ojos muy abiertos. Apartó de un manotazo la mano del joven y miró nerviosamente a su alrededor. Creía que estaba en su cama Romántica. Aunque, en realidad, era más bien una cámara: un hemisferio hecho de encaje de color carmesí, con techo de pabellón, lleno de cabeceros acolchados y almohadones de seda que se fundían en la única pared de la estancia, acolchada también, y que sobresalían aquí y allá formando cosillas diversas con formas como de proyecciones, estanterías y asientos. Tenía otras camas: estaba su cama infantil, llena todavía de juguetes, su cama de Dormir, acogedora y rodeada de plantas nocturnas; una enorme, colosalmente formal y terriblemente pasada de moda cama de Recepción, para cuando quería recibir a sus amigos, y una cama de aceite, que era básicamente una esfera de cuatro metros llena de aceites calientes. Tenías que ponerte unos pequeños apósitos nasales para entrar y te Desplazaban el aire al interior del cuerpo. No era del gusto de todo el mundo, por desgracia, pero sí
muy
erótica.
Su randa neural ya había despertado con la descarga de adrenalina. Le informó de que faltaba media hora para el mediodía. Mierda. Creía recordar que había puesto una alarma para que la despertara una hora antes. Al menos aquella había sido su intención. Debía de habérsele olvidado por culpa de la diversión; re-priorización hormonal. Bueno, el mal ya estaba hecho.
–¿Qué...? –dijo Otiel, sonriendo. La estaba mirando de una forma extraña, como si se creyera que aquello formaba parte de algún juego. Un centelleo en los ojos. Alargó los brazos hacia ella.
Maldición, la gravedad seguía activada. Ordenó a los controles de la cama que cambiaran a un décimo de G.
–¡Lo siento! –dijo, y le lanzó un beso mientras la gravedad aparente descendía en un noventa por ciento. De repente, el relleno de la cama tuvo mucho menos peso que soportar. El efecto fue un empujoncito muy suave en sus traseros que bastó para lanzarlos hacia arriba con lentitud. El muchacho puso cara de sorpresa; fue una expresión tan dulce, infantil e inocente que Ulver estuvo a punto de quedarse.
Pero no lo hizo; bajó de la cama de un salto, moviendo las piernas en el aire y alzando los brazos por encima de su cabeza para pasar volando entre los encajes sueltos del techo de tela de la cámara y salir al dormitorio, pasó sobre la plataforma acolchada que rodeaba la cama y volvió a caer suavemente en los brazos de su gravedad estándar. Bajó corriendo los escalones curvos del suelo del dormitorio y estuvo a punto de chocar contra el dron Churt Lyne.
–¡Ya lo sé! –gritó sacudiendo una mano hacia él.
El dron se apartó de su camino y, acto seguido, giró con suavidad y la siguió por el suelo del dormitorio hacia el cuarto de baño, con el campo de un azul formal pero teñido de rosado humor.
Ulver echó a correr. Siempre le habían gustado las habitaciones grandes. Su dormitorio tenía veinte medros cuadrados y cinco de altura. Una de las paredes era una ventana entera. Daba a un ondulado paisaje de campos y colinas boscosas salpicado de torres y zigurats. Era el Espacio Interior Uno, el cilindro central y más largo en el grupo de tubos de cinco kilómetros de diámetro que formaban la principal zona habitada de la Roca.
–¿Puedo hacer algo? –preguntó el dron mientras Ulver entraba corriendo en el baño. Tras él, hubo un grito y luego una serie de imprecaciones, proferidas por el muchacho al intentar salir de la cámara nocturna y topar con el cambio de gravedad. El dron se volvió un instante hacia el ruido y entonces la voz de Ulver le llegó flotando entre el ruido de los fluidos a presión:
–Bueno, podrías
echarlo...
pero con amabilidad, por favor.
–
¿Qué?
–chilló Ulver–. ¿Haces que me deshaga de mi encantador chico nuevo después de una noche, me obligas a cancelar
todas
mis citas en un
mes y
ni siquiera dejas que me lleve unas pocas mascotas? ¿Ni un par de
amigos?
–Ulver, ¿podemos hablar a solas? –dijo Churt Lyne con calma mientras rotaba y señalaba una habitación situada tras un pasillo que salía de la galería principal.
–¡No, no
podemos!
–gritó la chica, y arrojó al suelo la capa que llevaba–. Lo que tengas que decir, puedes decirlo perfectamente delante de mis amigos.
Se encontraban en la galería exterior de Iphetra, una alargada zona de recepción jalonada de ventanales y pinturas viejas. Daba a los jardines formales y, más allá de estos, al Espacio Interior Uno. Un par de vagones de metro esperaban tras las puertas, situadas en la pared de los cuadros. Les había dicho a todos que se reunirían allí. Hacía ya una hora que había pasado el mediodía, pero había ciertas cosas en el cuarto de baño que no podían acelerarse, sencillamente, y –tal como le había dicho a un Churt Lyne embargado por una breve pero encantadoramente incandescente furia al salir de su baño de leche– si de verdad era tan importante para aquellos planes tan secretos, Circunstancias Especiales no tendría más remedio que esperarla. Como concesión a la urgencia de la situación, se había dejado la cara sin maquillar, se había recogido el pelo en un sencillo moño y se había vestido con una combinación de pantalones sueltos y chaqueta, de colores clásicos. Ni siquiera en elegir las joyas había tardado más de cinco minutos.