Read Especies en peligro de extinción Online
Authors: Cathy Hapka
—Claro. Es lo que tenía más sentido, ¿no crees? Pero en cuanto empecé a pasar tiempo contigo, empecé a entenderte. Tienes un gran potencial. De hecho, íbamos a contarte todo el plan en cuanto creyéramos que estabas preparada —se encogió de hombros—. Era evidente que no lo estabas, así que recurrimos al Plan C. Aun así, sé que no tardarás en aceptarlo y en darte cuenta de que hemos hecho lo que debíamos. Entonces todo volverá a ser guay.
Ella volvió a estremecerse, horrorizada por lo profunda y equivocadamente que él la había interpretado todo el tiempo que llevaban juntos. ¿La conocía aunque solo fuera un poco? Nunca había sido de las que creían en almas gemelas, pero creía que al menos se comprendían mutuamente un poco. Y ahora daba la impresión de que los dos solo habían visto en el otro lo que querían ver. Como si coexistieran en planos de realidad paralelos pero ligeramente diferentes.
—El caso es que lo hecho, hecho está —Óscar ya perdía interés en la conversación—. La LIDA está preparada para conseguirnos nuevas identidades para los dos, y que así podamos desaparecer, en Malasia o algún lugar así, y que no nos cojan nunca. Tú también resultaste ideal para esa parte del plan —le tocó gentilmente la nariz—. Nadie te echará de menos ni se preguntará demasiado dónde estás cuando no vuelvas a clase.
Aunque Faith estaba muy segura de que esta vez no intentaba ser cruel con ella, este comentario se le clavó en el corazón como una puñalada. La ira burbujeó en su interior, ardiente y dolorosa. Nunca le habían gustado los enfrentamientos, pero de pronto su alma se lo pedía a gritos. Quiso saltar contra Óscar, cogerlo por la garganta, gritarle hasta que se viera forzado a entender lo que había hecho....
Esos sentimientos la asustaron, y dirigió una mirada involuntaria a la ventana como esperando alguna clase de escape. En ese momento, una paloma aleteó grácilmente para aterrizar en el repecho de la ventana, distrayéndola un poco. Paseó la mirada por las plumas grises y suaves mientras el ave caminaba torpemente ante la ventana.
Piensa con el cerebro, no con el corazón.
Las palabras de su hermana acudieron sin querer a su mente, como solía pasarle en diferentes momentos de su vida. ¿Cuántas veces le había dicho eso Gayle, normalmente cuando era demasiado tarde para seguir su consejo?
Pero esta vez no era demasiado tarde, no del todo, Lil corazón se le aceleró al darse cuenta de que debía hacer realidad aquí y ahora las palabras de Gayle. Tenía que mantener la calma si quería superar la situación, pese a la mezcla casi abrumadora de traición, horror, tristeza y humillación que la hacía querer estallar en sollozos de rabia y golpear la cara de Óscar. Este acababa de mostrarle lo implacable que podía llegar a ser, y era evidente que estaba algo más que un poco loco. No había manera de saber lo que haría si llegaba a creer que ella podía delatarlo o dificultar su precioso plan. Debía tratarlo con la misma cautela con que se enfrentaría a una serpiente de cascabel a punto de atacar.
Al darse cuenta de que él la vigilaba cuidadosamente, se llevó una mano a la frente.
—Ne... necesito asimilar todo esto —dijo débilmente, simulando estar confusa. Lo cual no suponía un reto interpretativo, pues aún se sentía aturdida y no muy segura de que todo eso le estuviera pasando de verdad—. Es todo tan repentino. Ne... necesito algo de tiempo para hacerme a la idea...
—Emplea todo el tiempo que necesites, nena —el rostro de Óscar se iluminó, y le agarró la rodilla y se la apretó—. Estoy aquí por ti. Ya lo verás... saldremos adelante juntos, y será estupendo.
—Gracias —respondió ella, forzando una sonrisa, cuidándose mucho de mantener un tono de voz todo lo normal que podía. Por el rabillo del ojo fue de repente demasiado consciente de la jeringuilla con veneno de serpiente depositada sobre la cómoda a pocos metros de distancia—. Er, creo que necesito lavarme la cara. ¿Te parece?
—Adelante —Óscar se levantó de un salto e hizo una reverencia, todo ello con movimientos nerviosos y excitados.
Faith se levantó, deseando que sus piernas de goma no cedieran bajo ella. Ahogada por el miedo, caminó con cuidado hasta el baño. Cuando pasó ante la cómoda se detuvo una fracción de segundo junto a la jeringuilla, pero siguió andando sin cogerla. Se metió en el baño.
Se sintió algo más segura con solo girar la esquina y estar fuera de la vista de Óscar. Dejó la puerta entreabierta para evitar cualquier posibilidad de despertar sus sospechas, hizo correr agua en el lavabo y se salpicó la cara. El agua fría contra su piel acalorada le sintió bien y le despejó un poco la cabeza. Y esa actividad le concedió un momento para pensar lo que debía hacer a continuación.
La voz de Óscar le llegó desde la habitación contigua.
—No lamentarás quedarte a mi lado, nena. Estamos en esto juntos, y así es como debe ser. Ahora somos un equ ipo. Para siempre.
El "
para siempre
" no existe.
Era algo que solía decirle mucho Gayle al final. Alzó la cabeza y se miró al espejo. Sus anchos ojos ambarinos, tan parecidos a los de su hermana, le devolvieron la mirada, pero no le dijeron lo que debía hacer.
Cuando Faith salió del baño, Óscar estaba sentado en una esquina de la cama, dándole la espalda mientras rebuscaba en su maleta abierta en el suelo a sus pies. Una vez más volvió a pararse ante la jeringuilla. Lo único que tenía que hacer era cogerla y hundir la aguja en el cuello o el hombro de Óscar antes de que él se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Si el tranquilizante y el veneno hacían su trabajo, nadie lo encontraría hasta que fuera demasiado tarde, y ella estuviera lejos.
Pero se apartó de la jeringuilla una vez más. No podía hacerlo. Ni siquiera en esas circunstancias, y ni siquiera a él.
En vez de eso, cogió el cubo metálico del hielo. Se movió deprisa, antes de perder el valor, y saltó hacia delante, descargando el cubo contra la cabeza de Óscar con toda la fuerza que le era posible.
—Eh, yo... —exclamó él, pareciendo sorprendido. Y se desplomó como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos, resbalando desde el borde de la cama y aterrizando encima de su maleta abierta.
Faith se quedó paralizada por un momento, con el cubo de hielo en la mano, mirando fijamente a Óscar. Su costado ascendía y descendía, confirmando que aún estaba con vida. Medio esperaba que se pusiera en pie de pronto, se recuperase del golpe y la atacara furioso. Todo habría acabado entonces...
Pero Óscar no se movió. Aturdida por lo que había hecho, dejó caer el cubo en la cama y se tapó la boca con ambas manos, rogando por no vomitar o desmayarse.
Entonces, al darse cuenta de que el tiempo transcurría sin ella, cogió el teléfono, pasando sobre la forma inmóvil de Óscar para cogerlo. Marcó con dedos temblorosos y llamó a la policía local.
—¿Ho-hola? —dijo, con voz aguda e irreconocible hasta para ella misma—. Quiero informar de un crimen. En la convención sobre medio ambiente. Alguien tiene que ir enseguida a ver al Dr. Arreglo. No dejen que los guardias de seguridad los detengan. Es muy importante que reciba tratamiento médico lo antes posible. Le han inyectado veneno de serpiente, de una especie tóxica, pero no sé de cuál, así que necesitarán un equipo identificador o un antiveneno polivalente...
No sabía si era demasiado tarde para salvar a Arreglo, pero tenía que intentarlo.
—Ya veo —el tono de voz del operador parecía de sorpresa, quizá con un toque de sospecha—. ¿Cuál es el paradero de la víctima?
Durante un terrorífico instante, Faith no pudo recordar el nombre del hotel de Arreglo. Entonces acudió a su mente, y barbotó el nombre.
—Muy bien —dijo el operador con calma—. ¿Y cuál es su paradero, señorita?
La Faith que siempre había sido una buena chica, que siempre hacía su cama y hacía los deberes y respetaba a sus mayores, abrió obediente la boca para responder. Pero la nueva Faith, la persona atrapada en ese extraño juego cuyas reglas no conocía pero que de todos modos se veía forzada a jugar, acudió a sus sentidos y asumió el mando justo a tiempo.
—Er, estoy... en otra parte —tartamudeó—. Ahora tengo que dejarla. Adiós.
Colgó el teléfono, sintiéndose presa del pánico, como si ojos inquisitivos la mirasen desde las ventanas. Se volvió para ver que la paloma seguía vigilándola con redondos ojos negros. Mientras la miraba, alzó el vuelo en un borrón de alas.
Faith también se puso en movimiento. Abrió los cajones de la cómoda y empezó a meter sus cosas en la maleta con toda la rapidez que podía. Ahora que había hecho todo lo que podía para ayudar a Arreglo, en lo único que podía pensar era en irse lejos, muy lejos de ese sitio. Una parte de su cerebro sabía que la cosa no se acabaría ahí, que luego tendría que enfrentarse al resto.
Encontró de algún modo la forma de salir y parar un taxi que la llevase al aeropuerto. Apenas veía las riadas de viajeros que se movían a su alrededor ocupándose de sus asuntos, pero consiguió llegar al mostrador de Oceanic Airlines.
—Querría cambiar este billete —le dijo a la mujer que la atendió— , A un vuelo anterior.
La agente de viajes miró sus billetes.
—Ya veo —dijo ella en tono agradable—. Así que quiere volver un poco antes a los Estados Unidos.
—Por favor —dijo Faith, intentando que su voz sonara lo más calmada posible—. Tengo que volver a casa. Hoy. Es muy importante. ¿Puedo cambiarlo por otro vuelo?
—Veré lo que puedo hacer.
La agente inclinó la cabeza sobre el ordenador, sus dedos volaron con rapidez por el teclado. Al cabo de un momento alzó la cabeza sonriente.
—La verdad es que creo que tenemos una anulación en el vuelo 815, que embarca dentro de quince minutos —dijo— Debe de ser su día de suerte.
Faith respiró hondo antes de gritar a pleno pulmón:
—¡SALTA DE UNA VEZ, IDIOTA!
Gritó tanto que los árboles cercanos temblaron cuando aves y demás criaturas sobresaltadas saltaron de ellos o alzaron el vuelo. Incluso se sorprendió un poco a sí misma; no era propio de ella hacer tanto ruido.
Pero funcionó.
—¿Eh? —gruñó George, saliendo de su estupor silencioso y lleno de miedo.
Avanzó hacia delante bruscamente, casi chocando con el palo que sostenía Faith. Se echó a un lado justo a tiempo, resbalando del saliente de roca y cayendo al suelo, pillándose la camisa con un arbusto del borde antes de aterrizar pesadamente de espaldas.
—Uf —permaneció allí aturdido uno o dos segundos antes de ponerse torpemente en pie y atravesar apresuradamente el claro, tropezando en su prisa con raíces y piedras.
Faith miró por encima del hombro como se alejaba, mientras aún mantenía la rama. Quería asegurarse de que George estaba a salvo, fuera del alcance de la serpiente, antes de moverse.
Por fin George se detuvo al final del claro, donde se volvió para mirar atrás.
—¡Mata esa cosa maligna! —gritó ronco.
Faith se le quedó mirando. Luego miró la piedra ovalada junto a su pie. Le dio una patada haciéndola rebotar a la sombra de los árboles. Entonces, con un último suspiro, aflojó el agarre en el palo y se alejó de un salto lo más deprisa que pudo.
La serpiente emitió un siseo furioso, y se volvió para ponerse en posición de ataque. Al ver que no tenía cerca nada que atacar, se volvió casi de inmediato y se deslizó rápidamente por el saliente de piedra, desapareciendo en una fisura junto a la pared rocosa.
Faith soltó algo de aire que no era consciente de estar reteniendo. Sólo entonces oyó gritos provenientes de la selva, donde George estaba parado. Se volvió justo a tiempo de ver a un pequeño grupo de supervivientes saliendo de entre los árboles. Locke iba delante, seguido de Michael, Claire, y alguno más cuyo nombre no conocía.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Claire.
Michael corrió junto a George.
—Os oímos gritar desde la playa... ¿Está alguien herido?
Faith se encogió, anticipándose a lo que diría George:
Dejó escapar a una serpiente peligrosa... Está loca...
Pero cuando le miró, este sonreía.
—Os diré lo que ha pasado —les dijo a los demás, su voz ya recuperaba su habitual tono atronador—. ¡Lo que ha pasado es que esta chica me ha salvado la vida!
Todo el mundo habló a la vez, exigiendo más información. Sólo Locke guardaba silencio, frotándose la barbilla pensativo mientras sus ojos vagaban de Faith a George y otra vez a Faith. George hablaba deprisa, resumiendo a los demás lo que acababa de pasar.
—Buen trabajo, Faith —dijo Michael, avanzando para darle una palmada en la espalda—. Muy valiente.
Claire asintió, temblando ligeramente.
—Valiente de verdad. Una vez que iba de excursión me encontré en un arbusto una serpiente de esas... ¡da un miedo atroz!
Finalmente, George alzó una mano reclamando silencio.
—Mirad, quiero decir algo —se volvió hacia Faith—, Yo estaba en un buen aprieto, y no sé lo que me habría pasado de no haber acudido a mi rescate. Y después de las cosas que... Bueno, digamos que no te habría culpado si hubieras pasado de largo.
Faith se sonrojó. Al fondo, Claire se rió disimuladamente, y algunos de los otros intercambiaron miradas.
George se encogió de hombros.
—El caso es que no soy muy bueno con las palabras. Así que sólo diré gracias, Faith, Eres una persona valiente y honorable. Una buena amiga. No olvidaré esto.
Sus ojos eran sinceros cuando alargó la mano.
—Yo... er, tú...
Estaba tan sorprendida y conmovida que no supo cómo responder. Se limitó a estrecharle la mano.
Al apartar la mano, captó un atisbo cercano de brillantes plumas. Por un momento le pareció el periquito que había visto antes, pero lo que desaparecía entre los árboles era un ave más grande. El corazón le dio un vuelco.
—Disculpe —le dijo apresuradamente a George y a los demás— Enseguida vuelvo.
Corrió tras el ave, siguiéndola mientras volaba justo encima del suelo de la selva. La condujo por varios parches de luz y de sombra, alrededor de rocas y por un arroyo estrecho y sinuoso. Hubo un rato en que le ganó tanta ventaja que creyó que volvía a perderlo, y la idea casi le partió el corazón.
Pero entonces, de pronto, le dio alcance en un pequeño claro lleno de musgo. Estaba parada en una piedra, arreglándose las plumas de colores.
Se paró en seco, sin aliento y se quedó mirando. El sol iluminaba el claro, y por fin pudo ver bien al pájaro. Ésta alzó la cabeza y saltó de su piedra, recorriendo a saltos unos metros de terreno. Se volvió con un gorjeo y volvió a subirse a la piedra.