Especies en peligro de extinción (6 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
8.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué infiernos ha sido eso? —dijo el fumador, apartando la mirada de Faith para clavarla en dirección al ruido.

Faith no pudo responder. En su vida había oído un sonido así. La reverberación extrañamente metálica le producía escalofríos, y parecía muy fuera de lugar en este lugar tan abrumadoramente verde y natural.

El trueno-crujido volvió a oírse, esta vez ligeramente más débil. En ese momento, casi todo el mundo que estaba en la playa miraba a la selva. El compañero de Faith musitó una maldición entre dientes y se dirigió hacia el final de la playa, donde ya se reunían varios náufragos.

Faith le siguió despacio, nada segura de querer acercarse al misterioso clamor. Resultaba tentador esconderse tras uno de los grandes pedazos del avión y mantenerse oculta a la vista, solo por si acaso. En vez de eso, se limitó a pararse a poca distancia del grupo, mirando la selva entre la gente. Las copas de los árboles temblaron cuando tuvo lugar otro sonoro restallar y una palmera situada entre dos colinas que se recortaba contra el cielo iluminado por la luna tembló de pronto y se desplomó, desapareciendo como si alguien hubiera tirado de ella desde abajo.

Se abrazó con fuerza y se obligó a respirar. Dentro, fuera. Dentro, fuera.

El sorprendido murmullo de voces en la playa se vio apagado por otro atronador sonido de rotura. Esta vez el eco duró más que nunca, su resonar metálico seguido por una serie de chasquidos. Se le desorbitaron los ojos al mirar a la izquierda y ver como caían más árboles, uno tras otro, la mayoría a solo unas capas de jungla del borde de la playa...

Woooooo.
El extraño eco volvió a oírse, pero ahora más lejano. Hubo un golpe final, algo amortiguado. Y todo se quedó en silencio.

—Estupendo —murmuró alguien del grupo principal. Nadie más dijo nada por un largo momento, y Faith tuvo la sensación de no ser la única con problemas para acordarse de respirar.

Tras unos minutos pareció evidente que lo que fuera que habían oído no volvería, al menos de momento. Faith volvió a la hoguera, mientras intentaba convencerse de que debía haber una explicación de lo más normal y natural a lo que acababan de ver y oír. A medio camino, oyó que alguien la llamaba por su nombre.

Se volvió para ver a George corriendo hacia ella. No lo había visto desde lo de la araña y se preguntó si estaría molesto con ella por abandonar tan bruscamente su pequeño proyecto de recogida de equipajes. Pero él no parecía pensar en ello.

—¿Has visto eso? —preguntó, mirando por encima del hombro en dirección a la selva—. ¿Qué fue ese sonido?

Cerca de ellos estaba una atractiva joven rubia con una minifalda blanca, con los brazos cruzados.

—No lo sé —respondió la joven a George, arrugando la nariz con desagrado—. Y me da igual. Solo quiero que los barcos de rescate lleguen de una vez.

—No me digas, Shannon —dijo alguien más, nervioso e irritado a la vez—. ¿Por qué no pruebas con otra cantinela? Esta se te está quedando vieja.

Quien hablaba era el joven apuesto, el que que corría por la playa buscando bolígrafos. Miraba a la guapa rubia con el ceño fruncido.

—Cállate, Boone —la chica volvió la cabeza y se alejó.

El chico de los bolígrafos, Boone, pareció algo avergonzado al volverse hacia Faith y George.

—Ese... ese escándalo de allí. ¿Qué creéis que era?

En ese momento se unieron a ellos Hurley, Claire y un barbudo de constitución fuerte con una capucha gris.

—Vosotros lo habéis visto también, ¿no? —dijo el barbudo con acento británico—. ¿No ha sido solo cosa mía?

—Tío —dijo Hurley—. ¡Ha sido demencial!

—Sí —dijo Claire, asintiendo, con ojos muy abiertos y nerviosos—, ¿Qué puede hacer un sonido así?

George negó con la cabeza.

—Bueno, sea lo que sea, seguro que aquí la ecologista quiere declararlo especie en peligro de extinción y buscará fondos federales para salvar su habitat.

Faith sabía que se refería a ella y lo miró. Éste sonrió y le guiñó un ojo y ella le respondió con una débil sonrisa, intentando aparentar que no le importaba. Notó que sólo bromeaba, probablemente para intentar alegrar los ánimos, para distraer a la gente de lo que fuera que hubiera en la selva, y quizá hasta para hacer las paces con ella por lo sucedido.

Incluso sabiendo todo esto, no pudo evitar sentirse algo herida y resentida por ser el blanco de su broma. ¿Cómo se atrevía a burlarse así de ella? No la conocía de nada. No conocía su pasado, ni sus esperanzas, sueños o creencias, nada aparte de las pocas palabras que habían intercambiado. Y, desde luego, no sabía cómo le afectaba el ver que maltrataba a criaturas inocentes, o a personas, ya puestos, cómo eso hacía que sintiera su propio corazón tan quebradizo y roto como los restos del avión que se extendían por la playa. No sabía que...

En ese momento pasó junto a ellos la mujer misteriosa que estuvo sentada junto a Jack. Parecía tan sorprendida como los demás.

—Eh —la llamó Hurley—. Has oído eso, ¿verdad? ¿Qué crees que era?

La mujer se desvió hacia el grupo.

—Lo he oído —dijo muy seria—. No sé
qué
he oído, pero lo he oído.

—Este día ya no puede empeorar más —comentó Boone sin dirigirse a nadie en particular.

—Nunca se sabe, amigo —dijo el barbudo—. Todavía podemos tener un terremoto. O un volcán...

Se oyeron bufidos dispersos de risa nerviosa.

—No bromees con eso, tío —dijo Hurley, mirando nervioso a las montañas que se alzaban en medio de la selva.

Los otros siguieron discutiendo el incidente, pero Faith se mantuvo al margen, dándole vueltas a lo que le dijo George. Por muy amable y despreocupado que pareciera ser el hombre, no conseguía olvidar la manera en que había pisado esa inofensiva araña. Eso debería decirle algo sobre la clase de persona que es por dentro, ¿no?

Los actos, y no las palabras
, podría haber dicho Gayle.

Al darse cuenta de que miraba fijamente a las deslumhrantes llamas, apartó la mirada hacia la fresca oscuridad de la selva. Brillantes puntitos de color bailaban ante sus ojos, y apretó los ojos y pestañeó y meneó la cabeza, intentando apartarlos. Se llevó las manos a los ojos, se apretó un momento los párpados con los dedos, y volvió a abrir los ojos.

Los puntitos seguían presentes, aunque más débiles. Captó un movimiento en el borde de los árboles, no un movimiento grande y atemorizador como el crujir de árboles al caer, sino algo mucho más pequeño y amistoso.

Volvió a pestañear y miró hacia la selva. A la luz de la luna apenas eran visibles las formas individuales de los árboles que había al final de la playa. Más allá, los detalles del paisaje se fundían enseguida con la oscuridad. ¿De verdad había visto un luminoso agitar de plumas en alguna parte de la selva?

Dio unos pasos hacia la selva, recordando de pronto un aleteo similar cuando despertó tras estrellarse el avión. En cuanto abandonó el calor del círculo del fuego, el frío aire de la noche la envolvió, helándola hasta los huesos. Una oleada de agotamiento la invadió al momento, haciendo que las piernas le temblaran y la cabeza le latiera. De pronto le pareció que carecía de importancia que hubiera visto o no ese pájaro concreto en la selva, por muy raro que fuera ese pájaro. Sabía que tendría suerte si conseguía combatir el sueño los pocos minutos que necesitaba para encontrar un lugar cómodo donde tumbarse a pasar la noche.

Claire la tocó con suavidad en el brazo.

—Oye, Faith —le dijo, como si le leyera la mente—. Hurley me ha dado mantas del avión. Tengo una de sobra, por si la necesitas.

Faith se volvió y retrocedió hasta el acogedor brillo de la hoguera.

—Claro —dijo agradecida, frotándose los ojos. Estaba más que dispuesta a dejar atrás ese largo y terrible día— , Gracias. Sería estupendo.

—6—

Faith se incorporó, se frotó los ojos y arqueó la espalda al apartarse del microscopio. Anotó algo en la libreta que tenía al lado, suspiró y miró el reloj en la pared del laboratorio. Últimamente no conseguía entusiasmarse con su trabajo a tiempo parcial en uno de los laboratorios de investigación de la universidad. En parte era debido a que Oscar la mantenía tan ocupada que apenas tenía tiempo para otra cosa. También se sentía culpable por seguir trabajando allí, dado que fue el Dr. Arreglo quien le consiguió el puesto. Aun así, ¿qué podía hacer ella? Tenía facturas que pagar...

—¡Lo he conseguido, nena!

La puerta del laboratorio se abrió de golpe, mostrando a Óscar parado en el quicio con una gran sonrisa en el rostro. Con él había alguien alto y vagamente familiar, con una pequeña perilla. Faith hizo un repaso mental, reconociéndolo por fin como el amigo de Internet con el que hablaba su novio en la manifestación de la semana anterior ante Q Corp.

—Hola —saludó a Oscar, dedicando una sonrisa tímida al chico de la perilla—. Llegas pronto. No saldré hasta dentro de otra hora, ¿recuerdas?

Óscar hizo su habitual gesto con la mano, quitándole importancia.

—Olvida eso, preciosa. Tengo grandes noticias. ¡Grandiosas!

—¿Cuáles? —preguntó paciente, sin esperarse gran cosa. Para Óscar, "grandes noticias" podían ser tanto buenas previsiones del tiempo para la próxima manifestación como una maratón en televisión de su serie favorita.

El sonrió y miró por encima del hombro hacia el desconocido antes de volver a mirar a Faith.

—Haz las maletas, nena. ¡Nos vamos a Australia!

—¿Qué?

Faith parpadeó, sin entender dónde estaba la broma.

—¡He conseguido un patrocinador para el viaje! —Óscar alzó la voz excitado, haciendo que reverberase contra las paredes blancas del laboratorio a medida que entraba a saltos en la habitación—.Solo tenemos que comprometernos a participar por unas horas en la manifestación ante la sede australiana de Q Corp, y la Liga Internacional en Defensa de los Animales nos paga viaje, hotel y todo lo demás.

Faith negó con la cabeza, todavía intentando asimilarlo.

—¿La Liga qué?

Óscar ignoró la pregunta y siguió hablando.

—Y Z-Man también viene —dijo, señalando con el pulgar al chico de la perilla—. Igual que varios colegas de todo el país. ¡Va a ser algo impresionante!

—Er, ¿estás seguro de eso? —Faith no podía evitar pensar que sonaba demasiado bien para ser cierto— ¿Cómo dijiste que se llama ese grupo? No creo haber oído hablar de él. ¿Seguro que es legal?

La sonrisa de Oscar se desvaneció y él la miró fijamente.

—¿Qué pasa contigo? —dijo impaciente—. ¿Por qué tienes que cuestionar y analizarlo todo como si fuera uno de tus estúpidos proyectos de ciencias? ¡Esto son buenas noticias! Una oportunidad para implicarse, aprender, marcar una diferencia y seguir adelante. Creí que te importaban esas cosas...

Faith se daba cuenta de que se preparaba a dar un largo discurso. No quería discutir con él delante de Z~ Man, que seguía mirando en silencio desde la puerta. Además, aunque solo hacía un mes que conocía a Óscar, sabía que al menos la mitad de las cosas que decía que haría nunca llegaban a concretarse. ¿Qué daño hacía dejando que disfrutara de su momento de alegría?

—Perdona, Óscar —dijo contrita, forzando lo que esperaba pareciera una sonrisa entusiasta—. Tienes razón. Parece una oportunidad increíble.

—Eso está mejor —Óscar, pareciendo aplacado, la abrazó con fuerza y la besó en la frente—. Ya lo verás, nena. Va a ser un viaje cié impresión...

Faith mantuvo la sonrisa mientras él le detallaba el viaje. Puede que Oscar tuviera una mejor forma de enfocar la vida, pensó. Era muy bonito poder soñar con lo que quieres hacer, aunque sepas que no hay manera de que acabe sucediendo...

—Personal de a bordo, prepárense para el aterrizaje.

Faith se despertó sobresaltada por el repentino ruido del altavoz situado justo encima de su asiento. Se volvió medio dormida hacia la ventanilla situada a su lado y miró las nubes. Si el avión iniciaba ya el descenso hacia Sydney es que debía de llevar un buen rato dormida.

Pestañeó somnolienta mientras Óscar se inclinaba hacia ella, con el olor amargo de la cerveza en el aliento.

—¿Te puedes creer que estemos aquí, nena? —murmuró.

—No —dijo ella con sinceridad, agarrándose a los reposabrazos y mirando al frente mientas el gemido de los motores del avión aumentaba un punto. El estómago le dio un vuelco—. No puedo.

Las últimas semanas habían sido como poco, sorprendentes. Faith se sentía como si aún siguiera intentando ponerse al día de todo lo que pasaba.

Unos minutos después, las ruedas del tren de aterrizaje tocaban la pista. En cuanto la velocidad se redujo a la de un coche, Óscar saltó de su asiento, ignorando el cartel de MANTENGAN LOS CINTURONES ABROCHADOS que seguía iluminado. Faith siguió donde estaba, mirándose las manos, aún plegadas sobre el cinturón bien abrochado. Podía oír a Oscar en algún lugar detrás de ella charlando nervioso con los demás miembros de su grupo.

Cuando antes se imaginaba visitando Australia, siempre se veía en compañía de su hermana. Eso ya era imposible, claro, pero seguía sin poder conciliar esa imagen mental con la realidad de estar allí con Óscar y un grupo de...

Tíos raros,
pensó, sintiéndose algo culpable por juzgarlos así. No le gustaba considerarse estrecha de miras, pero las otras cuatro personas patrocinadas por la Liga Internacional en Defensa de los Animales no se parecían en nada a lo que había esperado.

—Vamos, despierta ya, dormilona —le dijo Óscar sonriente, apoyándose en su asiento desde el pasillo—. Hemos llegado.

La besó en la frente antes de incorporarse y empezar a hurgar en el compartimento superior.

Faith pestañeó y miró por la ventanilla, dándose cuenta de que él tenía razón. El avión se desplazaba por el aeropuerto, y el cartel del cinturón estaba apagado. La gente se levantaba y recogía sus cosas por todo el avión. Bostezó y se estiró, levantándose y estirándose lo mejor que pudo en el estrecho confín del asiento.

—Vamos, chicos —dijo con voz sonora una mujer baja y gruesa con el pelo descuidado y revuelto que se abría paso a codazos por el pasillo hasta llegar a la fila de Óscar y Faith. Se detuvo y sonrió a Faith, saludándola alzando el puño—. Es hora de salir de aquí y atacar la tiranía mundial del capitalismo, hermana.

Faith le sonrió débilmente en respuesta, sintiéndose avergonzada cuando varios pasajeros las miraron con curiosidad. La mujer, que se llamaba Rune, parecía dedicar mucho tiempo a quejarse a pleno pulmón sobre la "tiranía mundial del capitalismo". También hablaba mucho sobre una revolución armada contra esa supuesta tiranía mundial, lo cual incomodaba a Faith, sobre todo cuando lo hizo en el aeropuerto de Los Angeles mientras esperaban a embarcar.

Other books

Trust Me by Romily Bernard
7 Days by Deon Meyer
Hard Spell by Gustainis, Justin
If Angels Fall by Rick Mofina
Elisabeth Fairchild by Provocateur