Especies en peligro de extinción (4 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
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—Esto es una locura, ¿verdad? —comentó Claire, agitando una esbelta mano para abarcar todo lo que les rodeaba.

Faith asintió. Intentaba encontrar algo más que decir cuando oyó que George la llamaba. Se volvió para verlo correr hacia ella.

—¿Qué haces? —preguntó, parándose ante ella—. Creí que me ayudabas a recoger el equipaje.

—Me aseguraba de que esta gente estaba bien. Claire está embarazada... Igual debería quedarme con ella.

George miró el vientre prominente de Claire.

—¿Tienes algún problema, jovencita? —le preguntó preocupado— ¿Con el niño? ¿Contracciones o algo así?

—Lo tuve. —miró a Hurley—. Pero, creo que ya estoy bien —empezó a levantarse, tambaleándose un poco. Hurley se puso rápidamente en pie, cogiéndola del brazo para sujetarla—. Gracias —le dijo agradecida, frotándose el estómago mientas se enderezaba.

—Muy bien. Este muchacho parece tener la situación controlada —George asintió en dirección a Hurley—, No es así, ¿colega?

—Claro, tío —Hurley seguía jadeando por el esfuerzo—. Lo que tú digas.

—Bien —George miró a Faith—. Entonces, será mejor volver al trabajo.

Faith no supo cómo responderle. Lo que George acababa de decir parecía bastante inocuo. Pero, algo en la forma en que lo dijo le daba mal rollo, como si no pudiera ni concebir la posibilidad de que ella tuviera una opinión propia sobre lo que había que hacer. Igual estaba excesivamente sensible, pero eso despertó una alarma en su mente. ¿Por qué se portaba este tío que acaba de conocer como si ella fuera de su propiedad?

—4—

—Ten, sujeta esto un momento —le dijo Óscar, poniendo la pancarta en manos de Faith y yéndose antes de que ella pudiera responder.

Unos segundos después había desaparecido en el mar de ruidosos manifestantes que ocupaban varias manzanas de calle.

Un escalofrío nervioso le recorrió el cuerpo. Miró las caras de los desconocidos que la rodeaban. Hacía casi un mes que Óscar y ella se conocieron ante el despacho de Arreglo, aunque a veces le parecían solo minutos y otras vives varios años. La culpa la tenía Óscar. Era como una fuerza de la naturaleza, abrumando la timidez e inseguridad de Faith con la fuerza de su personalidad, enroscándose en su vida como una boa constrictor alrededor de su presa, tragándose fácilmente su solitaria existencia al absorberla en el cálido centro de su vida activa. Tras una sola cita, una visita a la casa de los reptiles del zoo, Óscar le dijo que era la mujer más hermosa e intrigante que había conocido. En la segunda cita sugirió que se fueran a vivir juntos. Aunque Faith era demasiado cauta para aceptar tan pronto esa idea, acabó descubriendo que pasaba más tiempo en el pequeño y revuelto apartamento de Oscarel que en su estéril dormitorio en el Pabellón C de Graduados.

Se estaba acostumbrando tanto a pasar tiempo con él que empezaba a sentirse rara cuando no estaban juntos, lo cual era algo nuevo para una persona que en los últimos años se había acostumbrado a pasar sola la mayor parte del tiempo.

¿A dónde ha ido con tanta prisa?,
se preguntó, estirando el cuello para intentar localizarlo.

El mar de caras cambió y fluyó a su alrededor, mareándola un poco. Por un momento creyó distinguir el revuelto pelo negro de Óscar a unos metros de ella, pero entonces la figura se volvió y vio que el pelo pertenecía a una enorme mujer obesa y sonriente vestida con una bata de casa.

Faith controló un fogonazo de pánico y se dijo que debía calmarse. Desde su infancia sentía un miedo irracional al abandono. Óscar debió de ver a algún periodista y correr a su encuentro en un intento de salir en televisión, como siempre. No tenía importancia. Podía distraerse por un momento, pero no era completamente inconsciente. Volvería.

Levantó la pancarta de Oscar con una mano, la suya con la otra, y volvió a gritar con los que la rodeaban:

—¡Q Corp, quédate en casa! ¡Deja la selva en paz! ¡Q Corp, quédate en casa! ¡Deja la selva en paz!

Esta manifestación, la quinta o sexta a la que asistía con Óscar, tenía lugar ante la sede de Q Corp en Chicago. Había ido a la ciudad en un autocar, junto a Óscar y varias docenas de estudiantes de la universidad. Era la primera vez que Faith salía del campus para ir a una manifestación, y ésta había reunido la multitud más grande y ruidosa en la que se había encontrado. Junto a los habituales estudiantes y activistas podía verse a toda clase de personas cantando y gritando, desde niños pequeños a chicos de instituto, pasando por amas de casa de edad mediana y ancianos ayudados de andadores o bastones. La noticia de dónde instalaría Q Corp su nueva planta había sido muy comentada en los noticiarios de la semana, despertando controversia en todas partes.

Bien
, pensó Faith, interrumpiendo sus gritos para tomar aire. Igual con una manifestación así conseguían llamar la atención de Q Corp.

Los animales son personas... ¡SALVADLOS de la malvada Q!

Aún estaba algo sorprendida de lo rápido que se había acostumbrado a las manifestaciones. Toda la vida había sido la chica callada, la que no alzaba la voz ni causaba problemas. Cuando se elegían equipos en la escuela, Faith era la que se ponía detrás de los demás y mira- lía al suelo hasta que se decía su nombre. En el instituto, dejó el periódico escolar cuando quisieron nombrarla redactora de sección y hacerla participar en las reuniones de contenidos. Y la vez en que su hermana se enfrentó a un vecino por tener a su perro flaco y descuidado, y que acabaron saliendo en el periódico y felicitadas por el refugio de animales de la zona, fue Faith quien se dedicó a cuidar al pobre chucho hasta devolverle la salud y encontrarle un nuevo hogar.

Nunca le había importado quedarse al margen; de hecho lo prefería. Pero esto era distinto. En medio de esa multitud enorme y ruidosa, se sentía como si por fin tuviera permiso para liberarse; podía saltar y gritar lo que se le ocurriera sin sentirse idiota o tener ataques de timidez. Siendo parte de una manifestación, se sentía aceptada como no se había sentido nunca.

Oscar la miraba de forma rara cada vez que intentaba explicárselo. Pero, lo entendiera él o no, le estaba agradecida por haberla metido en su mundo, que ahora también era el suyo, o eso empezaba a parecerle. Era increíble poder mirar a su alrededor y saber que era parte de un grupo de personas al que le importaban las mismas cosas que tanto le preocupaban a ella. El mero hecho de saber esto hacía que se sintiera tan a salvo como medio recordaba sentirse de niña antes de que murieran sus padres. Le gustaba esa sensación; se sentía tan cálida, tan confortable, tan incluida...

—¡Muerte a los cerdos capitalistas! —chilló cortante una voz a su lado, sacándola de su ensimismamiento.

Hizo una mueca mientras miraba en esa dirección para ver a una mujer de ojos enloquecidos agitando una pancarta especialmente grosera. A Faith no le entusiasmaba la forma en que las manifestaciones la forzaban a mezclarse con los fanáticos y radicales del movimiento ecologista. Aunque admiraba su pasión y dedicación, sus posiciones extremistas la hacían sentirse incómoda, y más cuando la prensa parecía tener la impresión de que todos los verdes eran así. A pesar de ello, era un precio pequeño a pagar si de este modo conseguía transmitir su mensaje.

Se quedó un rato donde estaba, agitando las dos pancartas. Cuando empezaron a dolerle los brazos de tanto sujetarlas, se dio cuenta de que Óscar ya llevaba un buen rato desaparecido. Apoyó las pancartas en una farola cercana, y se abrió paso entre la multitud, buscándolo. Los último que quería era verse permanentemente separada de él en medio de la multitud que aumentaba según transcurría el día. No estaba segura de si habían quedado luego en el autocar...

Justo cuando empezaba a sentir unas punzadas de pánico, distinguió los familiares hombros angulosos y el pelo indómito de Óscar. Estaba parado en la acera, junto a una esquina donde estaba el borde de la manifestación. La multitud escaseaba allí, así que Faith pudo ver que hablaba con un joven de aspecto sórdido con una perilla poco cuidada. Se acercó a ellos tras esquivar a un puñado de chicas adolescentes que bailaban alguna clase de danza interpretativa y a un hombre de sesenta y tantos años que locaba el banjo. Llegó junto a Óscar cuando el tipo de la perilla se alejaba para desaparecer entre la multitud.

—Ah, hola —la saludó Óscar—. ¿Qué pasa?

—Nada. ¿Quién era ese?

—¿Quién? —Óscar miró a su alrededor— Ah, ¿te refieres a Z-Man? No es nadie. Bueno, un tío que conocí por Internet. Quedamos en vernos aquí y saludarnos —agitó las manos ante el rostro como para alejar un mal olor, gesto que empleaba cada vez que un tema dejaba de interesarle—. Pero, mira, me ha contado algo interesante. ¿Sabes tu buen amigo Arreglo?

Faith sintió que se le tensaban los músculos del rostro. Aunque había sido su ruptura con el Dr. Arreglo lo que hizo que conociera a Óscar, seguía siendo un tema delicado entre ellos. Óscar no parecía entender por qué Faith seguía buscando excusas para no participar en las manifestaciones diarias ante el despacho de Arreglo. A veces ni ella estaba segura de entenderlo. Había cumplido su promesa y solicitado otro tutor, pero una pequeña parte de su corazón parecía negarse a aceptar la situación y seguir adelante con su vida.

Igual se debía a que seguía sin estar segura de haber hecho bien. ¿Y si se hubiera quedado a escuchar lo que Arreglo tenía que decirle? Óscar decía que no había excusa para lo que hizo, pero, ¿de verdad no la tenía?

Procuraba no preocuparse demasiado por todo esto. Para empezar, porque sabía que Óscar la dejaría si volvía con Arreglo, algo que le había insinuado más de una vez. Supuso que sólo se estaba poniendo melodramático, pero prefería no arriesgarse. Y menos ahora que los horizontes de su mundo parecían ampliarse por primera vez en años.

Además, dudaba de que las cosas cambiaran, por mucho que intentase enmendar su relación con Arreglo. No estaba hecha para el debate, y menos cuando tocaba un tema que le era tan querido. Nunca parecía capaz de dejar de
sentir
lo bastante como para pararse a escuchar, pensar y responder.

El caso es que no podía evitar la acuciante sensación de que el Dr. Arreglo estaba muy decepcionado con ella por lo sucedido en su despacho. Y le costaba asimilar esa idea, tras haberse pasado toda una vida admirándolo. Pero, ¿qué otra salida tenía?

Óscar no parecía notar su consternación.

—Z-Man se ha enterado de que Arreglo hablará en la cumbre sobre el medio ambiente que se celebra el mes que viene en Australia.

Faith estaba al tanto; hacía meses que la Conferencia de Ecología Mundial figuraba en la agenda de Arreglo, pero no se molestó en decírselo a Óscar. Lo conocía lo bastante bien como para saber que se irritaba si lo interrumpían.

—¿A que sería estupendo que pudiéramos ir? —los ojos de Óscar eran brillantes y ansiosos— Podríamos manifestarnos cuando hable, hacer que tanto el cabrón de Arreglo como el resto del mundo sepan sin lugar a dudas que se ha convertido en el enemigo número uno del medio ambiente.... ¡Sería la leche!

Faith sonrió débilmente.

—Siempre he querido visitar Australia —dijo, evitando cuidadosamente el tema de Arreglo—, Con conferencia o sin ella.

El la miró fijamente.

—Ah, sí —dijo—. Por las serpientes, ¿verdad?

—Me conoces muy bien. Con todas esas especies venenosas... taipanes, acantofis, cabezas de cobre, mul- gas... El continente entero es como el Santo Grial para mi corazón de herpetóloga, ¿sabes?

Incluso antes de que Faith iniciara sus estudios de herpetóloga, Gayle y ella siempre hablaban de ahorrar para viajar algún día a las antípodas. Gayle siempre quiso ver de cerca los pájaros exóticos y los koalas de peluche, por no hablar de los hombres duros de atractivo acento. Faith, por su parte, quería ver toda la extraña flora y fauna del lejano continente, pero, sobre todo, claro, las serpientes.

—Entonces, ¿vendrías conmigo? —preguntó Óscar, avanzando un paso y cogiéndole las manos.

—Me encantaría —dijo Faith, encogiéndose de hombros—. Pero no tenemos ninguna posibilidad. Somos estudiantes sin dinero, ¿recuerdas?

Él le sonrió, apretándole las manos con tanta fuerza que casi le duele.

—Cuando hay voluntad hay manera, pequeña. Cuando hay voluntad, hay manera.

—5—

—¡Vamos, maldita sea, tira más fuerte!

George tenía el rostro congestionado y sudaba mientras ajustaba su agarre a la correa de una gran bolsa de viaje que sobresalía de debajo de lo que parecía ser un gran pedazo del motor del avión.

Faith suspiró, secándose las palmas de las manos en la parte delantera de la falda ya sucia. Estaba agotada. Por no decir sedienta y sudorosa. Casi podía sentir su delicada piel chisporroteando y quemándose bajo los deslumbrantes rayos vespertinos del sol tropical. La mareaban los vapores que aún brotaban de diversas partes del avión chamuscado, y no le ayudaba nada que, mirase donde mirase, se topara con los cuerpos quemados y/o sangrando de sus compañeros de viaje. Deseaba más que nada poder volver a la sombra del cercano grupo de bambúes y sentarse allí un rato con la esperanza de que todo acabase pronto.

—Igual deberíamos renunciar a coger esta —sugirió, mientas George apretaba los dientes y volvía a tirar de la bolsa—. No creo que podamos moverla.

—Con esa actitud, no, desde luego —respondió él con determinación— , ¡Deja de quejarte y ayúdame a tirar!

Faith abrió la boca para seguir discutiendo, o al menos para protestar por la forma en que le daba órdenes, pero el lánguido calor tropical le dificultaba encontrar las palabras adecuadas. De pronto le pareció mucho más sencillo seguirle la corriente, al menos de momento. Esta decisión la hizo sentirse insignificante, pero llegó a un compromiso consigo misma jurándose que insistiría en tomarse un descanso en cuanto sacaran esa bolsa; lo necesitaban los dos.

George retrocedió unos centímetros y apoyó una bota contra un gran peñasco hundido en la arena. Ella aferró con más fuerza la otra correa de la bolsa, bajó la mirada para apoyar el pie desnudo y vio un movimiento en la superficie rocosa del peñasco.

—¡Cuidado! —avisó, soltando la correa y acercándose más. Por la piedra corría una araña negra pequeña pero gruesa. No era una experta en arácnidos de esa parte del mundo, pero le pareció pertenecieiite a la familia de las
Salticidae.

Hola, amiguita,
pensó, repitiendo las palabras que siempre utilizaba Gayle cuando entraba una araña en la casa. Faith no podía ni empezar a contar la cantidad de arañas que las dos habían sacado fuera de casa a lo largo de los años.

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