Especies en peligro de extinción (5 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
2.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Eh? —exclamo George, mirando a su alrededor y localizando también la araña— Apártate cariño. Yo me encargo de ella...

Alzó una bota. Faith lanzó una exclamación, le cogió el brazo y tiró de él desequilibrándolo, obligándolo a apartarse de la piedra.

—No —dijo—. No la mates. Sólo se ocupa de sus asuntos. No nos hace daño.

—Al menos, todavía no —George lanzó una breve risa y meneó la cabeza—. Si algo he aprendido en mi viaje a Australia, cariño, es que todo lo que hay en esta parte del mundo es venenoso. Más nos vale ocuparnos ahora de ella antes de que ella se ocupe de ti.

Antes de que Faith pudiera detenerlo, volvió a alzar el pie y pisoteó la araña, aplastándola contra la roca. Cuando apartó la bota, en la superficie sólo quedaba una mancha oscura.

Faith miró lo que quedaba de la araña horrorizada y sin habla. La pequeña mancha dejada por sus tripas pareció emborronarse y cambiar ante sus ojos, pareciéndole de pronto algo demasiado parecido a un charco de sangre absorbida por una alfombra de colores pálidos...

Pestañeó y la imagen desapareció, pero no pudo apartar los sentimientos de ira, desprecio, pena, indefensión y culpa que se acumulaban dentro de ella. Puede que si no hubiera dicho nada sobre la criatura, George no la habría visto y aún estaría viva y no muerta por su culpa. Si tan sólo le fuera posible retroceder y cambiar las cosas, arreglar lo que iba a salir mal. Pero no lo era. Lo sabía demasiado bien, y ese conocimiento la llenó de pronto, arrastrándola hacia abajo como si tuviera plomo en las venas.

—Bueno, volvamos al trabajo —George se sacudió las manos, y volvió a coger la bolsa— , ¿Preparada para volver a tirar, cariño?

Abrumada por la emoción, Faith giró sobre los talones y corrió playa abajo. Apenas podía ver por dónde iba, cegada como estaba por las lágrimas. Sabía que hacía una estupidez, que se arriesgaba a cortarse el pie con algún trozo de metal o a tropezar con alguna chatarra humeante del avión. Pero debía alejarse de allí antes de desmoronarse por completo.

—¡Eh! —la voz de George detrás de ella sonaba sorprendida— ¿A dónde vas?

No respondió ni aminoró el paso. En vez, de eso siguió corriendo hasta poner entre George y ella varios trozos de fuselaje y al menos doce personas. Entonces miró por encima del hombro, temiendo que la hubiera seguido. Sólo empezó a relajarse al cabo de varios minutos, al comprobar que estaba sola.

Ahora que ese momento había quedado atrás, empezó a sentirse algo idiota. ¿Por qué había reaccionado así? Vale, el gesto de George había sido insensible y violento y completamente innecesario, y esas cosas siempre la molestaban. Era lógico que verlo matar esa araña la afectara o la enfureciera, pero tampoco tenía que haberle hecho perder la cabeza.

—Eh —dijo una voz familiar que entró en sus pensamientos—. Eres Faith, ¿verdad? Oye, ¿estás bien? Pareces, bueno, muy acalorada.

Se volvió para ver a Hurley mirándola.

—Lo-lo siento —dijo ella, secándose los ojos con el dorso de la mano, en un vano intento por ocultar que había estado llorando—. Estoy bien. Es que...

Se interrumpió, insegura de cómo explicarse. Pero Hurley le dirigió una media sonrisa.

—No tienes que decirme nada, tía —dijo—. Estamos todos un poco enloquecidos, ¿sabes? Venga, será mejor que bebas un poco de agua antes de que te desmayes o algo así —y le alargó una botella de plástico transparente.

Ella notó entonces por primera vez que llevaba los rechonchos brazos llenos de botellas y latas. Se quedó mirando un momento la que le alargaba, su cerebro parecía reaccionar a cámara lenta.

El agitó la botella ante ella.

—No pasa nada —dijo—. Me la he encontrado. Por allí —añadió meneando la cabeza en dirección a la parte más entera del cuerpo del avión, agitando los cabellos rizados.

—Gracias —Faith aceptó la botella, desenroscó el tapón con dedos temblorosos y tomó un largo trago. En cuanto el agua tocó la garganta, se dio cuenta de lo deshidratada que estaba. El agua le despejó la mente casi de inmediato, y se sintió un poco mejor—. Lo necesitaba —le dijo a Hurley agradecida mientras intentaba devolverle la botella medio vacía.

—Quédatela —repuso él con un gesto de la mano.

—Gracias.

Ahora que volvía a funcionarle el cerebro, decidió que era momento de intentar ser útil, pero esta vez de verdad. La mayor parte del griterío y del frenesí de los momentos inmediatamente posteriores a estrellarse parecía haberse apaciguado, pero estaba segura de que aún quedaba mucha gente necesitada de ayuda.

—Umm, ¿no sabrás dónde está el médico? —preguntó.

—¿Te refieres al tal Jack? —Hurley se encogió de hombros—. Nah. Hace rato que no lo veo. ¿Por qué? ¿Te encuentras mal o qué?

—No, nada de eso. Solo quería ver si necesitaba ayuda.

Faith no era médico, pero supuso que podría ser de ayuda como científica.

—Ah, vale. Buena suerte al buscarlo. Hazme saber si necesitas más agua, ¿vale?

Hurley se alejó con su carga de botellas y latas.

Faith se movió también, rodeando los pedazos más grandes de avión buscando al médico. No se le veía por ninguna parte, pero pudo ver más de cerca a algunos de los otros supervivientes. Había un hombre tumbado a la sombra de un trozo de chatarra con media pierna arrancada en jirones. Alguien le había hecho un torniquete con una corbata, y una joven le ofrecía agua de una botella como las que llevaba Hurley. Cerca de allí, una mujer de edad mediana se sentaba en la arena agarrándose el collar y mirando al mar, meciéndose ligeramente y tarareando para sí misma. Faith la reconoció como la mujer que Jack intentaba revivir antes. Cuando Faith formó una sonrisa, complacida al ver que Jack había tenido éxito, la mujer pareció no darse cuenta. Siguió andando por ese paisaje de gente herida, gente cavando frenética por entre los restos aún humeantes, gente vagando sin rumbo claro...

Cuanto más se preguntaba qué podía hacer por ayudar, más impotente se sentía. Estaba mirando a un chico que sujetaba lo que parecía la correa de un perro, cuando se le acercó un hombre de piel oscura de origen árabe.

—Perdone, señorita —dijo, con voz educada a la vez que autoritaria.

Ella lo miró insegura, intentando situar su acento.

—¿Sí?

—Estoy intentando organizar a la gente para que encienda hogueras en la playa que sirvan de señales. Para ayudar a la partida de rescate a localizarnos. Tienen que ser grandes, así que necesitamos leña, mucha leña. Y todo lo que pueda arder, como hojas, ramas, algas secas...

—Ah, vale —Faith le dirigió una sonrisa insegura—. Eso puedo hacerlo.

—Excelente —el hombre asintió con vigor—. Lleve allí lo que encuentre —señaló a un lugar cercano y se dio media vuelta. Entonces, como si se le acabara de ocurrir, miró por encima del hombro y añadió:— Me llamo Sayid.

—Soy Faith. Encantada de conocerte —dijo Faith, sintiéndose estúpida al darse cuenta de que Sayid se alejaba y ya no podía oírla.

Se encogió de hombros y miró a su alrededor. No parecía haber cerca material decente para encender un fuego, así que se dirigió hacia los árboles, aliviada por tener algo útil que hacer que distrajera su mente de tocio lo demás.

Para cuando el sol descendió para tocar el horizonte, los ardientes restos habían dado paso a varias hogueras hechas a base de ramas caídas, maderos y hojas de palma secas recogidas por Faith, Sayid y los demás náufragos reclutados por él. Faith estiró hombros y brazos doloridos por el trabajo físico de la tarde ante las llamas que se alzaban de los montones de madera apilados en forma de tipi. Se sentía bien allí, descansando, disfrutando del calor del fuego. El aire había ido enfriándose a medida que el sol se ponía, y una fría brisa marina le acariciaba el rostro quemado por el sol y le agitaba los cabellos.

De pronto fue consciente de un doloroso latido en una pierna y bajó la mirada. Había estado tan ocupada desde que llegó a la playa que casi se había olvidado del corte en la espinilla. Pero ahora se hacía notar, lanzando ardientes dedos de dolor arriba y abajo de la pantorrilla.

Se sentó en la arena, estirando la pierna ante ella. Hacía rato que había perdido los últimos restos de sus medias, quedándole la piel al descubierto. Se inclinó hacia delante, entrecerrando los ojos para examinar la herida bajo la escasa luz. Hacía rato que no sangraba, y por un momento pensó que ya se le estaba formando costra. Entonces se dio cuenta de que lo que veía era una capa de arena y suciedad. Se tocó con cuidado el corte con los dedos, antes de darse cuenta de que probablemente no se estaba haciendo mucho bien: tenía las manos sucias.

Se puso trabajosamente en pie y se dirigió al borde del mar. A medida que se internaba en la corriente, el agua salada le escoció en todos los cortes y arañazos que tenía en las piernas, y apretó los dientes para enfrentarse al dolor añadido. Se inclinó para limpiarse las manos lo mejor que pudo y empleó un extremo relativamente limpio de la camisa para quitar la porquería del corte principal. Eso la hizo sangrar un poco más, pero se sintió mucho mejor mientras caminaba de vuelta a la arena seca.

Al dejar el agua vio a Jack un poco más lejos. Dudó, insegura de si debía molestarlo por su herida menor habiendo gente con heridas más graves de la que preocuparse.
Hazte valer, corazón,
la recriminó en su mente la voz de su hermana.
Eres tan importante como cualquiera.
Respiró hondo, asintió para sí misma y se dirigió hacia el doctor.

Cuando llegó a su altura, Jack estaba inclinado sobre un hombre que yacía inmóvil en la arena, con un enorme trozo de metralla sobresaliéndole del abdomen. También estaba con él la mujer alta de pómulos elevados que vio en la selva al despertarse. Llevaba el ondulado pelo recogido en una trenza y miraba con expresión fija lo que hacía Jack. Al recordar la extraña conducta de la mujer y su repentina desaparición, estuvo a punto de replantearse su acercamiento. Pero entonces Jack alzó la mirada y la vio.

—Hola —la llamó—. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

—No creo que sea gran cosa —dijo Faith—. Es la pierna...

Jack se acercó y se arrodilló para examinarle la herida.

—Tienes un buen corte. Pero parece estar muy limpio. ¿Te lo has lavado?

Faith asintió.

—Ahora mismo. En el océano.

—Bien. Si consigues algo de agua potable, lávatela otra vez. El grandullón... ¿Cómo se llama? ¿Hurley...? Creo que estaba recogiendo agua. Por suerte, no creo que necesites puntos.

Faith notó que, al decir esto último, miró a la mujer alta y la sombra de una sonrisa asomó a su rostro. La mujer le devolvió la sonrisa, haciendo que Faith se sintiera desplazada. ¿Se estaban burlando de ella?

—Vale —dijo insegura—. Solo quería que comprobaras cómo estoy. Como dicen que eres médico y eso.

Se sintió idiota mientras lo decía, sobre todo al mirar al hombre inconsciente que seguía allí tumbado. La sangre brotaba de su herida por todas partes, haciendo que la carne alrededor del pedazo de metralla pareciera ennegrecida y con costra. Respiraba poco y roncamente, y tenía el rostro muy pálido. Apartó la mirada con un escalofrío.

—Siento haberte molestado —añadió, alejándose ya.

—No es molestia —la sonrisa de Jack parecía cansada pero sincera—. Y, oye, si encuentras algo de acohol, no te hará daño echarte un poco en la herida. Después procura mantenerla todo lo limpia que puedas y avísame si crees que se te infecta, ¿vale?

—Vale. Gracias.

Faith estaba demasiado cansada para ponerse a buscar alcohol entre los restos. Además, el dolor había disminuido mucho desde que se limpió la herida. Aun así, pensó que lo menos que podía hacer era buscar a Hurley y pedirle más agua.

No tardó mucho en encontrarlo. Caminaba por una zona despejada de la playa, llevando una bandeja de paquetes envueltos en estaño. Cuando le hizo la petición, él señaló con la cabeza en dirección a un lugar cerca del trozo más grande de fuselaje.

El agua está por allí —dijo—. Ahora estoy pasando comida. ¿Quieres?

Él le mostró uno de los paquetes. Faith lo aceptó, dándose cuenta de que el estómago le gruñía de hambre.

—Gracias.

La comida de avión estaba fría y grasienta, pero la devoró como si fuera el festín de un
gourmet.
Tras acabar, salió a buscar agua. Cogió una botella, se mojó con cuidado la pierna con un poco y se bebió el resto.

Después de eso, se sentó junto a una de las hogueras, cansada y sin pensar, mientras oscurecía del todo. Los demás supervivientes vagaban entre uno y otro de los círculos anaranjados que rodeaban a las hogueras. Uno de ellos, un hombre alto, enjuto y apuesto, con la barba empezando a asomar en la angulosa mandíbula, se acercó al fuego de Faith y se inclinó para encender un cigarrillo. Y se quedó allí, fumando y mirando fijamente las llamas.

—Hola —dijo Faith, reuniendo valor para iniciar la primera para iniciar la amistad. Aún no había señales de rescatadores, lo que significaba que seguirían allí atrapados hasta el día siguiente. No le pareció momento para dejar que su timidez se interpusiera en su relación con la gente—. Er, soy Faith.

—¿De verdad? —el hombre se volvió y la miró con curiosidad indolente. Sus labios se estiraron ligeramente en una sonrisa que parecía más bien una mueca—. Tus padres debían de ser muy optimistas para ponerte ese nombre
[1]
.

Faith se sonrojó, sintiéndose al punto como una niña empollona que se ha sentado en la mesa del comedor que no le corresponde. El hombre cogió el cigarrillo con una mano y lanzó una bocanada de humo al aire mientras estudiaba el rostro de ella. Luego, apartó la mirada y volvió a clavarla en las llamas.

—Supongo que hoy estamos entre los afortunados, Faith —dijo, tras un momento de silencio.

Ella sonrió insegura.

—Sí, supongo. Pero, en cierto modo, también ha sido desafortunado para mí; ni siquiera debía estar en este vuelo. Lo cambié a última hora, cuando la conferencia a la que iba... salió mal.

¿Por qué diablos había dicho eso? Lamentó al instante haber sido tan franca. El hombre se volvió y la miró con cierto interés, con ojos que brillaban oscuros en la cambiante luz de la hoguera.

—¿Y eso? —dijo arrastrando las palabras— ¿Qué pasó?

Antes de que Faith pudiera decidir cómo responderle, sus pensamientos se vieron ahogados por un rugido ensordecedor, desgarrador, procedente de la selva. Parecía un trueno, pero el cielo nocturno estaba despejado y, además, ¿qué clase de trueno empieza en el suelo? A medida que el sonido fue disipándose, débiles ecos rebotaron en las colinas amortajadas de árboles, y se oyó un alboroto de chillidos y aleteos producidos por los pájaros y las demás criaturas que huían ante el sonido, o lo que fuera que lo hubiera producido. Un segundo después se oyó un choque sonoro, seguido de una reverberación tonal, casi como si gimieran las mismas montañas.

Other books

The Zippity Zinger #4 by Winkler, Henry
Why Are We at War? by Norman Mailer
The Gift by Kim Dare
(1995) The Oath by Frank Peretti
Jewel of Darkness by Quinn Loftis
Give Us a Chance by Allie Everhart