Read Especies en peligro de extinción Online
Authors: Cathy Hapka
Conmovida por su preocupación, se puso la chaqueta pese al pegajoso calor de la habitación. Seguía sorprendiéndole lo mucho que la apoyaba en esto. Lo siguió al exterior, mirándolo con un nuevo sentimiento de maravilla, admirando el gesto decidido de su mandíbula cuando apretó varias veces el botón del ascensor.
—¿Qué? —repuso él al notar su mirada.
—Nada —respondió tímidamente—. Es que estoy impresionada por lo guay que has sido con esto, escribiendo esa nota y todo lo demás... Sobre todo, con lo mucho que odias al Dr. Arreglo.
Él se encogió de hombros y le dirigió media sonrisa.
—Estoy lleno de sorpresas —se rió, cogiéndola y dándole un ligero apretón— De verdad, nena, tu felicidad es para mi más importante que cualquier otra cosa —la soltó y pasó su peso de un pie al otro mientras miraba el indicador del ascensor—. ¿Cuánto puede tardar un ascensor en subir un puñetero edificio de seis pisos?
Faith agachó la cabeza para ocultar una sonrisa. Era evidente que estaba muy tenso. No debía de resultarle fácil saber que hacía algo amable por Arreglo, su enemigo jurado. Se prometió buscar un modo de compensarlo luego por esto.
—¡Por fin! —exclamó Óscar cuando las puertas del ascensor se abrieron—. Vamos, nena. Tenemos que darnos prisa...
Quince minutos después entraban en el elegante y silencioso vestíbulo de un hotel de lujo. Hasta vistiendo su mejor ropa, Faith parecía desplazada entre los hombres y mujeres vestidos a la moda parados ante la mesa de recepción u hojeando las revistas de la espaciosa zona de descanso. Se cerró aún más la cazadora y miró nerviosa a su alrededor.
—¿Preparada para subir? —preguntó Óscar.
Ella notó que acababa de sacar unas gafas oscuras de espejo y que se las ponía.
—¿Por qué llevas esas gafas aquí dentro?
Él sonrió y se tiró un poco del ala del sombrero.
—Dame algo de margen, nena. Quiero estar aquí contigo para apoyarte. Pero no quiero que ninguno de mis amigos me vea alternando con Arreglo —respondió con una sonora carcajada que hizo que algunas personas se volvieran y lo miraran con curiosidad.
—Muy gracioso —Faith sonrió nerviosa—. Mira, yo puedo arreglármelas desde aquí. No tienes por qué acompañarme arriba. Puedes esperarme en la cafetería o en...
—¡De eso nada! —dijo Óscar de inmediato—. Quiero estar contigo. Para darte apoyo moral, ¿sabes? Creo que te lo debo, por haber sido tan capullo contigo en este asunto. ¿Porfa?
Faith titubeó. No estaba segura de que fuera buena idea llevar a Óscar para ver a Arreglo. ¿Y si cuando estuvieran cara a cara no resistía la tentación de decir algo insultante?
Al ver la duda en su rostro, Óscar le cogió ambas manos y la miró por encima de las gafas de sol.
—De verdad, preciosa. Quiero demostrarte que haría cualquier cosa por ti. Eres todo mi mundo, y lo sabes.
Ella se derretía un poco cada vez que la llamaba "preciosa". Y, de todos modos, aún no estaba lista para enfrentarse sola a Arreglo.
—Gracias —dijo, apretándole las manos y asintiendo agradecida—. Ya son casi las diez. Será mejor que subamos y acabemos de una vez con esto.
Cuando por fin descendió hasta el suelo de la selva, Faith tenía los brazos doloridos. Aunque ya no veía señales de serpientes en la hierba, se columpió por entre las ramas del gran árbol hasta estar fuera de los lindes del claro.
Se frotó en los pantalones cortos las palmas doloridas y descarnadas, sintiéndose idiota. Miró hacia el herboso claro más allá de los árboles; parecía sereno y hermoso. Aunque eso hubieran sido serpientes, seguía sin saber por qué se había asustado de ese modo.
O quizá sí que lo sabía. Esas serpientes no se habían limitado a ocuparse de sus asuntos; lo sabía con la misma certeza con que conocía su propio nombre. Iban a atacarla. Y las serpientes no hacen eso...
—¡Aaaaaaaah!
El grito de terror era débil, pero lo reconoció al instante, incluso a esa distancia.
—George —susurró Faith mientras los ecos del grito recorrían el bosque.
Se quedó mirando en la dirección de la que provenía el grito. Por un segundo estuvo tentada a ignorarlo. Seguramente habría otra persona cerca que acudiría a su rescate. Además, seguro que se había asustado al ver algún escarabajo especialmente temible pasearse ante él por el suelo de la selva...
—¡Socorro! ¡Que alguien me ayude, por favor!
No podía hacerlo. No podía ignorar un grito de ayuda, ni siquiera con todo lo que George había dicho y hecho. No podía convencerse de que no le importaba, de que no debía ayudar a otro ser humano. Era el mismo sentimentalismo que le hizo pararse para ayudar a un ave herida cuando llegaba tarde a una entrevista siendo adolescente. Eso casi le costó el trabajo, pero no había llegado a lamentarlo; y menos cuando Gayle y ella lo liberaron completamente curado desde el techo de su edificio de apartamentos y vieron juntas cómo se elevaba en el cielo, alegre y libre...
Corrió por la selva, ajustando su ruta cuando hacía falta cada vez que George volvía a gritar. Pensó que seguir su voz era casi como utilizarla para volver al campamento. Se alegró de esa idea, mientras intentaba seguir los gritos esporádicos.
Al cabo de un rato, cuando los gritos eran más fuertes y cercanos, fue dándose cuenta de que volvía a pisar terreno familiar, reconociendo la rama extrañamente retorcida de un árbol concreto que vio en un paseo anterior, esa peculiar formación rocosa de allí... Un momento después habría jurado que podía oler en el aire la sal proveniente de la playa.
Su alivio se vio enseguida ensombrecido por otro grito:
—¡Socorro! ¡Por favor! ¡No... no podré aguantar mucho más!
Aceleró el paso y se encontró en el borde de una zona rocosa y despejada. Enormes peñascos sobresalían aquí y allí del suelo, y al final de la extensión rocosa se alzaba casi vertical un accidentado risco coronado por una hilera de palmeras que se inclinaban hacia el suelo como si se asomaran por el borde para mirar al terreno de abajo.
George estaba parado, sobre la mano izquierda y las dos rodillas, en un estrecho saliente de roca cerca de la parte inferior del risco. El saledizo estaba a cosa de un metro del suelo, y tenía la forma y tamaño de una tabla de surf, bordeado por ambos lados por espesos arbustos de espinas. Con la mano derecha aferraba una pequeña y castigada maleta, que Faith supuso habría encontrado entre las raíces que sobresalían de la roca justo encima de donde estaba, donde podían verse otros restos del avión. En ese momento, George miraba a la piedra que tenía delante y mantenía los dientes apretados, aunque Faith no supo decir si lo hacía por miedo o por dolor.
Al principio no supo qué estaba pasando. ¿Se había pillado la ropa o la piel en los arbustos? ¿O es que se había caído desde más arriba del risco, haciéndose daño en la espalda? ¿Y si estaba paralizado? Tendría que encontrar el camino de vuelta a la playa, buscar a Jack...
Un momento después, se dio cuenta de que no ayudaba a George en nada quedándose allí parada sintiendo que le invadía el pánico y especulando qué podía pasarle.
—¡Hola! —le llamó, con voz algo temblorosa— ¿George? ¿Qué haces ahí arriba?
Él volvió la cabeza de inmediato.
—¡Faith! —boqueó, pareciendo aliviado al verla— Gracias a Dios. Dime que esta es otra de esas pitones inofensivas, anda.
Fue entonces cuando vio la serpiente, enroscada en la piedra a solo medio medro delante de George, meciendo la cabeza amenazadoramente, como mirándolo fijamente.
El corazón le dio un vuelco a Faith. No quiso sacar conclusiones y avanzó unos pasos. Ya solo estaba a unos metros de ellos, y tenía una visión despejada y sin obstáculos del cuerpo corto y grueso de la serpiente, de la cabeza ancha y triangular, de las escamosas bandas grises y marrones y de la fina y amarillenta cola. Se la quedó mirando por un momento, intentando convencerse de que estaba equivocada.
—¿Y bien? —exigió saber George ansioso. Su mirada había abandonado a Faith para volver a clavarse en la serpiente. Los dos, hombre y serpiente, parecían querer ganar al otro a miradas—. ¿Es seguro moverse?
—¡No! —barbotó Faith. La serpiente la oyó, moviéndose ligeramente, sacando la lengua y agitando ligeramente la cola como buscando el origen de la nueva voz. Hizo lo que pudo para mantener la voz tranquila y sosegadora, no queriendo alterar más a la serpiente— George, vas a tener que quedarte muy quieto. Es una
Acantophis.
—¿Una qué? —la voz de George tenía un deje irritado, junto con el pánico— Habla en inglés, ¿vale? ¿Es venenosa?
—Sí —tragó saliva mientras la serpiente emitía un siseo ominoso—. Mucho. Se la conoce vulgarmente como Víbora mortal.
Las puertas del ascensor se abrieron con un siseo y Faith se sorprendió al ver a varios hombres uniformados parados en el vestíbulo.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó nerviosa a Óscar.
Él miró hacia el vestíbulo.
—Guardaespaldas —dijo—. Hoy en día Arreglo no es precisamente Don Popular ¿recuerdas?
Faith miró desde el ascensor, repentinamente ambivalente ante toda esta aventura. ¿Por qué no había confiado en sus instintos y esperado a volver a casa? El presentarse allí sólo complicaba más las cosas.
—Igual no ha sido muy buena idea —murmuró.
Óscar soltó un bufido de impaciencia.
—No puedes rajarte ahora —dijo— Venga... vamos.
Cuando Faith siguió sin moverse, le dio un empujón. Ella se tambaleó hacia delante, recuperando el equilibrio en el vestíbulo del ascensor justo cuando las puertas de éste empezaron a cerrarse tras ella. Óscar saltó tras ella en el último momento.
Ella le clavó una mirada irritada.
—¿Por qué me has empujado? Cuanto más pienso en esto, más creo que debemos sentarnos y hablarlo a fondo, y cuanto antes. Empiezo a sentir que últimamente cada vez tomas más decisiones por mí. Empezando por este viaje, ahora que lo pienso, y no estoy muy segura de que me guste. No es la clase de relación que creía que teníamos.
Él le dirigió una sonrisa tensa que no pareció asomar a sus ojos, que se paseaban por todo el vestíbulo.
—Lo siento, nena. Lo que tú digas. Luego hablamos de ello si quieres. Si entonces sigue pareciéndote importante, claro.
Ella le miró fijamente, no muy segura de lo que quería decir con esa última parte. Los guardaespaldas los localizaron antes de que pudiera preguntárselo.
—Ustedes —dijo uno de ellos con voz atronadora—. ¿Puedo ayudarles?
Faith tragó saliva, intimidada por el enorme físico del hombre además de por su actitud profesional. Se sorprendió mirándole la placa del pecho, que decía TIM J., SERVICIO DE SEGURIDAD DE NUEVA GALES DEL SUR.
—Soy Faith Harrington —gimió—. Soy... er... bueno...
—Viene para ver a Arreglo -acabó Óscar por ella, cogiéndola del brazo y arrastrándola unos pasos hacia delante.
El guardia lo miró con un atisbo de sospecha.
—Harrington —dijo—. Sí, Arreglo dijo que la esperaba. ¿Quién eres tú?
—Yo la acompaño —Óscar inclinó la cabeza hacia Faith— Soy su novio.
—Así es —añadió rápidamente Faith— , Le invité a acompañarme. Espero que no importe.
Sabía que los guardias se limitaban a hacer su trabajo y a ser cautos. Pero no quería pensar en lo que podía pasar si sus preguntas y miradas inquisitivas provocaban el mal genio de Óscar. No estaba segura de poder enfrentarse en ese momento a las consecuencias que podría tener uno de sus arrebatos ofendidos y groseros.
Dos de los guardias intercambiaron una mirada. Entonces, el primero, Tim J, se encogió de hombros.
—Supongo que está bien —dijo— Pero, me temo que habrá que registrarte, amigo. Compréndelo.
Faith hizo una mueca, esperando un aullido ultrajado. Óscar odiaba someterse a cualquier clase de figura de autoridad; en casa solía cruzar con el semáforo en rojo si veía a un policía cerca, pagaba el alquiler a última hora del último día antes de que pudieran echarle del piso porque una vez su casero lo abroncó por pagar en el último minuto.
Pero, para su sorpresa, él dio un paso hacia delante y extendió ambos brazos.
—Registre, buen hombre —dijo con jovialidad—. No tengo nada que ocultar.
Faith se le quedó mirando sorprendida mientras el guarda pasaba las manos de arriba abajo de Óscar.
—Vale. Está limpio, amigo. Puede pasar —asintió en dirección a la puerta que había tras él.
—Gracias, amigo —dijo Óscar, dando un paso hacia delante y llamando a la puerta.
Faith notó que sudaba y se quitó la cazadora, sujetándola con fuerza contra el cuerpo, deseando poder tener unos minutos más para mentalizarse. Todo había pasado tan deprisa que la cabeza aún le daba vueltas, y se dio cuenta de que no había tomado ni una taza de café desde que despertó con tanta brusquedad. No, desde luego no estaba segura de estar preparada para enfrentarse a Arreglo.
—¿Quieres que te la lleve, nena? —preguntó Óscar, cogiéndole la cazadora y doblándola sobre el brazo antes de que ella pudiera contestar.
—Gracias —se frotó las manos aprensiva—. No sé porqué estoy tan nerviosa...
Óscar le cogió una mano y se la apretó tan fuerte que le clavó las uñas en la piel.
—Tranquila. Lo harás muy bien —le aseguró—. Genial. Esto va a ser genial...
En ese momento la puerta se abrió, llenándose con la masa barbuda y sonriente de Arreglo.
—¡Faith, querida! —exclamó, con ojos brillantes de alegría—. Has venido. ¡Estoy tan contento de verte!
De pronto, así como así, todo pareció mucho más fácil. ¿Por qué se había puesto tan nerviosa? Miró los ojos cariñosos y el rostro franco de Arreglo y se sintió mucho mejor. Más cómoda. Sabía que no le sería fácil decir algunas de las cosas que necesitaba decirle, o reconciliar algunas de sus nuevas creencias, pero estaba segura de que valdría la pena volver a tener a Arreglo en su vida. Era la única figura paterna que había tenido en mucho tiempo, y apenas se había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Se alegró de que Óscar la hubiera empujado, tanto figurativa como literalmente. De no ser así, nunca habría tenido valor para venir.
—Hola —dijo despacio—. Ve-vengo a decirle que lo siento...
Arreglo clavó una mirada precavida en los guardias, luego una curiosa a Óscar, antes de volver a fijar la atención en ella.
—Yo también, Faith —dijo amable—. Yo también. Pero pasa... Entremos y hablemos —pasó junto a ella para hablar con los guardias—. Amigos, necesito hablar con la querida Faith. Por favor, no permitan que nadie me moleste antes de la siguiente reunión —se volvió y le guiñó un ojo a Faith—. Eso nos proporcionará un par de horas para arreglar las cosas, ¿te parece? Espero que sean suficientes.