Especies en peligro de extinción (10 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
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—Bien —Óscar volvió a retreparse en su asiento, sonriéndole—. Me alegro de verdad que tengas oportunidad de ver el gran trabajo que hace la LIDA en el mundo. Son un grupo fantástico, ¿sabes? Están completamente dedicados a la causa del medio ambiente.

—Así es —dijo Tammy alegre mientras reducía la marcha y giraba para entrar en un aparcamiento.

Faith volvió a mirar por la ventana. No había sabido qué esperar, pero desde luego no ese centro comercial cutre con tiendas vacías y el aparcamiento salpicado de basura.

—¿Es aquí? —preguntó, intentando mantener un tono de voz neutral.

—Aquí es —dijo Tammy—. Ya sé que no parece gran cosa, pero nos preocupan más las instalaciones que las apariencias.

Faith asintió, sintiéndose como regañada. Salió de la furgoneta y siguió a Tammy y a Óscar hasta una de las tiendas con escaparate. El escaparate estaba cegado desde dentro con papel marrón, pero un pequeño cartel impreso con ordenador y pegado en la puerta identificaba el lugar como PRO SLD LAB.
SÓLO PERSONAL AUTORIZADO.

—¿Pro salud? —le susurró a Óscar mientras Tammy rebuscaba en el anillo de llaves que acababa de sacar de un bolsillo de la chaqueta— , ¿Qué significa eso?

Óscar se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo, pareciendo algo impaciente—. Supongo que será como llaman a este sitio, ¿no?

—Vamos allá —canturreó Tammy, abriendo la puerta y parándose a un lado, haciéndoles señas para que entrasen.

Faith siguió a Óscar al interior y miró alrededor. Era evidente que, en un pasado no muy lejano, el laboratorio había sido una óptica. Aún había aquí y allí gafas en exposición, y carteles para graduarse la vista en las paredes.

Contuvo una punzada de decepción, recordándose lo que dijo Tammy sobre que no importaban las apariencias. Además, los grupos ecologistas rara vez tenían fondos para montar laboratorios grandes y elegantes como los de compañías como Q Corp. Así eran las cosas.

Al fondo de la habitación había varios tanques grandes de cristal, y sonrió.

—Eh, ¿tenéis serpientes aquí?

—Sí —dijo Tammy con una sonrisa— , ¿Quieres verlas? Tenemos especímenes de las principales especies venenosas de Australia.

—¡Genial!

Faith corrió hacia allí, dejando atrás los nervios, y mirando en el primero de los tanques.

Óscar se unió a ella.

—Qué serpiente más guay —comentó—, ¿Qué es?

—Una
Tropidechis carinatus,
conocida como serpiente de escamas ásperas —le dijo Faith, identificando fácilmente la serpiente de un metro de largo por sus características escamas—. No suelen producir mucho veneno, pero, a diferencia de la mayoría de las serpientes, tienen muy mal genio. Son más propensas a luchar, y a morder, que a huir.

—Justo —dijo Tammy, señalando al siguiente tanque, que contenía una serpiente mucho más grande—. ¿Has visto a este pequeñín?

Faith se acercó a ver.

—Oye, ¿no es una mulga?

Oscar también miró en el segundo tanque, mientras Tammy asentía.

—¿Qué es una mulga? —preguntó— ¿También es venenosa?

—Es una serpiente mulga, también conocida como serpiente reina parda, aunque está más emparentada con las serpientes negras que con las pardas —le dijo Faith—. Su veneno no es tan tóxico como el de otras, pero segrega más cantidad que cualquier otra serpiente de Australia.

—¿Significa eso que es más peligrosa que la primera serpiente? —preguntó.

Faith estaba agradablemente sorprendida por sus preguntas. En casa nunca había mostrado mucho interés por los detalles de su trabajo. Quizá el ver de cerca Jas serpientes había despertado su curiosidad, o quizá solo quería compensar su anterior discusión por Arreglo. Fuera por lo que fuera, estaba más que encantada de hablar con él sobre su tema preferido.

—Es difícil decirlo —dijo—. La mulga también puede ser muy agresiva, pero, como he dicho, la que es conocida por atacar a la gente es la de escamas ásperas. No me sé de memoria los índices de mortandad, pero, de todos modos, la mayoría de las mordeduras de serpiente ya no son fatales con las antitoxinas modernas.

Siguieron mirando los demás tanques, viendo otras especies: una taipan, una serpiente parda oriental, una acantofis. Faith estaba emocionada por poder verlas a todas tan de cerca y en un solo lugar, así que, ¿qué más daba que el laboratorio fuese algo más cutre que los que había en casa, en la universidad? Por esto había aceptado hacer el viaje. Por primera vez desde que bajó del avión estaba completamente encantada de haber venido.

Tammy parecía disfrutar con el entusiasmo de Faith.

—Óscar me dijo que te gustaban las serpientes —comentó—. Veo que tenía razón. ¿Cómo llegaste a interesarte por algo así?

Faith la miró con timidez.

—Bueno, siempre me gustaron los animales, sobre todo los reptiles y los anfibios. Mi hermana mayor me aficionó a ellos desde niña: le encantaba decirle a la gente que una vez metió una rana en mi cuna cuando yo solo era un bebé —sonrió al recordarlo—. Supongo que creería que yo necesitaba una mascota.

—Ah, así que te viene de familia —sonrió Tammy— , Tu hermana también es bióloga.

—No —Faith sintió el dolor familiar que le invadía el corazón cada vez que hablaba de Gayle—. Ella, er, era profesora de música y cantante. Pero murió hace unos años. De cáncer. Fue la que inspiró mi proyecto universitario. En cuanto me enteré de que se investigaba con serpientes para encontrar una cura para el cáncer, supe que ese sería mi trabajo. Me parece asombroso que el veneno de serpiente, algo que la mayoría de la gente considera horrible y peligroso, pueda tener la clave para, bueno, para acabar con tanto dolor. En cuanto obtenga el doctorado, me dedicaré a tiempo completo a investigar eso.

Arrastró las últimas palabras hasta sumirse en el silencio. No estaba acostumbrada a hablar tanto de sí misma, y menos ante un completo extraño. Pero Tammy parecía muy interesada en lo que ella decía.

—Oh, pero ¡qué coincidencia! —exclamó la australiana—. ¿No te lo ha dicho Óscar?

Faith miró a Óscar, que parecía desconcertado.

—¿Decirme qué? —preguntó.

—Que ese es uno de nuestros principales proyectos de investigación —dijo Tammy—. La LIDA está a la vanguardia de esas cosas... de la investigación sobre el cáncer, del veneno de serpiente, de todo el paquete.

—Ah, sí, claro —Óscar se encogió de hombros y sonrió tímidamente—. Supongo que se me olvidaría.

—¿De verdad? —Faith los miraba sorprendida a los dos— ¡Es genial! ¿Y en qué clase de experimentos estáis trabajando ahora mismo? ¿Os limitáis a las especies locales o importáis veneno de otros países? ¿Habéis comprobado si...?

Tammy se rió, alzando ambas manos como para protegerse de las preguntas.

—Para, para —exclamó—. Yo me encargo de las relaciones públicas, no soy una científica, así que no estoy al tanto de los pormenores del proyecto. Lo siento. Pero te organizaré una reunión con los investigadores; ya prepararemos algo en cuanto encontremos la forma de solventar el problema de Arreglo...

—Ah, vale. Me parece bien —Faith no pudo evitar sentirse de pronto algo culpable ante la mención del Dr. Arreglo. Una cosa era defenderlo ante el acalorado de Óscar, que a veces parecía desaprobarlo todo y a todos aparte de sí mismo. Pero saber que alguien como Tammy también luchaba con tantas ganas contra Arreglo hacía que se sintiera mal por el mero hecho de pensar en querer reconciliarse con su consejero.

—¡Ya estamos de vuelta! —la puerta del laboratorio se abrió de golpe y varias personas se derramaron dentro— ¿Nos habéis echado de menos?

Era Mo, luciendo un ojo morado y una sonrisa chulesca. Z-Man, Junior y Rune estaban detrás de él.

—¡Mo! —Óscar avanzó hacia él para chocar los cinco— ¡Tío, mírate! ¡Brutalidad policial del mejor estilo!

—Supongo que sí —repuso Mo con una carcajada—. Tío, los codos volaban tan deprisa que no sé quién pudo darme. Hasta pudo ser este cabrón —Y señaló con el pulgar a Junior, que sonrió tímidamente.

Tammy también había abandonado los tanques de serpientes para recibir a los recién llegados.

—¿Habéis tenido algún problema en comisaría? —preguntó.

—No. Z-Man nos sacó sin problemas —contestó Rune.

A Faith le costaba creerlo. No había oído a Z-Man decir más de diez palabras desde que se lo habían presentado. Pero este asintió con serenidad mientras Tammy le agradecía su buen trabajo.

En ese momento, Junior empezó a farfullar sobre algo que no consiguió entender. Óscar le interrumpió con una pregunta, y entonces hubo un caos de voces cuando todos se pusieron a hablar a la vez sobre la conferencia de prensa, la manifestación y todo lo que había pasado.

Mientras tanto, Faith seguía en el mismo lugar, olvidada junto a los tanques de serpientes. El breve momento de comodidad había pasado y volvía a estar al margen, sintiéndose sola e incómoda.

—11—

Respira. Faith combatió la incómoda sensación de pánico, obligándose a poner un pie delante del otro e internarse en la selva. Acabó sintiendo irritación por ese sentimiento de temor y decidió obligarse a adentrarse y explorar un poco más. ¿Cómo si no podría volver a ver la cacatúa del paraíso, si es que era eso lo que había visto?

El corazón le latía con fuerza a cada paso, pero de momento no veía nada que se saliera de lo normal. Era un día soleado y húmedo completamente normal en esa selva. Los pájaros chillaban en las alturas, las grandes hojas tropicales se agitaban indolentes movidas por la suave brisa, los insectos zumbaban aquí y allí; no había nada por lo que asustarse...

—¡Aaaaah!

El grito de terror, proveniente de alguna parte cercana de la selva, le provocó un sobresalto. Se puso en movimiento, olvidando al instante sus propios miedos, corriendo hacia el origen del grito. El que había gritado parecía aterrado y desesperado. En el fondo de su mente pensó que bien podía estar corriendo hacia lo que fuera que hiciera esos ruidos aterradores, pero no se detuvo. Tenía que ayudar si podía.

De pronto salió a un gran claro rocoso bordeado de árboles, con un grupo de bambúes a un lado. George estaba paralizado junto a un montón de grandes peñascos cubiertos de musgo. Aferraba una maleta muy castigada que, a juzgar por la suciedad que la cubría, debía de haber sacado de debajo de uno de los peñascos.

—¿George? —dijo Faith insegura- ¿Has sido tú quien ha gritado?

Él no movió ni un músculo mientras respondía con dientes apretados.

—No hagas movimientos repentinos —siseó— , O podría atacar.

Faith pestañeó, insegura de a qué se refería. Sintió una punzada de miedo mientras buscaba con los ojos en los árboles que los rodeaban, preguntándose si el monstruo estaría al acecho, dispuesto a saltar sobre ellos y destrozarlos. Pero no vio señal alguna de movimiento, aparte del suave mecerse de las hojas agitadas por la brisa y el constante pero casi imperceptible oscilar de los altos y flexibles bambúes.

Hasta que no volvió a mirar a George no se dio cuenta de lo que le pasaba. No supo si poner los ojos en blanco o reírse a carcajadas. Una delgada serpiente verde amarillento de medio metro de largo se aferraba a la maleta, sacando intermitentemente la lengua. Solo eso. Pero George estaba tan asustado que no podía mover ni un músculo, ni siquiera para soltar la maleta y alejarse.

Faith dio un paso hacia delante, sonriendo, procurando poner el tono de voz más tranquilizador que le fuera posible.

—George —dijo—. Es una cría de pitón arborícola; su nombre científico es
Morelia Viridis.

—¿U-una pitón? Es muy peligrosa, ¿verdad?

—Para nada —replicó Faith tranquilizadora—. Créeme, no te hará daño. No es venenosa, y seguro que está más asustada de ti que tú de ella.

Debía de ser simultáneamente lo más apropiado e inapropiado que podía decir. George se puso por fin en movimiento, arrojando la maleta al centro del claro. Cuando chocó con el suelo, el cierre cedió y se abrió, arrojando ropa y artículos de aseo en todas direcciones.

—Perdona, señorita, pero, para tu información, yo no estaba asustado -escupió él, volviéndose para mirar a Faith- Y no me gusta que lo digas. Uno no es un marica cobarde sólo por andarse con cuidado ante una serpiente desconocida.

—Sí, lo sé. Lo-lo siento —tartamudeó ella, dándose cuenta de que había tomado su comentario como un insulto a su hombría—. Yo solo quería...

El no pareció oírla. Tenía el rostro congestionado por la rabia y la apuntó con un dedo.

—Y tampoco me gusta esa actitud tuya de superioridad. No todo el mundo piensa igual que tú, ¿sabes? Esto no te convierte en la reina de la selva o en la mierda que sea que te crees que eres.

Faith retrocedió un paso, sobresaltada y un poco asustada por la rabia que brillaba en los ojos del hombre.

—Pero, si yo no...

—Los que son como tú me revuelven el estómago —gritó, sin dejar de apuntarla con el dedo—. Os pasáis el tiempo buscando formas de dificultarnos la vida a los demás, ¿Y para qué? Queréis detener el progreso sólo para salvar a unas estúpidas criaturas, ¡que encima no le gustan a nadie!

Se agachó para coger una rama del suelo mientras la miraba fijamente. Faith se quedó paralizada, no sabiendo cómo reaccionar. No tenía problemas para enfrentarse sola a una serpiente furiosa a punto de atacar, pero carecía de experiencia a la hora de lidiar con gente en la misma actitud.

Pero, en vez de ir a por ella, George dio media vuelta y se dirigió hacia la maleta caída.

—Bueno, ¿dónde te has metido, pequeño cabronazo? —murmuró. Se golpeó sonoramente la rama contra la mano libre y luego la usó para hurgar en la maleta y volcarla—. Venga, vuelve a asomar tu fea cabeza. Verás la importancia que tiene un cerebro pensante...

Por fortuna, la serpiente se había ido mucho antes. Faith se quedó mirando fijamente a George por otro momento y luego hizo suficiente acopio de serenidad para dar media vuelta e irse, dejándolo allí, despotricando furioso contra una serpiente ausente.

Vagó sin rumbo por la selva durante varios minutos, olvidando temporalmente sus anteriores miedos. Le estremecía la idea de que algunas personas pudieran pasar de amables a desagradables por algo tan insignificante. Sobre todo cuando ella solo intentaba ayudar...

Igual me lo debí ver venir, se dijo, pensando en el destino de aquella inocente araña. Faith tampoco era precisamente un genio a la hora de juzgar la verdadera personalidad de la gente, como le habían demostrado los acontecimientos recientes.

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