Read Especies en peligro de extinción Online
Authors: Cathy Hapka
Faith abrió la boca, buscó las palabras que podrían convencerlo de que cometía un gran error. Pero descubrió que no sabía qué decir. Seguía siendo su ídolo, seguía poniéndole nerviosa pese a estar en desacuerdo con él.
Además, ¿por qué tenía que ser ella quien le hiciera cambiar de opinión? Se suponía que era él quien sabía cómo funcionaba el mundo y lo que había que hacer para arreglarlo. Junto a su hermana mayor, era la persona en la que más había basado todas sus creencias sobre la naturaleza, la ciencia y el conservacionismo. Y ahora había decidido ir en contra de sus supuestas creencias, así como así, y no parecía darse cuenta de ello.
Por su mente pasaron imágenes horribles de peces y serpientes y ranas ahogándose en pútrido cieno rebosante de productos químicos, y sintió que las emociones se acumulaban en ella, amenazando con rebosar. Era inútil. Todo su mundo había girado sobre su eje y necesitaba tiempo para descubrir la forma de enfrentarse a él.
Se levantó bruscamente apartándose del escritorio, cogiendo sus libros con torpeza.
—Tengo que irme —musitó en dirección al suelo. No se atrevía a mirarlo a los ojos—. Lo siento.
—Oh, querida —Arreglo parecía preocupado—. Espero no haberte alterado demasiado. Me gustaría hablar contigo de esto más a fondo. ¿Cuándo quieres que volvamos a vernos?
La respuesta acudió a sus labios antes de que se diera cuenta.
—Nunca —dijo ahogadamente. Las lágrimas brotaron antes de que pudiera contenerlas, añadiendo vergüenza al torbellino de asombro, sorpresa, ira y consternación que giraba en su interior—. Quiero decir que será mejor que pida un cambio de tutor.
—¡Oh, Faith! —Arreglo parecía dolido—. De verdad espero que no lo digas en serio. Ha sido un placer ser tu tutor; estás tan dedicada a aprender... Además, eres una gran investigadora y no quisiera perderte. Por favor, tenemos que hablar de esto, o...
—No, creo que no —murmuró, dando media vuelta con tanta rapidez que se golpeó el dedo del pie con la pata de la silla. El dolor la sobresaltó, y casi tuvo que volver a sentarse.
Pero resistió el impulso. Se conocía lo bastante bien como para saber que debía irse cuanto antes si quería mantenerse fiel a sus principios. De irse, era muy probable que la actitud de abuelo y las palabras agradables de Arreglo la hicieran cambiar de opinión.
Se tambaleó hacia la puerta, medio ciega por las lágrimas, con el pie dolorido.
—Adiós —susurró, en voz tan baja que estuvo segura de que él que no la había oído.
Pasó corriendo ante una sorprendida Candace y se dirigió a las escaleras, no queriendo tener que esperar al viejo y crujiente ascensor. Se sentía traicionada y confusa y triste y nada segura de haber hecho lo correcto. Casi podía oír la voz de su hermana regañándola con cariño:
Oh, Faith. Con lo bien que te funciona el cerebro, ¿por qué tienes que pensar siempre con el corazón?
Se detuvo ante las escaleras, y respiró a bocanadas mientras miraba la descascarillada pared de cemento.
¿Por qué había hecho Arreglo eso?,
se preguntó desolada sintiéndose como si todo su mundo volviera a ponerse del revés. Sólo había experimentado esta sensación de completa desolación dos veces antes, y aunque esas veces habían sido mucho, mucho peores, eso no hacía que se sintiera mejor. Cerró los ojos un momento, imaginándose la cara de Arreglo. Había creído durante la mayor parte de su vida adulta que los dos veían el mundo del mismo modo...
Fuera, la manifestación seguía con fuerza. La gente canturreaba algo sobre veneno y beneficios, pero Faith apenas la oía. Sus ojos habían encontrado al joven de cabellos oscuros que aún agitaba su pancarta junto a los escalones.
Él también la vio enseguida. Ella se endureció al ver que se le acercaba, esperando una sonrisa y un "te lo dije".
En vez de eso, sus ojos se mostraron solemnes al mirar a su rostro salpicado de lágrimas.
—Oye, lo siento, corazón —murmuró compasivo.
—Tenías razón —dijo ella tensa, haciendo todo lo que podía para contener otra catarata de lágrimas.
Él sonrió y se acercó un poco más.
—Me llamo Óscar.
Faith abandonó la sombra de los árboles y entró en la playa. La arena le abrasó los pies desnudos, pero apenas notó la nueva capa de dolor. No podía pensar en nada más mientras tomaba nota de los detalles de la horrenda escena que se abría ante ella.
A unos metros de ella, una mujer lloraba descontroladamente, aferrada a un cojín del asiento del avión. Un poco más abajo, alguien ayudaba a un hombre que sangraba por un costado a alejarse tambaleante de un trozo de fuselaje en llamas. A su derecha, un hombre asiático gritaba con desesperación algo que no pudo entender...
Había mucho sufrimiento. Faith apenas podía mirar; la única forma que tenía de soportarlo era sabiendo que estaba ayudando en alguna medida. Seguía paralizada por la inseguridad, sin saber por dónde empezar o si alguna de esas personas querría su ayuda. Siguió mirando a su alrededor, sintiéndose torpe e inútil.
La timidez nunca ha ayudado a nadie a hacer nada.
Casi podía oír en su cabeza la voz de su hermana; Gayle debió de decirle eso un millón de veces cuando era adolescente.
A veces, cariño, hay que meterse en el agua de cabeza.
Una explosión repentina playa abajo la sobresaltó sacándola de su ensimismamiento. Había sucedido demasiado lejos para afectarla, pero retrocedió instintivamente, protegiéndose los ojos mientras miraba para ver lo que había sucedido. Un enorme pedazo de metal ahora inidentificable había estallado en llamas. Pedazos del mismo caían en la playa de alrededor como ardiente lluvia, haciendo que la gente se dispersara corriendo en todas direcciones.
—¡Eh! ¡Jovencita! ¿Estás bien?
Faith se volvió para ver a un hombre de unos cuarenta años, con el rostro rubicundo y aspecto atlético, corriendo hacia ella. Cuando éste la alcanzó, los vapores que brotaban del fuselaje en llamas pasaron ante el desconocido, haciendo que su rostro se agitara y deformara, adquiriendo un aspecto extrañamente familiar. Lo miró asombrada. Un segundo después, la brisa del océano despejaba los vapores y la ilusión desaparecía.
El hombre parecía preocupado.
—Oye, ¿estás bien? —repitió, mirándola a la cara— Deberíamos alejarte de todos estos vapores, ¿no crees? Conmigo, señorita.
Le rodeó los hombros con el brazo y la condujo playa arriba. Faith había recuperado el habla para cuando llegaron a la sombra de las plantas de bambú que crecían allí donde se acababa la arena.
—Pe-perdona por mirarte así —tartamudeó ella, dándose cuenta de que él debió de creerla herida o bajo los efectos del shock. Lo cual no era de extrañar, dada la forma en que se lo había quedado mirando como una idiota—. Estoy bien. Es que, por un segundo, me pareciste igual que alguien que conozco. El tutor de mi doctorado.
—¿De tu doctorado? —el hombre sonrió con tristeza, pasándose una mano por el escaso pelo, negro por la suciedad y la grasa—. Lo siento, pero ladras al árbol equivocado, señorita. No soy precisamente un intelectual. Apenas pude aprobar el instituto... Pero, ahora que lo mencionas, puede que tú sí que me recuerdes a alguien.
El desconocido mostraba una actitud despreocupada y de hombre de la calle que la hizo sentirse cómoda pese a la situación. Tenía el rostro de mandíbula cuadrada sudoroso y manchado de polvo y cenizas, con cortes superficiales en la barbilla y una laceración muy fea cerca de la oreja izquierda. Ahora que lo veía mejor, se parecía a Arreglo tanto como un torpe buey a un listo gato casero.
Entonces, alguna parte del destrozado avión emitió un sonoro crujido, y el hombre miró por un instante en esa dirección.
—Mira, me llamo George —dijo con brío—. Si de verdad estás bien, deberíamos volver para intentar ayudar.
—Yo me llamo Faith —respiró hondo, intentando apaciguar su corazón—, Dime qué quieres que haga.
George miró a su alrededor, momentáneamente inseguro. Luego su expresión se endureció con determinación.
—El equipaje, Faith —dijo—. Eso es lo que debemos hacer.
—¿El equipaje? —no estaba segura de haberlo oído bien.
Él asintió con firmeza.
—Alguien tiene que empezar a recoger las maletas y los equipajes del avión. Cogerlas y ponerlas en algún lugar seguro antes de que se quemen o se las lleve la marea. Así les facilitaremos las cosas a quienes vengan a rescatarnos. Podemos empezar a apilarlas junto a ese árbol retorcido de allí.
Faith titubeó. Lo de recoger el equipaje no era lo que tenía en mente. Quería ayudar a
salvar
gente, no cosas.
—Bueno, vale —dijo despacio, mirando hacia el árbol señalado por George, alejado del caos de la playa—, Pero igual antes habría que mirar si hay heridos y ver si podemos...
—Mira, a mí me parece que no —la voz de George tenía un toque de impaciencia cuando la interrumpió antes de que ella pudiera acabar la frase—. El chico ese de los bolígrafos me ha dicho que playa abajo hay un médico.
Faith intentó seguir sus gestos mientras hacía señas a un joven apuesto y de pelo negro de la edad de Faith, con la mano llena de bolígrafos, que acababa de pasar junto a ellos en dirección a otro hombre situado a poca distancia de ellos que se inclinaba sobre la forma inmóvil de una anciana negra.
—Yo no soy muy bueno en lo de cuidar gente —continuó George—. Pero supongo que puedo ayudar a mi manera. ¿Estás conmigo?
Faith se sintió tentada a decir que no. ¿Y si alguien moría desangrado o atrapado en otra explosión mientras ellos recogían bolsas de mano y estuches de maquillaje? No le parecía que el plan de George fuera la mejor forma de emplear el tiempo.
—¡Vamos! —dijo George bruscamente, acercándose ya a coger una bolsa de lona ligeramente chamuscada que había caído cerca.
Faith respiró hondo, y ordenó sus pensamientos. ¿No acababa de decidir que no dejaría que la gente siguiera mangoneándola? Entonces miró a la cara de George. Su boca tenía una expresión decidida, pero sus ojos miraban a uno y otro lado, aparentemente incapaces de pararse mucho tiempo en cualquiera de las visiones horrendas que los rodeaban.
Probablemente no piensa con claridad,
se dio cuenta. Y
no
es
de extrañar, tras lo sucedido.
Pese a su despliegue de valentía, debía sentirse tan ansioso y asustado como cualquier otra de las personas que lloraban o gritaban en la playa. La diferencia era que él había decidido disimularlo actuando. La hermana mayor de Faith también había sido así; cada vez que esperaba noticias de sus médicos se pasaba el tiempo limpiando la casa de arriba abajo e inventándose extraños trabajitos que le ocupaban mucho tiempo, como ordenar el desván o alfabetizar las revistas de
National Geographic
que había en el estudio.
—Tienes razón —dijo Faith—. Recoger el equipaje es una buena idea. Y, mientras lo hacemos, siempre podemos estar atentos por si alguien necesita ayuda mientras trabajamos, ¿verdad?
George pareció satisfecho con ese compromiso.
—Sí, claro. Venga, vamos. He visto cosas por allí...
Faith cruzó la arena caliente en la dirección que le señalaba, cogiendo una maleta de cuero medio enterrada en la arena a pocos metros de distancia. Cuando la dejó junto al árbol, vio un pequeño lagarto verde corriendo por la arena. Sonrió, pensando en lo mucho que se parecía al pequeño lagarto enjoyado del alfiler que Gayle llevaba en su abrigo de invierno...
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el agudo chirrido del metal contra el metal. Se volvió hacia la playa justo a tiempo de ver la enorme ala de avión tambalearse y desplomarse pesadamente en la arena. Aterrizó con un crujido y una lluvia de chispas, y la explosión resultante provocó una reacción en cadena de estallidos y llamas que hizo temblar la playa entera, arrojando pedazos de metal al aire y oleadas de fuego y calor en todas direcciones.
Cuando pasó eso, George saltó hacia ella para protegerla poniéndola detrás de él. Hasta ellos llegó el extremo de una oleada de calor, calentándoles la cara, haciendo que Faith se encogiera.
—Gracias —dijo Faith con timidez, dándose cuenta de que George la protegía con su propio cuerpo. No podía dejar de sentirse conmovida por ese gesto paternal y desinteresado. Allí estaba ella, sola, a miles de kilómetros de su casa, y un completo desconocido intentaba protegerla... Era una sensación extraña. Pero agradable.
George la miró un momento y se encogió de hombros, volviendo a mirar casi inmediatamente hacia la playa.
—Toda esta situación es una locura. Ahora vuelvo... —Y se alejó corriendo playa abajo.
Faith volvió a mirar los restos ardientes del ala y vio a tres personas yaciendo en la arena, cerca de donde los había arrojado la explosión. Por fortuna, las tres parecían estar bien. Cuando se incorporaron, Faith identificó entre ellas al hombre que George le había señalado poco antes: el médico. A su lado había un joven gordo de rizos castaños y una mujer rubia embarazada con el top sucio. Los tres parecían aturdidos por lo cerca que habían estado de la muerte, y Faith supuso que el ala estuvo a punto de caerles encima.
El doctor se puso en pie casi de inmediato y salió corriendo, dejando a los otros dos sentados en la arena, pareciendo aturdidos. Faith se dirigió hacia ellos para asegurarse de que estaban bien.
—Tío —dijo el chico gordo antes de que ella pudiera hablar. Respiraba con fuerza, y la miraba con ojos muy abiertos—. ¿Has visto eso? Ha estado muy cerca.
—Sí, demasiado —añadió su compañera con un escalofrío, en voz cálida con acento australiano.
—¿Estás bien? —preguntó Faith, agachándose a su lado.
La rubia se llevó la mano al vientre.
—No estoy segura. Creo que sí.
Faith miró hacia donde se había ido el otro hombre.
—Menos mal que ese tipo os avisó a tiempo —dijo—. Me han dicho que es médico. ¿Es verdad?
El joven asintió.
—Sí, creo que sí. Se llama Jack —se encogió de hombros—. Por cierto, yo me llamo Hurley.
—Yo, Claire —dijo la mujer embarazada, con la mano todavía posada en su estómago.
—Yo soy Faith. Encantada de conoceros.
Las palabras sonaron extrañamente formales en esas circunstancias, incluso para ella, y lanzó una risita. Enseguida se sintió mal por reírse en un momento tan grave, pero Hurley y Claire le devolvieron la sonrisa.