Ernesto Guevara, también conocido como el Che (15 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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Llegando a México a finales del 55 y al inicio del 56 en pequeños grupos de dos o tres, en solitario, trabajando en la ruta para completar los pasajes, desde La Habana, Camagüey, Miami, Costa Rica, San Francisco, con un teléfono, una dirección de contacto, un nombre; no para formar parte de un exilio derrotado y quejoso, sino para participar en una invasión armada a la isla. Una frase de su dirigente, resulta particularmente cautivante, es una especie de promesa terrible. Fidel, en Nueva York, el 30 de octubre del 55 ha declarado: "Puedo decirles con total seguridad que en 1956 seremos libres o seremos mártires." Y Fidel, abogado de 30 años, es conocido no sólo por sus habilidades retóricas, sino porque sus hechos suelen acompañar a las palabras.

El plan original, que poco a poco se va fraguando, es organizar un desembarco en el oriente de la isla. La invasión concebida como una especie de sueño épico, que enlaza con las tradiciones independentistas del siglo
XIX
, con Guiteras en los años treinta, con la permanente historia cubana del exilio y el retorno armado.

Es, curiosamente, a un par de cuadras de una tienda de abarrotes llamada La Antilla, en el departamento C del número 49 de la calle de Emparán, en el centro de la ciudad de México, en la casa de María Antonia González, donde se crea el centro fundamental de contacto. Si las revoluciones por hacerse tienen corazón y cabeza, sin duda también tienen hogar.

Juan Almeida describe al llegar a México en febrero: "El apartamento es pequeño, apretado, como si en la noche anterior hubieran dormido muchas personas en aquel lugar. Cuando en una casa duermen más de tres, cuesta mucha exigencia para que recojan las cosas temprano. Es un local sencillo de sala, comedor, un dormitorio, baño, cocina pequeña y un patiecito largo y estrecho. Hay camas plegables distribuidas entre la sala y el comedor, algunas más en el cuarto. Después conocimos que se ponen de noche y se quitan de día."

Allí y a otras casas de seguridad en la ciudad de México arribarán Gino el italiano, un ex partisano que ha hecho la resistencia antinazi durante la guerra mundial con la guerrilla del Véneto y que reside en Cuba; el moncadista Ciro Redondo; Miguel Sánchez, conocido como El Coreano por haber combatido en la reciente guerra con el ejército estadunidense; Guillén Zelaya, el único mexicano del grupo; Calixto García, uno de los primeros exiliados que intentó ser beisbolista en México y terminó de extra de cine; el dominicano Ramón Mejía del Castillo, mejor conocido como Pichirilo... y el flaco y espigado amigo de Ernesto, el dirigente obrero Nico López Fernández, quien retorna de Cuba a pedido de Fidel y al que "Se le vio dormir en parques en pleno invierno y desmayar de hambre por no alargar la mano para mendigar limosna de los exiliados ricos"; el campesino de Matanzas y ex comunista Universo Sánchez; Ramiro Valdés, de una familia pobre de Artemisa, quien tenía en su gloria haber tomado una de las postas del cuartel Moncada y el marino Norberto Collado, quemado por la policía bastistiana, colgado de los testículos y arrojado a un vertedero, que muestra orgulloso sus cicatrices de guerra; el mencionado albañil mulato Juan Almeida, ex combatiente del Moncada, quien rápido se aficionará al D.F. y hará su paseo favorito el ir a comer tacos de carnitas frente a los cerros del Tepeyac mientras pasea a Una amiga mexicana que lleva el inconfundible nombre de Lupita.

Ya estos hombres se suma un grupo de mujeres, muchas mujeres, porque el Movimiento tiene una impronta absolutamente femenina. Son mujeres fundamentalmente las que crean las redes de financiamiento, las constructoras de infraestructura, en Cuba, en Santiago, en México. En el D.F. destaca María Antonia, infatigable, organizando sin dinero, montando casas de seguridad y a veces pagando rentas con lo que ha obtenido de hipotecar sus cosas, maravillosa mujer en su dureza, de la que Ernesto le dirá a Hilda: No te sorprendas de las malas palabras que con mucha frecuencia dice, así es su carácter; es una señora muy respetable y magnífica compañera. Y junto a María Antonia, Orquídea Pino; las hermanas de Fidel; la mexicana Piedad Solís, casada con Reinaldo Benítez; Melba Hernández, una de las activistas claves en la operación del Moncada, quien junto a su esposo Jesús Montané se encuentra en México y colabora en la infraestructura de la red y en su difícil financiamiento.

Estos serán los nuevos personajes en la vida del doctor Guevara, y serán cualquier cosa menos culpables de inocencia. Forman parte de una generación y en particular de un grupo que tiene deudas de sangre con la dictadura, un sentido trágico de la vida, una relación muy peculiar con la historia.

En los últimos días del 55, Ernesto, por no abandonar sus vocaciones de viajero galáctico, estudia ruso en el Instituto de Relaciones Culturales México-URSS, lee muchos libros de economía, incluido el primer tomo del capital de Marx, y comienza a estudiar mecanografía con una nueva máquina de escribir: Luchando ahora con más brío ante el artefacto y casi sin mirar el teclado, cuando lo domine voy a aprender a bordar.

Fidel cocinará la cena de Navidad para los Guevara, Melba y
Montané
. El menú muy cubano: Moros y cristianos, yuca y mojo. La cena no está exenta de tensiones. El matrimonio de Ernesto e Hilda no marcha bien, se encuentra sostenido por alfileres y por la presencia del niño por nacer.

Salido de la habilidad de Fidel para incorporar a su provecto a todo aquel que se descuide, un nuevo personaje se incorpora al grupo, el luchador de lucha libre mexicano Arsacio Vanegas, quien era amigo de María Antonia y Palomo y dueño de una pequeña imprenta. Este hombre estará a cargo del entrenamiento físico de los reclutas.

En principio largas caminatas. Viviendo casi todos ellos en el centro-sur de la ciudad, se citaban en el cine Lindavista, a ocho o nueve kilómetros de sus casas de seguridad y de allí emprendían nuevas caminatas hacia Zacatenco en el profundo norte del D.F. Vanegas recordará años más tarde que llegaban caminando al punto de cita, porque no había dinero para el autobús y que "sólo desayunábamos un bolillo con agua."

En enero del 56 empieza el entrenamiento fuerte. Ernesto cambia de dieta para bajar de peso y prescinde de pan y pastas. Descuida los experimentos sobre alergia que hace en el hospital y no toma la cátedra de fisiología que había ganado.

Vanegas no sólo dirige las caminatas y las subidas a los cerros, también les da entrenamiento en defensa personal en un gimnasio que ha alquilado en las calles de Bucareli: "Lucha libre, algo de karate, técnica de caídas, patadas, trepar por los muros."

Hilda recuerda: "Al principio llegaba a casa todo adolorido y tenía que darle masajes con linimento." Pero no serán los músculos el peor de los problemas. Vanegas, en el ascenso a una de las colinas del norte de la ciudad de México, descubre a Ernesto ahogado por un ataque de asma. Mira, gordo, lo que has visto no quiero que nadie lo sepa. Es que padezco asma.

Los entrenamientos resultan a nuestros ojos, al paso de los años, un tanto absurdos: juegos de adolescentes con mucho tiempo libre y mucha disciplina, pero sin duda eran mucho más que eso, y evidentemente no fueron ineficaces: largas caminatas por la calle Insurgentes, ascensos al cerro de Zacatenco, al Chiquihuite o al Ajusco, a veces con carga en las mochilas.

Quedan para la memoria las fotografías de las remadas del grupo en el lago de Chapultepec, que más que hacerlos parecer como el núcleo de una joven revolución a punto de desatarse, los confunden con estudiantes universitarios fugados de sus clases.

En febrero los entrenamientos adquieren un matiz de riesgo y seriedad, Fidel consigue permiso para que él y sus hombres practiquen en un campo de tiro llamado Los Gamitos, en las afueras de la ciudad de México, que era usado como centro de prácticas de los clubes de cazadores. Allí los futuros invasores disparaban con rifles de mira telescópica contra un plato a 600 metros, o contra guajolotes vivos a 500 metros. El que le daba al blanco recibía el sonido con satisfacción, más aún el que se tumbaba un guajolote, porque de premio se lo comían. Las fotos muestran a un Ernesto Guevara, a Fidel, a Raúl, a Juan Manuel Márquez hiperconcentrados. Los entrenamientos se prolongarán durante tres meses combinados con las caminatas y la lucha.

Es en esos meses, según los recuerdos de Hilda Gadea, que finalmente Ernesto aprende a distinguir entre los principios de la Quinta y la Novena sinfonías de Beethoven. El hecho produce tal alegría al doctor, que se apresura a comunicárselo en una carta a su madre. No avanzará demasiado sin embargo el aprendizaje musical de Guevara, quien con su patético oído, no es capaz ni siquiera de hacer lo que cualquier argentino promedio hace, cantar tangos, y se tiene que limitar a recitarlos.

—Daría una mano por saber tocar la guitarra —le dirá en febrero del 56 a su esposa.

—Con la mano que darías tendrías que tocar las cuerdas —le contestará ella.

El 15 de febrero, como a las siete de la tarde, nace en el Sanatorio Inglés de la ciudad de México la hija que estaban esperando. Tiene el nombre de Hilda Beatriz y es motivo de una doble alegría para mí. Primero la de la llegada que puso un freno a una situación conyugal desastrosa y segundo, el que ahora tengo la total certidumbre de que me podré ir, a pesar de: todo. Que mi incapacidad para vivir junto a su madre es superior al cariño conque la miro. Por un momento me pareció que la mezcla de encanto de la) chica y de consideración a su madre (que en muchos aspectos es una gran j mujer y me quiere con una forma casi enfermiza) podría convertirme en un aburrido padre de familia (...) ahora sé que no será así y que seguiré mi vida bohemia hasta quién sabe cuándo, para ir a aterrizar con mis huesos pecadores a la Argentina, donde tengo que cumplir el deber de abandonar la capa de caballero andante y tomar algún artefacto de combate. De la chica no puedo hablarle; es un pedazo de carne amoratada que mama cada cuatro horas con la puntualidad de un omega y desaloja el resto de lo que mama con algo menos de regularidad.

Ernesto es un hombre tremendamente feliz. Habitualmente poco dado a expresar sus emociones, su júbilo desconcierta a todos. Myrna Torres cuenta: "Siendo padre lo vi muy cambiado, me parecía más humano."

Sólo hay una pequeña zona de sombra, la preocupación del doctor de que su hija haya heredado el asma. Lo que hace que la vigile continuamente a la búsqueda de algún síntoma de alergia, afortunadamente inexistente.

Un par de meses más tarde le cuenta a su madre: Ha salido igualita a Mao Tse Tung es más malcriada que la generalidad de los chicos y come como comía yo según cuentos de la abuela, vale decir, chupando sin respirar hasta que la leche salga por la nariz.

La vida de Ernesto se mueve ahora entre los placeres de la paternidad, los entrenamientos cada vez más intensos y los restos de su labor como médico. A sus padres le ha dicho que aceptó la cátedra de fisiología y a Tita Infante le reporta el desastre de sus investigaciones:

Después de casi un año de perder el tiempo tuve que declararme impotente para hacer un trabajo sobre determinación química de la histamina. Otro sobre la producción de anafilaxia por vía bucal mediante la ingestión de alimentos con hialuromidasa, que tenía el mérito de ser original, no lo he podido hacer, pues a los primeros fracasos me retiraron el apoyo económico (...) Otros dos de menor importancia fueron acabados con resultados negativos y resolví no publicarlos. Uno de electroforesis nunca lo pude desarrollar bien por la falta de medios. Otro sobre la determinación de alguna identidad de acción entre histaminasa y la progesterona, se está llevando a cabo y puede resultar algo.

Una figura clave para concretar los planes de Fidel es un tuerto singular, que ha perdido su ojo en combate, Alberto Bayo, ex coronel del ejército republicano español exiliado en México. Fidel había tomado contacto con él desde 1955. Bayo le ofrece, al conocer los planes del revolucionario cubano, darles una serie de conferencias sobre la guerra de guerrillas. Fidel no sólo le toma la palabra, sino que lo empuja más allá, recordándole a Bayo que él también es de origen cubano, y le pide que entrene al grupo que habrá de integrarse. El coronel acepta. Años más tarde escribirá: "Me emborraché con su entusiasmo." Le queda tan sólo la reserva de que se trata de una invasión anunciada, fechada incluso. Eso es una locura.

¿Iba la cosa en serio? Entrenados por un luchador de lucha libre, en caminatas sin fin por las avenidas del norte de la ciudad de México, remadas en un lago que los adolescentes usan cuando quieren saltarse una clase, instrucción de tiro en clubes de cazadores, y ahora en manos de un coronel tuerto que tenía como mérito fundamental la fidelidad a una República que había perdido una guerra...

En serio, absolutamente en serio, porque remaban y caminaban como poseídos, porque la disciplina del grupo era de una tremenda rigidez, porque todos querían irse a derrocar a Batista a tiros y por eso disparaban con saña contra los guajolotes, porque el coronel Bayo instruía en un cuarto cerrado a sus celosos reclutas con toda seriedad en sabotaje, táctica de la guerra de guerrillas, disciplina de ejército irregular, cadencia de fuego, uso de artillería ligera, recursos de la guerrilla contra la aviación, camuflaje...

Ernesto Guevara escribiría más tarde: Mi impresión casi instantánea, al escuchar las primeras clases, fue (creer en) la posibilidad de triunfo que veía muy dudosa al enrolarme con el comandante rebelde, al cual me ligaba desde el principio, un lazo de romántica simpatía aventurera y la consideración de que valía la pena morir en una playa extranjera por un ideal tan puro.

Otro personaje tan singular como Bayo y Vanegas se sumará al grupo en esos días. Se trata de Antonio del Conde, rebautizado por los cubanos como El Cuate.

El Cuate es el dueño de una pequeña armería en la calle Revillagigedo 47, en el centro de la ciudad de México y, cautivado por: Fidel, comienza a suministrar armas a los cubanos. Embarcado en la solidaridad y el espíritu de aventura se vuelve un colaborador invaluable. Fidel le ofrece como compensación el 10% del valor de las armas que consiga, pero Del Conde comienza a entregarlas al costo y al final hasta pondrá dinero de su bolsillo en el proyecto.

De las habilidades de El Cuate, de Toluca y Puebla, con métodos poco confesables, van surgiendo 20 fusiles de caza con mira telescópica, armas despiezadas que se compran en la fábrica de armas y luego se montan en el taller, cinco remington automáticos comprados en Estados Unidos y traídos legalmente a México, armas contrabandeadas por la frontera norte, 20 automáticas Johnson, algunas subametralladoras Thompson, dos fusiles antitanque de calibre 50, una ametralladora ligera máuser y una star de culatín plegable, a más de mochilas, cantimploras y botas de Guanajuato.

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