El simbolo (33 page)

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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El simbolo
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Entusiasmado, comenzó a zarandear a Natalie.

—¡Vamos, despierta! ¡Tienes que ver esto! —le gritaba una y otra vez sin dejar de moverla.

Sus párpados, que habían permanecido cerrados en todo momento, comenzaron a moverse, y después de varios parpadeos continuos y lentos, quedaron al descubierto aquellos maravillosos ojos.

—¿Qué me ha pasado? ¿Estamos muertos? —preguntó desorientada.


Ja, ja, ja
—se rió Thomas—. No tonta, estamos bien vivos.

—Entonces, ¿volvemos a estar en la superficie?

—No, seguimos bajo el hielo —le decía Thomas mientras le acariciaba la cara suavemente.

—Pero… ¿y esa luz tan fuerte?, ¿de dónde procede? Es que no veo bien, lo veo todo borroso.

—Levántate y lo comprobarás por ti misma.

Aturdida, se incorporó sobre la placa y comenzó a frotarse los ojos para intentar ver con claridad dónde se encontraban. Poco a poco, los bultos y sombras comenzaron a tomar forma. Al recuperar la visión completamente, se extrañó al darse cuenta de que no llevaba ni la chaqueta ni el pantalón impermeable. Se puso en pie con dificultad y observó que estaba sobre una placa de hielo, flotando sobre el agua.

—¿Dónde ha ido Thomas? —se preguntaba al no verlo a su lado.

Giró la cabeza y lo vio sobre un pequeño montículo de nieve. Estaba inmóvil, mirando hacia donde parecía estar la fuente de luz. Tras llamarlo varias veces y no obtener respuesta, se dirigió hacia donde estaba y se quedó paralizada.

Lo que sus ojos les estaban mostrando les hizo quedarse completamente inmóviles, mudos. Sus respiraciones, que estaban aceleradas por todo lo sucedido, ahora eran lentas y pausadas. De repente, e interrumpiendo aquel momento, Natalie suspiró y dijo:

—¿Esto es un sueño o es realidad?

—Esto es, ni más ni menos, lo que hemos estado buscando. ¡Lo hemos conseguido! —le dijo Thomas mientras la abrazaba.

Por fin y tras numerosas aventuras, habían encontrado lo que con tanto afán habían buscado. Delante de ellos estaba la Atlántida, que después de miles de años perdida y ocultada en el más profundo y oscuro de los secretismos había sido encontrada.

—Fíjate Thomas, es tal y como la describió Platón en sus diálogos —dijo Natalie señalándosela con la mano desde aquella pequeña montaña que les dejaba ver una magnífica panorámica del lugar.

Parecía mentira, pero aún habiendo pasado miles de años aquella ciudad dejaba entrever el respeto, la fascinación y, cómo no, la envidia que tuvo que infundir a otras civilizaciones en el momento de su pleno esplendor.

Debido al frío extremo al que estaba sometida o la manera en que fue diseñada y construida, todos los edificios y los barcos que se hallaban sobre las congeladas aguas y que esperaban amarrados a su capitán estaban perfectamente conservados. Era como si la ciudad entera esperara pacientemente y en silencio a que sus habitantes volvieran.

La ciudad de la Atlántida era tal y como la habían descrito y dibujado algunas de las civilizaciones antiguas. Su diseño y arquitectura era fascinante e increíble; no se podía entender cómo aquellas personas que la habían levantado hacía muchísimo tiempo pudieron estar tan avanzadas en aquellos campos, incluso en el arte de la guerra, puesto que estaba construida e ideada de tal forma que parecía una isla dentro de un continente, lo que la convertía en un lugar inexpugnable.

La ciudad estaba compuesta por un centro redondo, dos anillos de tierra y tres de agua. Primero, y separándola de tierra firme, había un anillo de agua; después, y conectándose con tierra firme con cuatro puentes, se hallaba un anillo de tierra. Tras él había otro anillo de agua atravesado por otros cuatro puentes que conectaban con otro anillo de tierra, que de la misma forma que el anterior, y para finalizar, era separado del centro por otro anillo de agua atravesado por otros cuatro puentes.

Los anillos de agua, que estaban congelados, eran enormes y estaban conectados entre sí por un carril central que salía de la ciudad y que parecía llegar hasta el mar. Aquella infraestructura de canales les era perfecta para tener conectada la ciudad entre sí mediante barcos y barcas y, cómo no, para darles la posibilidad a los habitantes de llegar hasta mar abierto.

Los anillos de tierra estaban repletos de edificaciones de diversos tamaños y estilos, y en sus orillas se podían distinguir los embarcaderos repletos de barcos y pequeñas barcas. En el centro, y para finalizar, había lo que parecía ser un templo de culto o la residencia de quien gobernó toda la ciudad.

Aquella magnífica y esplendorosa ciudad quedaba resguardada del exterior por una gigantesca cúpula de hielo, y en el centro de ella había la fuente de luz, un enorme cristal como los que habían visto en las salas.

Thomas, que no salía de su asombro, recuperó el habla:

—A qué esperamos. Bajemos de una vez, ¡Natalie!, ¡Natalie! —la llamaba una y otra vez mientras la buscaba por todos lados.

—¡Estoy aquí! —le gritó Natalie desde una rampa de hielo que había unos metros más adelante—. ¿A qué esperas para bajar? —le decía mientras le hacía gestos con sus manos para que se diera prisa.

Al llegar al llano donde estaba asentada la ciudad, se dirigieron a uno de los cuatro puentes que atravesaban el primer anillo de agua. Como los otros tres que cruzaban el primer anillo, aquel puente estaba construido en su totalidad con inmensos bloques de piedra lisos, al igual que los dos pilares circulares que lo sostenían por su mitad y que se introducían en la congelada agua.

—Mira Natalie, parece que pone algo aquí —dijo Thomas al ver un gran bloque de piedra esculpida que había justo en la entrada del puente.

—¿Qué pone? —le preguntó acercándose.

Thomas, que se había arrodillado para verlo mejor, dejó en el suelo su mochila, la abrió y sacó la hoja donde tenía las traducciones de aquella lengua extinta.

—Es como el típico cartel que se pone en las entradas de las ciudades para dar la bienvenida a los turistas —comentó.

—¿Pero qué pone? —le volvió a preguntar Natalie.

—«Bienvenidos a la ciudad de la Atlántida, ciudad de sabios y dioses».

Al acabar de leer aquella frase, volvió a guardar la hoja en el interior de la mochila y se la colgó en la espalda. Apoyó su mano izquierda en el bloque de piedra, se levantó, se giró hacia Natalie y mientras le hacía un gesto cortés le dijo:

—¿A qué esperamos? Nos están invitando a entrar.

Con pasos lentos para no perderse ni un solo detalle, comenzaron a atravesar el puente. De repente, un seguido de sensaciones, ilusión, entusiasmo, miedo e intriga comenzaron a recorrerles el cuerpo, puesto que caminaban hacia lo desconocido, hacia un lugar en el que miles de años antes vivió una civilización que desapareció de la noche a la mañana, sin dejar rastro alguno y sumida en el más profundo misterio.

Thomas, que iba por detrás de Natalie, pasaba su mano por la fría piedra mientras pensaba en el gran hallazgo que iba a representar para la humanidad, un hallazgo que seguramente supondría un antes y un después. Aquel lugar, sumado a lo que ya sabían sobre las dos momias y el legado que posiblemente les habían dejado a las civilizaciones olmeca y egipcia, daría un vuelco a todas las ideas y teorías sobre la procedencia de aquellas dos civilizaciones y las que surgieron tras la olmeca y las dudas acerca de por qué estaban tan avanzadas y poseían aquellos conocimientos.

Absorto en aquellos pensamientos, se detuvo un instante y recordó a Pancho y a Peter, que desgraciadamente habían muerto sin saber que aquello por lo que lo hicieron existía. También se preguntó por qué aquellos hombres, los Itnicos, que durante toda la búsqueda los habían estado saboteando e intentando matar, pretendían ocultar aquella ciudad a la humanidad.

En ese mismo instante, Thomas colocó su mano derecha en su pecho y tocó el medallón, que hasta ahora había sido la única prueba, el único indicio de que aquel lugar podía existir.

Lentamente comenzó a estirar del cordón y, al tenerlo al descubierto por completo, vio extrañado que la luz que desprendía había desparecido, había dejado de brillar.

—¿Pasa alguna cosa? —le gritó Natalie al ver que no iba.

—No, no pasa nada. Espérame donde estás, que ya voy —le respondió dirigiéndose hacia ella mientras volvía a guardar el medallón.

Cuando acabaron de atravesar el puente y pusieron los pies en el primer anillo de tierra, quedaron boquiabiertos, pues al ver más de cerca aquellos edificios se dieron cuenta de que eran muy parecidos a los que habían visto en ciudades como las de los mayas y los egipcios. Todo aquel lugar, su distribución, sus edificios y la manera en la que estaban construidos, era una réplica de aquellas ciudades, que aún estando separadas unas de las otras por miles de kilómetros eran tan parecidas y compartían tantas cosas.

Thomas y Natalie, mientras caminaban por la única calle que tenía el anillo, miraban admirados aquellas construcciones.

Estaban hechas con inmensos bloques de piedra del mismo tamaño, que encajaban entre sí de tal manera que entre bloque y bloque no se podía introducir ni un alfiler. Las fachadas, completamente lisas, estaban adornadas con multitud de colores. Todos los edificios tenían unas pequeñas ventanas con forma rectangular y en el centro de la fachada, de forma cuadrada, se encontraba la entrada.

—Entremos en uno de ellos —dijo Natalie desde una de las entradas.

En el interior, el silencio era sepulcral, ni siquiera escuchaban el crujir del hielo o el goteo constante del agua, que en el exterior oían continuamente. El aire, además de estar a una temperatura gélida, estaba viciado por el paso del tiempo.

Estaban en una habitación iluminada por una rudimentaria lámpara de madera con forma de jaula que colgaba del techo y que tenía en su interior un pequeño cristal. Aquella sala era muy grande, de unos siete metros de largo por unos ocho metros de ancho y una altura de más de cuatro metros. Tenía las paredes y el techo recubiertos con un material de color blanquecino y muy agradable al tacto.

En la pared frontal, y ocupándola casi en su totalidad, había un seguido de pequeños hornos de piedra y unos montones de leña.

—Mira Thomas, dentro de uno aún hay lo que parece ser pan. Está muy deteriorado, pero gracias a la temperatura extrema se ha conservado bastante bien, esto es fabuloso —le dijo mientras se asomaba al interior de uno de ellos.

—Pues si eso te parece fabuloso, ya verás cuando veas esto —le decía Thomas desde la entrada a otra habitación.

Lo que Thomas estaba viendo eran unas ánforas y recipientes de barro amontonados.

—¿Y esto? —preguntó Natalie.

—Pues esto debe ser…

Thomas, mientras le decía aquellas palabras, introdujo su mano en una de las ánforas y, al sacarla, Natalie dijo:

—Parece trigo.

—No lo parece, lo es —afirmó Thomas, y prosiguió—: Y si en la otra habitación había unos hornos y en esta hemos hallado trigo, me falta…

—¡Mira esto! —exclamó Natalie sin dejarle acabar la frase.

Unos pocos pasos más adelante, en otra habitación, había unos enormes platos de barro en el suelo con unos pequeños bancos de madera delante de cada uno. Tras acercarse para verlos más detenidamente, vieron sobre esos platos algunos granos de trigo enteros y otros molidos.

—Esto parece una antigua panadería —dijo Natalie.

—Sí que es verdad, aquí debían hacer el pan para abastecer a la población —le dijo mientras continuaba mirando el lugar—. Anda, corre, entremos en otro y veamos lo que nos depara —le dijo agarrándola de la mano.

Tras salir de aquella vieja panadería se adentraron en otro edificio, iluminado de la misma forma que el anterior. Vieron multitud de herramientas sobre una gran mesa de piedra y, al observarlas atentamente y ver en el suelo un montón de sillas, mesas y diferentes cosas hechas de madera, tanto acabadas como sin acabar, llegaron a la conclusión de que se trataba de una carpintería.

Después de haber visitado varios edificios más y ver en algunos de ellos distintos oficios y en otros frutas, telas, etc., se confirmó lo que estaban pensando. Aquel anillo de tierra estaba destinado a la venta y a todo tipo de oficios que seguramente servían para abastecer a la ciudad, a sus ocupantes y para hacer negocio con los extranjeros.

Durante veinte minutos más, caminaron por aquella calle observándolo todo atentamente hasta llegar a otro puente idéntico al primero que cruzaron. Ansiosos por saber lo que les depararía el otro lado, lo atravesaron rápidamente.

Con sus pies en tierra firme nuevamente, observaron que, como en el anterior anillo de tierra, sólo había una calle. También vieron que las construcciones estaban edificadas exactamente igual que en el anterior, con inmensos bloques de piedra encajados entre sí a la perfección. En este anillo, dichas construcciones eran mucho más señoriales, más grandes, con más detalles en sus fachadas y con unas puertas de madera adornadas con diferentes colores que impedían el paso a los extraños.

Tras abrir una de las puertas sin esfuerzo alguno, ya que no tenían ningún tipo de cerradura ni de nada que se le pareciese, se adentraron en el interior de una de esas construcciones.

—No veo nada, este lugar no tiene iluminación alguna —dijo Thomas totalmente a oscuras.

—Enciende alguna linterna —le dijo Natalie.

—No tengo, los cascos que llevábamos con luz los dejé sobre la placa de hielo cuando tuve que quitarme y quitarte la ropa húmeda que llevábamos. Y desgraciadamente, la luz que llevaba en la mochila me la olvidé en el barco —le dijo Thomas mientras jugueteaba con sus pies avergonzado por su descuido.

—Qué despistado eres a veces. ¿Y ahora qué hacemos? Así no veremos nada.

—Tú no te muevas, intentaré encontrar alguna cosa.

Thomas comenzó a caminar a ciegas por el interior.

—¡Aaaaahh! —gritó de repente.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó angustiada al escucharle.

—Nada, estoy bien, me he golpeado en la espinilla con algo.

—Me has asustado, no vuelvas a hacerlo nunca más —le reprendió Natalie mientras se apoyaba aliviada en la pared—. ¿Qué es esto? —susurró.

De repente, el interior se iluminó por completo, dejando al descubierto aquello con lo que Thomas, que estaba sentado en el suelo tocándose la pierna, había colisionado.

—¿Qué haces en el suelo? —preguntó Natalie mientras se reía.

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